El sonido ronco del teléfono al vibrar me distrae por un segundo. No es aconsejable leer mensajes cuando se maneja y por eso no lo hago. En el semáforo siguiente no puedo contener el empuje arrollador de los mil caballos que arrastran mi curiosidad. Incomprensible otra vez el texto. Lo mismo, como cada lunes, miércoles y viernes. Las mismas palabras, el mismo número, el mismo remitente. Andrea dice que debe ser alguien conocido, porque no hay nadie capaz de equivocarse tanto y tan seguido, ni existe alguien capaz de insistir tanto sobre algo que nunca tiene respuesta; agrego.
Estas seguro de que no sabes quien es? No, no, ni idea. Entonces llama a ese número y decile que termine ya con esta historia sin sentido; no sos quien cree que sos, explicaselo. Insiste Andrea, verdaderamente comprometida en que el misterio se termine. Es una presión extraña la que ejerce sobre mi. No parece importarle nada de lo que sucede conmigo o a mi alrededor, excepto esa espina de caracteres electrónicos que aterriza en mi celular lunes, miércoles y viernes. Si, tenes razón. Le contesto como para cerrar el tema y no seguir dando vueltas sobre algo que no tiene ningún sentido.
Sinceramente, cuando estoy solo creo que sería capaz de llamar y demandar, con la vehemencia que me pide Andrea, que no me escriba más; sin embargo siempre, indefectiblemente, me arrepiento de mis pensamientos como en un acto de confesión religiosa.
Así es que mejor escribo “como te llamas, quien sos, que necesitas?”. Escribo y dudo, como siempre. Borro todo, cierro el teléfono…como siempre.
Sería mejor que Andrea supiera que no llamé, sería mejor que supiera que no quiero llamar. Ella es demasiado insistente en estos temas y cuando se lo digo explota. Mis palabras tienen la temperatura del hierro incandescente; sus nervios son como los vapores de la nafta. Mala combinación.
Gonzalo me promete que no va a saberlo nadie. Hoy es lunes me recuerda. Ya lo sé. Sabés lo que es para mi un lunes, un miércoles o un viernes? Adrenalina pura.
No tanto por los mensajes como por Andrea. Hay algo perverso en ver como se transforma, como se pone en guardia y su cara se llena de nubes de tormenta cuando llegan los mensajes. Con Gonzalo estamos seguros de que a cualquiera le daría miedo ver la forma en que Andrea se transforma y vive esos momentos. Es como si su vida dependiera de eso, es casi como una lucha, a matar o morir.
Podría quitarme el teléfono y llamar ella, o escribir con furia una respuesta asesina; pero no. Eso significaría hacer evidente la locura, la preocupación que ella cree mantener oculta. Es tan mala actuando, se ríe Gonzalo.
Gonzalo, este Gonzalo, es mi amigo desde antes de conocer a Andrea. Con él nos conocimos por medio de otro amigo y como pasa a veces, él y yo dejamos de vernos con el que nos había hecho de nexo para convertirnos, ahora sí, en amigos nosotros dos. Gonzalo es raro según Andrea. Extraño, sarcástico, desaforado cuando habla, agregaría yo. Inimputable dice él de sí mismo. Cualquiera es raro para Andrea, cualquiera que no sea como ella y sus amigos, que por cierto son muy pocos. Extraños son los que no ven lo que ella ve. No piensan lo que ella piensa, no creen lo que ella cree.
Andrea es todo eso pero al mismo tiempo es suave, comprensiva, protectora. Incondicional diría ella de sí misma.
Hay un extraño placer en ver las dos caras de Andrea, la de siempre, la que muestra minuto a minuto y la que pierde la compostura detrás de una máscara que se derrite al calor de sus nervios reprimidos.
Hoy es lunes y llega un mensaje, como siempre, como esperábamos que sucediera. Suena el teléfono anunciándolo y no me muevo, con la vista alcanzo a ver a Andrea que deja a un costado su lapicera y las carpetas que esta corrigiendo. El celular esta en la mesa, a 2 o 3 pasos de distancia, en un punto equidistante de los dos. No me muevo esperando que ella reaccione. Andrea inmóvil, la lapicera en la mesa, las hojas quietas, la punta del pie derecho rítmicamente golpeteando el piso. La dejo esperar un poco más y cuando me inclino para levantarme de la silla ella se convierte en una pantera y salta sobre el aparato. Lo tiene entre las manos y sonríe maliciosa. Me lo muestra sin decir nada pero es como si hablara. Lo tengo, dice, te tengo, dice. No se lo pido porque no tendría sentido y hace tiempo deje de hacer y decir cosas que no tienen futuro.
Lo abre, lo lee, lo marca. Esperamos juntos la respuesta. Yo no creo que se anime a seguir, ella no cree que yo puedo escaparme. El celular llama. Suena y suena, pausado y persistente. De pronto atienden y en el mismo acto nuestras caras se mudan. La mía es una mezcla de miedo y extrañeza. La de ella es pura victoria. Me queda ver si se anima pero casi no me quedan dudas. Llegó hasta el precipicio, ahora va a saltar. Me dedica una última mirada y acercándose el teléfono a los labios, casi sensualmente, le dice:…Gonzalo… no juego más.
Andrea es así…igual a Gonzalo.