miércoles, 1 de noviembre de 2017

Un pequeño adelanto de mi proximo libro

...Caminaba por la calle haciéndole frente al frio, ese frío que tanto odio pero que en ese momento era algo asi como un sedante y al mismo tiempo una inyección de adrenalina al corazón. Me aclaraba la mente con cada brisa sinuosa que me daba de lleno, me hacia sentir que estaba ahí, en ese lugar, por algo especial, con la caricia helada que me dejaba la nariz roja.
Vibracion, sonido y el teléfono que reclamaba mi atención. Decidi seguir un poco mas sin mirarlo, no estaba a gusto, nunca podría en ese clima, pero de alguna forma me sentía obligado a descargar la bronca que Jaako me había hecho pasar en su departamento.
Los autos silenciosos iban y venían. Algunas personas insistían como yo en enfrentar el aire libre, todos con mucho menos abrigo por supuesto. Pase un negocio de comidas rápidas que estaba repleto de gente en perfecto orden y por un momento entendí cual era el problema de este lugar. La falta de espacio, sin lugar a dudas, no hablo de un espacio físico, que también podría ser un inconveniente. Me refiero a carecer de espacio en la mente, en el sentido y en el comportamiento para el desorden y el imprevisto. No es solo el frio, comprendí. Hay algo peor que ponerse tres pares de medias y aun no sentir los pies, hay algo más paralizante que no sentir las manos y dejar las ganas en un placard. Contra la perfección no hay antídoto. Todas las piezas, la gente, de ese puzzle inmenso en movimiento, encajan perfectamente, no hay roces, no hay rebordes, las piezas no se gastan de rasparse una con otra. Me pare a ver. No había nadie parado afuera esperando entrar, no quedaba nadie por salir. El movimiento fluia como si desde arriba alguien se ocupara de apretar botones que alternadamente lanzaban caminantes en ambos sentidos. La cola en cada una de las dos cajas abiertas era perfecta, sin amigos agregados, sin otros sumados a un costado que pudieran poner en peligro la estabilidad planificada. La tristeza me invadió de pronto y estuve a punto de perder una lágrima. El mundo se quedara sin futuro cuando las piezas que no encajan, los cuadrados que hacen saltar engranajes, los rebordes que no se dejan achatar dejen de existir, pensé. “La revolución es un sueño eterno” escribió Rivera y comprendí que es cierto. En su libro Castelli espera la muerte mientras sigue soñando y preguntándose al mismo tiempo qué pasó con ese sueño. En Helsinki, en este mundo, en este día, el sueño de la revolución próxima debe ser no encajar, no completar la fila, desafiar los bordes que igualan y entender que solo desobedeciendo se puede avanzar. Si hay una esperanza en el mundo no está en ser perfectos ni eficientes, la salvación posible es una gran explosión que todo lo cuestiona.
Otra vez el teléfono, un sonido, una vibración. Lo saque del bolsillo. Eran dos mensajes de Alejandro con las fotos que le había pedido. Idrissa, el niño que apadrinaba mi amigo se parecía demasiado a Jawara, el chico que apadrinaba mi madre.
Bloquee la pantalla del Smartphone. Mire una vez más las filas perfectas y armónicas del local que tenía en frente. La revolución debe ser un sueño eterno.
Seguí camino buscando un lugar donde el frio no me hiciera pensar tanto.

miércoles, 25 de octubre de 2017

Matemáticas

27 personas.
Conté 27 personas pasando debajo del alero del bar que tenia al costado del taxi mientras esperábamos el semáforo. Ante la luz verde el auto no tuvo mas remedio que ponerse en marcha. El tráfico en Roma puede ser un problema, aunque el potencial esta sobrando. El trafico en Roma, es un problema. Los autos, las calles, las personas y las reglas de transito tienen la vida reñida. Compiten sin sentido como en una pelea en la cual en el último round los dos boxeadores van a caer, noqueados, a la lona. Será un empate técnico por demolición, los perdedores serán todos. Lloraran los apostadores porque no había apuesta segura, se lamentaran los entrenadores de no haber sabido leer la pelea cuando todavía estaban los dos de pie, las novias de los boxeadores seguirán pensando que “nada es para siempre” y que el amor, en definitiva, es una cuestión de sumas y restas como todo en la vida.
Sonó la bocina de todos los autos que teníamos detrás, un microsegundo antes de que el semáforo nos abriera el paso. Sonaron por costumbre, por el apuro que va en la sangre y no conduce a ningún lado, sonaron porque sonaron y porque es Roma y porque si Julio Cesar hubiera tenido auto, y su auto bocina, hubiera hecho que sonara aunque lo que tuviera al frente fuera una pared. El taxista me dijo algo que no comprendí, simplemente no hice caso y seguí mirando por la ventana el río Tiber.
24 arboles pude contar en una cuadra especialmente larga del Lungotevere Farnesina hasta el Ponte Sisto.
 ¿Son platanos esos árboles? Le pregunte al taxista pero no pudo entenderme, no supe cómo decir “platano” en italiano. Se quedo mirándome por el espejo retrovisor intentando comprenderme para darme una respuesta y no dejarme así, sin nada. A los Romanos , al menos a los que conozco, no les gusta eso de no tener respuesta para algo. Ellos indefectiblemente lo saben todo, principalmente de Roma, especialmente del mundo y sobretodo de futbol.
¡Guarda¡ Grite y automáticamente el taxista llevo sus ojos otra vez al parabrisas y a la calle. Instintivamente movió el volante a la derecha y evitamos chocar uno de los tantos scooter que  zigzaguean por las calles como renacuajos. Mi conductor se trenzo en una batalla de insultos con el muchacho que manejaba la moto, gritaban y gesticulaban como en las películas de Sordi o Toto. Los miraba, sentado como estaba con el aire acondicionado despeinándome el apuro, en el auto y me imaginaba esos perros que se ladran detrás de las rejas, que parecen seguros de que no llegara nunca el momento de enfrentarse cara a cara, mordida a mordida. Ladraban, simplemente. 11 personas miraban la escena mientras cruzaban de un lado a otro de la calle aprovechando la obstrucción en el flujo, ya de por si, constipado del tráfico romano que habíamos causado, el taxi, el scooter y yo, con mi advertencia. EL reloj del taxi marcaba 32 euros ya.
A la izquierda se abría la vista al cielo profundamente azul y a un sol que iluminaba como si no hiciera 3mil años que se asomaba a la misma esquina.
En la noche, recordé, esta calle tiene autos estacionados de ambos lados y en doble fila como si fueran descartables.
No tiene la sensación de que la gente no estaciona aquí, sino que abandona sus autos?
El taxista me miro de nuevo pero esta vez note como con un ojo, en un movimiento de destreza y autocontrol, seguía atento lo que sucedía en la “strada”
Pasamos la Piazza Trilussa y se me llenaron los ojos de noches de ida y vuelta al trastevere, las luces amarillas de la calle, un montón de gente joven haciendo nada, o apenas fumando y tomando, que es lo mismo que esa nada tan llenadora. La gente caminando en la busca compleja de una pasta decente, la noche del verano, el tiempo que se enrosca para no pasar de largo.
La gente no abandona el auto… no podría. – Me explico- Eso sería como convencerse de una buena vez que esta ciudad no está hecha para andar en auto…no! Si usted lo mira bien va a comprenderlo.
Que cosa voy a comprender?
Hizo sonar la bocina por novena vez, esquivo dos vendedores de carteras africanos que se colaban entre los vehículos para intentar llegar a la otra vereda a salvo de la policía y del tráfico mismo.
Va a comprender… - Señalo con su mano sobre la derecha – la universidad John Cabot – me dijo sin mayores explicaciones y continuo con lo que venía a decirme – Va a comprender que el caos es también una forma del orden…
Me sonreí. 29 autos al costado de la vereda conté en la cuadra que recorrimos, incluyendo dos smart estacionados completamente al revés, como si los hubiera depositado la mano juguetona de un gigante.
Si, imagino que usted lo dice por esa cuestión del “aleteo de una mariposa en Japón puede producir un huracán del otro lado del mundo”
EL taxi doblo a la izquierda por el Puente Garibaldi. Paso sobre las huellas de hierro del tranvía y se acomodo en el tráfico.
Esa es una frase que no explica nada – me sorprendió con la afirmación y le pedí que continuara- ¡Yo estoy hablando de Roma! – Pareció enojarse pero rápidamente tuve otra vez la imagen del perro ladrando seguro de que su jaula está cerrada – El Caos, aquí, es también una forma de orden.
Caos es Nápoles. – Le dije convencido.
Frenó de improviso sobre la Vía Arenula en un lugar imposible. Mire al costado pensando que quizás alguien lo había llamado pero solo vi la puerta de un local que me causo cierta gracia mezclada con vergüenza ajena “Expo Oro-Logio” venderían relojes y comprarían oro, pensé.
3 autos de carabineros nos pasaron inmediatamente sin cuestionarse siquiera que hacíamos ahí. La Vía Arenula es muy transitada y no tiene espacio para detenerse.
Enfoque mi mirada en el espejo retrovisor hasta encontrarme con sus ojos.
 ¿Nápoles? ¿Qué es Napoles? Yo estoy hablando de Roma, por favor no me falte el respeto.
Le pedí disculpas y así se puso en marcha otra vez. Acelero el auto y al mismo tiempo que nos poníamos en movimiento comenzó a hablar de nuevo.
Yo quiero explicarle como funciona esta ciudad, como funciona esta gente. Para eso tengo tres teorías explicaciones diferentes y usted puede elegir la que más le guste.
Lo escucho – Le dije.
La primera dice que la realidad es solamente azar, realmente no hay leyes que permitan ordenar lo que sucede. La segunda explicación dice que todo, absolutamente todo, está gobernado por leyes causales, y que si no podemos entender lo que sucede es simplemente porque no conocemos esas leyes y la tercera propone que en la realidad hay desórdenes e inestabilidades momentáneas, que no sabemos porque suceden, pero que finalmente, siempre, todo retorna a su cauce.
Lo escuche sorprendido una vez más. Pasamos Via San Bartolomeo dei Vacanacci y recordé que allí en el Barrio Judío alquile durante un buen tiempo un departamento hermoso.
30 segundos le tomo al semáforo de la esquina darnos paso nuevamente.
 ¿Comprende ahora? – me preguntó.
Podría decirse que si – respondí y al mismo tiempo lo retruqué- ¿Y usted cual cree es la teoría más acertada?
41 euros dibujaba el taxímetro en su pantalla de números rojos.
La primera.
 ¿La primera? – Pregunte curioso –  ¿Esa que dice que la realidad es solo azar…?
Se sonrió, apenas, y acelerando paso un edificio cubierto de graffitis.
La realidad no existe mi amigo – me explico- si la realidad tuviera reglas, si el mundo fuera coherente, si todo tuviera un sentido…esta ciudad no podría haber existido jamás.
El auto se detuvo otra vez
Corso Vittorio Emmanuelle II – Anuncio y mirando el reloj del auto me dijo – 47 Euros.
Pagué. Me bajé y me abrazó el sol tomando venganza del fresco que había disfrutado en el auto. 

viernes, 11 de agosto de 2017

Forrest

Había una vez un hombre que buscaba la mejor historia para escribir sobre ella.
Se reunió con Presidentes, con Embajadores, Magos y Actores
Se entrevisto con payasos, periodistas, prostitutas y guionistas.
Recorrió el sur de África, Italia, Grecia, España y vivió en Londres.
Visitó Nueva York, Las Vegas, Los Angeles y San Francisco. Trabajó en Washington y en Nueva Orleans.
EL hombre seguía buscando esa historia, la que sería la mejor historia.
Conoció Egipto, recorrió el Nilo, visito las tumbas y los templos, compartió el arte, aprendió el idioma y se convirtió al Islam.
Lo invitaron a la NASA, participó en las Naciones Unidas y fue embajador de UNICEF.
Al cabo de 20 años de buscar la historia, recorrer el mundo, tener las más variadas experiencias y vivir lo que muy pocos habían vivido decidió que simplemente había fracasado. Todo lo que había hecho, todos los lugares que había conocido, la gente con la que había compartido, los momentos que había experimentado no le habían dado esa “historia”, la mejor historia.

Por primera vez en 20 años de búsqueda se quedo quieto. Vio entonces lo que nunca había podido ver. Detrás suyo, extenuadas por el recorrido, cansadas por el esfuerzo, desgastadas por la velocidad de sus pasos, había una larga fila de historias que buscaban alcanzarlo.