Cuando llegamos a este destino intermedio que nos tocaba en suerte en este viaje, caí en la cuenta de que los hechos (y los nombres) no son casualidades. Estabamos entrando despacio por una calle de tierra seca, enmarcada por pequeñas casas a medio terminar que eran al mismo tiempo muestrarios activos de materiales de construcción. Vagamente combinados, sabiamente rescatados de la desaparición absoluta a la que seguramente habrían sido condenados si los dueños de estas casas pudieran elegir. La calle era un trazado de tierra que despues se convertía en arena. Doblando a la derecha las casas seguían presentes, tapando con sus paredes de revoques, azulejos y ceramicos lo que se suponía debía estar detrás; el mar.
Ya no había dudas, si alguien alguna vez había intentado planificar este pueblo, seguramente había muerto antes de poder apoyar el lápiz en el papel y marcarlo con una idea.
Me quedó claro que estabamos en "Rincón". De que otra forma podía llamarse un lugar como este? Final, Perdido, Punto, Nada ?...o...Rincón. Una bahía amplia pero no demasiado grande, un par de riachos descendiendo del infinito, el sol empecinado en calcinarlo todo, el mar atento, cristalino, apenas moviendose, intentando no desentonar en la quietud total de la postal.
Esperamos un rato, que aprovechamos para saltar al mar desde un pequeño embarcadero, el agua cálida invitaba a quedarse para siempre. Tímidos o asombrados unos chicos del lugar nos miraban desde la arena. Estuvimos así, entre zambullidas y clavados hasta que llegó la lancha que nos iba a transportar a la isla. Se presentó rapidamente en una carrera franca desde el horizonte hasta el mismo muelle que nosotros usabamos de trampolín. De pronto aparecieron de las sombras, pero no las siniestras sino esas que los mantenian frescos, un par de lugareños con sus remeras del hotel identificandolos, para encargarse de poner todo el equipaje dentro de la lancha. 8 o 9 metros de largo, un par de motores, asientos de madera, lona como techo, casco de fibra y un piloto cansado de hacer el trayecto mil veces. Para mi no fue sorpresa, era lo que esperaba a fuerza de haber recorrido mares, islas, bahias, playas y recovecos de agua salada en un montón de lugares en todo tipo de artilugio flotante (y no tanto); sin embargo reconozcamos que para muchas de las caras que me acompañaban era dificil ocultar la sorpresa mezclada con una decepcion contenida.
El mar estaba movido, encrespado diría, como a esa hora siempre se le dá por ponerse. Parece que el viento que se levanta por la tarde no le cae bien y el humor se le pierde. Así que combinamos velocidad y olas para que se hicieran posibles las caras de susto que se exhibian.
20 minutos o una vida para algunos. LLegamos? Si, ahí esta la Isla...Isla Palma.
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