miércoles, 17 de agosto de 2011

Amazonas

Llegamos remontando el río amazonas, desde Iquitos, 54 kilómetros y 8 horas atrás. Habíamos salido despaciosamente en un barco turístico que recorría el amazonas peruano mostrando las bellezas del último lugar, casi, virgen del planeta. El paseo era por dos días, ida y vuelta, avanzando por el río y luego remontando la corriente el regreso al puerto. Nos prometieron vistas increíbles, pueblos perdidos, flora exuberante y una excursión de aventura moderada. La primera parte del paseo había sido bastante entretenida, como toda novedad, nos habíamos pasado la tarde apoyados en la baranda del barco mirando al río y a la costa, alternativamente. Los pájaros nos marcaban las miradas y entre los árboles y las plantas, de vez en cuando se distinguía algún animal que nos provocaba admiración. Entre las copas de los árboles saltaban como podían, demostrando destreza y desprecio por la gravedad, los monos aulladores. La primera parada iba a ser técnica y de descanso. Estaba programada sobre un pequeño pueblito moribundo a orillas del agua, el barco se reaprovisionaría y nosotros podríamos conocer el lugar y sus protagonistas para luego volver al barco a dormir, no sea que compartiéramos la misma miseria durante la noche.
El barco tardo en acercarse al muelle porque no encontramos a nadie que pudiera tomar la soga que nos iba a aproximar. Estuvimos un buen rato viendo como el agua del río seguía su curso, como la gente pasaba cansina por una calle más al fondo y como dos perros marrones nos miraban desde el piso donde estaban echados. El problema parecía no tener solución, no porque no la hubiera, sino porque se veía tan absurda que ninguno de los tripulantes atinaba a nada. Mande a alguien al agua con la soga si no hay otra opción. Le dije al Capitán. No me miró inmediatamente, como si mis palabras no hubieran llegado a sus oídos, siguió fijando la vista en el muelle vacío y en los perros. Unos eternos segundos después giró hacia mí y con los ojos me dio a entender que estaba loco. El capitán era peruano y había hecho este recorrido cientos de veces, había mirado el muelle vació unas tantas y seguramente también había esperado en vano unas cuantas más. Nos pusimos todos, pasajeros y tripulantes, a mirar, con la esperanza de que nuestros deseos se convirtieran en brazos que tomaran la soga y nos acercaran al muelle. Un rato después dos hombres ajados por el tiempo se acercaron. Saludaron, tomaron la soga que le tiro la gente de abordo y pasándola alrededor de uno de los postes salientes nos fueron tirando hasta ponernos junto a las tablas que pretendían ser un muelle.
Ya caminando por tierra firme recorrimos las húmedas y arcillosas calles del pueblo. Las casas eran tan pequeñas y enclenques que parecían tomadas con alfileres de la selva que asomaba detrás. La gente no nos prestaba demasiada atención excepto una nube de chicos que se movían con nosotros, pidiendo, tocándonos, gritando, jugando entre ellos, riendo y saltando. Repartimos las monedas que traíamos de la ciudad, alguna coca cola que bajamos del barco y chucherias que teníamos en los bolsillos. Repartíamos y repartíamos, discrecionalmente y eso hacía que los que conseguían algo se retiraran aunque parecía que nunca iba a acabarse la fiesta de manos que se sacudían por todos lados. Caminamos como pudimos hasta la iglesia, le dimos una vuelta al edificio ruinoso y húmedo que enfrentaba la plaza y empapados de calor avanzamos una calle mas hasta encontrar un bar que sobresalía del caserío. Nos sentamos a una mesa, al costado de la calle donde se supondría que debía ir la vereda y espiando el río y la selva al final de la calle pedimos una cerveza, esperando que estuviera fría. Contrariamente a lo que esperábamos si estaba fría y eso nos cambio el humor. Charlamos un rato del paseo, los viajes anteriores que cada uno había hecho y de los lugares que aun nos quedaban por visitar. Estábamos enfrascados en la conversación, mientras la tarde iba bajando lenta, hasta que se nos acercó un chico morochito, flaco, de unos 12 o 13 años, a pedirnos más monedas. Mi compañero de mesa lo despidió diciéndole que no tenía pero yo lo llame de nuevo. Estas loco? No nos va a dejar mas! Me dijo.
El chico se acercó y me le quede mirando. Me miró también y me pregunto nuevamente por las monedas. Saque unas cuantas que me habían dado de vuelto por la cerveza y se las puse en la mano sin decir nada. Cuando estuvo por darse vuelta para irse lo tome del brazo y le pregunté. De donde sacaste esa camiseta? Me miró extrañado por la pregunta y hasta diría que lo hizo con miedo. Mi compañero de mesa me miró y me di cuenta que pensaba si me había vuelto loco. Yo seguía mirando la camiseta. Alguna vez había sido de un color ocre fuerte, la tela gruesa, las mangas habían sido largas, en el lado izquierdo el escudo de Australia, en el derecho el de los wallabies, el cuello verde todavía con botones. Estaba bastante maltratada, algunas costuras rotas y el color se estaba acabando pero podía reconocerla. Lo que no podía era entender que hacia en ese lugar tan recóndito una camiseta de Australia de principios de los ´90, Le explique a Jorge, que me acompañaba, y no podía entender que me hubiera fijado en ese detalle. Su explicación era que seguramente algún turista australiano se la había regalado al chico o a un hermano o a alguien de la familia y que todo se reducía a eso. Una casualidad. El razonamiento era lógico, se lo dije y realmente lo creía, pero igualmente espere la respuesta del muchachito que seguía parado al lado de nuestra mesa, Me miró con los mismos ojos esquivos de hacia un rato atrás y soltó algunas palabras que pude interpretar: me la regalo el viejo de la pelota. Jorge le pidió que repitiera y esta vez era el quien estaba ansioso por saber. El viejo…de la pelota…y también le regalo a otros chicos, esta me la dio mi hermano mas grande. Pregunte si había mas chicos con esas remeras tan raras, me pidió mas monedas y salió corriendo con los pies descalzos. Unos minutos después llegó corriendo seguido por una maraña de chicos de todas las edades reclamando sus monedas (y sus billetes los mas grandes) vestidos todos y cada uno con una de las camisetas que les había regalado el loco de la pelota. Una verde oscuro con el cuello amarillo y el springbok saltando, la blanca con la rosa a la que le faltaba una manga, una negra, ya casi gris, con los rastros de haber tenido bordada la hoja de los All Blacks, una de Italia, la de Francia, dos de escocia, una de irlanda sin el cuello y al fondo tres celestes y blancas, a dos de las cuales les faltaba la franja celeste última. Quedé tan sorprendido que por un buen rato no pude decir n i hacer nada. Jorge se puso a reír y a asegurarme que no iba a colaborar ni con monedas ni con billetes. Todos me sonreían seguros de no entender que llevaba a un turista como yo, en un lugar como ese a pagar para ver la ropa destruida que un loco había regalado alguna vez. Cuando se me paso el efecto de la sorpresa empecé a reírme con ganas, estuve así un buen rato; riéndome, hasta que mientras los chicos me miraban, ya sin reírse, empecé a preocuparme por saber como iba a juntar tantas monedas para repartir. En eso estaba cuando desde adentro vino en mi auxilio el dueño y mozo del bar, se asomó a la puerta y empezó a tirarles naranjas en vez de monedas. Los chicos las iban atrapando y salían corriendo mientras reían. En unos segundos no quedo ninguno y respire aliviado. Jorge seguía sonriendo. Le pedí al dueño del bar que me explicara lo que los chicos decían sobre de donde habían conseguido esas camisetas tan extrañas para un lugar como ese, quería saber quien era o quien había sido el “loco de la pelota”. El hombre se acercó a la mesa, se paro a nuestro lado y se seco las manos en un delantal amarillo que llevaba puesto. Empezó a contarnos lentamente, como tratando de hacer memoria, dijo un par de palabras y enfrascado como estaba en el relato se sentó directamente a la mesa, entre medio de nosotros dos. Con Jorge lo miramos extrañados, sorprendidos de que se hubiera sentado sin que lo invitáramos pero el no pareció darse cuenta y siguió hablando. Era un hombre de unos 50 o 60 años aunque por las condiciones de la vida allí no podría asegurarlo, estaba casi completamente pelado y los pocos pelos que le quedaban se veían tan rebeldes que le daban un aspecto sumamente desprolijo. Le faltaban un par de dientes adelante y cuando se reía descubrí que también le estaban quedando pocas muelas. El loco de la pelota era un señor que vivía detrás del galpón – empezó diciendo- donde antes estaba la fabrica de caucho, ese galpón esta desocupado desde hace muchísimos años, desde que el caucho dejo de ser importante y se fueron todos. Ese señor, el loco de la pelota llego aquí hace tiempo, ya no sabría decirle cuando, la gente que lo conoció en esos días dice que estaba escapando, que alguien lo perseguía, pero no sabría otra vez decirle si es cierto. El ya no quiere hablar de eso. Este señor trajo muchas cosas de juegos y cosas así, los niños del lugar lo seguían mucho y algunos todavía lo siguen bastante. Entre las cosas que trajo estaban las sudaderas que usted vio. Lo dejamos terminar el relato y aunque Jorge ya quería irse le pregunte si sabia donde ubicarlo ahora. Me dijo que era muy posible que estuviera en el río, subiendo, a unos 200 o 300 metros del final del pueblo. Jorge insistía en irse y le pedí por favor que se fuera, que volviera al barco y que me dejara en paz. Yo estaba intrigado con el asunto y el estaba cansado de la humedad. Jorge se levantó, saludó y dejó un par de billetes sobre la mesa sin mirar siquiera el valor. Le palmee la mano y se volvió al barco con la ultima botella de cerveza en la mano. El dueño del bar siguió el desarrollo de la escena y cuando Jorge ya estaba definitivamente alejado de la mesa siguió hablando. Casi siempre esta en el río, por esa zona, por allí hay buenos terrenos, bien planos y suavecitos que son los que el busca para sus chicos, allí se mueven, allí actúan. En eso entraron cinco parroquianos al bar y el dueño/mozo se levantó de la silla como si estuviera impulsado por un resorte y me abandonó de la misma forma en que se había sumado a la mesa, sin consideración alguna. Me quede pensando un rato en quien seria este celebre y extraño personaje, el loco de la pelota, que cosa actuaban?, que cosas hacían? Estuve ahí sentado un rato mas hasta que el sol empezó a bajar detrás de los árboles mas altos de la selva. La oscuridad iba ganando lugar de a poco y se prendían algunos generadores que le ponían un poco de luz y ruido a las casas y los negocios. Antes de irme fui adentro del bar y me pare delante del dueño que iba y venia entre las mesas y la barra, trayendo y llevando botellas. Este hombre esta siempre ahí en el río, afuera? Mañana estará? Apenas mirándome mientras destapa una nueva cerveza me dijo: seguramente, ha estado allí todas las tardes desde que llego aquí. Seguí el ejemplo de Jorge y deje un puñado de billetes, mas grandes, sobre el mostrador y salí a reconciliarme con la oscuridad, los ruidos de la selva, los pájaros que volaban recortados sobre el cielo cada vez mas oscuro y el ronroneo de los generadores eléctricos.

La mañana siguiente era exactamente igual a la anterior. Cuando me desperté el sol estaba alto ya y me apuré a levantarme pensando que seguramente era tarde. Miré el reloj y me di cuenta de que no había concordancia entre la hora, 8,30, y la altura del sol; sin lugar a dudas las mañanas son muy distintas aquí en el amazonas, aquí en el trópico. Subí a cubierta y desayune con un par de pasajeros mas que estaban terminando su comida. Jorge no estaba, seguramente dormía. Saludé lo mas educadamente que pude y me senté en una esquina, mirando al río, esperando que nadie me hablara. Terminé de comer, alguien de la tripulación se acerco y se llevo los platos y las tazas sucias. Me levante, camine un poco por la cubierta del barco, tan solo unos metros porque no había demasiado espacio y me puse a ver el pueblo, desde cubierta la vida transcurría lenta, como ayer, como siempre, supuse. La gente iba y venia, llevando y trayendo, comprando y vendiendo desde el mercado frente al muelle, eran pequeños puestos coloridos armados con lo que cada uno había encontrado, con lo poco que cada uno tenía.
Baje a tierra firme y empecé a caminar despacio por la calle de tierra que subía al bar, no porque fuera a tomar algo alli sino mas bien porque era el único camino que conocía y el naturalmente tomé. Estaba caminando entre la gente esquivando los charcos que se habían formado con la lluvia de la noche y que iban desapareciendo a medida que el sol se fijaba en ellos cuando me encontré frente a frente con el mismo chico de la tarde anterior, el de la camiseta de Australia. Se paró frente a mi en el momento exacto en que íbamos a chocarnos, lo miré, nos miramos y fugazmente se hizo a un costado para seguir camino. Lo llamé, instintivamente, sin pensarlo. Se dio vuelta y se quedo esperando mis palabras, quería saber seguramente para que lo había llamado. Mientras lo miraba pensando me surgió, otra vez involuntariamente, un pedido que traía desde la noche anterior. Me llevas a conocer a tu amigo? …al de las remeras? Le dije. Al loco de la pelota? Me preguntó. Le dije que si con la cabeza y me quede mirándolo mientras se daba vuelta y contra todo pronostico se empezaba a ir, siguiendo su camino. Lo miré irse sin comprender, no esperaba esa reacción, no esperaba esa respuesta. Camino unos 10 o 15 metros y se dio vuelta a verme, yo seguía mirándolo. Supongo que mi cara y la situación lo descolocaron y dejó de lado lo que iba a hacer. Se volvió y se me acercó otra vez. Bueno, vamos. Me dijo y tomó en dirección al muelle otra vez. Lo seguí sin preguntar.
Anduvimos unos 10 o 15 minutos, primero por la calle que iba al costado del rio, luego cuando la calle se desvaneció entre las plantas y los árboles seguimos por un sendero rojizo que se cortaba entre el verde hasta hacerse casi un túnel entre la vegetación, pasamos monos, mosquitos y una heladera rota y oxidada tirada a un costado, en un momento el túnel verde se disipó, ligeramente, y empezamos a ver el sol otra vez, el sendero se hizo un poco mas ancho y las plantas cada vez mas y mas enanas. Al cabo de unos 30 o 40 metros estábamos en una especie de “isla” entre ese océano de plantas gigantes y árboles espesos que ocupaban todo, unos pequeños yuyos, el piso arcilloso oculto debajo de una alfombra verde intenso y la humedad del ambiente pegada a cada hoja. Me detuve asombrado. El chico siguió caminando un poco mas allá hasta que se dio cuenta de que me había parado y se detuvo también, esperándome. Miré a todos lados y en un costado, casi al borde con los árboles gigantes que enmarcaban el lugar vi dos troncos largos, casi rectos, sin ramas, parados ridículamente sosteniendo apenas, como podían otro tronco transversal. La estructura no parecía resistir la presencia de un pajaro ni la llovizna mas sutil sin embargo ahí estaba, desafiando el tiempo. Me quede mirándolo, en la punta de uno de los troncos, allá arriba, a unos 6 o 7 metros se adivinaban ya los brotes de unas hojas de un verde tan suave que el sol parecía que iba a carbonizarlas. Volví mis ojos al chico que seguía esperándome y me puse en movimiento de nuevo. Seguimos un minuto o dos mas hasta que otra vez entramos en ese túnel verde, húmedo y pegajoso del que antes habíamos salido. Entre dos árboles enormes con los troncos cubiertos de helechos había una cabaña sobre palafitos escuálidos. De la única ventana se asomaba una toalla que alguna vez había sido amarilla. Mi guía se detuvo al pie de la única escalera que subía a la casa y espero a que yo me acercara. Se quedo mirándome sin entender porque no subía. No vas a llamarlo? Estará? Le pregunte. Siempre esta, dijo. Nos quedamos así un buen rato. El esperándome sin entender a que se debía mi demora en subir a ver al hombre por el cual le había preguntado y por el cual había caminado hasta acá. Yo mirando hacia la casa, con la cabeza hacia arriba esperando que milagrosamente alguien se asomara y me ahorrara la incomoda situación de hacer saber que estaba ahí. Asi estuvimos hasta que el chico suspiró y como dando por terminada la espera subió la escalera sin mas. Entró a la casa que desde abajo parecia no tener puerta. Unos segundos después la voz de un hombre empezó a insultar cada vez mas fuerte, se sintieron unos ruidos que atribuí a cosas que caían al suelo y quedé inmovilizado cuando ví al que hasta hacia unos segundos había sido mi guía, saltar corriendo directamente desde la casa de palafitos hasta caer al suelo, perseguido por 7 u 8 mangos que volaban desde adentro para pegarle, aterrizo como una pantera, y hasta que no sonrió y siguió corriendo no volví a respirar. El hombre salio corriendo y riendo, se paro en el borde de las maderas que hacían de ingreso a su casa y como si no me viera se dio vuelta para volver adentro mientras seguía riendo. Me quede mirando hacia arriba sin entender. Cuando no lo escuche mas me hice un poco hacia atrás para ver si cambiando el ángulo desde donde miraba podía ver hacia adentro de la casa. Estaba demasiado oscuro adentro y el sol era tan fuerte afuera que no podía distinguir nada, solamente unas nubes increíblemente blancas que con la caprichosa forma de un elefante vagaban por el cielo.
Cuando baje la vista de las nubes me encontré con el dueño de la casa parado en la puerta, mirándome desde arriba. Era alto, con los brazos largos que se le escapaban de una remera polo negra, la barba entrecana y el pelo largo y enmarañado. No me digas que vos también venís a buscar una camiseta? Me pregunto y a los pocos segundos cuando vio que yo no entendía la broma se largo a reir. Al rato entendí su particular humorada y me sonreí de compromiso. No me dio tiempo a explicar nada y siguió hablando. Ya se, ya se…tampoco a los chicos se las regale, eh? Se la ganaron – dijo haciendo hincapié en cada silaba de “ganaron”.
Luquitas me dijo que habías estado preguntando por las camisetas…por las que tienen ellos,, los chicos. Se ve que te llamaron la atencion pero no es para menos, no? Acá…en el medio de esta selva…esas camisetas…los wallabies, los all blacks…los pumas!. Sos argentino, vos, no? – alcance a decir que si e intenté explicarle que era argentino y algunas cosas mas pero volvió a la carga con su discurso.
Me imaginaba, se nota. Dijo y se dio vuelta para entrar rápidamente a la casa otra vez. Salió de nuevo y se asomo afuera. Empezó a bajar la escalera y en ese momento me di cuenta de que había entrado a ponerse unas zapatillas negras enormes, con cordones blancos y varios tajos a los costados. Vení te muestro. Lo seguí caminando detrás de el porque era imposible seguirle el paso y ponerse a su lado, ahí, caminando ya no me pareció tan alto, aunque seguía siendo un hombre grande. Caminaba tan decidido, tan despreocupado por saber si yo lo seguía o no y comprendí que seguramente no le importaba, podía hacer esto solo o acompañado, tener quien lo aplaudiera, quien lo valorara o no. La voluntad que lo movía era tan fuerte que no admitía vacilaciones ni tenía lugar para dudas o segundas opiniones.
Llegamos a un punto en el claro que antes había pasado cuando llegue al lugar, el se detuvo casi al centro del espacio y llegue unos pasos después, agitado de seguirle el ritmo. Nos quedamos parados en el lugar y nos pusimos a mirar y admirar la inmensidad verde que nos rodeaba, el claro estaba cercado por los árboles mas grandes que hasta ese día había visto. El cielo seguía tan celeste como antes y ahora una nube se empecinaba en transformarse en dragón.
Estuvimos en silencio un buen rato. Lo miraba de reojo, casi espiándolo, para ver si seguíamos hablando o nos manteníamos callados. Yo lo espiaba y el seguía mirando el claro compenetrado en algo que yo no podía ver o sentir. Repentinamente salió de su trance y comenzó a hablar como si no hubiera mediado un instante entre que salimos de su casa y el comenzó su discurso y este momento después del silencio.
Ves el claro que se armó no? Bueno es pura energía. Tengo planes para esto y los sume a los chicos hace tiempo, ellos son los que van a seguir porque lo llevan en la sangre…y se los mostre yo. – avanzo unos pasos y se acuclillo en el pasto- no hay nada, nada como esto. - Me quede mirando su mano que levantaba un puñado de pasto recién arrancado.- Allá…la ves? – me señalo los dos palos verticales y el transversal que había descubierto cuando llegué – sabes que es, no? – viéndolo de nuevo y sacándolo de contexto, olvidándome de la selva y poniendo en perspectiva mi cabeza pude entenderlo. Sí! Claro…ahora si…son unas “haches”, hiciste una cancha de rugby, acá, en la selva – dije sorprendido. Y con quien juegan? Fue lo primero que se me ocurrio preguntar. Ignoró completamente mi pregunta y siguió caminando hacia el centro del claro. Nos paramos ahí y estuvimos en silencio un buen rato. Te quedas mañana? Me preguntó. Veni, volvé mañana y seguimos con la charla, a la mañana mejor porque van a estar los chicos. Se dio media vuelta y tomó el camino de regreso a su casa, yo me quede inmóvil mirandolo irse. Cuando estaba por perderse dentro de la selva se dio vuelta y me gritó. Esto no es un juego!!

La mañana resultó ser tan parecida a las anteriores que parecia nunca haber existido la noche. Cuando pude comer algo baje del barco y comenzé a recorrer las calles del poblado otra vez. A medida que iba paseando por las mismas calles de los dos dias anteriores comencé a darme cuenta de que algo era diferente. Pasaron las casas, las calles de tierra y aunque la sensación seguía mas viva que nunca no podía darme cuenta de que era lo diferente ese día.
Llegué al claro del día anterior y recién en ese momento lo comprendí. Damián (el loco de la pelota) estaba de rigurosas sandalias parado en medio de una nube de chicos y muchachos. Descalzos algunos, con camisetas que seguramente el les había regalado, otros; todos lo seguían por el lugar y esperaban sus indicaciones. Me vió parado al borde de la selva y me hizo señas para que me acercara. Caminé hasta él y cuando estuve a su lado se lo dije. No sabía que había de extraño en el pueblo esta mañana y ahora me doy cuenta…no hay chicos… están todos acá!!
Se rió bajito y me puso el brazo sobre el hombro empujándome a que lo siguiera y empezó a contarme. Me vine en el 97, en realidad fui a Lima de ahí a Cusco de ahí a un montón de lados y finalmente acá. Me habia cansado de ver sentado como me llegaba la realidad y Salí a ver que encontraba yo. Así fui, dando vueltas hasta caer en un lugar tan distinto al mio como este. Entonces me dije: Damián que es lo que mas te gusta hacer en tu vida? Y me salieron un montón de cosas pero la que primero se me ocurrió y la que siempre se me ocurria era el rugby. Pense, pensé y me di cuenta de que no podia jugar al rugby porque aca no habia nadie con quien jugar al rugby pero tambien me puse a pensar y entendí que no por eso tenia que renunciar al sueño, porque el rugby no es un juego, es un deporte, es una forma de vida, es una idea y ahí si. Damian tenes que formar gente de rugby, aca, en donde sea, como sea…y al principio me costo mucho…no me entendian, no sabian de lo que les hablaba…yo les nombraba a Campese, a Blanco, a Porta…y ellos me miraban como si estuviera loco. Entonces les hice dibujos, les explique los movimientos, les conte las historias de los hombres que ponian el cuerpo para que otros se llevaran los aplausos y de cómo esos mismos tipos no querian el reconocimiento si no era con todos los suyos, los que habían trabajado para que ellos llegaran a eso. Hicimos juntos las jugadas, les hice sentir un tackle que los dejara a un metro de la felicidad, los hice caerse y los hice levantarse tantas veces que ninguno comprendía porque, finalmente seguian haciendolo, les hice creer que sin sacrificio no había nada en que creer, los hice sentir hombres aunque fueran chicos. Te das cuenta porque te dije que esto no es un juego?
Lo mire y no pude decirle nada, mire adelante esperando que nos moviéramos y me tomo del brazo, me llevo unos metros mas allá y me dijo de nuevo.
Ya no tenemos pelotas, se rompieron todas, pero mira…fijate…ves? Ves lo bien que formamos ese scrum? A dos metros de donde hablábamos diez muchachitos, divididos en dos grupos de cinco se entrelazaban, acoplándose perfectamente. Las espaldas derechas, perfectas, a centímetros del suelo, en un empuje tan coordinado y parejo que no había ningun movimiento posible. Nadie retrocedía, nadie avanzaba, no había giros ni desplazamientos. Me quede mirándolos sin entender. Pasaron los segundos y cuando el grito de Damián lo ordenó dejaron de empujar y se soltaron. En ese instante recupere la atención y lo vi, parado, esperándome a que lo siguiera, unos diez metros mas allá. Me recibió a su lado con una pregunta. Impresionado, no? Lo mire pero no le conteste, estaba impresionado, con seguridad, pero no podía expresar ninguna idea a partir de eso.
A su lado dos líneas de tres cuartos enfrentadas se atacaban y defendían, alternativamente, perfectamente parados, con el mejor gesto técnico pero otra vez sin la pelota, al menos yo no la veía pero ellos parecían sentirla, tenerla entre manos.
Lindo, no? La mayoría de estos chicos uso alguna de las pelotas que teníamos así que con eso jugamos. Un año o dos más o menos llevamos trabajando sin ninguna pelota. Igual no me importa…no hay plata para comprar, aunque hubiera donde, y sinceramente no me interesa porque acá descubrí que la pelota es secundaria…el rugby se juega con esto -Me dijo mientras se señalaba la cabeza- y sale de acá – explico poniéndose la mano en el corazón y eso no te lo cambio por nada del mundo.

Ese día se me hizo especialmente largo. Estuve con Damián y sus chicos hasta bien entrado el mediodía. Me volvía al pueblo, solo, caminando despacio y pensando en lo que me había dicho y lo que había visto. Me sente en el bar y después se sumo R.odolfo, casi le cuento la historia pero decidi no hacerlo. No tenia ganas de explicarle algo que no iba a entender. Estuvimos en silencio un buen rato y yo con la mirada perdida, recien a la tarde, mientras seguiamos sentados en el bar, se me asomo a la cara una sonrisa. Fue cuando empecé a ver que en el pueblo volvian a verse las caras alegres de los chicos, algunos con las camisetas de siempre. Cual es la gracia ahora, me pregunto Rodolfo. Nada, solamente el recuerdo de un loco que tiene razon…y no vas a entender. Se quedo mirándome, pensando en que estaba haciendole una broma. Nos quedamos tomando cerveza hasta que el barco se decidio a partir.

No hay comentarios: