viernes, 18 de diciembre de 2009

Mujeres 2

Me llevo a una mesa contra la pared del fondo, debajo de un poster de Marilyn con su pollera revoloteando, alejada de las ventanas que daban a la calle. Trasladamos nuestras cosas a ese rincon como si estuviera obsesionada en que nadie nos escuchara. Devolvimos a su lugar las tazas y comenzo a contarme. Mientras ella explicaba, yo miraba las piernas del poster, una y otra vez, hasta la frontera que marcaban los aleteos de la tela. El bar eran unas 10 mesas redondas, nuevas, de color claro, con unos pies rectos que les marcaban el caracter, distribuidas simetricamente en un salon rectangular. Uno de los lados del bar daba a la calle empedrada por donde la gente iba y venia como si fuera el unico camino posible. Las paredes interiores se tapaban la verguenza con posters de clasicos del cine: Marilyn, Marlene, Sharon, Brigitte, Sofía e Isabel; todas de riguroso blanco y negro, mirando el futuro con ojos de rayos X, a salvo de los problemas, el tiempo, el olvido y la mala fama. Ella me explicaba sus cosas y yo no podía seguir el hilo de sus palabras, se me deshacian en los oídos y no retenía mas que pequeñas porciones de quejas de sus novios, los problemas con sus maridos, las alternativas en sus amigos y fundamentalmente explicaciones de sus fracasos. Vamos debajo de Sofía - le dije de repente- esta mujer (señale el poster de Marilyn) no me deja pensar. Levantó su taza sin quejarse y mientras seguía hablando (ahora en voz mas baja) caminamos hasta la mesa que estaba debajo de la foto de Sofía Loren. Nos recibió su foto con una piel vaporosa al cuello y la pierna flexionada apoyada en una banqueta,. Mientras apoyabamos las tazas, otra vez miré a Sofía y me sentí final e inexplicablemente cómodo, como cuando uno llega a su casa, a ese lugar donde puede ser quien realmente es sin esperar juicios ni veredictos de ningún tipo. Ahora podía escucharla con mas atención pero ella ya no podía volver atrás con su relato. Su historia era como un auto de carreras, había largado y no quedaba otra posibilidad que esperarlo en la próxima vuelta, y seguirlo de atrás. Veinte o treinta minutos después se calló repentinamente y fué como si se apagara el mar, como si un murmullo que uno cree eterno se terminara sin motivo aparente. La orfandad que abrió su silencio era horrible. Nos miramos y entendí, por lo que decían sus ojos, que ahora esperaba algo que yo no podía darle; una respuesta. Mientras la miraba fijo mis manos se movían, independientemente de mis pensamientos, y buscaban en la mesa las ideas que mi cabeza no podía encontrar en otro lugar. Comencé a sacudir intensamente un sobre de azúcar y busqué ayuda en los posters de las paredes. Desde la pared de enfrente, Marilyn me miraba, perdonando la traición ,y como con esas mujeres que son únicas en nuestras vidas sentí que no hacía falta que me disculpara, ni que me excusara, por haberla abandonado cambiandome de mesa, de foto y de actríz. Repentinamente, como en un flash, en los ojos claros de Marilyn encontré la respuesta que estaba buscando y que mi amiga imperiosamente necesitaba. Entonces, mirando a mi amiga a los ojos le dije: Sabes que pasa? Los hombres las preferimos rubias...

El Viaje

Había llegado hasta ahí después de pasarme horas mirando al sol derretirse sobre los campos, los árboles y las casas como si fuera un liquido viscoso escurriéndose a ese embudo gigante que es el horizonte, a través de las ventanas de un ómnibus.
Antes de venir estaba seguro de lo que estaba haciendo, pero ahora, mágicamente, con esa claridad inquietante que da la realidad; me daba cuenta de que en realidad, no sabía. Nada de lo que había imaginado ocurría, las cosas no eran como había imaginado, el mar no estaba donde me había prometido, el sol se había ido, la última luz colgaba de un alambre, ella estaba ahí pero claramente no era la misma. Estaba cambiada, desdibujada, una mueca de la alegría que no podía ocultar haber perdido. Me saludo como siempre pero distinto, plasticamente, irrealmente. Si solo pudiera torcer la curva del destino para que no encuentre siempre la misma recta al fracaso, pensé. Hablamos de nada que valiera la pena recordarse y cuando se distrajo un momento...escapé.
Caminando apurado hasta la estación de ómnibus, saltando charcos de la llovizna intensa, tipie en mi celular: No es que las palabras sobren, no alcanzan. Apreté "enviar".
La imaginé leyendo desde su celular. La imaginé llorando y asintiendo.
Prefiero seguir así, imaginándola