Tres volcanes, Agua, Tierra y Fuego. Tres elementos conjurados para enmarcar una ciudad tan exquisita. Una inevitable conjunción de razones que como tantas otras cosas que sabemos que pueden matarnos no podemos abandonar…porque inexplicablemente nos mantienen vivos. La historia comienza en un tiempo lejano donde los mapas de America ya casi no tienen mas secretos y los españoles se preocupan nada mas que en fundar pueblos, ciudades, comarcas.
Así pasó en Guatemala también. Un hidalgo funda una ciudad que será la Capital primera de Guatemala, enamorado con el paisaje, los ríos y el clima, su pasión no durará demasiado porque aún después de muerto verá como una y otra vez la desgracia se ensaña con su ciudad. Las tormentas, el terremoto, las lluvias y el lodo se suceden en tan corto plazo que la ciudad primera, el sueño de ese hombre desaparecen y las voluntades que aun quedan, inevitablemente dispuestas a dejarlo todo por el mismo amor que los hizo llegar allí deciden cambiar de
sitio su poblado. Así, un poco mas allá nace la Ciudad que hoy nos atrapa. Antigua Guatemala. Tantas iglesias, que llevarían un año recorrerlas de a un rosario por vez. Calles empedradas, entre las postales de las montañas. Las casas antiguas, en perfecto estado, mantenidas, restauradas, los patios españoles, las fuentes y
Hay una plaza, perfectamente colonial, perfectamente cuadrada, estratégicamente ubicada en el centro de todo. A la distancia de un brazo la Catedral de San José, cuatro dedos mas
allá el Palacio de los Capitanes, a dos brazos, enfrentados ,el Museo de Santiago de los Caballeros y apenas a un pulgar ,del otro costado, el Portal de las Panaderas. En esa plaza, la mayor, encontré la forma más perfecta de viajar en el tiempo. Uno debe buscar el espacio mejor ubicado, preferiblemente con el sol entrando de costado, apenas pasado el mediodía. Ubicar uno de los bancos de madera que casi nunca están vacíos, enfrentar en lo posible la fuente que lleva escrito el destino del viaje “