Había llegado hasta ahí después de pasarme horas mirando al sol derretirse sobre los campos, los árboles y las casas como si fuera un liquido viscoso escurriéndose a ese embudo gigante que es el horizonte, a través de las ventanas de un ómnibus.
Antes de venir estaba seguro de lo que estaba haciendo, pero ahora, mágicamente, con esa claridad inquietante que da la realidad; me daba cuenta de que en realidad, no sabía. Nada de lo que había imaginado ocurría, las cosas no eran como había imaginado, el mar no estaba donde me había prometido, el sol se había ido, la última luz colgaba de un alambre, ella estaba ahí pero claramente no era la misma. Estaba cambiada, desdibujada, una mueca de la alegría que no podía ocultar haber perdido. Me saludo como siempre pero distinto, plasticamente, irrealmente. Si solo pudiera torcer la curva del destino para que no encuentre siempre la misma recta al fracaso, pensé. Hablamos de nada que valiera la pena recordarse y cuando se distrajo un momento...escapé.
Caminando apurado hasta la estación de ómnibus, saltando charcos de la llovizna intensa, tipie en mi celular: No es que las palabras sobren, no alcanzan. Apreté "enviar".
La imaginé leyendo desde su celular. La imaginé llorando y asintiendo.
Prefiero seguir así, imaginándola
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