miércoles, 1 de julio de 2009

Ella, desde la ventana

La miraba sin poder evitarla por la secreta razón de no querer hacerlo. De tanto mirarla aprendí a escucharla sin que me hablara. Y así fue como descubrí que detrás de esa mujer no había nada. Aunque parecía segura de todo, desde la vereda del frente que dan las palabras, se la veía con la consistencia de una nube que amenaza llover. No se lo dije nunca, por respeto, seguramente me lo negaría con la cabeza, pero el corazón se le habría saltado traidor.
Ahí estaba, siempre, avanzando a pesar de todo, con la firme convicción que da el no querer que mañana sea como hoy. Como hace uno cuando las cosas no salen como planea? Al principio se empecina pero después, seguramente, cambia de planes hasta lograr que las rectas se crucen y en un punto determinado lo que nos pasa ya esta previsto.
Alguna vez conversamos y cambiamos ideas como si fueran figuritas. Me prometía cosas que aprendí a no esperar que se cumplieran y a no pedirle explicaciones porque mi posición no las merecía. Yo solo miraba y veía que ella tenía la capacidad especial de acumular en su espalda el peso de mil familias, las esperanzas de trescientas vidas y los sueños de otros doscientos desconocidos, sostenido todo en imperfecto equilibrio por una voluntad que pedía a gritos un reemplazo.
Descubrí con el tiempo que la miraba solo para asomarme a su sonrisa. La misma sonrisa que le permitía volar y sacudirse y sacudirnos, el polvo gris que porfiado insiste en cubrirnos

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