sábado, 25 de octubre de 2008

Maracana

Unos tipos se jugaban la vida detrás de una pelota en un ballet espontáneo y a la vez gracioso. Yo los miraba porque mi auto estaba parado justo en el semáforo al lado del pedazo de plaza que hacia de cancha. Un par de piedras, un pelota, unas bicicletas desparramadas en el suelo y mucho amor propio en cada jugada. Eran obreros de alguna fábrica cercana porque el uniforme marrón los delataba, algunos tenían la camisa puesta y otros pertenecían al equipo de los descamisados. No era un partido cualquiera, no para ellos supongo, tenia la magia particular que transmite la pelota cuando se pone en movimiento. Cada giro de uno de sus cascos, cada vuelta de su cuerpo esférico, cada impulso que recibe construye de la nada estadios enormes, públicos entusiastas, jugadas espectaculares y equipos millonarios aunque los que no jugamos sigamos viendo pisos gastados en una plaza de ciudad.
Los tipos jugaban y jugaban, sin importar que la ciudad no estuviera enterada, que los diarios no dijeran nada y que mañana no se comentara en la radio.
Verde. Las bocinas empezaron a empujarme y tuve que ceder al movimiento de los demás autos. Los dejé jugando y mi cabeza se quedo con ellos.

BIg Bang

Quien puede negarme que los 60 centímetros cuadrados de una mesa de bar son la entrada a un mundo paralelo? Quien puede decirme que un bar no es un universo en si mismo? La barra, un sol que reparte vida. Cada mesa un planeta y las sillas satélites errantes. Para asomarme al espacio de ese universo en que las palabras son cometas, pago mi tributo. Pido mi café y espero.
La cuchara gira, en movimientos cíclicos perfectos ,desde la derecha a la izquierda con la suficiente fuerza para generar un remolino preciso en ese cuerpo negro; hasta el punto en que cambia el giro de izquierda a derecha, solo para ver como colapsan las corrientes internas del pocillo unas contra otras.
Así será ser Dios?.

0 a 0

El 9 estaba esperando el centro en el medio del área, se empujaban fuerte con el defensor que intentaba marcarlo y no dejar que cabeceara. En la esquina uno de los jugadores esperaba el momento exacto para patear el corner que llevara el embrujo de conectar una trayectoria incierta con la cabeza de un compañero, para cambiar la trayectoria y el destino de esa pelota. Claro que ese destino podía tener dos finales, el fracaso indecente de la pelota que se va afuera o la gloria y el recuerdo perenne del gol convertido. Así estaban las cosas en medio de ese partido tan peleado. El 0 a 0 era un hecho pero al mismo tiempo todos sabíamos que el final de ese equilibrio frágil estaba escrito.
En el área los empujones seguían siendo los protagonistas, el arquero esperaba en la línea e imaginaba los trayectos posibles del corner por venir.
Desde la esquina salió disparada al corazón del área esa flecha convertida en pelota, subiendo primero en un arco perfecto para caer precisa sobre el campo de batalla que estaba frente a los tres palos. El arquero de ellos salió a cortar el centro pero no pudo evitar que la pelota lo pasara. Sus ojos mostraban que el error estaba cometido y que la inercia de su salto hacia imposible volver atrás sus movimientos, hacían predecir con claridad que vendrían movimientos espasmódicos de sus brazos y un insulto último antes de caer al piso sin nada entre las manos. La predicción que vi al asomarme a sus ojos se cumplió certera y desde atrás de la defensa rival pude llegar corriendo y cambiar el rumbo inexpresivo de ese corner decadente por la gloria de un gol convertido. Después vinieron los gritos, los abrazos y el reconocimiento de los míos. Las miradas vengativas y los insultos por lo bajo de los otros.
Puse la pelota de nuevo en el medio, como un gesto de buena voluntad pero mas como una señal clara de que ya nada cambiaria el rumbo que había tomado ese partido.Otra vez rodó la pelota de pie en pie hasta que sucedió lo impensado. El cielo dejo claro que no tenía sentido seguir jugando cuando ya estaba decidido quien ganaría esa tarde. Soltó de una vez el festejo húmedo de millones de gotas enormes y de un momento a otro la cancha desapareció bajo el agua. Levante la vista agradeciendo el gesto y cerré los ojos para ver de nuevo el gol que había convertido. La lluvia seguía cayendo y estaba casi solo ya. Baje la vista buscando la salida y escuche los gritos de mi mama que me llamaba desde abajo del paraguas al otro lado de la calle.

domingo, 12 de octubre de 2008

VISTE?

Caminando por las calles de Buenos Aires me di cuenta de que existe otro mundo. Raro, incierto, alienado, bizarro y particular. Un mundo de gente que habla sola, de gente que viaja y no llega nunca.
Caminando por las calles de Buenos Aires me di cuenta de era el único que aún podía ver.

SUEGRA

Nunca había dicho tanto sin decir nada. Nunca.
El silencio tiene un poder especial para hacer que ella entienda que debe callarse.

EL ASUNTO DEL PANCHO

Cuando me asome por la ventana del tren vi como el puesto de panchos se caía lentamente. No desde una perspectiva visual ni una construcción poética, ni una forma de imaginar la escena. El carro de panchos se desmoronaba despacio, literalmente, pero no pude por mi posición seguir mirando.
El nene de la remera roja pasó corriendo, detrás la madre lo seguía en un trote agitado golpeando con las rodillas las bolsas que llevaba en las manos; tratando que el cinto del vestido siguiera donde ella declaraba que alguna vez había tenido la cintura. El delante, corriendo. Ella, detrás gritando. Me contó un vecino, cuando llegue a casa, que desde el vagón donde viajaba él, pudo verlo todo. El chico pasó corriendo, la mamá pasa junto al carro de panchos y pega con la frente en la sombrilla del panchero. Ella suelta las bolsas para tomarse la frente pero sin dejar de moverse tratando de parar a su hijo. El panchero, sorprendido, no atina a moverse porque en una mano tiene un pancho y en la otra mostaza. Así, inmóvil, ve como el carro se balancea. El frasco de los ajíes vuela por el aire y salpica a dos clientes, los mismos que esperan el pancho que tiene entre manos el dueño del carro. La situación lo decide, suelta pancho y mostaza tratando de sostener las gaseosas que se balancean. No puede. Caen y explotan. En un instinto natural el panchero salta hacia atrás y sin quererlo con el pie golpea una rueda del carro que se cae sobre el lado izquierdo; en una catarata de sabores se caen las papas, el ketchup, la mayonesa, el tomate, las servilletas, el agua caliente y las salchichas pendientes. Seguramente la presión sobre la otra rueda era enorme- supone mi vecino que sigue contando- porque inmediatamente se sale y el carro otra vez se va de costado apoyando con fuerza su estructura en el piso. La sombrilla se cierra inexplicablemente, los dos clientes que esperaban, antes manchados con ajíes ahora reciben la caída de los alambres y la lona. Se agachan, se mueven, resbalan. Un policía se acerca, la gente se detiene y mira. Dos perros se roban las salchichas del piso.
La señora, la mama, finalmente alcanzo al nene de rojo. Caminan juntos por el anden. Ella lo lleva del brazo casi suspendido en el aire, retándolo, gesticulando. Pasan por el costado del carro de panchos y los restos de batalla contra el equilibrio. El panchero la mira esperando una respuesta, una explicación, una disculpa aunque mas no sea. Ella no parece verlo. Pasan sin inmutarse metidos en sus propios temas.
El tren empezó a moverse- agrega mi vecino, buscando explicar el fin abrupto del relato- y ya no pude ver mucho mas, solamente te digo que tu hijo y tu señora hicieron un hermoso desastre en esa estación.