Había algo en él, algo que hacia que nosotros fuéramos distintos, no porque fuésemos menos sino porque inequívocamente ,él… era mas. Ahí estaba la clave como para que pudiéramos compartir sus proyectos e ideas sin sentirnos parte de una comparsa. Eso para mí era lo más importante porque si bien estaba inmerso en una organización tan vertical que a veces asfixiaba con él podía sentirme parte de algo en lo que yo también podía opinar.
Eran casi las 8 de la noche ese día cuando me encontré frente a frente con Gimenez, un soldado morochito que venía del chaco y no quería volverse porque había conocido las tres comidas diarias y el cepillo de dientes. Nos encontramos a mitad de camino entre el casino de oficiales y el puesto de guardia.
Lo vió? – me preguntó- recién estuvo y charlamos un rato, se acordaba de mi apellido y me preguntó si en el Chaco hacia este frío.
Gimenez estaba asombrado y me contaba la anécdota como si hubiera tenido la oportunidad de hablar con Dios. Era cierto, por otra parte, que no le pasaba todos los días que alguien de rango superior se acordara de su nombre y menos aún de su procedencia, más aún teniendo en cuenta que por sus facciones era un auténtico coya y no un hombre del litoral.
No, no lo ví. Para donde se fue? Le pregunté como si verdaderamente no estuviera interesado. Señalo le casino y cuando me fui pude ver que me seguía con la vista como si me encaminara a un encuentro cumbre donde un mortal como él no podía siquiera soñar estar.
En el casino estaban todos menos él. Nadie lo había visto entrar pero un par aseguraban que lo reconocieron a través de las ventanas cuando pasaba por el costado del edificio. Fui hasta el baño y me cercioré que así fuera. No estaba, parecía cierto entonces que después de saludarlo al tal Gimenez había pasado, sin detenerse, por el casino. Cuando ya estaba saliendo de nuevo al parque me tomo de un brazo el Teniente Randazzo. Me miró fijamente y solo me soltó cuando lo tomé con la otra mano y le puse la suya, con la que me estaba tomando, de vuelta junto a su cuerpo. Entonces me dijo. Disculpame, no me di cuenta. – y siguió hablando como si mi perdón estuviera garantizado- Vos lo estas buscando? Pasó por afuera y siguió para la enfermería, me parece. Y estudiando mi reacción se sintió en confianza como para preguntarme. En que andan? Yo puedo ayudar, sabes? Lo seguí mirando a los ojos unos segundos. Miré a los costados buscando posibles testigos y me acerque despacio a su oreja derecha. Estamos por voltear al gobierno, le dije y lentamente me retiré hacia atrás. Sonrió sin creerme, sonreí también yo. Lo palmee en el hombro y me escapé lo mas rápido que pude. Afuera la noche había llegado y un viento helado lo recorría todo haciéndolo áspero y un poco más duro que de costumbre.
El camino a la enfermería era una callecita asfaltada y con poca iluminación. El dibujo gris serpenteaba entre unos pinos enormes y al final se veía el edificio blanco que uno imaginaba un oasis en esa noche polar. Llegué a la puerta y golpeé un par de veces mientras me frotaba las manos tratando de recuperar algo de sensibilidad. Se escuchaban ruidos metálicos, pequeños sonidos de objetos que se chocaban y después el ruido de muebles que se arrastraban por el piso de mosaicos. La espera hacia mas difícil soportar el frío y volví a golpear con un poco menos de consideración. Mientras esperaba encontré el timbre en la pared pero le faltaba el botón. No tuve respuesta una vez más y dejando de lado cualquier rastro de consideración y educación me ensañe con la puerta obstinado en que me abrieran o la voltearía. Golpee y golpee, con las manos y también con los pies hasta que en medio del lío que había armado escuché que desde adentro me pedían paciencia.
Esperé y el frío se ensañó de nuevo con mis manos y mi cara. Tratando de encontrar alguna forma de que el marco de la puerta me protegiera del viento me puse de espaldas, bien pegado contra la puerta. En eso estaba cuando abrieron y me quede sin apoyo atrás.
Me saludo sorprendido un enfermero que tenia el pelo revuelto y los ojos desacomodados por la sorpresa. Lo miré preguntando que pasaba ahí dentro y no pudo explicarme nada coherente. Lo poco que entendí tenía que ver con el fútbol. Lo hice a un lado tratando de hacerlo sentir más incómodo aún. Mientras avanzaba por el pasillo empecé a ver camillas amontonadas, escritorios y sillas apilados en una oficina pequeña. Pasé la puerta y lo que debía ser la sala de espera estaba convertida en un salón vacío. Al fondo, contra un ventanal enrejado cinco muchachos más, entre enfermeros y médicos estaban parados mirándome fijamente esperando que hiciera mi movida.
No hay trabajo esta noche o en vez de entrar al hospital me fui al gimnasio? Pregunte.
Nadie habló, apenas unos movimientos absurdos, como si pudieran esconderse o explicar lo inexplicable. El enfermero que me había abierto y me seguía desde atrás se animó a hablar. Mas que nada por el frío, empezamos tratando de calentarnos y se fue haciendo mas y mas…- caliente. Agregué. Se miraron entre ellos y sin mirarlos me di vuelta y los amenacé con notificar todo a menos que hicieran lo que iba a pedirles.
En la enfermería no lo habían visto, en el fragor del partido de fútbol probablemente se había cansado de golpear y nadie lo había atendido. Perdíamos el tiempo con este grupo de irresponsables pero para algo iban a servir después. Los asusté un poco más y les dejé las instrucciones precisas. El enfermero que me había atendido fue tomando nota de todo lo que dije hasta que me dí cuenta, le arrebate el papel y me lo guardé en el bolsillo del sobretodo.
Si se enteran de esto en Buenos Aires voy a saber quienes son los buchones. Les dejé esa frase como para que la tuvieran en sus cabezas como una señal de peligro marcada a fuego.
Salí otra vez al viento miserable y me puse en camino a los dormitorios. Estaban detrás del hospital y quizás al no encontrar nadie que le abriera la puerta había seguido camino hasta allí. El camino estaba demarcado con ligustrines bajos y perfectamente simétricos demostrando el poco vuelo creativo y las limitaciones de quienes lo habían recortado.
En unos minutos estuve frente a la puerta y esperé a cerciorarme de que nadie me viera. Cuando estuve seguro, abrí la puerta y entré. No es que adentro estuviera cálido pero el solo hecho de no tener que soportar el viento me arrancó una sonrisa y se llevó también los botones del sobretodo. Las luces estaban prendidas a medias. Uno de los pabellones estaba iluminado mientras que el otro tenía todas las luces apagadas pero se robaba el reflejo que entraba por una de las puertas. Camine despacio, inconscientemente, como si estuviera preparándome para una sorpresa. A medida que iba acercándome al final del pasillo comencé a oir voces que venían de las duchas. Me acerqué mas despacio aún para confirmar que quienes estaban allí no eran parte del enemigo. Hablaban de la conveniencia de que se hiciera presente al otro día en Campo de Mayo, la mayoría no encontraba una razón para que la visita no se hiciera pero él parecía no estar convencido. Sabiendo que estaban reunidos los personajes que había salido a buscar, recompuse mi paso y decidido entre en escena. Al escuchar mis pasos se sorprendieron y se quedaron mudos repentinamente. Me miraron todos juntos como quien esta mirando la muerte a la cara. Las miradas me pararon en seco y no tuve mejor idea que sonreir. Dos o tres me trataron de pelotudo y se volvieron a seguir el debate. El coronel me vió llegar y me hizo un lugar en la banqueta donde estaban sentados. Los escuché atentamente un rato más sin atreverme a aportar nada, ya los había asustado lo suficiente.
Había pasado casi una hora y todos seguían discutiendo sin llegar a ponerse de acuerdo. Yo seguía escuchando y el Coronel se mantenía al margen fumando tranquilo. Cada tanto les decía que él haría lo que se decidiera allí ,que solo era, circunstancialmente, la cara visible de un movimiento que no conocía de hombres ni de fronteras. Los adulaba un poco y retomaban la discusión envalentonados. Esa era una de sus virtudes, agrandar boludos. Con la última pitada del cigarrillo pidió permiso para dar una idea y nos llenó del humo espeso de sus cigarrillos negros. Iría a Campo de Mayo porque era lo que hacía falta para precipitar las acciones que se venían. Si estábamos decididos a actuar ese era el momento. Teníamos que mostrar que la carrera había empezado y que nosotros estábamos dispuestos a ganarla. Terminó la frase y nos miro desafiante. Seguro de que estaba haciendo historia. Lo escuchamos atentos y todos estuvimos de acuerdo, por supuesto. Estuvimos conformes con la idea y Sauchelli quedo a cargo de los preparativos para el día siguiente. Nos saludamos y nos pusimos de acuerdo pra salir de a pares buscando no despertar sospechas.
La salída del Coronel a Campo de Mayo estaba prevista a las 6 de la mañana. Puse el despertador a las 5 aunque cuando sonó hacía rato que estaba despierto. Di tantas vueltas en la cama que casi estaba mareado. Las dudas me habían torturado toda la noche y me estaba cayendo a pedazos. Salí al pasillo de las habitaciones tratando como siempre de que nadie me viera, llegué hasta el telefono que estaba junto a la puerta de entrada. Dejé pasar a dos soldados de guardia que me saludaron somnolientos y marque el numero de la casa del Coronel. Mientras marcaba pensé en que podía despertarlo pero su voz me dejó claro que compartíamos el insomnio.
Me atendió firme y amable como siempre. No hizo falta que le dijera quien era pero si le extraño mi llamado. Fui directo al grano porque no tenía espacio para maniobras extrañas ni convenciones protocolares. Coronel. No vaya a Campo de Mayo. Lo están esperando para terminar con usted y con el proceso que lanzamos.
No tuve respuesta por un minuto larguísimo y al final de la agonía me dijo. Me imaginaba, sabe? No me pregunte porque. Pero me lo imaginaba. Se lo agradezco amigo.
Colgó y me dejó con el teléfono en la mano y el ánimo por el piso.
Esa fue la primera vez que no pude matar a Perón.
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