sábado, 13 de enero de 2018

Débito

1995. Sudáfrica, Johanesburgo
Llegando al aeropuerto sobre la hora para no perder el vuelo de regreso a Argentina
Entramos con el auto alquilado a la terminal y el marcador de la nafta acusaba que estábamos con la reserva… Salir a cargar combustible podía significar la pérdida del vuelo así que seguimos camino hasta la rentadora confiando en la buena voluntad de quien nos atendiera y la sonrisa que pudiéramos poner.
Llegamos. Un hombre alto y de piel muy oscura nos atiende. Revisa el auto para asegurarse de que todo está en orden.
Todo estaba en orden, excepto el combustible. Se suponía que debía llegar completo y no tendría más de 5 o 6 litros.
El tiempo para tomar el vuelo se dispersaba tan rápidamente que parecía no tener medida.
EL hombre sigue observando hasta llegar al tablero del vehiculo. Le da contacto girando la llave y la aguja acusadora se niega a ir mas allá de la línea roja que marca la diferencia entre tener y no tener…
- Falta combustible.
Digo que si con la cabeza y explico que si parábamos a cargar nafta no llegábamos a nuestro vuelo y que puestos en esa disyuntiva prefería volver a mi casa aunque tuviera que gastar los últimos billetes que nos quedaban.
Saca la llave y la aguja se desvanece hasta quedar tan horizontal como es posible.
Sale del auto y parado, mirándonos, con los papeles de nuestro contrato en una tableta plástica se queda en silencio.
- ¿De donde son?
Argentina contesto
El grandote sonríe y me da una palmada en el hombro.
- Vayan, vayan…no hay problema esta vez.
Nos quedamos mirando sin poder irnos, sin poder creerle. Pregunto porque mientras agradezco intentando que no se arrepienta.
- ¡Maradona! – responde.

Diego. 23 años después te sigo debiendo el tanque de nafta de un Nissan Sentra.

Crédito

Año 95, Sudáfrica, KwaZulu-Natal.
El apartheid ha muerto aunque muchos no se hayan enterado. La tensión se puede tocar con la piel al aire libre… Ahora somos todos iguales aunque hasta hace un par de años éramos tan distintos.
De todas formas los que ahora son iguales a los otros no lo son tanto. Se les nota mucho en la ropa, en sus trabajos, en sus casas de chapa y madera pero se les nota aun mas en la cara, en la piel, en los cuerpos y sobretodo en la mirada.
Jane y Zack, nuestros amigos Sudafricanos, nos cuentan en su casa de Ballito a unos cuantos kilómetros de Durban, lo que todos ya sabemos. Esos otros son vagos, son torpes, son limitados…y entonces hay que tenerles paciencia, ayudarlos con lo que se pueda y enseñarles a dar la pata y mantenerse callados. Jane y Zack son geniales, amables, muy buenos realmente, incapaces de hacer daño a algo o alguien pero también aprendieron que la gente es como ellos, como nosotros y los otros…
Hay dos jardineros que recortan el césped de un verde tan increíble que podría ser sospechoso de algún delito. Los dos recortan 500 metros cuadrados con las mismas tijeras que mi abuela usaba para cortar el hilo del carrete interno de la máquina de coser Singer a pedal. Una tijera de mano para cortar las imperfecciones del césped. Los miro trabajar un rato porque estoy esperando que me sorprendan y con una pinza de depilar saquen las malezas que molestan. No ocurre nada nuevo, siguen cortando. El más joven de los dos me pregunta de dónde somos. Argentina, respondo. Me confiesa que el año pasado estuvo llorando frente al televisor, lo cuenta con un sentimiento tan profundo que tengo miedo de que se corte un dedo o que, peor aún, recorte desparejo el césped.
- No pueden hacerle eso a Maradona – dice.
Le doy la razón. Una desgracia para nosotros, para nuestro equipo le digo.
Deja de cortar. EL hombre mayor, que debe ser su padre, lo mira desaprobando y sigue con la tijera de mano, tic,tic,tic.
- No fue justo… se robaron la ilusión. – agrega
Lo miro y pienso ¿La ilusión de quien? ¿Nuestra, Argentina, de salir campeones?  Y le pregunto.
- ¡Nuestra ilusión!... ¡Mi ilusión!... – el padre deja de cortar y se lo nota molesto, el hijo no solo no recorta el césped, tic,tic,tic sino que ahora habla en voz alta- la ilusión de que somos todos iguales.
Otra vez me quedo pensando. Pero mientras tanto le pediría prestada la tijera para cortar el pasto de ese parque enorme, tic,tic,tic, para que el padre deje de mirarlo amenazante y no sentirme culpable.
- Precisamente… Maradona es distinto… - Fue lo único que se me ocurrió decir como para dar una respuesta.
El muchacho volvió a inclinarse, arrodillado como estaba, y siguió tic,tic,tic emprolijando al milímetro el pasto más verde que vi jamás. En silencio lo seguí observando. ¿Se habría molestado? ¿La mirada del padre lo habría intimidado?
- Maradona es distinto y por eso hace que todos seamos iguales…- Me dijo y se paro. Era bastante más bajo de lo que parecía arrodillado en el suelo cortando los vellos verdes de ese parque.
EL padre se paro también. Ya no se escuchaba ningún tic,tic,tic- ¿Es que no lo comprenden?
Lo miré y no supe que decir. Verdaderamente no lo entendía. Mire a todos lados y no había nadie que pudiera ayudarme, explicarme, pensar conmigo. Solamente me encontré con la mirada del más viejo de los jardineros que seguís fija y dura como antes. La verdad no me lo imagino al Diego en cuclillas cortando el pasto con la tijera de mi abuela, ni pedaleando en la Singer. No sé si decírselo, no sé cómo puede tomarlo. “Sucede que no somos todos iguales”, me parece que merece una respuesta y entonces ensayo la que supongo más lógica.
- Mira…creo que no es así porque sucede que no todos somos iguales realmente… el, el… es diferente…
Otra vez la misma cara y ahora el padre que se acerca. Sería bueno que el muchacho se pusiera a cortar el pasto, podría pedirle la tijera yo y seguir arrodillado de cara al suelo tic,tic,tic mientras el piensa lo que le dije. No quiero tener problemas con Jane ni con Zack que son tan queribles.
- Maradona aprendió a jugar en una cancha de tierra, con una pelota rota, su casa se llovía con la lluvia y hervía con el sol, su ropa era poca, fea, pobre y rota… - me sorprendió interviniendo el padre en la conversación, cuando creí que iba a pedirme que desapareciera-  No tenia futuro, no tenía nada, como nosotros…
Lo mire a los ojos porque desde ahí me hablaba.
- Maradona, si no pateara una pelota, - continuo -  podría estar hoy con esta misma tijera, acá, cortando el césped más verde que ha visto, tic,tic,tic y todo tendría sentido… porque somos iguales… Nadie ha sido tan igual siendo tan distinto.

miércoles, 3 de enero de 2018

El Viento Cambio

Lo que había sido una leve brisa, casi un suspiro resbalando en la superficie del mar, intentando sin éxito levantar, empujar, los ínfimos granos de esa pesada arena blanca del caribe; ahora se había convertido en un consistente viento del oeste. El viento estaba empecinado en marcar presencia y dejar en claro que había llegado para cambiarlo todo.
El mar se había encrespado, las pinturas turquesas y celestes de sus aguas ya no reposaban suaves, ahora se salpicaban de crestas blancas que parecían las alfombras móviles de un sistema sin fin.
Nosotros hacíamos lo mismo de siempre. Mirábamos el mar, las gaviotas, algunos pelicanos, que hacían variar el espectáculo. No mucho más.
Mi amigo, Sergio, y yo estábamos estancados, inmóviles, imposibilitados por algún motivo extraño, de abandonar la isla donde habíamos aterrizado 20 días atrás. Habíamos llegado, cumplido los días que planeamos cuando proyectamos nuestro viaje pero aun hoy, cuando ya deberíamos habernos ido hacia mucho, seguíamos acostándonos con la promesa de que el siguiente seria nuestro ultimo día. Sin embargo nos levantábamos cada mañana como si nuestros cuerpos fueran de hierro y la isla un enorme y poderoso imán.
Todo en este viaje había sido un caos. Lo que había sido un recorrido por tres países, varias ciudades y los sitios arqueológicos más importantes de América había quedado sepultado bajo el influjo de una pequeña isla, un sol implacable y un mar encriptado en los tonos más creativos de la naturaleza.
Pido disculpas a quien lee por la digresión pero creo que es muy importante, siempre, conocer el contexto de lo que uno lee y más aun de lo que se dice.
Decía entonces que el viento cambio.
Nosotros, mi amigo Sergio y yo, estábamos en la playa viendo la gente pasar, quedarse, nadar, seguir camino. Sin embargo nos había atrapado la vista y la atención una mujer. Era joven, pero no tanto, posiblemente pareciera de menor edad (eso a juicio de Sergio), con una bikini blanca, el pelo negro, largo y un cuerpo perfecto. Siguiéndole los movimientos podía uno conocer como se movían los músculos más pequeños del cuerpo humano. Iba a la derecha y los muslos se tensaban y estiraban en movimientos perfectos, poniéndose levemente rectangulares cuando se tensionaban y redondos y hermosos al flexionarse. Lo mismo pasaba con sus hombros, sus nalgas o el movimiento particular de sus abdominales perfectamente marcados. Le hice un comentario al respecto a Sergio, innecesario, como era pedirle que se fijara en ella y me hizo notar, fastidiado, la presencia de su marido, su novio o su pareja. Un hombre que no parecía coincidir en nada con ella. Panzón, el pelo raleado, la piel ajada, la mirada triste, la sensación de no saber que hacia ahí y una malla blanca que le pasaba las rodillas, completando un cuadro desolador.
Seguramente tiene plata-dije- no hay otra explicación.
Un comentario sexista, discriminador, pero no por eso menos valido y que justificaba toda la inacción que nos mantendría donde estábamos.
Ella contradice tu teoría –continúe, mientras Sergio me miraba entendiendo que su postulado corría riesgo . Dudó un instante y lo defendió como pudo.
Es la excepción –dijo- que está confirmando la regla.
La regla, el postulado, la observación a la que Sergio se refería decía que el hotel de la isla, el que dominaba todo el sitio, no el que ocupábamos nosotros con nuestras extendidas y proletarias vacaciones sin final; sino el hotel donde estaban los turistas que importaban, los que tenían verdadero valor monetario y social, era “un colapso de gente fea y alcohólicos sociales”. Es importante notar que la realidad tiene tantas facetas como uno quiera encontrar y generalmente terminamos adaptándonos y aceptando lo que no podemos cambiar. Digo esto porque restringidos como estábamos en dinero, como ya comente, faltos de iniciativa para volver y empecinados en estirar esta vida de playa y sol habíamos encontrado en la simpatía de Sergio el mejor instrumento de supervivencia. Nunca fui alguien demasiado sociable, puedo ser amable, hasta entretenido a veces pero no me caracterizo por ser un cultor de las relaciones. Quedaba entonces la sonrisa de Sergio para conseguirnos el sustento diario. Mi amigo se pasaba buena parte del día conversando, riendo, tomando y comiendo de la mano de señoras mayores, solas, divertidas, borrachas, ricas y…feas, todo en ese estricto orden. La mayoría de las veces nos pasábamos el día rotando en esos grupos de mallas enterizas, pelos teñidos y billeteras flojas. Digo nos pasábamos porque la mayoría no hablaba castellano y Sergio no puede pronunciar nada en ingles sin producir un sonrisa en quien lo escucha. Entonces mis servicios de traductor hacían falta para redondear el sistema. La tarea no era placentera, aunque debo ser honesto y decir que de no ser por nuestro interés que teñía todo de un gris espeso podría aceptar de buena gana una conversación fortuita, en un tren, en un ómnibus o cualquier situación que me asegurara inicio y final, con cualquiera de esas señoras. Así estábamos entonces, con esa mezcla insípida de entretenedor y gigoló de playa con la que Sergio mantenía nuestra estadía y yo aceptaba, consciente de que prefería pagar el precio de no levantar demasiado la mirada antes que volverme.
El viento cambio, en eso estábamos, la mujer bonita, atractiva había absorbido la mirada de todos como si fuera una esponja y nuestros ojos dos gotas de agua.
El que suponíamos era el marido miraba, mientras, apoyado en la barra del bar de madera. Tomaba junto con un grupo de silenciosos y aletargados alemanes reticentes al sol. Estaban todos, eran unos 10, apostados junto al barman, pidiendo y tomando sin pausa. Como hacen las gentes que vienen de países de un frio intenso cuando llegan al trópico. Se acodan en la barra del bar, se cubren de protector solar y se dejan desaparecer entre la sombra y el vodka.
Seguramente tiene plata, no hay otra. Insistió Sergio.
Repentinamente el viento cambio de repente otra vez y las tablas que rústicamente hacían de alero del bar se desclavaron y como si fueran las aspas de un gran molino batieron hacia abajo golpeando a una señora de lentes que cayó al suelo, un hombre de barba que termino con la cabeza sangrando, a uno de los mozos que salvo su mano de milagro y a todos los demás que estaban allí sobre las maderas. Todos ellos estaban, en ese momento, junto al marido de la mujer esponja, todos sufrieron las consecuencias del cambio del viento y también la desgracia que eso trajo. Todos excepto él que seguía unos pasos más atrás mirando la escena y tomando inmutable lo que parecía ser un daiquiri.
Tiene mucha suerte– dije sin dejar de observar el destrozo que había producido el viento.
Si, también tiene eso… – respondió Sergio mientras se daba vuelta y recorría resignado por enésima vez el camino a la cancha de vóley por la arena. Lo seguí. Unos metros más allá nos cruzamos con dos alegres señoras danesas que nos sonrieron y nos invitaron a pasar por su sombrilla mas tarde. Caminamos un poco más hasta que nos detuvimos a la sombra fresca de una palmera enorme. Nos miramos y comprendimos que nunca tendríamos a la mujer esponja ni la plata ni la suerte de su marido. lo único que nos quedaba por hacer, era abandonar esa isla y dejar que el viento se llevara la pena que dábamos.