domingo, 3 de mayo de 2009

Jugado y sin fichas

En una reunión secreta entre el General Perón y quien escribe, se me encomendó trabajar sigilosamente en la posibilidad de encontrarle una salida al inicio de su regreso. El no quería volver pero los que vivían de el lo empujaban lentamente al precipicio y solo ellos tenían paracaídas. El lo sabía pero no podía mostrarlo, tenía el Perón personaje tan mezclado con el Perón de carne y hueso que a la luz del mediodía era imposible distinguirlos. Me llamo especialmente por mis condiciones de persona reservada y leal; pero mas que nada, me lo confesó después cuando ya habíamos fracasado, porque no creía que pudiera tener éxito.
Ahí estábamos los dos, en la puerta de Puerta de Hierro (valga la redundancia), en las afueras de Madrid. Era la primera vez que nos veíamos y cuando me dio la mano no pude mirarlo a los ojos. Ya pasaron más de 30 años pero todavía sigo cuestionándome el porqué. Me hizo pasar, ante la atenta mirada de Lopez Rega que ni siquiera se molestó en saludarme y siguió simulando que abría correspondencia.
Fuimos hasta su estudio y una vez que entré cerró la puerta detrás mío casi con urgencia y me dijo excusandose. Por Lopecito, vio...
Entendí la preocupación aunque me pareció extraño. Me senté en uno de los sillones de cuero marrón y mientras esperaba que empezara a contarme para que me había llamado hice un paseo, con los ojos, por más de 30 años de historia argentina. Las paredes estaban cubiertas de fotos, diarios, dedicatorias y testimonios que había rescatado de su exilio. Perón se sentó en su escritorio y mientras yo seguía mirando respondió la pregunta que tenía en mi cabeza como si me leyera la mente. Jorge Antonio recolectó todo en Buenos Aires y me lo mandó hasta acá, lo único que no pudo encontrar en el apuro fue una foto mía de las olimpiadas del 24 -hizo una pausa resignada como si esa imagen fuera mas importante que todo lo demás y siguió contando- demasiado hizo, siempre le voy a estar agradecido.
Nos quedamos en silencio un rato mirándonos, pero otra vez no pude sostenerle la mirada. Mientras prendía un cigarrillo empezó a contarme para que me había convocado. Un amigo de Jorge Antonio le había contado que me conocía, que sabía de alguno de los trabajos que había hecho para la gente de Rafael Caldera en Venezuela y para Diaz Ordaz en México. Mis antecedentes me mostraban como una persona de confianza extrema y él sabía con seguridad que al ser totalmente ajeno al círculo que lo rodeaba eso me mantendría a salvo de las presiones y totalmente enfocado en hacer fracasar a sus mas íntimos colaboradores. Con el tiempo aprendí a conocer esa cara fascinante del General. (Dígame General, me pedía cuando yo insistía en llamarlo Presidente)Tenía la facilidad de decirles que "si" a todos y terminar operando para que todo resultara en "no". Estuvimos conversando largo rato aunque sistemáticamente interrumpidos por Lopez Rega que no soportaba quedarse afuera de la conversación y buscaba excusas estúpidas para entrar y pescar alguna idea. El jardinero pregunta por las rosas de la entrada. Esta noche come acá? Va a necesitar el auto? No se olvide de tomar las pastillas... y montones de otras pavadas que ya no recuerdo. Yo era la persona que él necesitaba para que lo dejaran de molestar, si tenía éxito Perón seguiría su exilio en Madrid simulando querer volver, hasta que la muerte por fín lo liberara. Después de todo yo había trabajado para Caldera y Diaz Ordaz, me dijo; como si mis credenciales fueran mas que suficientes. Pero solamente les escribí sus discursos, expliqué tímidamente tratando de no crear falsas expectativas pero buscando ,al mismo tiempo, mantener el trabajo que me estaban encomendando. Perón simuló no escucharme y siguió adelante con su exposición, cerrándola abruptamente con una frase que todavía escucho cuando cierro los ojos: Ya no quiero que me jodan más!
El plan era que yo viajara a Argentina a obstaculizar uno a uno todos los intentos de su gente por traerlo de vuelta. Parecía fácil, pero a medida que me alejaba en el taxi empecé a entrar en pánico, comprendiendo que lo que me había pedido era casi imposible. Un hombre solo, un redactor de discursos y notas sueltas, intentando detener una inmensa ola de intereses y conveniencias. El fracaso esta asegurado. Perón lo sabe, pensé y eso me trajo por fín un alivio inmediato.

Buenos Aires estaba desierta. La mezcla de frío intenso y trasnoche la hacían esquiva. Llegué de Madrid y me tomé un taxi a un hotel modesto de Constitución. En la mañana vería como empezar a moverme, por lo pronto el tema dinero estaba solucionado; el General se había encargado de que algunos de los fondos que se movían para repatriarlo se desviaran ,paradójicamente, a mi causa; la de mantenerlo alejado.
El primer día en cumplimiento de la misión asignada por Perón me encontró sentado en el Tortoni garabateando ideas sin sentido, tratando de encontrar la punta de un ovillo esquivo. Cuando la tarde empezaba a caerse, imparable, sobre la Avenida de Mayo y el frío comenzaba a extenderse como una peste sin remedio, ya tenía un par de cosas en claro. Primero necesitaba asociarme con la gente que verdaderamente estaba resuelta a impedir que Perón volviera, después sería ideal que pudiera encontrar un espacio desde donde comunicar mis ideas, un espacio tan contrario a Perón que me aceptara sin condicionamientos.

Mediante los oficios ingeniosos de mi tío Jesús, anarquista a pesar de su cristiano bautismo ,me reuní con la mano derecha del General Lanusse con la idea de explicarle mi propósito; esperando que me ayudaran y al mismo tiempo yo pudiera colaborar con ellos. Si el plan de mi tío Jesús funcionaba, mi mensaje pasaría directo de Lanusse a Onganía, que en definitiva era el único que decidía.
Nos reunimos en la estación de subte debajo del obelisco. Cuando Jesús me dijo adonde me habían citado supuse que era una broma pero como mientras pasaban los segundos y su cara no dejaba el gesto amargo que tenía siempre, no tuve más remedio que creerle. Esperaba que me citaran en Casa de Gobierno, en el Círculo de Oficiales, en algún lugar importante…no en una popular estación de subte. Le expliqué a Jesús. A mi no me digas nada, son militares y para colmo de males… argentinos. Me respondió y cortó el teléfono. Me quede con el tubo en la mano y la decepción en la cabeza. Esta misión, mi misión, no iba a resultar fácil.
12.30 hs, el reloj marcando con precisión y yo parado en el cruce mismo de los tres niveles, inmóvil como una columna de la estación misma, esperando. Recuerdo como si fuera ayer que vi a quien sería mi primer contacto con el gobierno de Onganía subiendo las escaleras de la línea A tapado hasta los ojos con una bufanda a cuadros verde y azul. Aunque sin uniforme igualmente se podía intuir que su vida pasaba por los cuarteles. Avanzó hacia mi, resuelto, como si ya nos conociéramos de antes. Nos saludamos y le comenté con franqueza mi desconcierto por el lugar de nuestra reunión. Mejor así, es un tema de seguridad y de todas formas yo solo cumplo ordenes. Dió la explicación que podía darme y borró el tema de la lista de asuntos a conversar conmigo. Me puse a explicarle sintéticamente cual era mi objetivo y fundamentalmente a darle las razones por las cuales ellos, el Gobierno, debían apoyarme. Por más que exagerara las ideas y los gestos no lograba inmutarlo ni arrancarle al menos una pista de lo que estaba pensando mientras me escuchaba. Termine de contarle todo, incluso de inventar algunas cosas, como que Isabelita me había confiado personalmente que a Perón le quedaban apenas meses de vida y que lo mejor era hacerle pensar que estábamos actuando para que no volviera pero que ella igual quería traerlo a Buenos Aires y cosas por el estilo. Después de mis palabras sobrevino un silencio prolongado y sombrío hasta que el Capitán Zuviría, así se llamaba, me puso la mano en el hombro y me invitó a tomar un capuchino.
Salimos a la superficie y caminamos unos metros hasta un bar de diagonal norte. Nos sentamos al lado de la vidriera, fue idea suya, y pidió dos capuchinos. No se molesto siquiera en preguntarme si era lo que yo quería tomar, tampoco me animé a decirle que prefería un té. Me trataba por mi apellido, remarcando con energía la “p”. Me parece interesante lo que me cuenta pero le voy a confesar algo como para que no se desanime ni se sienta defraudado. Lo escuché y sin poder superar la ansiedad le rogué que me explicara. Diga Capitán, diga.
Zuviría tomó un sorbo del capuchino y se quemó los labios. Insultó bajo y mientras se limpiaba con la servilleta me dijo. No podemos ayudarlo. Si el gobierno actúa para que Perón no vuelva y la jugada nos sale bien estamos complicados, me entiende? Lo miré un instante y le aseguré que no comprendía. Tanta historia respecto a prohibirlo, tanta cosa con su imagen, su nombre y sus seguidores, tanto odio, ahora eso con sus palabras no tenía sentido.
El Capitán Zuviría me miro fijo y cerró el tema diciendo. Si se sabe que Perón no vuelve, mejor dicho, si nos pasamos de rosca con la campaña nos quedamos sin enemigo, entiende? Y que hacemos con nuestra causa si no tenemos enemigo a quien combatir, enemigo a quien culpar por los defectos propios y ajenos? Esos idiotas que lo quieren traer de vuelta nos hacen un favor con cada bomba que ponen, con cada panfleto que imprimen. Me sigue? Mientras nosotros controlemos a esos grupos y mientras ellos imaginen siempre a Perón con un pié en el avión de regreso, seguimos en carrera. Entiende? Mi cara no lo demostraba pero si había entendido. El tema era bastante mas complejo de lo que creía y la explicación que daba Zuviría me dejó sin ideas y sin fuerzas para seguir escuchando.
Zuviría se levantó y antes de irse me dijo con el mismo tono marcial que, supongo, usaría con sus reclutas. No tocó el capuchino. Tómelo, hágame caso. Lo miré irse, desde la mesa junto a la vidriera, y aunque no me gustaba el capuchino no me animé a desobedecerlo y me lo tome de un solo trago.


Deambule por distintos despachos durante los días siguientes sin encontrar nada que me sirviera al propósito con que me había comprometido. Me entreviste con más gente de la que recordaba haber visto en todos mis años de vida anterior al encargo de Perón. Sin embargo a medida que los escuchaba se me hacía cada vez más claro que ya a nadie le interesaba el Perón Presidente, ya no habría plazas pidiendo su venida, ya no habría gente esperando su llegada. A todos les interesaba el Perón Personaje, a unos para que los validara ante los otros, a esos otros para que neutralizara a los primeros, a algunos mas para que les devolviera los negocios que habían perdido…al gobierno para que nadie abriera los ojos. Me di cuenta ,mientras tomaba un te con leche en un bar de mala muerte frente a tribunales, que sin haber empezado a hacer nada ya había fracasado. Se me escapó la azucarera que explotó en el piso y ,como si fuera una visión liberadora, la última ficha cayó en mi cabeza y completo el rompecabezas que venía armando. La puta madre dije, el mozo vino rápido con la escoba y barrió el desastre que había dejado. La puta madre repetí absorto en mis conclusiones mientras el tipo me miraba como diciendo “ya fue suficiente”. Busque un lápiz del saco y sobre una servilleta arme la secuencia.
-Perón no quiere volver pero no puede decirlo.
-El Gobierno no quiere que Perón vuelva pero tampoco quiere que los peronistas se den por vencidos.
-Los peronistas antiguos esperan que vuelva para devolverlos a los espacios que les arrebataron los militares.
-Los peronistas mas jóvenes lo quieren de vuelta para que les de su bendición y la posta del poder.
-Los peronistas fundamentalistas no saben realmente si quieren a Perón de vuelta, al menos no al Perón de hoy, pero tampoco quieren a los otros peronistas ni al gobierno de turno y el único que puede desalojarlos es el propio Perón.
-Lopez Rega lo quiere de vuelta porque así podrá alcanzar sus objetivos mas oscuros.
-Isabel quiere que vuelva porque Lopecito le tiró las cartas y la convenció de que sería la próxima Eva.
-Perón sabía que si estiraba lo suficiente la locura, se saldría, una vez más, con la suya. No le quedaba mucho hilo en el carretel y ,según su punto de vista, los actores de esta comedia no estaban a la altura del director.
La conclusión era desoladora, el viejo Perón estaba completamente solo en medio de una muchedumbre que tiraba de los piolines de su voluntad tratando de llevarlo para su lado. A nadie le importaba su opinión realmente y todos, en mayor o en menor medida, creían que tenían cerca el objetivo por el que venían trabajando. Sin embargo el mismo General administraba con dosis justas los éxitos y los fracasos de cada grupo, conciente de que en todos los que lo rodeaban tenía los virus asesinos de una enfermedad que lo estaba comiendo, una enfermedad que se alimentaba de avaricia, de frustraciones, de odio y revancha.
Esa noche me fui directo al hotel y en cuanto apoyé la cabeza en la almohada me dormí profundamente. Me despertó el murmullo de la Estación Constitución a las 6 de la mañana. Todavía estaba oscuro y en apenas unos segundos todas las ideas y conclusiones que había sacado la noche anterior se me cayeron encima otra vez. Salí a la calle, el frío de julio me acribillaba el pijama debajo del saco, busque un teléfono público y sin importarme la hora lo llamé. Me pareció que, misteriosamente, me atendía él y ante mi pregunta, buscando asegurarme si mi oído estaba en lo correcto, pronunció mi apellido remarcando con fuerza la “p”. Le explique todo de un solo tirón, me dejó hablar y cuando me quedé sin palabras me dijo: Antes que nada, muchas gracias amigo. Cuando venga por acá, otra vez, no deje de visitarme. Ahora bien, sobre estos problemas que usted me comenta, sobre este enjambre de moscas que me persiguen… ya lo sabía y lo sé todo; pero aunque estoy cansado no me queda otra que seguir jugando. Invente un juego, puse las reglas, dibuje el tablero, repartí las fichas y ahora, ahora… todos creen que aprendieron a jugar! …soy el General Juan Domingo Perón carajo!. Hizo una pausa larga, tomando aliento de nuevo y comenzó a despedirse con una frase de esas que hacían tan jugosas sus charlas. Vaya amigo, invente su propio juego y póngase a jugar, que la vida es eso y no mucho mas…porque de todas formas, nadie, nunca..., gana siempre. Cortó y me quede con el tubo en la mano. La gente que buscaba el tren de las 6.35 me esquivaba como podía. Caminé de nuevo al hotel con el viento helado cortándome la cara. Pensé en un te con leche y 2 mediaslunas con grasa. Pensé en que pronto sería de día. Pensé en mi destino y me tragué la sensación amarga de saber el final de la película y no poder escaparme del cine.