domingo, 17 de agosto de 2008

AVIONES

Los aviones pasaban por encima nuestro, en un viaje siempre parejo y uniforme, al menos así se veía todas las mañanas desde abajo. En un instante fugaz se escapaban de la vista sin que supiéramos a donde iban. Podíamos entonces imaginar cientos de destinos posibles: Montañas escarpadas y brotadas de miles de verdes diferentes, lugares en donde siempre llueve y en los que cuando no llueve, igualmente el agua se las arregla para estar presente. Desiertos. Desiertos de esos que se ven en las películas, esos que tienen arenas doradas con dunas que vagan por el aire caliente, montadas al lomo de vientos caprichosos, gente con turbantes y telas etéreas colgando de los hombros y rifles en sus manos. Islas. Salpicadas sin sentido en el cuerpo salado de mares distantes. Islas que están solas y esperan en el medio de la nada. Islas valientes, islas de esas en las que uno cree estar parado en el centro del mundo. Ciudades enormes, siempre apuradas, vertiginosas por el simple hecho de que alguien, algún día, las hecho a andar y ya nunca mas pudieron detenerse. Ciudades con monumentos, con gente que pasa sin saberlo, con calles que acompañan la locura, con autos que no saben de demoras; con risas, con lágrimas y sueños atascados.
Otra vez los aviones pasaron alto, vinieron determinados en su destino. En un camino rectilíneo y previsible, desde un extremo del cielo conocido para perderse en el final de la cúpula celeste que teníamos encima.
Los aviones pasaron hoy, como cada día que recuerdo. Y entonces, cuando eso sucede, me subo a ese vuelo. Primero los observo venir. Yo no se de horarios, no consulto ningún reloj. Porque tener un horario seria tener una certeza, y las certezas es sabido, matan a las sorpresas…y cuando la sorpresa se muere es casi seguro que las esperanzas se enferman y entristecen, para después morirse también, inevitablemente.
Los veo, vienen ahora. Corro casi a la misma velocidad que llevan en el cielo, hasta llegar al punto donde ellos arriba, yo abajo; empezamos a viajar fundidos en una misma sensación. Corro yo, vuelan ellos. Corro y llego al límite de mis piernas que es el momento exacto en donde me subo y me acomodo para el viaje. Ese viaje que puede ser a cualquier lado, no importa, no consulto mapas ni rutas, no pregunto al Capitán, es sabido por todos, que el conocimiento aniquila los sueños y el día en que eso me suceda prometo que dejare de volar.


Julio 2008

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