lunes, 30 de abril de 2012

Sonrisa sin dientes

Levantó la cortina de la ventana que miraba a la calle como si fuera una bandera ceremonial, despacio, respetuosa y fastidiosamente, despacio. Desde atrás podía ver como una mano se superponia a la otra en una cadencia que a los pocos segundos me saco completamente de mis cabales. Una mano arriba, bajaba el cordón lentamente, ahora la izquierda lo tomaba desde un poco mas arriba y bajaba, seguia la derecha nuevamente; interminable, desesperante. Le seguía los movimientos desde atras y sabía exactamente lo que iba a hacer, después de la cortina venía el abrir la ventana, solo un poco; en realidad primero la abrìa completamente y despues llevaba las dos hojas juntas hasta lograr un angulo perfecto de 45 grados, nunca mas...nunca menos. Cuando la ventana habia quedado perfecta y simetricamente acomodada le tocaba el turno a la silla que estaba debajo. Nadie se había sentado allí ayer, ni antes de ayer ni en toda la semana pasada, ni en algún tiempo que pudiéramos recordar, pero indefectiblemente, ella se encargaba de levantarla y reacomodarla en el mismo exacto lugar como si esa silla inanimada, ese objeto muerto hubiera cambiado de posicion por voluntad propia o se hubiera dejado arrastrar por la inercia resultante del girar de la tierra. Desde atrás la veía y podía saber exactamente que haría, aún con los ojos cerrados. Al principio jugaba con esa idea, me divertía y pasaba mi tiempo con esa tontería pero el tiempo fue pasando y mis sensaciones fueron cambiando hasta que me encontré de repente enfrentado a algo tan desgraciado como el odio. De pronto sentía como mis ideas, mis valores, lo que sentía, lo que creía; colisionaban, chocaban en mi cabeza una y otra vez con el germen del odio que había crecido dentro. Alimentado por el desprecio, por la desesperación misma que me provocaba ver una y otra vez los mismos movimientos sin sentido, los mismos procesos recurrentes, carentes de razón, rutinarios hasta la exasperación más increíble.
Terminaba con la silla y pasaba a acomodar el florero, blanco, de cerámica, con dos flores plásticas que perdían día a día la intensidad del rojo que las teñía. Lo giraba 360 grados. Lo levantaba, limpiaba debajo, otro giro de 360 grados y lo apoyaba nuevamente en el mismo exacto lugar. Levantaba la vista, así como ahora, me sonreía pero sin mostrarme los dientes, apenas, piadosamente. Ahora de frente la veía y sabía exactamente lo que seguía. Tres pasos al frente, uno a la derecha, apagar la luz mas grande, prender la luz de la pared, apagarla nuevamente, prender la grande y dejarla como estaba. Una mirada de costado, otra sonrisa sin dientes, su mano en mi mano. Finalmente, afortunadamente, se iba.
Las sensaciones encontradas me torturaban, queria hacer algo para sacudirme esa pesadilla de mi vida y al mismo tiempo me cuestionaba, sabia que no era correcto, sufría por mis pensamientos, me acosaban minuto a minuto, se colaban entre otras ideas, entre sueños y deseos aunque no dependía ya de mí. La misma escena, los mismos movimientos, los últimos 243 días. Con el paso de los días pensé, en mi desesperación, en que la única forma de terminar con esto sería simplemente...matarla. Lo pensé por un instante y cambie rotundamente mis pensamientos, no podía permitirme esa locura, no podía llevar mi fastidio tan lejos; después de todo era mi madre.

Ayer la mire desde atrás, levantó la cortina de la calle, abrió la ventana y volvió a cerrarla a 45 grados, acomodo la silla que ya estaba acomodada, limpio el florero limpio y lo puso en la misma posición en la que tenía antes, me sonrió sin dientes, apago la luz para volver a prenderla, prendió la luz pequeña para volver a apagarla, me toco la mano y otra vez, la última, me sonrió con la sonrisa sin dientes.
Exploté pero no lo demostré, no pude. Quizás mis ojos dejaran ver algo de la bronca y la furia contenida, quizás. Ella pareció notarlo pero no dijo nada, salió por la puerta, sin mirarme. Si tan solo hubiera podido moverme en ese momento...probablemente hubiera tomado la silla para pegarle violentamente, pero no. Eso no podría ocurrir nunca, jamás; deje esas ideas, las sacudí de alguna forma de mi cabeza, no debía suceder, no podría suceder.

Hoy algo ha cambiado y siento, inconscientemente, que no me gusta. Odio profunda y visceralmente su rutina estúpida pero hay algo que no me tranquiliza en este juego. La miro de atrás acercarse a la ventana, como siempre pero esta vez la deja completamente  abierta, el sol es increíblemente fuerte y de pronto me deja ciego, cuando recupero la visión, lentamente las formas borrosas van recuperando sus bordes y la miro acercarse desde un costado. Y la silla? no va a acomodarla en el mismo lugar? pasa de largo el florero también. Es que las flores que alguna vez fueron rojas no merecen moverse hoy? miró de nuevo la ventana como buscando una explicación y otra vez la luz increíble que entra como catarata por la ventana me deja casi ciego. Recupero la vista otra vez, lentamente, y la veo de nuevo. No sonríe, no acomoda nada, no prende ni apaga para dejar prendido lo que ya estaba y para dejar apagado lo que asi se encontraba. Me cubre la cara con algo que estoy seguro es una almohada y siento una presión tan fuerte que asfixia. Ahora lo comprendo, mientras trato de encontrar un resquicio donde el aire aún exista, debería haberla matado primero! si tan solo hubiera dejado mis ideas crecer, si tan solo hubiera podido moverme.