Entre una y otra cosa habíamos conversado durante mas de una hora. Empezamos en la posibilidad de iniciar un proyecto juntos y terminamos en que la ensalada de rucula y zanahorias es el equilibrio perfecto de sabores. No muy amargo, no muy dulce. No hubo demasiadas posibilidades de que profundizáramos en las razones que nos habían puesto frente a frente en una pequeña mesa redonda con la excusa de dos cortados y sus vasos de soda (grande).
Esperaba que me contara el porque de la reunión, aunque ya sabía que seguramente era algo relacionado a un nuevo emprendimiento que tenía en mente. Se lo había comentado a mi hermana y por esas cosas del destino y de la poca confidencialidad que caracteriza a las mujeres de mi familia, me había enterado. No se lo dije para no hacerle perder la ilusión de que lo que iba a decirme era una sorpresa.
Después de una hora larga, como ya comente, trate de llevar la conversación al lugar que debería haber tenido desde el principio. Fundamentalmente porque desde que habíamos llegado espiaba la hora en su reloj, que era deportivo y con números enormes. De esa forma sabía la hora, cuanto tiempo me quedaba y no daba lugar a la grosería de estar mirando mi reloj constantemente. Así fue como en la parte en que me explicaba porque la zanahoria rinde mas rallada que cortada juliana lo detuve y le pedí. Walter, hermano, porque no conversamos de lo que se supone venimos a hablar porque en un rato tengo que irme…tengo el auto en el parquímetro y antes de irme a casa es imprescindible que pase por el negocio…a cerrar. Varias excusas siempre son mas difíciles de rebatir que una solitaria asi que en ese camino estuvieron dirigidas mis palabras.
Si…si tenes razón, disculpame, es que viste cuando la charla se pone buena, uno empieza en una cosa y termina…en cualquiera. Mirá te llame porque hace un tiempo que estoy pensando en que necesito confiarle a alguien algo que me va a permitir liberarme, sacarme un peso de encima, bah…y bueno pensé que por ahí vos que sos amigo desde hace tanto tiempo eras la persona en quien me podía apoyar…no?. Asentí con la cabeza y los ojos como para no dejar dudas y el siguió con su monologo. Concretamente quería decirte que ya lo tengo decidido, en septiembre viajo a chile, para la operación de cambio de sexo. Ya está te lo dije, me siento mejor. Gracias por escuchar!!
Fueron demasiadas cosas de una sola vez. Walter estaba delirando o eso parecía pero lo que mas bronca me daba era que lo que estaba escuchando no era lo que mi hermana me había dicho. No supe como manejarlo en ese momento asi que me quede callado mientras Walter me miraba esperando palabras que no me salían. Finalmente le dije que lo iba a pensar, vería que podía hacer y le comentaría. Saque un billete de 20 pesos, lo puse junto a mi taza y huí. A las dos cuadras me alcanzó la vergüenza y empecé a preguntarme que había hecho, si era correcto, si no había exagerado, como enfrentaría la próxima vez que nos viéramos cara a cara. Lo pensé demasiado creo, porque mientras sacaba el auto del lugar donde lo tenía estacionado le hice una raya del largo completo de las dos puertas con un cartel que ofrecía copias de llaves. No lo comente en casa, ni a lo del rayón en el auto ni a la conversación con Walter. Comí en silencio contestando a todos con interjecciones y cuando termine me zambullí cobardemente en la cama.
Me puse a ver televisión tratando de distraerme pero sonó el teléfono. Desesperado y gritando proclame mi desaparición de mi casa y un paradero desconocido con horario de probable regreso igualmente incierto. No esta, no se donde fue, no sabría decirte a que hora vendrá; fueron las explicaciones que escuche dar a Cintia. Si... le digo, agregó. Era Walter, que lo llames cuando vuelvas!. Las palabras tan temidas fueron pronunciadas y como si en ese momento ingresara en una pendiente sin fin que irremediablemente terminaba en el infierno entre en pánico. Fingiría una enfermedad altamente contagiosa o quizás fuera mejor pretender que había perdido el oído y que eso me llevaba por momentos a perder la cordura y el equilibrio. También pensé en fingir una muerte próxima, en explicar mi actuación con el simple pretexto de la depresión, pero nada me parecía lo suficientemente sólido como para sostener la parodia. No podía comentárselo a Cintia, después de todo el era su hermano y tarde o temprano le contaría. Preferí guardar silencio y bajar hasta la cocina a tomar un whisky que me noqueara y me ayudara a perder la conciencia. Después del segundo whisky no solo no había perdido la conciencia sino que estaba cada vez más angustiado y tuve una idea que en ese momento, alcohol mediante, me pareció fantástica. Perdería la memoria, le pediría a Javier, mi médico, un certificado que mostrar y fingiría no recordar nada de lo que había escuchado ni del papelón que había hecho. Finalmente me pude ir a dormir.
Como sucede siempre con las ideas y proyectos que se arman de noche, la luz del sol tiene la maldita costumbre de aflojarle los cimientos a esa obra perfecta de la elucubración nocturna. En la mañana me desperté con la misma angustia y un dolor de cabeza que no me dejaba pensar en nada, absolutamente. Cintia se preocupo por mi comportamiento tan extraño y errático, dijo. Usando una palabra que yo no sabía que ella conociera. No le contesté, no podía decir nada simplemente porque no era posible explicar mi actitud pero, con seguridad, era más difícil aún, comentarle a Cintia lo que había escuchado de Walter.
Estuve toda la semana con una molestia en el pecho que no me dejaba respirar, con dolor de estomago y convertido en un huraño, finalmente el sábado tuve una idea que me pareció coherente y en ese mismo instante la puse en práctica. Marqué el número de Walter y cuando me atendió no le di tiempo a decirme nada, solo lo cité para media hora después en la entrada del supermercado.
Esperé y mientras pasaba el tiempo pensaba una y otra vez en mi plan hasta que deje de hacerlo porque cada segundo que pasaba sumaba una faceta negativa a mi, antes, brillante idea. Cuando lo vi estacionar su auto me contracture por completo y creí que no podría moverme, hablar, o siquiera seguir respirando; pero lamentablemente seguí vivo para escucharme decir lo que dije. Me saludo como si no hubiera problema alguno y se quedó esperando lo que yo tenía para decirle. Pasaron segundos que como siempre en estos casos se sienten como si fueran horas y mientras tomaba las llaves del auto en la mano derecha y las sacaba del pantalón, listo para huir nuevamente, le dije: Walter… no te pongas demasiadas tetas
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