El 9 estaba esperando el centro en el medio del área, se empujaban fuerte con el defensor que intentaba marcarlo y no dejar que cabeceara. En la esquina uno de los jugadores esperaba el momento exacto para patear el corner que llevara el embrujo de conectar una trayectoria incierta con la cabeza de un compañero, para cambiar la trayectoria y el destino de esa pelota. Claro que ese destino podía tener dos finales, el fracaso indecente de la pelota que se va afuera o la gloria y el recuerdo perenne del gol convertido. Así estaban las cosas en medio de ese partido tan peleado. El 0 a 0 era un hecho pero al mismo tiempo todos sabíamos que el final de ese equilibrio frágil estaba escrito.
En el área los empujones seguían siendo los protagonistas, el arquero esperaba en la línea e imaginaba los trayectos posibles del corner por venir.
Desde la esquina salió disparada al corazón del área esa flecha convertida en pelota, subiendo primero en un arco perfecto para caer precisa sobre el campo de batalla que estaba frente a los tres palos. El arquero de ellos salió a cortar el centro pero no pudo evitar que la pelota lo pasara. Sus ojos mostraban que el error estaba cometido y que la inercia de su salto hacia imposible volver atrás sus movimientos, hacían predecir con claridad que vendrían movimientos espasmódicos de sus brazos y un insulto último antes de caer al piso sin nada entre las manos. La predicción que vi al asomarme a sus ojos se cumplió certera y desde atrás de la defensa rival pude llegar corriendo y cambiar el rumbo inexpresivo de ese corner decadente por la gloria de un gol convertido. Después vinieron los gritos, los abrazos y el reconocimiento de los míos. Las miradas vengativas y los insultos por lo bajo de los otros.
Puse la pelota de nuevo en el medio, como un gesto de buena voluntad pero mas como una señal clara de que ya nada cambiaria el rumbo que había tomado ese partido.Otra vez rodó la pelota de pie en pie hasta que sucedió lo impensado. El cielo dejo claro que no tenía sentido seguir jugando cuando ya estaba decidido quien ganaría esa tarde. Soltó de una vez el festejo húmedo de millones de gotas enormes y de un momento a otro la cancha desapareció bajo el agua. Levante la vista agradeciendo el gesto y cerré los ojos para ver de nuevo el gol que había convertido. La lluvia seguía cayendo y estaba casi solo ya. Baje la vista buscando la salida y escuche los gritos de mi mama que me llamaba desde abajo del paraguas al otro lado de la calle.
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