Vibracion, sonido y el teléfono que reclamaba mi atención. Decidi seguir un
poco mas sin mirarlo, no estaba a gusto, nunca podría en ese clima, pero de
alguna forma me sentía obligado a descargar la bronca que Jaako me había hecho
pasar en su departamento.
Los autos silenciosos iban y venían. Algunas personas insistían como yo en enfrentar el aire libre, todos con mucho menos abrigo por supuesto. Pase un negocio de comidas rápidas que estaba repleto de gente en perfecto orden y por un momento entendí cual era el problema de este lugar. La falta de espacio, sin lugar a dudas, no hablo de un espacio físico, que también podría ser un inconveniente. Me refiero a carecer de espacio en la mente, en el sentido y en el comportamiento para el desorden y el imprevisto. No es solo el frio, comprendí. Hay algo peor que ponerse tres pares de medias y aun no sentir los pies, hay algo más paralizante que no sentir las manos y dejar las ganas en un placard. Contra la perfección no hay antídoto. Todas las piezas, la gente, de ese puzzle inmenso en movimiento, encajan perfectamente, no hay roces, no hay rebordes, las piezas no se gastan de rasparse una con otra. Me pare a ver. No había nadie parado afuera esperando entrar, no quedaba nadie por salir. El movimiento fluia como si desde arriba alguien se ocupara de apretar botones que alternadamente lanzaban caminantes en ambos sentidos. La cola en cada una de las dos cajas abiertas era perfecta, sin amigos agregados, sin otros sumados a un costado que pudieran poner en peligro la estabilidad planificada. La tristeza me invadió de pronto y estuve a punto de perder una lágrima. El mundo se quedara sin futuro cuando las piezas que no encajan, los cuadrados que hacen saltar engranajes, los rebordes que no se dejan achatar dejen de existir, pensé. “La revolución es un sueño eterno” escribió Rivera y comprendí que es cierto. En su libro Castelli espera la muerte mientras sigue soñando y preguntándose al mismo tiempo qué pasó con ese sueño. En Helsinki, en este mundo, en este día, el sueño de la revolución próxima debe ser no encajar, no completar la fila, desafiar los bordes que igualan y entender que solo desobedeciendo se puede avanzar. Si hay una esperanza en el mundo no está en ser perfectos ni eficientes, la salvación posible es una gran explosión que todo lo cuestiona.
Otra vez el teléfono, un sonido, una vibración. Lo saque del bolsillo. Eran dos mensajes de Alejandro con las fotos que le había pedido. Idrissa, el niño que apadrinaba mi amigo se parecía demasiado a Jawara, el chico que apadrinaba mi madre.
Bloquee la pantalla del Smartphone. Mire una vez más las filas perfectas y armónicas del local que tenía en frente. La revolución debe ser un sueño eterno.
Seguí camino buscando un lugar donde el frio no me hiciera pensar tanto.
Los autos silenciosos iban y venían. Algunas personas insistían como yo en enfrentar el aire libre, todos con mucho menos abrigo por supuesto. Pase un negocio de comidas rápidas que estaba repleto de gente en perfecto orden y por un momento entendí cual era el problema de este lugar. La falta de espacio, sin lugar a dudas, no hablo de un espacio físico, que también podría ser un inconveniente. Me refiero a carecer de espacio en la mente, en el sentido y en el comportamiento para el desorden y el imprevisto. No es solo el frio, comprendí. Hay algo peor que ponerse tres pares de medias y aun no sentir los pies, hay algo más paralizante que no sentir las manos y dejar las ganas en un placard. Contra la perfección no hay antídoto. Todas las piezas, la gente, de ese puzzle inmenso en movimiento, encajan perfectamente, no hay roces, no hay rebordes, las piezas no se gastan de rasparse una con otra. Me pare a ver. No había nadie parado afuera esperando entrar, no quedaba nadie por salir. El movimiento fluia como si desde arriba alguien se ocupara de apretar botones que alternadamente lanzaban caminantes en ambos sentidos. La cola en cada una de las dos cajas abiertas era perfecta, sin amigos agregados, sin otros sumados a un costado que pudieran poner en peligro la estabilidad planificada. La tristeza me invadió de pronto y estuve a punto de perder una lágrima. El mundo se quedara sin futuro cuando las piezas que no encajan, los cuadrados que hacen saltar engranajes, los rebordes que no se dejan achatar dejen de existir, pensé. “La revolución es un sueño eterno” escribió Rivera y comprendí que es cierto. En su libro Castelli espera la muerte mientras sigue soñando y preguntándose al mismo tiempo qué pasó con ese sueño. En Helsinki, en este mundo, en este día, el sueño de la revolución próxima debe ser no encajar, no completar la fila, desafiar los bordes que igualan y entender que solo desobedeciendo se puede avanzar. Si hay una esperanza en el mundo no está en ser perfectos ni eficientes, la salvación posible es una gran explosión que todo lo cuestiona.
Otra vez el teléfono, un sonido, una vibración. Lo saque del bolsillo. Eran dos mensajes de Alejandro con las fotos que le había pedido. Idrissa, el niño que apadrinaba mi amigo se parecía demasiado a Jawara, el chico que apadrinaba mi madre.
Bloquee la pantalla del Smartphone. Mire una vez más las filas perfectas y armónicas del local que tenía en frente. La revolución debe ser un sueño eterno.
Seguí camino buscando un lugar donde el frio no me hiciera pensar tanto.
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