Me dieron ganas de escribir uno de los cuentos de Hemingway. Me dieron ganas y en mi cabeza empezaron a amontonarse las palabras, los lugares, las ideas, los olores, el crujir del pasto seco debajo de las botas, el abrazo del fuego que viene con el viento.
Me dieron ganas de escribir uno de los cuentos de Hemingway y no pude evitar las miradas de los cargadores negros que nos seguían, penetrantes, con sus ojos tremendamente blancos saltando de sus pieles oscuras. No pude evitar moverme despacio, silencioso, en contra del viento evitando que los leones, enormes, nos huelan, nos sientan, nos corran... nos maten. La lona reseca, las sillas plegables, pesadas, incomodas, las carpas apenas útiles, la noche silenciosa y a la vez estridente de esos ruidos que crecen como amenazas, tantas que no me dejan separarme del rifle.
Me dieron ganas de escribir uno de los cuentos de Hemingway, pero uno ya escrito. No parecido, no con su estilo, ni sus palabras, ni el idioma; uno de los que él ya escribió. Entretanto me di tiempo para ayudar a desarmar el campamento, controlar la carga, hablar con el guía y escuchar de su boca donde debiamos ir para encontrar, de una vez por todas, a esos leones que insisten en ser invisibles. Rastros de sus patas, restos de su cacería, algunos pelos atrapados en las espinas del sendero. Quizás esten junto al agua. Quizás esten rodeando otra presa. Esa cebra que busca confiada el agua?. Siento el olor espeso , que quema la nariz, de los leones... ahí cerca. Mirando ellos, mirandolos nosotros.
Me dieron ganas de escribir uno de los cuentos de Hemingway, uno ya escrito; de tantas ganas cargué el rifle por enésima vez. Lo sentí en mis manos, ahora mojadas, la madera lustrada, el caño helado, el metal del gatillo. El silencio de palabras, la explosión constante de sonidos, los animales que se mueven y en un mismo pozo de agua mantienen una tregua de papel. Los leones miran sus presas, nosotros a ellos.
Me dieron ganas de escribir un cuento de Hemingway, de esos que ya escribió, de esos que lo hicieron famoso. Me dieron ganas, esas ganas en catarata que no pueden contenerse, ni siquiera entenderse. Lo miré resuelto, porque ya no podía detenerme; no quise justificarme ni explicarme porque tampoco sabía como. Enfrente sus ojos y se lo dije. Cruda, brutal sincera y estupidamente. Giró muy... muy lentamente y con su rifle enorme acarició el pasto reseco que nos rodeaba, con el codo apenas separado del suelo, mientras seguíamos tirados en la tierra.
El caño empavonado pareció enamorarse de mis ojos y se quedo quieto apuntandome, pidiendo ,tal vez, una explicación que no tenía o quizás una disculpa que yo no encontraba. Miré el caño de su rifle brillando reflejado en sus ojos azules y vi su ceño fruncido apoyando la vista en la mira y apenas con un hilo de voz le dije casi suplicando " Ernest...".
El caño escúpió fuego y mis oídos se encontraron repentinamente con un pitido infinito, mis ojos se abrieron sin tiempo a cerrarse de nuevo.
El león cayó, detrás mío, inmóvil, deformado por el impacto del plomo.