El
aire apenas se movía, casi no había viento, ni un suspiro que hiciera correr
los pensamientos. Era una brisa suave pero constante que soplaba discreta hacia
la ciudad, matizando el calor del sol que estaba ya en retirada.
Parado sobre la Via Mura podía ver a lo lejos como se recortaba la silueta del
castillo sobre el cielo apenas oscurecido. El mar se movía tranquilo a la
izquierda y en todo el resto de la imagen el paisaje, seco, agresivo,
encantador, de Sicilia lo cubría todo. La piel de piedra de la ciudad se debatía
en esos tonos anaranjados que me habían apasionado desde el primer atardecer,
tres días atrás.
Como cada día, desde que el destino y el ferry me depositaran en el puerto,
caminaba a la hora señalada a la Muralla para asistir al duelo arreglado entre
el sol y las estrellas. El sol moría inevitablemente, o se dejaba morir, como quería
el poeta de vino tinto en botella sin marca que cruce ahí mismo, en la arcada
de piedra con la reja a medio abrir, la primera tarde.
Esta muerte es la única que tiene sentido, me dijo.
relatos cortos, historias, ideas, pensamientos, cuentos, breves
sábado, 27 de diciembre de 2014
martes, 2 de septiembre de 2014
Writer
Me levante pensando en un sueño que había tenido, era una
historia genial para una nueva novela. Anote algunos detalles, imágenes que
recordaba, diálogos incluso. Ansioso y excitado por las ideas que me
bombardeaban me hice un café, pensando en lo que estaba por venir, el potencial
de la historia, como eran los personajes, lo que vendría después. Me vestí, mientras
me cepillaba los dientes agregué dos frases al papel que había usado como anotador
“tantas noches pasaron frente a la pared esperando que cayera y entonces,
rebelde y desesperado, apague mi cigarrillo contra los ladrillos y me fui”.
Busque las llaves de la casa, la libreta grande donde siempre anoto todo, la lapicera negra y el papel que contenía la nueva historia y todas mis esperanzas. Abrí la puerta de casa sonriendo, finalmente tenía algo que servía. Me cegó el sol de la calle, el calor de la mañana me abrazo sacudiéndome el sueño que conservaba pegado a la piel.
Caminé hasta la esquina, la misma esquina de siempre, con mi cabeza llena de ideas burbujeantes, salpicando ideas, diálogos, secretos, rostros y nuevos personajes.
Crucé la calle y mientras caminaba sentí que nuevamente todo tenía sentido. Busque el papel con mis anotaciones, lo desdoble y dándole una mirada de reojo esquive dos chicos en bicicleta que venían por la vereda. EL pensamiento que venía creciendo en mi cabeza con esos últimos pasos se hizo gigante y me di cuenta entonces de lo que tenía entre las manos. Lo hice un bollo, apretado, y lo tire en el basurero mientras pasaba a su lado.
Busque las llaves de la casa, la libreta grande donde siempre anoto todo, la lapicera negra y el papel que contenía la nueva historia y todas mis esperanzas. Abrí la puerta de casa sonriendo, finalmente tenía algo que servía. Me cegó el sol de la calle, el calor de la mañana me abrazo sacudiéndome el sueño que conservaba pegado a la piel.
Caminé hasta la esquina, la misma esquina de siempre, con mi cabeza llena de ideas burbujeantes, salpicando ideas, diálogos, secretos, rostros y nuevos personajes.
Crucé la calle y mientras caminaba sentí que nuevamente todo tenía sentido. Busque el papel con mis anotaciones, lo desdoble y dándole una mirada de reojo esquive dos chicos en bicicleta que venían por la vereda. EL pensamiento que venía creciendo en mi cabeza con esos últimos pasos se hizo gigante y me di cuenta entonces de lo que tenía entre las manos. Lo hice un bollo, apretado, y lo tire en el basurero mientras pasaba a su lado.
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