domingo, 3 de febrero de 2019

Monastiraki


El metro de monastiraki hacia el aeropuerto se puso en movimiento, cerró las puertas silenciosamente como cualquier otro metro del mundo moderno. Aséptico, quirúrgico, desinteresado, impersonal, indolente. Se puso en marcha en un corto shock electrico. Avanzamos a la estacion siguiente, Syntagma. Algunos bajaron, muy pocos, el resto seguimos sentados en esa  Capsula de aluminio que fluia fresca por las venas de Atenas. Afuera apenas 36 grados, adentro los suficientes para agradecer la sombra. Subieron nuevos pasajeros, más valijas, destino de aeropuerto para la mayoría. Otra vez el cierre hermético,  silencioso, despersonalizado. Un pequeño empujón, los pocos que seguían parados buscando asiento se sacudieron en un equilibrio de supervivencia. A mi lado un asiento vacío, un espacio sin nada y otro asiento solitario, único. Rápidamente tratando de no volver a tentar al equilibrio una pareja acomodo dos pequeñas valijas rojas, entre el asiento vacío junto a mí y el asiento huérfano del otro lado. Se completo entonces el espacio y todo tuvo uniformidad. El, tendria unos 30 años, delgado, apenas bronceado, impecable en su presencia, esa forma de ser impecable que siempre quise tener y sin embargo nunca pude ejercer, por desidia, falta de conviccion o facilidad para el abandono, pero ese es otro tema. El, 30 años, rubio, impecable bermuda de jean, zapatos de algun material extraño, peinado perfecto y una barba que tenia tanto cuidado como el césped del parque de la casa de mis padres (esa tambien es otra historia). Ella no debia tener mas de 23 o 24 años pense, como si esa cifra pudiera determinarse con precision y no fueran simple y redondamente, 25. Ella pequeña, rubia, short blanco, remera sin mangas una pequeña cartera y el teléfono pegado a la mano. Se sentaron. Mejor dicho el se sento en el asiento único, junto a las valijas, ella se sentó entonces en sus piernas. Se dijeron algo en un idioma que para mi sonó a frances. El impecable, delgadito, ella rubia, no precisamente bonita, tampoco fea, era extraña, de alguna forma atractiva, de alguna forma estaba muy lejos de serlo. Dependía de como girará su cabeza, a donde mirara ella, que le mirara yo, como le dieran las luces y se le acomodara el pelo. El metro se detuvo nuevamente, las subidas y bajadas de siempre, más subidas que bajadas aunque seguíamos conservando un número relativamente acotado en este vagón. El empujón eléctrico, la marcha al camino otra vez. No podía dejar de observarlos, no sé porque, ella no era una belleza, el no llamaba demasiado la atención. Tendría que hablar de esto con mi psicólogo cuando llegara a casa de regreso, pensé y lo anote en la agenda de mi teléfono. Los dos seguían sentados, ella sobre sus piernas, el short blanco, la piel más bronceada que la de el haciendo contraste, la remera sin mangas. Repentinamente el la tomo de la cintura y en un solo impulso la paro nuevamente. Metió la mano en el bolsillo delantero de su Bermudas, justo el de la pierna donde ella se había sentado, y saco unos anteojos de sol plegables que me llamaron mucho la atención. Eran unos anteojos que se doblaban en varias partes, como esos inventos absurdos de los años 70, esas porquerías que salían de la cabeza de algunos locos y otros desquiciados creían que serían alguna vez el futuro. Levantó los anteojos y los fue desplegando lentamente, cuidadosamente, como quien tiene entre sus manos alguien que se ha golpeado la columna vertebral y cualquier movimiento en falso puede dejarlo parapléjico. Los  abrió por completo y quedo claro que las uniones, las microscopicas bisagras habían sufrido el peso de la chica hasta quedar casi muertas. Lo mantuvo abierto con una sola mano, dos dedos más precisamente y ese gesto era suficiente para demostrar que estaban arruinados. La miro y le reclamó con vehemencia, en lo que imagine seria un cuestionamiento a su falta de cuidado, ella seguía parada tomada del pasamano y lo miro como si estuviera loco. Le contestó casi riendo. Supuse, no entiendo una palabra de francés pero no era necesario en este caso,  que le dijo que era su culpa por no recordar donde había puesto sus anteojos, después de todo ella sólo se había sentado por invitación de él. Mientras seguía contemplando el cadáver de sus espantosos anteojos de sol, ella se mantenía firmé en el pasamanos. Una nueva parada. Se abrieron las puertas al mundo real. Casi nadie subió. Ya estábamos definidos los que íbamos al aeropuerto de Atenas en ese tren, pensé por la parada en la que estábamos. Se cerraron otra vez las puertas, como dos cuchillas perfectas que cortaron el contacto con el planeta alrededor. El volvio a recriminarle, ahora mezclando la bronca con un lamento. Ella tomo una de las valijas que habían acomodado en el espacio entre mi fila de asientos y donde estaba sentado el y se cruzó a la fila del frente. Se sentó enfrentándolo, cruzada a mí. Acerco la valija a su asiento y puso la pierna derecha sobre ella para mantenerla quieta en el movimiento del metro. La otra pierna la apoyo en el suelo y se puso a revisar su celular. Habían estado en mykonos, un par de calcomanías así lo decían en la valija de ella. Quizás también en Santorini, para completar, el recorrido mínimo clásico de enamorados, jóvenes, no tan jóvenes y primerizos en grecia. El había guardado los restos de sus anteojos en el mismo bolsillo y ahora la miraba fijamente desde el otro lado del pasillo. Ella seguía en el teléfono, una pierna en la valija, la otra en el suelo y el short blanco cortísimo. Intente no mirarla, busque mi telefono tambien y revise otra vez las notas para conversar con mi psicólogo. Lo mire a el. Ahora se habia concentrado en unos papeles, parecían las impresiones de sus tickets. ORY leí. Orly, significaban esas siglas de aeropuerto, un pequeñísimo sentido de victoria efímera me invadió. Franceses, eran franceses, había acertado. No me gustan los franceses, no los odio, no los detesto, simplemente no me gustan. Abrí el archivo de mi teléfono y lo anote también. No sabía si eso tenía sentido hablarlo con mi psicólogo, pero lo agende de todas formas. La valija de ella se había desplazado a la derecha unos centimetros, estaba seguro que la habia dejado ir, correrse, ahora sus piernas, bronceadas, suaves, tenían un ángulo de… 120 grados? Eran más de 90, de eso estaba seguro, mi profesora de matemáticas algo había podido sembrar en esta mente tan poco apta para las fórmulas y los cálculos, fácilmente a pesar de los años podía reconocer un ángulo de 45 y uno de 90 grados.
Geometría, la valija más allá, las piernas de ella, bronceadas, cobrizas, el short blanco muy corto. Ella no era linda, no lo era especialmente. Seguía mirando su teléfono y pensé que tal vez lo hacía a propósito. El no la miraba, yo no podía evitarlo, pero juro que lo intentaba. Ahora el metro había emergido de la tierra y se había convertido en tren. Íbamos rápido pasando autos y camiones que circulaban por ambos lados de las vías. Por alguna razón que desconozco ahora el tren se movía un poco más y entonces la valija que la chica sostenía con la pierna se desplazaba, yendo y viniendo, como si tuviera marcado un recorrido atrevido entre su short y mis ojos.
Ella seguía mirando el teléfono, molesta, enojada. El, compenetrado en el suyo aunque de a ratos levantaba la vista. La observaba, pasaba por alto su posición desafiante como si no quisiera dar el brazo a torcer y me miraba a mí, que rápidamente me refugiaba en la pantalla táctil de mi teléfono. Seguimos así un par de estaciones más hasta que me di cuenta que me estaban usando, ella me estaba usando, de eso no quedaban dudas. La valija, las piernas, la piel suave y bronceada, el movimiento lento y estudiado de su valija que la hacía abrir y cerrar las piernas, el que la miraba enojado, desafiante, que me observaba a mi. La mire mirarme, el movimiento del tren era apenas perceptible pero al mismo tiempo creaba cierta cadencia, cierto movimiento suave, algo que no podía determinar pero que era casi como la respiración aletargada de un sueño que no había empezado aun. La mire mirarme, el tren, la piel bronceada, el short raido con cuidado, la valija sigilosa de ruedas siliconadas y lustrosas. Sostuvimos la mirada hasta que entramos en un túnel muy corto que nos dejo parpadeando en la oscuridad. Recuperamos la luz y ella miraba el telefono otra vez. El ya no estaba. El asiento vacio, los lentes de sol deformados apoyados ahí vibraban con el movimiento del tren que seguía camino al aeropuerto, lo busque con la vista, no pude encontrarlo. Observe los anteojos, desvencijados, sin un vidrio, levante la vista y volvi a encontrarme con sus piernas y mas arriba con su remera sin mangas y mas arriba todavía con sus ojos que parecían seguirme. Incline la mirada a los lentes como si pudiera de alguna forma señalarlos  y volvi a mirarla. Se encogio de hombros. Tome los anteojos tratando de que no se desarmaran y se los acerque. Los tomo como si estuvieran contaminados, bajo una de sus piernas al piso, estiro la otra aun mas y se inclino hacia mi como si fuera a decirme algo. La remera sin mangas, blanca, siguió la gravedad hasta dejarme de frente con su pecho soleado, olia rico, no era linda precisamente, no era fea tampoco, todo dependía del angulo de la remera, del sol que la había bronceado, del perfil que mostraba, del pelo como se acomodaba, del movimiento del tren.
Puso los lentes en el bolsillo delantero de la mochila y con la mano derecha los aplasto como si fueran una legión de indeseables cucarachas. La violencia del golpe me hizo tirarme hacia atrás. Apenas sonrió, fue un movimiento casi imperceptible estirando los labios a los costados y un milímetro hacia arriba, duro un microsegundo y volvió al gesto de siempre. Tomo su posición inicial y se metió de nuevo en la pantalla de su teléfono. EL tren se fue desacelerando como si el aire se hiciera espeso y ya no pudiera atravesarlo. Las puertas se abrieron al espacio de llegada, todos comenzaron a bajar, ella se puso de pie, se ató el pelo con un giro extraño y sin dejar de mirarme salió al andén. Tome mi valija y la puse a un costado, me pare siguiendo su short y sus piernas con la vista, Salí del vagón y camine detrás de ella que avanzaba sola, iba rápido, apurada por llegar a las cintas mecánicas, apure el paso sin saber para qué exactamente y sentí que me tomaban del hombro. Sorprendido me di vuelta y quede inmóvil. El muchacho que había subido con ella me tomaba del hombro y me sonreía. Lo mire, sin comprender, paralizado, sintiéndome culpable y tonto a la vez. Levanto su mano derecha y me dio los lentes destruidos, ya sin vidrio, apenas unos alambres retorcidos y aplastados. Lo observé sin comprender.
- Son suyos, se le cayeron recién, no creo que tengan solución. – me dijo en un perfecto inglés afrancesado.
Los tome, por educación, porque no supe que otra cosa hacer. Sonrió, se dio vuelta y salió urgente hacia la cinta transportadora.

viernes, 11 de enero de 2019

InspirARTE del 4/01/19 - una improvisacion sobre "Algo asi como flotar"

Inspirarte Derqui 44
Marcelo Lopez – Escritor
Cecilia Testa – Artista Plastica
Tema: Algo asi como flotar

Morirse debe ser algo así como flotar. Estuve pensando en las diferentes opciones, en las formas, en las ideas que pueden surgir pero más que nada me concentre en pensar cómo se puede llegar a sentir…eso de estar muerto.
Morirse debe ser algo así como flotar. Digo… si es posible sentir estando muerto, si es posible pensar cuando estás muerto.
La verdad no sé porque o como llegue a buscar esas ideas, a pensar esas cosas. Pero más que nada me llamo la atención eso de “sentir”.
Hace rato que estoy seguro, casi diría recontraseguro de que a todos nos preocupan, en el fondo las mismas cosas. No la plata, no el amor, no el éxito, ni siquiera el fracaso o la miseria. A todos, en definitiva, nos preocupa lo mismo. Irnos sin poder volver, irnos sin poder sentir, irnos sin poder contarle a nadie.
Morirse debe ser algo así como flotar.
Lo estuve pensado y la verdad es que preferí quedarme con esa idea. Flotar, como se flota en el mar, apenas movido, apenas acunado por el movimiento leve del agua. Flotar como se flota, aunque sea cayendo, desde un avión antes de abrir el paracaídas. No se si es la idea correcta, probablemente no sea asi, en realidad, morirse, pero no importa lo que yo piense… ahora lo que necesito es creerlo. Creer cualquier cosa, lo que me convenga, lo que me anime, lo que me impulse, lo que, paradójicamente, me mantenga vivo en ese camino a tomar una decisión.
Morirse debe ser algo asi como flotar.
-Te parece?
La miré. Me había olvidado que estaba ahí. Yo pensando en lo mio, en como seria morirse, en como se sentiría si eso es posible. No dije nada.
-Te parece? – repitió.
-Si, no se… supongo – Tuve que decir algo o me seguiría preguntando para siempre.
-Para mi morirse es nada.
-Nada? – Pregunte- Como nada?
-y si… nada, te moris y listo, nada, de vos nada, no sentís nada, no sigue nada. Es como apagar el tele dándole un tirón al cable.
Me gusto la idea y me quede pensando. “Morirse es nada”… me gusto la idea de tirar del cable, de apagar la tele, pero no puedo hacerle caso, no me alcanza, no me completa… para mi morirse es como flotar.
- Lo que decis no tiene sentido… - me dijo- cuando te moris se acaba todo, ya no hay nada, al menos para vos.
Siempre era tan racional, siempre tan ubicada en sus pensamientos, con tan poco espacio para ideas absurdas de esas que te ayudan a seguir viviendo.
- No se… no puedo hacerme a esa idea tan cerrada.
- Bueno, también podes creer en otra vida, en despertarte con  años en el cuerpo de niño hindu, o ser una flor en el Sahara o una abeja en el jardín de tu vieja… - Se empezó a reir con fuerza, con ganas, sabia cuanto me molestaba eso de hacerme sentir estúpido.
No le conteste. Cuando se ponía asi, lógica, razonable, concreta, me alteraba.
- A lo mejor encontras un lugar en el cielo, o en el infierno…
- Ya sabes que no creo en esas cosas. Que cielo? Que infierno? Yo te hablo de morirse de verdad no de morirse mas o menos, no de morirse ilusionado en algo que no existe…morirse debe ser algo asi como flotar, de eso no me quedan dudas…bah…eso creo.
- Eso queres creer.
Acepte resignado, tenia razón, una vez mas.
- Si, eso quiero creer… Sabes que me dijo Gonzalo hace unos días? – no espere que respondiera, pase a contarle directamente – me dijo que el tiene miedo de morirse y no darse cuenta…
- No darse cuenta?- Me interrumpio.
La miré. Ahora yo tenía la “manija” de la situación y aproveche para hacer un silencio de esos que hacen que se note.
- Si… de morirse y no darse cuenta, de morirse y no poder despedirse de nadie, de no poder mirar, tocar, pensar en nadie, en su gente…
- Eso que te dijo Gonzalo, es como lo que decías recién, la cuestión esa de que todos tenemos miedo de lo mismo…
La miré. Así era, a eso me refería con lo que había dicho. La miré, estaba parada y el viento del acantilado le llevaba los cabellos tan para atrás que podías verle las orejas y la base del cráneo, la nuca. El día se había puesto gris. La altura era enorme, el mar estaba abajo rompiendo pero era casi sordo, apenas un murmullo.
- German -
La mire.
- No se, para mi morirse es nada…
- Para mi morirse es algo asi como flotar…
Me miro, sonriendo, le gustaba hacerme enojar, molestarme, crearme problemas donde no había.
La miré, le apoye la mano en la espalda y le frote muy suave los hombros, le acaricie el pelo y mientras le decía “nada” la empuje al abismo.
Al principio la escuche gritar pero les juro que la vi flotar.


lunes, 10 de diciembre de 2018

InspirARTE Tema: Mi otra pasión - Improvisacion de Daniela Kaplan y Carlos Vidal





InspirARTE
 
MI OTRA PASIÓN
Daniela Kaplan
Carlos Vidal
¿Qué es una pasión para saber cuál es mi otra?
La pasión que baila en mi, que expresa mi cuerpo, que mueve mi alma. La pasión que saca lo mejor de mi, que me transporta, que me hace vibrar en una sintonía de plenitud.
Es la libertad en el espacio, sin tiempo, sin condiciones. Solo ser yo. La música y yo. El baile dmi espíritu. La danza de mi alma. Volver a mi centro, el reencuentro más esperado, el mejor lugar desde donde puedo dar. Brindarme desde ahí es ponerme al servicio del prójimo. ¿Empezará con tratarnos bien? ¿Comenzará por ser coherentes en lo que decimos y hacemos? Vivir apasionados es volver a uno mismo y sintonizar con los otros en una misma frecuencia. Y ahora… ¿la otra? ¿la habremos encontrado? ¿la conoceremos? ¿tenemos ganas de encontrarla? ¿por dónde pasara? ¿qué parte de mi despertará?
¿Será que las pasiones cambian a lo largo de nuestra existencia y a medida que vamos evolucionando?  Preguntas cuyas respuestas posiblemente cambien de persona a persona y de etapas en la vida atravesadas.
Posiblemente no se trate de una sola pasión.
Y el corazón sigue dictando el volver al centro, a ese eje,
a ese sitio donde hallamos paz y bienestar. Un sitio en el que podemos reconocer nuestra abundancia y agradecer.
Y cuando las pasiones son varias reconocer nuestras potencialidades y las de nuestros pares y darnos cuenta que todo es posible. Reconocer que el encuentro con otro siempre tiene las infinitas posibilidades de crear vida en nosotros y para los demás.
Amar la vida, amar la existencia… hablamos de pasión.
Porque en cada pasión hay un nacer y un renacer. Porque tal vez al encontrar esa otra pasión una partecita en mí muere y otra nace  y nos renueva, nos trae un nuevo aire y una nueva energía. Encontrarnos con una nueva pasión nos regala esperanza, nos devuelve la fe y nos reconecta a la alegría. 
Y parece ser que encontrar una nueva pasión es un viaje, es embarcarnos en un nuevo descubrimiento, en una nueva aventura. ¡Y es divertido!
Será una elección sabia proponernos que el nuevo viaje se llene de instantes nutridos con lo mejor de nosotros. Tomar luego lo aprendido y lo aprehendido será nuestro desafío para la mejor de nuestras vidas.



InspirARTE Tema: Mi otra pasión - Improvisacion de Graciela Ramos y Cecilia Testa



InspirARTE
1 Cecilia Testa
2  Graciela Ramos

MI OTRA PASIÒN

Los miro, me miran, nos miramos. Lo nuestro es único, es etéreo, es para siempre. Ellos, los tomates, sangrientos, los pimientos, soleados.
Cada día despierto pensándolos. Salgo embutida en mi camisón, voy derecho, sin interrupciones. Sé que ellas y ellos me están esperando. Es magia, pura. ¿Puedo sentir lo que siento por un tomate? Claro que sí. Él sabe de lo nuestro, sabe que ocupa un espacio en mi vida. Sabe que luego de un tiempo, cuando esté listo, nos convertimos en uno, para siempre.  Y es la rúcula,  y es la berenjena, y los morrones, y los zapallitos y es una fiesta amorosa.
Juntos en mi mesa nos miramos por última vez antes de concretar nuestro amor definitivo y para siempre, ser uno.
La huerta, lugar lleno de vida, de amor, de colores, de sabores. Espacio de aromas, de sensaciones, de emociones. Felicidad.
La huerta es mi otra pasión. Creo que la pasión y el amor van de la mano. Y si puedo sentir la misma intensidad en mi corazón, en mi cuerpo, en mi vida, solo habitándola, no tiene precio para mí.

Nuestra historia comenzó hace mucho tiempo. ¿En esta vida? No lo sé, será, tal vez… No importa si lo que sucede es presente. Con la mirada cansina, los pies henchidos, y el cerebro gastado llegaba cada día. Hasta que mágicamente la semilla llegó a mis manos. Y así empezamos. Ella comenzó a mostrarme el ciclo de la vida, del amor. Y luego se convirtió tallo, y luego una hoja y una flor, y el fruto. Y pude ver la vida en cada uno de sus momentos.  Y pude verme. Y luego siguió otra semilla y otra y otra…
La berenjena, con su flor lila, su hoja verde gordita. Me enseñó sobre sobre la vida, sobre la alimentación, sobre la belleza, sobre todo, y, lo más importante, sobre transformación.
El proceso de la transformación y de la aceptación y de la culminación. Todo comienza, camina, transcurre, vive, ama, olvida, llora, sufre, es feliz, y muchas cosas más y un día, termina. Y es así. Punto. 
Y entonces no pude dejar de sentir, de compartir todas estas sensaciones con mi huerta. Les parecerá una locura, ¿una obsesión tal vez? No, no, es una pasión. Porque me impulsa. Me anima. Me imagino que si tuviera que escribir un diálogo sería algo como esto:
                -¿Cómo pasaron la noche? –pregunto.
                -¿Cómo crees, si hace dos días que venis a alimentarte de todos nosotros, y te olvidaste de regarnos? Te dijeron que sin agua no vivimos…
                -¡No, perdón, es que estuve con mil cosas… Estoy terminando la novela.
                -¡Y a mí qué carajo me importa tu novela! –dijo el pimiento medio chamuscado-. ¡Sos egoísta! Ojalá pudiera salir de acá y llegar a tomar un poco de agua, pero, dependemos de vos.
                Me sentí mal, muy mal. Las relaciones no son así.   Y pensé, en todos ellos, allí, inmóviles, su vida. Los regué, mucho, con amor.
Esta es mi otra pasión, creo que toda pasión es lo que te impulsa, te enamora, te anima. También creo que hay que alimentarla. Y, como soy una exagerada, de esta hermosa pasión que es mi huerta, hice una historia de amor.


InspirARTE, Tema: Mi otra pasion. - Improvisacion de Marcelo Lopez y Enrique Llorens




Inspirarte
Marcelo Lopez
Enrique Llorens
Mi otra pasión

En el barrio los amigos eran fanáticos del fútbol, yo jugaba pero tampoco era algo que me divirtiera tanto. Patear, pateaba, cabecear de vez en cuando cabeceaba y correr, corría, eso si. Corría.
Terminabamos de jugar y ya planeábamos el partido que venia, el próximo desafío. Los de la otra cuadra, que eran compañeros del colegio, amigos fuera del potrero en ese caso eran enemigos acérrimos. Ellos, mis amigos, planeaban los partidos.
- ¿Vos estas el sábado no?
Yo asentia.
- Si, claro, estoy.
Y yo estaba, pero porque si, porque estaba con ellos y eso era suficiente.
Llegaba a casa y mi hermano tenia el televisor, el único televisor de la casa, en tiempos en que los televisores valían como autos y los autos como cosas que eran incomprables. Llegaba a casa y el televisor estaba en un partido cualquiera, de futbol, por supuesto. Flandria contra All Boys, Defensores de Belgrano contra La liga del norte y cosas asi. Yo pasaba de largo pero a la hora de la cena, cuando comíamos, el televisor seguía mostrándome el futbol. Podia ser cualquier cosa, mi hermano veía cualquier cosa que fuera una pelota rodando.
- ¿Cómo lo ves? Para mi un poco flojo el 7 de newells… sube mucho pero los centros que tira son horribles.
Masticaba un poco y le contestaba porque si no le contestaba… si no le contestaba lo tenia que escuchar horas y horas hablándome de formaciones, combinaciones, 4-4-2, 3-3-4, 4-2-4 y que se yo que mas.
-Si, es horrible, parece mentira que un tipo que vive de esto, que se pasa el dia pateando una pelota no pueda tirar un centro como la gente.
Ahí si mi hermano se callaba, un rato.
-¿jugas el sábado, no?
Ahora mi papa se metia.
-si, juego.
Contestaba y seguía comiendo.
Mi mama de futbol no hablaba, no hablaba de nada, en realidad hasta que fui bien grande no supe si mi mama no hablaba porque no quería o porque no sabia de futbol. Mi casa era futbol, futbol, futbol. Mi papa era futbol, trabajo, futbol, futbol. Mi hermano flotaba entre esos dos temas, con muy poco trabajo, mucho futbol y casi nada de juego. Mi hermano, un apasionado del futbol no lo jugaba. Preferia no hacerlo, ¿para que? Lo mejor del futbol es verlo, interpretarlo, entenderlo, porque ahí esta el verdadero conocimiento y capacidad. Jugarlo lo juega cualquiera, decía.
Terminabamos de comer y ahora el televisor me mostraba el entrenamiento de Rosario Central que se preparaba para jugar contra unos ignotos del Paraguay. Levantaba mi plato de la mesa y me iba arriba, a mi cuarto. Abajo seguía el futbol mi hermano opinando, mi papa explicando, mi mama muda.
Ahí arriba en mi habitación, al menos hasta que subiera mi hermano y me contara el gol aquel, el penal no cobrado, el offside que no fue, yo podía estar un poco con mis cosas, con mis ideas, con esas que me dejaban ser un poco yo.
El sábado siempre llegaba y yo armaba el bolso, pequeño bolso, canilleras que había heredado de mi hermano, camiseta usada del equipo de siempre, las medias buenas y las medias rotas, los botines gastados. Algo de plata para después y el convencimiento de que saliera como saliera el partido me importaba muy poco.
No me quedaban opciones, el futbol era una pasión que nos invadia, era algo que nos rodeaba y estaba dentro de todos nosotros, pero a mi me resultaba diferente. Yo jugaba pero porque si, lo mio era otra cosa, sin embargo jugaba.
-¿y como salieron? ¿Cómo jugaste? ¿Estaba Muñoz, el negro? Ese si que juega como la puta madre…
Ahí estaba mi hermano, desesperado, pegado al televisor, inmóvil, pero transpirando futbol, viviendo futbol.
-Ganamos. Jugue bien, que se yo…El negro es un choto, vive lesionado y se tironeo a los 20 minutos.
-Te dije, te dije… les iban a ganar, yo les tenia fe. Ustedes tienen buen equipo, el sapo, el trompo, Pablito, el pali, son grosos pero me parece que les haría falta un toque de orden mas…alguien que les de una forma de juego, un estilo…
El tipo, mi hermano, seguía hablando de lo mismo, dale que te dale.
Mejor contestarle sino…sino era imposible seguir viviendo.
-¿Por qué no venis vos un dia y nos ayudas?
-No se… puede ser.
- ¿Mejor porque no venis a jugar? siempre hace falta un buen cinco.
En general las conversaciones se terminaban ahí. El tipo era un apasionado del futbol pero cuando le hablabas de jugarlo no había forma, se acababa la conversación y se bloqueaba como un chico caprichoso al que le quitaron el juguete.
-Algun dia voy a ir y vas a ver.
Me iba arriba y entonces me metia en lo mio. Disfrutaba por un rato hasta que llegara la hora de comer y me encontrara abajo con mi papa. “ ¿Cómo jugaste? ¿Cómo salieron? ¿Estuvo duro? ¿Le pegaste a Saldaño como te dije?
Asi, una semana tras otra, los sábados futbol, los domingos futbol, los lunes, martes, miércoles, jueves y viernes…futbol. Yo arriba con lo mio, abajo con lo de todos. Mama muda, papa hablando, mi hermano hablando, el televisor jugando.
Nunca me voy a olvidar del dia en que volvi del partido, sábado 17 de octubre de 1984. Llegue a casa.
-¿Cómo jugaste? ¿Cómo salieron? ¿Estuvo el bañero? ese pega…
- Perdimos, jugué bien, de 4, el bañero no le pega a nadie, lo atendio Campos en un corner y termino con el tabique desviado.
Me fui hasta la escalera para subir y le dije de lejos, como al pasar.
-Estaba Liendo, el representante, me dijo que el lunes lo vea en el centro, me va a llevar a Independiente.
Se cayo un vaso, se hizo mil pedazos, lo escuche pararse y caminar hasta mi. Se paro al inicio de la escalera y lo mire desde el descanso de la escalera. Estaba transformado.
-¡no podes hacerme esto! Sos un hijo de puta…si a vos no te gusta el futbol, si jugas de compromiso, si no te importa…
Mi mama se acerco hasta nosotros, muda, como siempre. Nos miro, se hizo mas silencio y le dijo.
-Dejalo a tu hermano… a el no le importa el futbol ya sabes que lo suyo es la pintura…
- ¡Pero lo contrataron para jugar al futbol! – grito mi hermano.
- y bueno – siguió mi mama- al menos asi, yéndose a jugar al futbol, se va a poder escapar de esta familia de mierda…
La mire a mi mama, sacada, como nunca. Vino mi papa desde la cocina y como escucho un caos siguió derecho hasta el patio.
Los mire a todos desde la escalera sabiendo que irme a jugar al futbol por plata seria lo mejor que le podría pasar a mis pinturas.

jueves, 6 de diciembre de 2018

Presentacion InspirARTE Evento de Improvisacion literaria y pictorica simultanea


3 Escritores improvisando en tiempo real sobre un tema elegido por el público.
3 Pantallas que muestran lo que ellos escriben.
3 Pintores creando a partir de lo que va surgiendo en las pantallas.
1 Evento único

No podes perdertelo

Jueves 6 de Diciembre 19hs en Hotel Neper Select - Av Nepper 5698 - Córdoba

lunes, 17 de septiembre de 2018

¿Es importante saber lo que piensan los demás?


Hoy más que nunca creo que no. 
La lógica indica que para construir nuestras opiniones, relaciones y perfiles de consumidores en un negocio cualquiera,  si es importante saber lo que piensa los demás, lo que sienten los otros, pero en estas épocas de redes sociales y tecnología de las comunicaciones, grupos de whatsapp, facebook, instagram y twitter la sobreabundancia de opiniones ha desvirtuado todo.
Quiero reflexionar aquí no del conocimiento de las opiniones de grupos de consumidores ni potenciales clientes, quiero pensar sobre las relaciones interpersonales mas simples.
Antes de todos los espacios de “encuentro y relación” antes mencionados la comunicación con pares era uno a uno, a lo sumo se desenvolvía en pequeños grupos, pero siempre era de uno a otro, de uno a varios en un ámbito determinado y motivado por la curiosidad o la consulta o el devenir de una conversación. ¿Qué pensas de tal cosa? “Yo creo que esto es así…” y situaciones por el estilo. Distinto era el caso de oradores, políticos, comunicadores, que como hoy, tienen y tenían un espacio desde donde se “esperaba” de ellos una comunicación de sus pensamientos, opiniones y pareceres. Las redes sociales y los medios de comunicación instantáneos en un modo “grupal” han cambiado el paradigma llevándolo a un lugar en donde “todos tenemos derecho a expresarnos” sin importar lo que digamos y ahí creo que radica el inicio de mi reflexión. Es como si la disponibilidad del espacio nos pidiera a gritos que lo “llenemos”, esto no busca cuestionar el contenido de lo que cada uno opina sino que pretende analizar la importancia para el otro, el receptor involuntario, el que no consulto ni pidió saber. ¿Es necesario exponerse a recibir tanta información no deseada? Lo primero que viene como respuesta es que si “estas” en ese medio, red o grupo tenes que “aceptar” lo que “viene” en el. Ese razonamiento puede tener algún grado de razonabilidad, sin embargo no es completamente justo o correcto. Uno puede estar en una red o un grupo con el objetivo de participar en determinados aspectos, con foco en alguna actividad o “cosa” que lo justifique como amalgama pero eso no significa, o creo yo al menos, no implica que todo lo que circule allí sea atinado, procedente, inteligente ni esperable.
Para tratar de cerrar el concepto, creo que el mayor problema viene de parte de la sobreabundancia y la excesiva presión que el medio de comunicación ejerce y a la vez posibilita. La opción de opinar o dar a conocer un pensamiento no es obligatoria de por sí se presenta como un deber, como una necesidad innecesaria.
La cuestión se complica cuando nos invaden pensamientos, opiniones y pareceres sobre temas que nadie pidió. ¿Es realmente necesario que yo conozca el pensamiento de alguien respecto a un tema político o moral o hasta social en un grupo de whatsapp que no tiene ese fin inicial? ¿Es importante para mí el leer en un muro de facebook la problemática psicológica de alguien reflejada en su opinión sobre la situación económica, religiosa o política del mundo? ¿Para qué me sirve tener a mano, redes mediante, la ideología de una persona a la cual en otra circunstancia no le hubiera consultado jamás su posicionamiento frente a nada? Teclado mediante, pantalla de por medio la compulsión por dar una opinión sobre todo es, a veces, complicada de manejar. Hay quienes encuentran una forma de llevar adelante en equilibrio inestable eso y quienes sucumben a la creencia de que decirnos y contarnos cosas que jamás les consultaríamos es un derecho inalienable.
Sin lugar a dudas la información es hoy en este mundo mercantilizado y globalizado de acciones inmediatas, la mercancía, el bien más importante de que disponemos pero deberíamos analizar si todo lo que nos cruza es información, si todo lo que recibimos es pertinente y más aún hasta donde estamos dispuestos a “recibir” ese flujo de ideas, pensamientos, reenvíos y opiniones que nos llegan.
Debe haber un espacio intermedio en donde podamos “existir” sin estar expuestos a opiniones no solicitadas pero eso seguramente depende de quienes emiten y quienes reciben más que del medio mismo.
Incluso estas líneas, que nadie pidió, son una paradoja en sí mismas….

sábado, 13 de enero de 2018

Débito

1995. Sudáfrica, Johanesburgo
Llegando al aeropuerto sobre la hora para no perder el vuelo de regreso a Argentina
Entramos con el auto alquilado a la terminal y el marcador de la nafta acusaba que estábamos con la reserva… Salir a cargar combustible podía significar la pérdida del vuelo así que seguimos camino hasta la rentadora confiando en la buena voluntad de quien nos atendiera y la sonrisa que pudiéramos poner.
Llegamos. Un hombre alto y de piel muy oscura nos atiende. Revisa el auto para asegurarse de que todo está en orden.
Todo estaba en orden, excepto el combustible. Se suponía que debía llegar completo y no tendría más de 5 o 6 litros.
El tiempo para tomar el vuelo se dispersaba tan rápidamente que parecía no tener medida.
EL hombre sigue observando hasta llegar al tablero del vehiculo. Le da contacto girando la llave y la aguja acusadora se niega a ir mas allá de la línea roja que marca la diferencia entre tener y no tener…
- Falta combustible.
Digo que si con la cabeza y explico que si parábamos a cargar nafta no llegábamos a nuestro vuelo y que puestos en esa disyuntiva prefería volver a mi casa aunque tuviera que gastar los últimos billetes que nos quedaban.
Saca la llave y la aguja se desvanece hasta quedar tan horizontal como es posible.
Sale del auto y parado, mirándonos, con los papeles de nuestro contrato en una tableta plástica se queda en silencio.
- ¿De donde son?
Argentina contesto
El grandote sonríe y me da una palmada en el hombro.
- Vayan, vayan…no hay problema esta vez.
Nos quedamos mirando sin poder irnos, sin poder creerle. Pregunto porque mientras agradezco intentando que no se arrepienta.
- ¡Maradona! – responde.

Diego. 23 años después te sigo debiendo el tanque de nafta de un Nissan Sentra.

Crédito

Año 95, Sudáfrica, KwaZulu-Natal.
El apartheid ha muerto aunque muchos no se hayan enterado. La tensión se puede tocar con la piel al aire libre… Ahora somos todos iguales aunque hasta hace un par de años éramos tan distintos.
De todas formas los que ahora son iguales a los otros no lo son tanto. Se les nota mucho en la ropa, en sus trabajos, en sus casas de chapa y madera pero se les nota aun mas en la cara, en la piel, en los cuerpos y sobretodo en la mirada.
Jane y Zack, nuestros amigos Sudafricanos, nos cuentan en su casa de Ballito a unos cuantos kilómetros de Durban, lo que todos ya sabemos. Esos otros son vagos, son torpes, son limitados…y entonces hay que tenerles paciencia, ayudarlos con lo que se pueda y enseñarles a dar la pata y mantenerse callados. Jane y Zack son geniales, amables, muy buenos realmente, incapaces de hacer daño a algo o alguien pero también aprendieron que la gente es como ellos, como nosotros y los otros…
Hay dos jardineros que recortan el césped de un verde tan increíble que podría ser sospechoso de algún delito. Los dos recortan 500 metros cuadrados con las mismas tijeras que mi abuela usaba para cortar el hilo del carrete interno de la máquina de coser Singer a pedal. Una tijera de mano para cortar las imperfecciones del césped. Los miro trabajar un rato porque estoy esperando que me sorprendan y con una pinza de depilar saquen las malezas que molestan. No ocurre nada nuevo, siguen cortando. El más joven de los dos me pregunta de dónde somos. Argentina, respondo. Me confiesa que el año pasado estuvo llorando frente al televisor, lo cuenta con un sentimiento tan profundo que tengo miedo de que se corte un dedo o que, peor aún, recorte desparejo el césped.
- No pueden hacerle eso a Maradona – dice.
Le doy la razón. Una desgracia para nosotros, para nuestro equipo le digo.
Deja de cortar. EL hombre mayor, que debe ser su padre, lo mira desaprobando y sigue con la tijera de mano, tic,tic,tic.
- No fue justo… se robaron la ilusión. – agrega
Lo miro y pienso ¿La ilusión de quien? ¿Nuestra, Argentina, de salir campeones?  Y le pregunto.
- ¡Nuestra ilusión!... ¡Mi ilusión!... – el padre deja de cortar y se lo nota molesto, el hijo no solo no recorta el césped, tic,tic,tic sino que ahora habla en voz alta- la ilusión de que somos todos iguales.
Otra vez me quedo pensando. Pero mientras tanto le pediría prestada la tijera para cortar el pasto de ese parque enorme, tic,tic,tic, para que el padre deje de mirarlo amenazante y no sentirme culpable.
- Precisamente… Maradona es distinto… - Fue lo único que se me ocurrió decir como para dar una respuesta.
El muchacho volvió a inclinarse, arrodillado como estaba, y siguió tic,tic,tic emprolijando al milímetro el pasto más verde que vi jamás. En silencio lo seguí observando. ¿Se habría molestado? ¿La mirada del padre lo habría intimidado?
- Maradona es distinto y por eso hace que todos seamos iguales…- Me dijo y se paro. Era bastante más bajo de lo que parecía arrodillado en el suelo cortando los vellos verdes de ese parque.
EL padre se paro también. Ya no se escuchaba ningún tic,tic,tic- ¿Es que no lo comprenden?
Lo miré y no supe que decir. Verdaderamente no lo entendía. Mire a todos lados y no había nadie que pudiera ayudarme, explicarme, pensar conmigo. Solamente me encontré con la mirada del más viejo de los jardineros que seguís fija y dura como antes. La verdad no me lo imagino al Diego en cuclillas cortando el pasto con la tijera de mi abuela, ni pedaleando en la Singer. No sé si decírselo, no sé cómo puede tomarlo. “Sucede que no somos todos iguales”, me parece que merece una respuesta y entonces ensayo la que supongo más lógica.
- Mira…creo que no es así porque sucede que no todos somos iguales realmente… el, el… es diferente…
Otra vez la misma cara y ahora el padre que se acerca. Sería bueno que el muchacho se pusiera a cortar el pasto, podría pedirle la tijera yo y seguir arrodillado de cara al suelo tic,tic,tic mientras el piensa lo que le dije. No quiero tener problemas con Jane ni con Zack que son tan queribles.
- Maradona aprendió a jugar en una cancha de tierra, con una pelota rota, su casa se llovía con la lluvia y hervía con el sol, su ropa era poca, fea, pobre y rota… - me sorprendió interviniendo el padre en la conversación, cuando creí que iba a pedirme que desapareciera-  No tenia futuro, no tenía nada, como nosotros…
Lo mire a los ojos porque desde ahí me hablaba.
- Maradona, si no pateara una pelota, - continuo -  podría estar hoy con esta misma tijera, acá, cortando el césped más verde que ha visto, tic,tic,tic y todo tendría sentido… porque somos iguales… Nadie ha sido tan igual siendo tan distinto.

miércoles, 3 de enero de 2018

El Viento Cambio

Lo que había sido una leve brisa, casi un suspiro resbalando en la superficie del mar, intentando sin éxito levantar, empujar, los ínfimos granos de esa pesada arena blanca del caribe; ahora se había convertido en un consistente viento del oeste. El viento estaba empecinado en marcar presencia y dejar en claro que había llegado para cambiarlo todo.
El mar se había encrespado, las pinturas turquesas y celestes de sus aguas ya no reposaban suaves, ahora se salpicaban de crestas blancas que parecían las alfombras móviles de un sistema sin fin.
Nosotros hacíamos lo mismo de siempre. Mirábamos el mar, las gaviotas, algunos pelicanos, que hacían variar el espectáculo. No mucho más.
Mi amigo, Sergio, y yo estábamos estancados, inmóviles, imposibilitados por algún motivo extraño, de abandonar la isla donde habíamos aterrizado 20 días atrás. Habíamos llegado, cumplido los días que planeamos cuando proyectamos nuestro viaje pero aun hoy, cuando ya deberíamos habernos ido hacia mucho, seguíamos acostándonos con la promesa de que el siguiente seria nuestro ultimo día. Sin embargo nos levantábamos cada mañana como si nuestros cuerpos fueran de hierro y la isla un enorme y poderoso imán.
Todo en este viaje había sido un caos. Lo que había sido un recorrido por tres países, varias ciudades y los sitios arqueológicos más importantes de América había quedado sepultado bajo el influjo de una pequeña isla, un sol implacable y un mar encriptado en los tonos más creativos de la naturaleza.
Pido disculpas a quien lee por la digresión pero creo que es muy importante, siempre, conocer el contexto de lo que uno lee y más aun de lo que se dice.
Decía entonces que el viento cambio.
Nosotros, mi amigo Sergio y yo, estábamos en la playa viendo la gente pasar, quedarse, nadar, seguir camino. Sin embargo nos había atrapado la vista y la atención una mujer. Era joven, pero no tanto, posiblemente pareciera de menor edad (eso a juicio de Sergio), con una bikini blanca, el pelo negro, largo y un cuerpo perfecto. Siguiéndole los movimientos podía uno conocer como se movían los músculos más pequeños del cuerpo humano. Iba a la derecha y los muslos se tensaban y estiraban en movimientos perfectos, poniéndose levemente rectangulares cuando se tensionaban y redondos y hermosos al flexionarse. Lo mismo pasaba con sus hombros, sus nalgas o el movimiento particular de sus abdominales perfectamente marcados. Le hice un comentario al respecto a Sergio, innecesario, como era pedirle que se fijara en ella y me hizo notar, fastidiado, la presencia de su marido, su novio o su pareja. Un hombre que no parecía coincidir en nada con ella. Panzón, el pelo raleado, la piel ajada, la mirada triste, la sensación de no saber que hacia ahí y una malla blanca que le pasaba las rodillas, completando un cuadro desolador.
Seguramente tiene plata-dije- no hay otra explicación.
Un comentario sexista, discriminador, pero no por eso menos valido y que justificaba toda la inacción que nos mantendría donde estábamos.
Ella contradice tu teoría –continúe, mientras Sergio me miraba entendiendo que su postulado corría riesgo . Dudó un instante y lo defendió como pudo.
Es la excepción –dijo- que está confirmando la regla.
La regla, el postulado, la observación a la que Sergio se refería decía que el hotel de la isla, el que dominaba todo el sitio, no el que ocupábamos nosotros con nuestras extendidas y proletarias vacaciones sin final; sino el hotel donde estaban los turistas que importaban, los que tenían verdadero valor monetario y social, era “un colapso de gente fea y alcohólicos sociales”. Es importante notar que la realidad tiene tantas facetas como uno quiera encontrar y generalmente terminamos adaptándonos y aceptando lo que no podemos cambiar. Digo esto porque restringidos como estábamos en dinero, como ya comente, faltos de iniciativa para volver y empecinados en estirar esta vida de playa y sol habíamos encontrado en la simpatía de Sergio el mejor instrumento de supervivencia. Nunca fui alguien demasiado sociable, puedo ser amable, hasta entretenido a veces pero no me caracterizo por ser un cultor de las relaciones. Quedaba entonces la sonrisa de Sergio para conseguirnos el sustento diario. Mi amigo se pasaba buena parte del día conversando, riendo, tomando y comiendo de la mano de señoras mayores, solas, divertidas, borrachas, ricas y…feas, todo en ese estricto orden. La mayoría de las veces nos pasábamos el día rotando en esos grupos de mallas enterizas, pelos teñidos y billeteras flojas. Digo nos pasábamos porque la mayoría no hablaba castellano y Sergio no puede pronunciar nada en ingles sin producir un sonrisa en quien lo escucha. Entonces mis servicios de traductor hacían falta para redondear el sistema. La tarea no era placentera, aunque debo ser honesto y decir que de no ser por nuestro interés que teñía todo de un gris espeso podría aceptar de buena gana una conversación fortuita, en un tren, en un ómnibus o cualquier situación que me asegurara inicio y final, con cualquiera de esas señoras. Así estábamos entonces, con esa mezcla insípida de entretenedor y gigoló de playa con la que Sergio mantenía nuestra estadía y yo aceptaba, consciente de que prefería pagar el precio de no levantar demasiado la mirada antes que volverme.
El viento cambio, en eso estábamos, la mujer bonita, atractiva había absorbido la mirada de todos como si fuera una esponja y nuestros ojos dos gotas de agua.
El que suponíamos era el marido miraba, mientras, apoyado en la barra del bar de madera. Tomaba junto con un grupo de silenciosos y aletargados alemanes reticentes al sol. Estaban todos, eran unos 10, apostados junto al barman, pidiendo y tomando sin pausa. Como hacen las gentes que vienen de países de un frio intenso cuando llegan al trópico. Se acodan en la barra del bar, se cubren de protector solar y se dejan desaparecer entre la sombra y el vodka.
Seguramente tiene plata, no hay otra. Insistió Sergio.
Repentinamente el viento cambio de repente otra vez y las tablas que rústicamente hacían de alero del bar se desclavaron y como si fueran las aspas de un gran molino batieron hacia abajo golpeando a una señora de lentes que cayó al suelo, un hombre de barba que termino con la cabeza sangrando, a uno de los mozos que salvo su mano de milagro y a todos los demás que estaban allí sobre las maderas. Todos ellos estaban, en ese momento, junto al marido de la mujer esponja, todos sufrieron las consecuencias del cambio del viento y también la desgracia que eso trajo. Todos excepto él que seguía unos pasos más atrás mirando la escena y tomando inmutable lo que parecía ser un daiquiri.
Tiene mucha suerte– dije sin dejar de observar el destrozo que había producido el viento.
Si, también tiene eso… – respondió Sergio mientras se daba vuelta y recorría resignado por enésima vez el camino a la cancha de vóley por la arena. Lo seguí. Unos metros más allá nos cruzamos con dos alegres señoras danesas que nos sonrieron y nos invitaron a pasar por su sombrilla mas tarde. Caminamos un poco más hasta que nos detuvimos a la sombra fresca de una palmera enorme. Nos miramos y comprendimos que nunca tendríamos a la mujer esponja ni la plata ni la suerte de su marido. lo único que nos quedaba por hacer, era abandonar esa isla y dejar que el viento se llevara la pena que dábamos.