miércoles, 3 de enero de 2018

El Viento Cambio

Lo que había sido una leve brisa, casi un suspiro resbalando en la superficie del mar, intentando sin éxito levantar, empujar, los ínfimos granos de esa pesada arena blanca del caribe; ahora se había convertido en un consistente viento del oeste. El viento estaba empecinado en marcar presencia y dejar en claro que había llegado para cambiarlo todo.
El mar se había encrespado, las pinturas turquesas y celestes de sus aguas ya no reposaban suaves, ahora se salpicaban de crestas blancas que parecían las alfombras móviles de un sistema sin fin.
Nosotros hacíamos lo mismo de siempre. Mirábamos el mar, las gaviotas, algunos pelicanos, que hacían variar el espectáculo. No mucho más.
Mi amigo, Sergio, y yo estábamos estancados, inmóviles, imposibilitados por algún motivo extraño, de abandonar la isla donde habíamos aterrizado 20 días atrás. Habíamos llegado, cumplido los días que planeamos cuando proyectamos nuestro viaje pero aun hoy, cuando ya deberíamos habernos ido hacia mucho, seguíamos acostándonos con la promesa de que el siguiente seria nuestro ultimo día. Sin embargo nos levantábamos cada mañana como si nuestros cuerpos fueran de hierro y la isla un enorme y poderoso imán.
Todo en este viaje había sido un caos. Lo que había sido un recorrido por tres países, varias ciudades y los sitios arqueológicos más importantes de América había quedado sepultado bajo el influjo de una pequeña isla, un sol implacable y un mar encriptado en los tonos más creativos de la naturaleza.
Pido disculpas a quien lee por la digresión pero creo que es muy importante, siempre, conocer el contexto de lo que uno lee y más aun de lo que se dice.
Decía entonces que el viento cambio.
Nosotros, mi amigo Sergio y yo, estábamos en la playa viendo la gente pasar, quedarse, nadar, seguir camino. Sin embargo nos había atrapado la vista y la atención una mujer. Era joven, pero no tanto, posiblemente pareciera de menor edad (eso a juicio de Sergio), con una bikini blanca, el pelo negro, largo y un cuerpo perfecto. Siguiéndole los movimientos podía uno conocer como se movían los músculos más pequeños del cuerpo humano. Iba a la derecha y los muslos se tensaban y estiraban en movimientos perfectos, poniéndose levemente rectangulares cuando se tensionaban y redondos y hermosos al flexionarse. Lo mismo pasaba con sus hombros, sus nalgas o el movimiento particular de sus abdominales perfectamente marcados. Le hice un comentario al respecto a Sergio, innecesario, como era pedirle que se fijara en ella y me hizo notar, fastidiado, la presencia de su marido, su novio o su pareja. Un hombre que no parecía coincidir en nada con ella. Panzón, el pelo raleado, la piel ajada, la mirada triste, la sensación de no saber que hacia ahí y una malla blanca que le pasaba las rodillas, completando un cuadro desolador.
Seguramente tiene plata-dije- no hay otra explicación.
Un comentario sexista, discriminador, pero no por eso menos valido y que justificaba toda la inacción que nos mantendría donde estábamos.
Ella contradice tu teoría –continúe, mientras Sergio me miraba entendiendo que su postulado corría riesgo . Dudó un instante y lo defendió como pudo.
Es la excepción –dijo- que está confirmando la regla.
La regla, el postulado, la observación a la que Sergio se refería decía que el hotel de la isla, el que dominaba todo el sitio, no el que ocupábamos nosotros con nuestras extendidas y proletarias vacaciones sin final; sino el hotel donde estaban los turistas que importaban, los que tenían verdadero valor monetario y social, era “un colapso de gente fea y alcohólicos sociales”. Es importante notar que la realidad tiene tantas facetas como uno quiera encontrar y generalmente terminamos adaptándonos y aceptando lo que no podemos cambiar. Digo esto porque restringidos como estábamos en dinero, como ya comente, faltos de iniciativa para volver y empecinados en estirar esta vida de playa y sol habíamos encontrado en la simpatía de Sergio el mejor instrumento de supervivencia. Nunca fui alguien demasiado sociable, puedo ser amable, hasta entretenido a veces pero no me caracterizo por ser un cultor de las relaciones. Quedaba entonces la sonrisa de Sergio para conseguirnos el sustento diario. Mi amigo se pasaba buena parte del día conversando, riendo, tomando y comiendo de la mano de señoras mayores, solas, divertidas, borrachas, ricas y…feas, todo en ese estricto orden. La mayoría de las veces nos pasábamos el día rotando en esos grupos de mallas enterizas, pelos teñidos y billeteras flojas. Digo nos pasábamos porque la mayoría no hablaba castellano y Sergio no puede pronunciar nada en ingles sin producir un sonrisa en quien lo escucha. Entonces mis servicios de traductor hacían falta para redondear el sistema. La tarea no era placentera, aunque debo ser honesto y decir que de no ser por nuestro interés que teñía todo de un gris espeso podría aceptar de buena gana una conversación fortuita, en un tren, en un ómnibus o cualquier situación que me asegurara inicio y final, con cualquiera de esas señoras. Así estábamos entonces, con esa mezcla insípida de entretenedor y gigoló de playa con la que Sergio mantenía nuestra estadía y yo aceptaba, consciente de que prefería pagar el precio de no levantar demasiado la mirada antes que volverme.
El viento cambio, en eso estábamos, la mujer bonita, atractiva había absorbido la mirada de todos como si fuera una esponja y nuestros ojos dos gotas de agua.
El que suponíamos era el marido miraba, mientras, apoyado en la barra del bar de madera. Tomaba junto con un grupo de silenciosos y aletargados alemanes reticentes al sol. Estaban todos, eran unos 10, apostados junto al barman, pidiendo y tomando sin pausa. Como hacen las gentes que vienen de países de un frio intenso cuando llegan al trópico. Se acodan en la barra del bar, se cubren de protector solar y se dejan desaparecer entre la sombra y el vodka.
Seguramente tiene plata, no hay otra. Insistió Sergio.
Repentinamente el viento cambio de repente otra vez y las tablas que rústicamente hacían de alero del bar se desclavaron y como si fueran las aspas de un gran molino batieron hacia abajo golpeando a una señora de lentes que cayó al suelo, un hombre de barba que termino con la cabeza sangrando, a uno de los mozos que salvo su mano de milagro y a todos los demás que estaban allí sobre las maderas. Todos ellos estaban, en ese momento, junto al marido de la mujer esponja, todos sufrieron las consecuencias del cambio del viento y también la desgracia que eso trajo. Todos excepto él que seguía unos pasos más atrás mirando la escena y tomando inmutable lo que parecía ser un daiquiri.
Tiene mucha suerte– dije sin dejar de observar el destrozo que había producido el viento.
Si, también tiene eso… – respondió Sergio mientras se daba vuelta y recorría resignado por enésima vez el camino a la cancha de vóley por la arena. Lo seguí. Unos metros más allá nos cruzamos con dos alegres señoras danesas que nos sonrieron y nos invitaron a pasar por su sombrilla mas tarde. Caminamos un poco más hasta que nos detuvimos a la sombra fresca de una palmera enorme. Nos miramos y comprendimos que nunca tendríamos a la mujer esponja ni la plata ni la suerte de su marido. lo único que nos quedaba por hacer, era abandonar esa isla y dejar que el viento se llevara la pena que dábamos.