Debía ser mucho más alta de lo que parecía, porque tenía la particularidad de vestirse de una manera que no llamaría fea pero que si creo, podría encajar en lo que todos comúnmente denominamos “horrible”. No es que fuera importante la forma en que vestía ni como se peinaba ni la forma en que se movía o siquiera la manera en que se pintaba; no. Yo diría que una combinación tan atroz en los colores y los estilos hacia inevitable el expresarse y restregarse los ojos para saber si era cierto…si eso era posible.
La primera vez que la vi (fue la única vez), cruzaba la calle con cierto desgano, casi impulsada por la inercia que tomó al resbalarse en el cordón de la vereda. Yo venia de frente, ensimismado en mis cosas y percibí a un costado un movimiento extraño, fortuito, entrecortado. Era ella que se resbalaba antes de poder bajar a la calle y en una serie de movimientos quebrados se desplazaba entre caerse y no caerse. Me detuve un instante y dude entre ayudarla o reírme; afortunadamente opté por reírme y eso fue lo que nos salvo a los dos de la embestida de un colectivo de la línea 54.
La miré, me miró, miramos juntos el taco que se había quebrado y yacía muerto en el suelo junto a una moneda de 25 centavos y un volante de 6 panchos por 2 pesos.
La magia del momento se rompió otra vez cuando un taxi apenas hizo un esfuerzo por esquivarnos y nos cortó la respiración por un instante.
Mi primera reacción fue irme, continuar mi camino. Tenía muchas cosas que hacer, los minutos pasaban y mi vida corría riesgo de terminarse en esa misma esquina. Pero algo me detuvo, la mire de nuevo; ahora estaba otra vez en la vereda. Intentaba inútilmente poner el taco en su lugar. El taco había muerto, pero ella obstinadamente no quería saberlo. Me miró buscando ayuda con los ojos. La miré y me sentí culpable. Culpable de que? Pensé. Si gracias a mi seguía entera. Le hice señas, con las manos, “el taco esta chau”, me miró nuevamente, miró el taco y después el zapato. Levantó la vista casi implorando al cielo y en un movimiento rápido lo tiró con fuerza al infinito. Alcancé a esquivarlo agachándome instintivamente pero el taco pegó con fuerza en la frente de un delivery de pizza que esperaba para cruzar.
Nos paramos los dos, intentando no reírnos del delivery golpeado. Por la forma en que ella me miraba estaba seguro de que pensaba algo que tenía que ver conmigo y por esa misma razón yo estaba pensando en ella. Que mal se vestía, que combinaciones horrorosas y al mismo tiempo que difícil poder esquivar su mirada.
Me hizo señas para que nos corriéramos porque el barrendero tenía que pasar y podía convertirme instantáneamente en un pedazo más de la basura que arrastraba. Me corrí y quedamos los dos otra vez en la vereda, pero esta vez la compartíamos, estábamos del mismo lado. Le dije “chau” con la mano, me dijo nos vemos con los ojos, se dio vuelta y siguió caminando en la misma dirección que llevaba antes del accidente. Me quede parado mirando como caminaba y se alejaba, sin uno de sus tacos. La miré bambolearse y me sentí culpable. Culpable de que?
Julio 2008
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