jueves, 28 de agosto de 2008

No se puede todo al mismo tiempo

Seguía vivo pero parecía muerto. La clave? El secreto? La idea justa para permanecer vivo un rato mas? Confiando, tal vez, en vivir haciéndose el muerto?
La escalera terminaba ahí. Arriba la casa continuaba. Afuera había una ciudad que no quería volver a verlo…vivo.
Lo dejaron un rato. Sigo vivo…pensó, haciéndose el muerto.
Sigue vivo, se dijeron los otros. Los escuchó y ahora sí empezó a morirse de verdad.

sábado, 23 de agosto de 2008

Abrir los ojos para poder volar

Un Fuerte viento sacude y desparrama las almas aferradas a enormes edificios construidos al filo de una montaña de sueños. Es imposible ocultarse del viento que todo lo acaba.
Esta vez el viento las arrastra. Las almas se vuelan, sus gritos casi ni se oyen en el fragor intenso del viento rugiendo.
El viento que todo lo acaba esta siempre soplando, pero las almas se vuelan cuando abren los ojos y se enteran.
Este viento intenso tiene muchos nombres pero todos significan lo mismo.
Realidad.

miércoles, 20 de agosto de 2008

PH

“Mis pensamiento son solo míos” fue el grito que escuché a través de la puerta de mi departamento. Había una discusión en el ascensor. “ Mis pensamientos son solo míos“, se escuchó otra vez.
Solamente tuyos pensé y subí el volumen del televisor.

domingo, 17 de agosto de 2008

LO QUE PASO CON MARIA

Detenidamente podía observarse que esos árboles no estaban bien. Si uno se paraba con la suficiente perspectiva podía darse cuenta de que los troncos se tocaban, se buscaban, y si uno cambiaba un poco el ángulo de la mirada y se recostaba sobre el piso podía entonces notar como los troncos se anudaban, se atrapaban unos a otros, casi obscenamente.
Sin embargo vistos desde la ventana del piso 8, que era desde el lugar donde yo miraba habitualmente, los árboles parecían no tener nada especial, eran simples, intrascendentes, solitarios. Claro…eso era precisamente, solitarios, independientes a su pesar, indefectiblemente uno y otro.
Cuando llego Matías lo lleve directamente a la ventana y le mostré los árboles. Ves? Fijate en los troncos, te das cuenta? No? Como “no”? fijate bien, ves que se curvan…ahí….ves, ahí. Bueno ahora vamos hasta abajo y te muestro como se ve desde allá.
Matías me miró y entendí que cuestionaba mi cordura. Se sentó en la mesa y amago con servirse un mate. Lo interrumpí. Que, no me vas a acompañar abajo? Dale, vení que te muestro!. Me miró de nuevo. Negro…estás loco? Son dos árboles, ya los ví. Estas contento? Ahora dejame de joder un rato. Vení, sentate y contame que pasó con María.
Me senté como me pidió y lo escuche monologar sobre el futuro, las mujeres, el clima, el calentamiento global, los autos convertibles y la pizza a la parrilla.
Matías hablaba y explicaba las razones por las cuales uno debe estar atento a no se que cosas que plantean las mujeres y me explicaba, con ganas, porque
la pizza a la parrilla no se debe dar vuelta cuando se cocina. Lo escuche un rato pero sin prestarle atención. Es que no podía entender como no estaba interesado en el tema de los árboles. Estaba ciego? No tenía capacidad de asombrarse? Había perdido el interés por las cosas únicas que presenta este mundo? Donde estaba su curiosidad y el compromiso con mi amistad?
Matías seguía y disertaba. Lo interrumpí. Matí –traté de sonar un poco mas amigable- vamos hasta abajo y te explico lo de los árboles? Dale…no me mires así…en serio te digo. Es un minuto, por el ascensor es un minuto, miras, te explico, subimos y me seguís contando…querés ?
No esperé que me insultara pero ese fue el resultado así que me quede callado de nuevo y seguí escuchando. Ahora el tema era como afectaba el sol a las mujeres que no usaban maquillaje y como actuaba en las que se pintaban como una puerta. Parece que la teoría médica defendía a las “puertas” pero la práctica estética las defenestraba. Y ya se sabe, la belleza no tiene precio aunque se vaya la vida en eso.
Y que pasó con María? Me preguntó.
Mi cabeza seguía en el tema de los árboles y la pregunta me tomo de sorpresa. Que? Que paso? Ahhhh…vos te referís a “que paso”…bueno, nada paso.
Matías me dejo seguir y cuando vio que el silencio era el único habitante de esa mesa, avanzo de nuevo. Pero como nada? Según ella se pudrió todo…
Y vos le crees a ella? Creeme a mí que soy tu amigo!! Le dije. Mati vamos abajo y te muestro…nos cruzamos al frente y vas a ver…te juro que es increíble. Continué.
Negro… dejame de hinchar las pelotas con los árboles. Tomaste algo antes que llegara? Estas bien? Te juro que me preocupa que estés así.
No tome nada…es que no se como explicarte…o sea…lo tenés que ver. Bajamos?
Matías no me contesto, ya no quería contestarme, empezó a tomar mate y a ignorarme; tratando seguramente de que yo no volviera a mencionarle el tema de los árboles.
El espacio entre los dos se iba haciendo cada vez mas tenso y no quedaban muchas excusas para no hablarnos. Le pase el azúcar como me pidió y me limite a decirle que yo los prefería amargos. No tuve respuesta.
Cuando había pasado mas de media hora de nuestras últimas palabras y ya no quedaba deporte digno para ver por televisión Matías anuncio que se iba, no se que tramite tenía que hacer y no se quien lo estaba esperando después. Asentí, le dije que dejara el mate y las demás cosas en la mesa que ya las acomodaba yo; no me gusta que nadie invada el perfecto orden de mi cocina.
Chau, Mati, nos vemos mañana entonces, le dije a modo de inicio de una despedida. Lo acompañe hasta el ascensor y antes de que pudiera apretar PB me colé con el. Bajo con vos, creo que me deje las llaves del auto puestas, expliqué.
Llegamos abajo y salimos juntos a la calle, lo deje pasar primero, porque no estaban abiertas las dos hojas de la puerta. El portero había echado agua en la vereda, como todas las tardes, inútilmente, como todos los días.
Chau, Negro, me dijo. Levante la mano y lo guié con el dedo índice hasta el punto exacto desde donde se apreciaban los dos árboles.
No miró mi dedo, solo empezó a mirarme con una mezcla de enojo y cansancio, enloqueció por un segundo y soltó una catarata de palabras inconexas e insultos sin sentido. Entendí que se había cansado y que era inútil seguir pidiéndole que me prestara su atención un rato más, al menos para el tema de los árboles.
Todavía agitado por la desenfrenada carrera de su lengua en contra de mi persona, casi jadeando, pero con una sonrisa que se podía adivinar escondida detrás de su cara en ese momento; lo despedí. Suerte, nos vemos, dale…! Agregué. Lo que había pasado en ese instante no había sucedido nunca, eso quise decir con mi actitud. Lo dejamos pasar.
Me saludo como siempre, le respondí como se debía. Salió caminando hacia la esquina. Me pareció que se había equivocado de dirección, el vive para el lado del bajo, sin embargo no dije nada. Hizo 10 o 15 metros y se volvió, pasó a mi lado y sonriéndose quiso evitar cualquier comentario. Ahora sí iba para su casa.
Después que lo perdí de vista volví a mirar los árboles de la discordia.
Flores!!, Flores, venga. Le muestro una cosa!. Ahí estaba el portero, sacando unas cajas a la calle. Flores se me acercó, se paró a mi lado y espero que le dijera que era lo que iba a mostrarle.
Con la mano lo fui guiando, lo hice agacharse, casi recostarse en el suelo, con la palma de la mano invertida le pedí que levantara la vista y con el índice y el pulgar le guié la vista hacia los árboles; tal como venia pidiéndole a Matías.
Que le parece Flores? Le pregunté. Se da cuenta?
El tipo me miró y volvió a observar los árboles. Los troncos, fíjese en los troncos. Agregué.
Flores se levanto despacio y se sacudió la tierra del pantalón a la altura de las rodillas, volvió hasta la puerta, entro y cerró.
Yo esperé a quien quisiera ver lo que yo veía pero no hubo caso. La esperé a María para mostrarle, seguramente ella me entendería. Ella no vino, nunca llegó.
Me levante despacio, pretendiendo que nadie me veía. Me acomodé la camisa, me enderecé el cinto, hice un ademán nervioso con la mano buscando peinarme y fuí hasta la puerta.
Flores…me… abre?,ehh… me deje la llave adentro.


Agosto 2008

AVIONES

Los aviones pasaban por encima nuestro, en un viaje siempre parejo y uniforme, al menos así se veía todas las mañanas desde abajo. En un instante fugaz se escapaban de la vista sin que supiéramos a donde iban. Podíamos entonces imaginar cientos de destinos posibles: Montañas escarpadas y brotadas de miles de verdes diferentes, lugares en donde siempre llueve y en los que cuando no llueve, igualmente el agua se las arregla para estar presente. Desiertos. Desiertos de esos que se ven en las películas, esos que tienen arenas doradas con dunas que vagan por el aire caliente, montadas al lomo de vientos caprichosos, gente con turbantes y telas etéreas colgando de los hombros y rifles en sus manos. Islas. Salpicadas sin sentido en el cuerpo salado de mares distantes. Islas que están solas y esperan en el medio de la nada. Islas valientes, islas de esas en las que uno cree estar parado en el centro del mundo. Ciudades enormes, siempre apuradas, vertiginosas por el simple hecho de que alguien, algún día, las hecho a andar y ya nunca mas pudieron detenerse. Ciudades con monumentos, con gente que pasa sin saberlo, con calles que acompañan la locura, con autos que no saben de demoras; con risas, con lágrimas y sueños atascados.
Otra vez los aviones pasaron alto, vinieron determinados en su destino. En un camino rectilíneo y previsible, desde un extremo del cielo conocido para perderse en el final de la cúpula celeste que teníamos encima.
Los aviones pasaron hoy, como cada día que recuerdo. Y entonces, cuando eso sucede, me subo a ese vuelo. Primero los observo venir. Yo no se de horarios, no consulto ningún reloj. Porque tener un horario seria tener una certeza, y las certezas es sabido, matan a las sorpresas…y cuando la sorpresa se muere es casi seguro que las esperanzas se enferman y entristecen, para después morirse también, inevitablemente.
Los veo, vienen ahora. Corro casi a la misma velocidad que llevan en el cielo, hasta llegar al punto donde ellos arriba, yo abajo; empezamos a viajar fundidos en una misma sensación. Corro yo, vuelan ellos. Corro y llego al límite de mis piernas que es el momento exacto en donde me subo y me acomodo para el viaje. Ese viaje que puede ser a cualquier lado, no importa, no consulto mapas ni rutas, no pregunto al Capitán, es sabido por todos, que el conocimiento aniquila los sueños y el día en que eso me suceda prometo que dejare de volar.


Julio 2008

LA CHICA DEL ZAPATO QUE NO QUERIA MORIR

Debía ser mucho más alta de lo que parecía, porque tenía la particularidad de vestirse de una manera que no llamaría fea pero que si creo, podría encajar en lo que todos comúnmente denominamos “horrible”. No es que fuera importante la forma en que vestía ni como se peinaba ni la forma en que se movía o siquiera la manera en que se pintaba; no. Yo diría que una combinación tan atroz en los colores y los estilos hacia inevitable el expresarse y restregarse los ojos para saber si era cierto…si eso era posible.
La primera vez que la vi (fue la única vez), cruzaba la calle con cierto desgano, casi impulsada por la inercia que tomó al resbalarse en el cordón de la vereda. Yo venia de frente, ensimismado en mis cosas y percibí a un costado un movimiento extraño, fortuito, entrecortado. Era ella que se resbalaba antes de poder bajar a la calle y en una serie de movimientos quebrados se desplazaba entre caerse y no caerse. Me detuve un instante y dude entre ayudarla o reírme; afortunadamente opté por reírme y eso fue lo que nos salvo a los dos de la embestida de un colectivo de la línea 54.
La miré, me miró, miramos juntos el taco que se había quebrado y yacía muerto en el suelo junto a una moneda de 25 centavos y un volante de 6 panchos por 2 pesos.
La magia del momento se rompió otra vez cuando un taxi apenas hizo un esfuerzo por esquivarnos y nos cortó la respiración por un instante.
Mi primera reacción fue irme, continuar mi camino. Tenía muchas cosas que hacer, los minutos pasaban y mi vida corría riesgo de terminarse en esa misma esquina. Pero algo me detuvo, la mire de nuevo; ahora estaba otra vez en la vereda. Intentaba inútilmente poner el taco en su lugar. El taco había muerto, pero ella obstinadamente no quería saberlo. Me miró buscando ayuda con los ojos. La miré y me sentí culpable. Culpable de que? Pensé. Si gracias a mi seguía entera. Le hice señas, con las manos, “el taco esta chau”, me miró nuevamente, miró el taco y después el zapato. Levantó la vista casi implorando al cielo y en un movimiento rápido lo tiró con fuerza al infinito. Alcancé a esquivarlo agachándome instintivamente pero el taco pegó con fuerza en la frente de un delivery de pizza que esperaba para cruzar.
Nos paramos los dos, intentando no reírnos del delivery golpeado. Por la forma en que ella me miraba estaba seguro de que pensaba algo que tenía que ver conmigo y por esa misma razón yo estaba pensando en ella. Que mal se vestía, que combinaciones horrorosas y al mismo tiempo que difícil poder esquivar su mirada.
Me hizo señas para que nos corriéramos porque el barrendero tenía que pasar y podía convertirme instantáneamente en un pedazo más de la basura que arrastraba. Me corrí y quedamos los dos otra vez en la vereda, pero esta vez la compartíamos, estábamos del mismo lado. Le dije “chau” con la mano, me dijo nos vemos con los ojos, se dio vuelta y siguió caminando en la misma dirección que llevaba antes del accidente. Me quede parado mirando como caminaba y se alejaba, sin uno de sus tacos. La miré bambolearse y me sentí culpable. Culpable de que?


Julio 2008