En la isla de Kampa terminé de confirmar que los nombres de las cosas y de los lugares no siempre significan lo que describen. Paso a explicarme. La isla, en Praga, la isla a orillas del Moldava, la isla de Kampa; no es una isla. Podría ser un apéndice de tierra que se asoma tímido al río o podría ser una pequeñisima península haciéndole cosquillas al cuerpo del moldava pero no…o mejor dicho…es todo eso pero la gente de Praga prefiere ignorar las razones y los nombres que la geografía presta y entender que Kampa es una isla.
Entonces volviendo de Stare Mesto (la ciudad vieja en Checo) por el mítico Puente de Carlos, después de haberlo recorrido 20 veces, y seguir haciéndolo, tomamos una pequeña escalera que baja a la izquierda del puente, un poco antes del final del puente sobre Mala Strana (barrio pequeño en Checo) para después de despistar los escalones cambiar de escenografía notablemente. Arriba, los turistas, la gente que va y viene, las fotos, los vendedores, los artesanos; todos en el Puente de Carlos. Aquí abajo algunos turistas, algunos curioseando como nosotros, algunos esperando la salida de los barcos que recorren el río y un sinnúmero de habitantes de Praga que salieron a encontrarse con el sol, que alto, invita y llama a ponerse bajo su melena dorada. A la derecha un gran parque, tan verde como el color resiste, enmarcado por enormes y frondosos árboles que no se resignan a quedarse quietos, un pequeño camino que serpentea, apenas, entre la gente. Algunos toman sol recostados en el césped, otros pasean sus perros, juegan con los niños, conversan, caminan y algunos… tienden la ropa que en el departamento no entra! El río moldava abraza la isla con un pequeño brazo que casi es un arroyo, sobre ese arroyo/río hay un antiguo molino de madera que gira empujado, todavía, por el agua que pasa. El molino esta totalmente restaurado y es el protagonista obligado de las fotos en el parque.
Del otro lado del parque, sobre el río, se suceden pintorescos y hermosos bares y restaurantes que son cita obligada para la noche que lo permite. Igualmente la tarde se prestó y de tan linda nos obligó a quedarnos en unas mesas pegadas al río. Obviamente el pedido es el obligatorio en Praga. Cerveza. El sol y la brisa lo hacen todo mas fácil y entonces entre el descanso y la cerveza la tarea consiste en observar los barcos que pasean por el Moldava, que lentos van y lentos vienen, la gente que viaja en ellos, los que pasean sobre el puente, los hermosos edificios del frente. El decorado es tan perfecto que hasta aparecen flotando elegantes tres enormes cisnes blancos. El bar restaurante que elegimos tenia algunas mesas sobre la margen del río y unas paredes enormes que lo enfrentaban, una pequeña puerta de dos hojas de madera y un interior para descubrir. El local sale al otro lado de la calle por un intrincado sendero de mesas, que son muchas. Hay que prestar atención a todos los cuadros colgados de las paredes, si uno se acerca puede ver una gran muestra de fotografías en blanco y negro de los efectos de una de las grandes inundaciones del Moldava sobre el mismo restaurante. Una manera un tanto extraña de exorcizar una desgracia.
Del otro lado del puente de carlos, en la misma Isla de Kampa, seguimos descubriendo bares, pubs y restaurantes contorneados en hermosas casas de estilo y las típicos negocios y teatros de marionetas. En eso estábamos, recorriendo y conociendo, pasando frente a una pequeña ´plaza cuando un detalle entre dos altas construcciones nos llamo la atención. Un curioso semáforo.que da paso a un largo y angostisimo pasillo que separa dos edificios bastante altos por apenas 1 metro y poco mas. El pasaje desciende y vamos a recorrerlo. Claro, el semáforo tiene sentido es que dos personas no pueden cruzarse allí. Esperamos que las personas que vienen subiendo hacia nosotros lleguen, el semáforo muestra su luz verde y entonces bajamos. Al llegar encontramos una hermosa terraza que da al río y pertenece al restaurante certovka, muy conocido en Praga, con restaurante, pub, cervecería y música en vivo. Los precios no son demasiado amistosos asi que sacamos fotos porque el lugar lo vale y entonces otra vez el curioso pasillo. Apretamos el botón que hay al comienzo de la subida y la luz del semáforo se pone en rojo. Subimos tranquilos, no habrá embotellamientos. Un poco mas allá de la plaza dando un quiebre a la derecha por la esquina llegamos al museo de kafka que antes que nada nos sorprende en el patio de ingreso con dos modernas esculturas móviles que representan a dos hombre enfrentados. Sus cinturas se mueven independientes pero la rareza radica en que están orinando…y mas raro aún los chorros del agua que juega a ser orina sube y baja, se sacude y se mueve como si fueran dos lúdicos artistas que trabajan con sus manos para darle vida a esos chorros.
La vuelta nos llevo otra vez al inicio del Puente de Carlos pero antes de subir no pudimos evitar tentarnos con una especie de factura típica de Praga que consiste en una masa con canela y azucar de unos 10 cm de ancho enrollada en un palo que se pone al fuego en unos pequeños hornos y después de unos minutos se convierten en un delicioso bocado que por 50 coronas vamos degustando mientras volvemos al hotel.
Esta entonces podría ser la pequeña historia de una isla que no es isla, pero decidió ser hermosa.