jueves, 18 de junio de 2009

Fragil

Si me hubieran dicho un tiempo atrás que estaríamos teniendo esta conversación no lo habría creído. Habíamos terminado de una manera extraña, los dos con cosas por decir que preferíamos mantener ocultas, los dos esperando que el otro dijera algo. Lo que ya sabíamos, de todas formas las culpas se repartían parejas y ambos teníamos tantas que ya no podíamos cargarlas.
Termine la discusión como siempre, sin empezarla siquiera. No hizo falta despedida aunque cruzamos saludos protocolares.
Entonces, después de todo este tiempo, me desconcertó que me llamara y me trajera de vuelta de un paseo mental por mis cosas por hacer en el que estaba enfrascado. La mire primero sin entender, todavía masticando alguna idea que trataba de no perder. Entonces no me quedo mas remedio que detenerme y preguntarle las formalidades de siempre. Las respuestas siempre venían acompañadas de una sonrisa y eso hizo que me mientras hablábamos no pudiera dejar de cuestionarme si era posible que la vida tuviera ese efecto en los rencores.
Me contó de su vida, los cambios, el trabajo, el futuro y a cambio le entregue la escasa información que me atrevía a revelarle; me di cuenta luego que probablemente mi mezquino comportamiento se debía a que simplemente no le creía.
Porque tanta sonrisa, porque tanta amabilidad, a que debíamos esa nueva y reluciente actitud? La respuesta supongo que estaba ahí dentro, en el mismo torbellino de cosas que me estaba contando, pero de tan rápido el giro no podía distinguirlo. Entonces cuando el intercambio de palabras, conceptos, refranes y deseos comenzó a morirse indefectiblemente cerré el dialogo entregando yo también una muestra de perdón y olvido. Hace unos días me acordaba de vos. Le dije. Podría haber esperado que me preguntara porque pero preferí obviar el tramite. No se como vino a mi cabeza algo relacionado a tu negocio. Agregué.
Entonces ella puso en su cara la sonrisa mas ancha que encontró y me dijo. No es mas mi negocio, me separé.
Del negocio? Pregunté.
De mi marido.
La conversación ya no tenía remedio, había naufragado en un mar de cuestiones que excedían lo que había sido un encuentro casual de dos personas que habían terminado lo suficientemente bien como para no odiarse pero lo suficientemente mal como para no hablarse mas. Entonces apure el elogio por la decisión y saludando apenas comencé a irme; como si estuviera cruzando un puente de cristal con zapatos de plomo…no quería quedarme del lado equivocado.