Podría hacer el recuento de las veces que me dijo que no, también podría poner en un papel las veces que intento decirme que si. Si hiciéramos una lista con los ítems inventariados, palmo a palmo, subrayados y acomodados, alineados horizontalmente en una regla perfecta o en una hoja cuadriculada ocupando histéricamente cada uno de los cuadrados enfermizos, detallados, para no perder la cuenta; llegaríamos a la conclusión de que técnicamente tenemos un empate. Sin embargo los dos sabemos que no hay empate posible, aunque no lo digamos; por mas que no lo reconozca y le duela en el orgullo expresarlo en sus pensamientos para esa porción conciente de su personalidad que de a ratos la habita; esta claro que voy ganando.
No es un acto de vanidad, no es una idea antojadiza, son hechos puros y el resultado de la matemática más estricta. Es lógica pura invocada para zanjar un conflicto que no tiene final pero que seguramente, algún día, dejaremos de lado. Estoy ganando y si decidiéramos dejar de jugar hoy mismo, en este segundo, me llevaría los laureles y otros premios que pudieran existir.
Estoy ganando, simplemente, porque tengo la suerte de poder anotar en mi lista de puntos las veces que la vi sonreír, el espectáculo de observarla hacer nada y solo ser ella, el placer de asomarme a su vida, la experiencia de acompañarla a ninguna parte y la locura de escucharla contarme apasionadamente un montón de cosas que podría llevarse el viento.
Ya lo dije antes, no hay empate posible, tampoco puedo perder. Ya gané. Ahora solo me queda, algún día, disfrutar de la gloria.
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