Me dieron ganas de escribir uno de los cuentos de Hemingway. Me dieron ganas y en mi cabeza empezaron a amontonarse las palabras, los lugares, las ideas, los olores, el crujir del pasto seco debajo de las botas, el abrazo del fuego que viene con el viento.
Me dieron ganas de escribir uno de los cuentos de Hemingway y no pude evitar las miradas de los cargadores negros que nos seguían, penetrantes, con sus ojos tremendamente blancos saltando de sus pieles oscuras. No pude evitar moverme despacio, silencioso, en contra del viento evitando que los leones, enormes, nos huelan, nos sientan, nos corran... nos maten. La lona reseca, las sillas plegables, pesadas, incomodas, las carpas apenas útiles, la noche silenciosa y a la vez estridente de esos ruidos que crecen como amenazas, tantas que no me dejan separarme del rifle.
Me dieron ganas de escribir uno de los cuentos de Hemingway, pero uno ya escrito. No parecido, no con su estilo, ni sus palabras, ni el idioma; uno de los que él ya escribió. Entretanto me di tiempo para ayudar a desarmar el campamento, controlar la carga, hablar con el guía y escuchar de su boca donde debiamos ir para encontrar, de una vez por todas, a esos leones que insisten en ser invisibles. Rastros de sus patas, restos de su cacería, algunos pelos atrapados en las espinas del sendero. Quizás esten junto al agua. Quizás esten rodeando otra presa. Esa cebra que busca confiada el agua?. Siento el olor espeso , que quema la nariz, de los leones... ahí cerca. Mirando ellos, mirandolos nosotros.
Me dieron ganas de escribir uno de los cuentos de Hemingway, uno ya escrito; de tantas ganas cargué el rifle por enésima vez. Lo sentí en mis manos, ahora mojadas, la madera lustrada, el caño helado, el metal del gatillo. El silencio de palabras, la explosión constante de sonidos, los animales que se mueven y en un mismo pozo de agua mantienen una tregua de papel. Los leones miran sus presas, nosotros a ellos.
Me dieron ganas de escribir un cuento de Hemingway, de esos que ya escribió, de esos que lo hicieron famoso. Me dieron ganas, esas ganas en catarata que no pueden contenerse, ni siquiera entenderse. Lo miré resuelto, porque ya no podía detenerme; no quise justificarme ni explicarme porque tampoco sabía como. Enfrente sus ojos y se lo dije. Cruda, brutal sincera y estupidamente. Giró muy... muy lentamente y con su rifle enorme acarició el pasto reseco que nos rodeaba, con el codo apenas separado del suelo, mientras seguíamos tirados en la tierra.
El caño empavonado pareció enamorarse de mis ojos y se quedo quieto apuntandome, pidiendo ,tal vez, una explicación que no tenía o quizás una disculpa que yo no encontraba. Miré el caño de su rifle brillando reflejado en sus ojos azules y vi su ceño fruncido apoyando la vista en la mira y apenas con un hilo de voz le dije casi suplicando " Ernest...".
El caño escúpió fuego y mis oídos se encontraron repentinamente con un pitido infinito, mis ojos se abrieron sin tiempo a cerrarse de nuevo.
El león cayó, detrás mío, inmóvil, deformado por el impacto del plomo.
relatos cortos, historias, ideas, pensamientos, cuentos, breves
miércoles, 30 de diciembre de 2009
viernes, 18 de diciembre de 2009
Mujeres 2
Me llevo a una mesa contra la pared del fondo, debajo de un poster de Marilyn con su pollera revoloteando, alejada de las ventanas que daban a la calle. Trasladamos nuestras cosas a ese rincon como si estuviera obsesionada en que nadie nos escuchara. Devolvimos a su lugar las tazas y comenzo a contarme. Mientras ella explicaba, yo miraba las piernas del poster, una y otra vez, hasta la frontera que marcaban los aleteos de la tela. El bar eran unas 10 mesas redondas, nuevas, de color claro, con unos pies rectos que les marcaban el caracter, distribuidas simetricamente en un salon rectangular. Uno de los lados del bar daba a la calle empedrada por donde la gente iba y venia como si fuera el unico camino posible. Las paredes interiores se tapaban la verguenza con posters de clasicos del cine: Marilyn, Marlene, Sharon, Brigitte, Sofía e Isabel; todas de riguroso blanco y negro, mirando el futuro con ojos de rayos X, a salvo de los problemas, el tiempo, el olvido y la mala fama. Ella me explicaba sus cosas y yo no podía seguir el hilo de sus palabras, se me deshacian en los oídos y no retenía mas que pequeñas porciones de quejas de sus novios, los problemas con sus maridos, las alternativas en sus amigos y fundamentalmente explicaciones de sus fracasos. Vamos debajo de Sofía - le dije de repente- esta mujer (señale el poster de Marilyn) no me deja pensar. Levantó su taza sin quejarse y mientras seguía hablando (ahora en voz mas baja) caminamos hasta la mesa que estaba debajo de la foto de Sofía Loren. Nos recibió su foto con una piel vaporosa al cuello y la pierna flexionada apoyada en una banqueta,. Mientras apoyabamos las tazas, otra vez miré a Sofía y me sentí final e inexplicablemente cómodo, como cuando uno llega a su casa, a ese lugar donde puede ser quien realmente es sin esperar juicios ni veredictos de ningún tipo. Ahora podía escucharla con mas atención pero ella ya no podía volver atrás con su relato. Su historia era como un auto de carreras, había largado y no quedaba otra posibilidad que esperarlo en la próxima vuelta, y seguirlo de atrás. Veinte o treinta minutos después se calló repentinamente y fué como si se apagara el mar, como si un murmullo que uno cree eterno se terminara sin motivo aparente. La orfandad que abrió su silencio era horrible. Nos miramos y entendí, por lo que decían sus ojos, que ahora esperaba algo que yo no podía darle; una respuesta. Mientras la miraba fijo mis manos se movían, independientemente de mis pensamientos, y buscaban en la mesa las ideas que mi cabeza no podía encontrar en otro lugar. Comencé a sacudir intensamente un sobre de azúcar y busqué ayuda en los posters de las paredes. Desde la pared de enfrente, Marilyn me miraba, perdonando la traición ,y como con esas mujeres que son únicas en nuestras vidas sentí que no hacía falta que me disculpara, ni que me excusara, por haberla abandonado cambiandome de mesa, de foto y de actríz. Repentinamente, como en un flash, en los ojos claros de Marilyn encontré la respuesta que estaba buscando y que mi amiga imperiosamente necesitaba. Entonces, mirando a mi amiga a los ojos le dije: Sabes que pasa? Los hombres las preferimos rubias...
El Viaje
Había llegado hasta ahí después de pasarme horas mirando al sol derretirse sobre los campos, los árboles y las casas como si fuera un liquido viscoso escurriéndose a ese embudo gigante que es el horizonte, a través de las ventanas de un ómnibus.
Antes de venir estaba seguro de lo que estaba haciendo, pero ahora, mágicamente, con esa claridad inquietante que da la realidad; me daba cuenta de que en realidad, no sabía. Nada de lo que había imaginado ocurría, las cosas no eran como había imaginado, el mar no estaba donde me había prometido, el sol se había ido, la última luz colgaba de un alambre, ella estaba ahí pero claramente no era la misma. Estaba cambiada, desdibujada, una mueca de la alegría que no podía ocultar haber perdido. Me saludo como siempre pero distinto, plasticamente, irrealmente. Si solo pudiera torcer la curva del destino para que no encuentre siempre la misma recta al fracaso, pensé. Hablamos de nada que valiera la pena recordarse y cuando se distrajo un momento...escapé.
Caminando apurado hasta la estación de ómnibus, saltando charcos de la llovizna intensa, tipie en mi celular: No es que las palabras sobren, no alcanzan. Apreté "enviar".
La imaginé leyendo desde su celular. La imaginé llorando y asintiendo.
Prefiero seguir así, imaginándola
martes, 8 de septiembre de 2009
Luz
La ultima vez que vi Paris estaba apoyada sobre la mesa de luz de mi papá, recortada como si fuera una obra de arte cuidadosamente seccionada con esas tijeras que tienen las hojas como si fueran los dientes de un cocodrilo metálico. París reposaba al pie del velador y a mi me parecía una imagen casi religiosa, la vela era ahora un velador; el santo tenía el rostro de la torre Eiffel. París estaba llena de luces, amarillas, potentes, remarcando con fuerza la silueta de las calles. La torre se sumaba al amarillo anaranjado eléctrico del neón y dejaba el cielo negro y oscuro como si hubiera desaparecido.
La última vez que ví París no me pareció gran cosa, un pedazo cualquiera de una ciudad cualquiera, tal y como se vería esa ciudad que uno eligiera si tuviera 15 por 15 centímetros. Calles, esquinas, luces, autos, árboles, se distinguían, iguales a los que había visto en otros lados. Borrachos, pobres, ciegos, olvidados, abandonados, podía imaginar, iguales a los que había visto en otros lados. Ya conocía París, la había visto tantas veces que cerrando los ojos podía recorrer las calles de esa noche inmortalizada, cruzar lentamente las esquinas esquivando los autos, recorrer las veredas anchas, subirme el cuello de la campera para espantar el viento helado, llegar a la torre y esperar el ascensor para subir y espiar desde ahí lo que quedo fuera de la foto, lo que se perdió entre los dientes del cocodrilo metálico de mi papá. De todas formas para mi, París era eso y no mucho más, sin embargo el lugar privilegiado que ocupaba en esa liturgia pagana del velador, los deseos y la tijera, la ponían a la altura de esos misterios que no tienen explicación racional pero que están irremediablemente atados a lo imposible.
La última vez que vi París había un libro haciéndole compañía. Vigilante y atento, a un costado, desde la tapa bordó se escapaban doradas las letras y el nombre del autor.
Otra vez París me pareció que no era un sueño, ni el paraíso, ni el cielo, ni siquiera era un secreto y se lo dije a papá.
Es que Paris... era una fiesta, me dijo. Corrió la foto, encendió el velador, levantó el libro como si fuera parte de esa ceremonia sagrada y me lo puso en las manos.
La ultima vez que vi Paris tenía las tapas bordo, las letras doradas y los ojos de Hemingway.
La última vez que ví París no me pareció gran cosa, un pedazo cualquiera de una ciudad cualquiera, tal y como se vería esa ciudad que uno eligiera si tuviera 15 por 15 centímetros. Calles, esquinas, luces, autos, árboles, se distinguían, iguales a los que había visto en otros lados. Borrachos, pobres, ciegos, olvidados, abandonados, podía imaginar, iguales a los que había visto en otros lados. Ya conocía París, la había visto tantas veces que cerrando los ojos podía recorrer las calles de esa noche inmortalizada, cruzar lentamente las esquinas esquivando los autos, recorrer las veredas anchas, subirme el cuello de la campera para espantar el viento helado, llegar a la torre y esperar el ascensor para subir y espiar desde ahí lo que quedo fuera de la foto, lo que se perdió entre los dientes del cocodrilo metálico de mi papá. De todas formas para mi, París era eso y no mucho más, sin embargo el lugar privilegiado que ocupaba en esa liturgia pagana del velador, los deseos y la tijera, la ponían a la altura de esos misterios que no tienen explicación racional pero que están irremediablemente atados a lo imposible.
La última vez que vi París había un libro haciéndole compañía. Vigilante y atento, a un costado, desde la tapa bordó se escapaban doradas las letras y el nombre del autor.
Otra vez París me pareció que no era un sueño, ni el paraíso, ni el cielo, ni siquiera era un secreto y se lo dije a papá.
Es que Paris... era una fiesta, me dijo. Corrió la foto, encendió el velador, levantó el libro como si fuera parte de esa ceremonia sagrada y me lo puso en las manos.
La ultima vez que vi Paris tenía las tapas bordo, las letras doradas y los ojos de Hemingway.
lunes, 24 de agosto de 2009
Imposible perderse
HACIA ADELANTE, podría ser la síntesis de la enseñanza.
Tantos años, tantas reglas, tantas ideas, tácticas, tecnología, historia, habilidad, sacrificio y talento para que sacudiendo todo… queden solo dos palabras. Solitarias, abandonadas pero al mismo tiempo fuertes y determinadas, dispuestas a dar batalla porque saben que son la esencia misma.
Es ahí donde se le ven los huesos a este esqueleto enorme que extiende sus brazos y nos tiene atrapados, ahí esta la explicación, el porqué, la razón que hace que algunos sean diferentes y se sientan unidos por una fuerza extraña, indescriptible que les recorre las venas y los hace iguales.
Allí esta el secreto, adelante siempre adelante, diez pasos, un metro, diez centímetros…la clave no esta en la distancia sino en la dirección. Por eso es tan fácil reconocerse en otro hombre del rugby, todos tenemos el mismo destino.
Tantos años, tantas reglas, tantas ideas, tácticas, tecnología, historia, habilidad, sacrificio y talento para que sacudiendo todo… queden solo dos palabras. Solitarias, abandonadas pero al mismo tiempo fuertes y determinadas, dispuestas a dar batalla porque saben que son la esencia misma.
Es ahí donde se le ven los huesos a este esqueleto enorme que extiende sus brazos y nos tiene atrapados, ahí esta la explicación, el porqué, la razón que hace que algunos sean diferentes y se sientan unidos por una fuerza extraña, indescriptible que les recorre las venas y los hace iguales.
Allí esta el secreto, adelante siempre adelante, diez pasos, un metro, diez centímetros…la clave no esta en la distancia sino en la dirección. Por eso es tan fácil reconocerse en otro hombre del rugby, todos tenemos el mismo destino.
Sumas
Podría hacer el recuento de las veces que me dijo que no, también podría poner en un papel las veces que intento decirme que si. Si hiciéramos una lista con los ítems inventariados, palmo a palmo, subrayados y acomodados, alineados horizontalmente en una regla perfecta o en una hoja cuadriculada ocupando histéricamente cada uno de los cuadrados enfermizos, detallados, para no perder la cuenta; llegaríamos a la conclusión de que técnicamente tenemos un empate. Sin embargo los dos sabemos que no hay empate posible, aunque no lo digamos; por mas que no lo reconozca y le duela en el orgullo expresarlo en sus pensamientos para esa porción conciente de su personalidad que de a ratos la habita; esta claro que voy ganando.
No es un acto de vanidad, no es una idea antojadiza, son hechos puros y el resultado de la matemática más estricta. Es lógica pura invocada para zanjar un conflicto que no tiene final pero que seguramente, algún día, dejaremos de lado. Estoy ganando y si decidiéramos dejar de jugar hoy mismo, en este segundo, me llevaría los laureles y otros premios que pudieran existir.
Estoy ganando, simplemente, porque tengo la suerte de poder anotar en mi lista de puntos las veces que la vi sonreír, el espectáculo de observarla hacer nada y solo ser ella, el placer de asomarme a su vida, la experiencia de acompañarla a ninguna parte y la locura de escucharla contarme apasionadamente un montón de cosas que podría llevarse el viento.
Ya lo dije antes, no hay empate posible, tampoco puedo perder. Ya gané. Ahora solo me queda, algún día, disfrutar de la gloria.
No es un acto de vanidad, no es una idea antojadiza, son hechos puros y el resultado de la matemática más estricta. Es lógica pura invocada para zanjar un conflicto que no tiene final pero que seguramente, algún día, dejaremos de lado. Estoy ganando y si decidiéramos dejar de jugar hoy mismo, en este segundo, me llevaría los laureles y otros premios que pudieran existir.
Estoy ganando, simplemente, porque tengo la suerte de poder anotar en mi lista de puntos las veces que la vi sonreír, el espectáculo de observarla hacer nada y solo ser ella, el placer de asomarme a su vida, la experiencia de acompañarla a ninguna parte y la locura de escucharla contarme apasionadamente un montón de cosas que podría llevarse el viento.
Ya lo dije antes, no hay empate posible, tampoco puedo perder. Ya gané. Ahora solo me queda, algún día, disfrutar de la gloria.
miércoles, 1 de julio de 2009
Ojo
No hay ninguna posibilidad de que un tackle se convierta en otra cosa mas que una forma de detener el tiempo, no es posible que una patada a cargar no produzca el efecto devastador de un misil sin dueño, es improbable que el mismo choque de hombros y caderas se lleve por segunda vez los mismos moretones.
Si el try no valiera nada probablemente sería lo mismo porque no hay razón más justificada, para ir hacia delante, que saber que nunca se llega.
Así como ese pateador solitario espera que la fortuna, el viento, el talento y las ganas le pongan un rumbo concreto a la pelota para que el jurado lo declare inocente; el pilar espera que no lo hagan correr de nuevo hacia atrás, que no tenga que desandar los pasos que tanto esfuerzo le costaron y que puede ver que se descosen uno tras otro como si alguien tirara de un hilo transparente cada vez que la pelota se pierde. Hace mucho que ya no veo rugby, aprendí a mirar lo que hay detrás.
Si el try no valiera nada probablemente sería lo mismo porque no hay razón más justificada, para ir hacia delante, que saber que nunca se llega.
Así como ese pateador solitario espera que la fortuna, el viento, el talento y las ganas le pongan un rumbo concreto a la pelota para que el jurado lo declare inocente; el pilar espera que no lo hagan correr de nuevo hacia atrás, que no tenga que desandar los pasos que tanto esfuerzo le costaron y que puede ver que se descosen uno tras otro como si alguien tirara de un hilo transparente cada vez que la pelota se pierde. Hace mucho que ya no veo rugby, aprendí a mirar lo que hay detrás.
Ella, desde la ventana
La miraba sin poder evitarla por la secreta razón de no querer hacerlo. De tanto mirarla aprendí a escucharla sin que me hablara. Y así fue como descubrí que detrás de esa mujer no había nada. Aunque parecía segura de todo, desde la vereda del frente que dan las palabras, se la veía con la consistencia de una nube que amenaza llover. No se lo dije nunca, por respeto, seguramente me lo negaría con la cabeza, pero el corazón se le habría saltado traidor.
Ahí estaba, siempre, avanzando a pesar de todo, con la firme convicción que da el no querer que mañana sea como hoy. Como hace uno cuando las cosas no salen como planea? Al principio se empecina pero después, seguramente, cambia de planes hasta lograr que las rectas se crucen y en un punto determinado lo que nos pasa ya esta previsto.
Alguna vez conversamos y cambiamos ideas como si fueran figuritas. Me prometía cosas que aprendí a no esperar que se cumplieran y a no pedirle explicaciones porque mi posición no las merecía. Yo solo miraba y veía que ella tenía la capacidad especial de acumular en su espalda el peso de mil familias, las esperanzas de trescientas vidas y los sueños de otros doscientos desconocidos, sostenido todo en imperfecto equilibrio por una voluntad que pedía a gritos un reemplazo.
Descubrí con el tiempo que la miraba solo para asomarme a su sonrisa. La misma sonrisa que le permitía volar y sacudirse y sacudirnos, el polvo gris que porfiado insiste en cubrirnos
Ahí estaba, siempre, avanzando a pesar de todo, con la firme convicción que da el no querer que mañana sea como hoy. Como hace uno cuando las cosas no salen como planea? Al principio se empecina pero después, seguramente, cambia de planes hasta lograr que las rectas se crucen y en un punto determinado lo que nos pasa ya esta previsto.
Alguna vez conversamos y cambiamos ideas como si fueran figuritas. Me prometía cosas que aprendí a no esperar que se cumplieran y a no pedirle explicaciones porque mi posición no las merecía. Yo solo miraba y veía que ella tenía la capacidad especial de acumular en su espalda el peso de mil familias, las esperanzas de trescientas vidas y los sueños de otros doscientos desconocidos, sostenido todo en imperfecto equilibrio por una voluntad que pedía a gritos un reemplazo.
Descubrí con el tiempo que la miraba solo para asomarme a su sonrisa. La misma sonrisa que le permitía volar y sacudirse y sacudirnos, el polvo gris que porfiado insiste en cubrirnos
miércoles, 24 de junio de 2009
Bicho Raro
Hace unos dias me preguntaron. Si te digo "rugby" que es lo primero que se te viene a la cabeza? Pensé un minuto largo, revolviendo en mi memoria y de ahi saqué un compendio de frases hechas y situaciones límites, de caballerosidades y sacrificios y cosas por el estilo; sin embargo un rato mas tarde cuando me quede solo en la mesa me avergonzé de no haber dicho la verdad. La primera anecdota que me llega como un flash a los ojos, cuando me hicieron esa pregunta, fue una que tenía mezcladas las sorpresa y la decepción, sin embargo si soy sincero lo único que queda es una sonrisa.
En un año que no podría precisar pero en tiempos en que este deporte era menos organizado supimos tener un jugador nuevo, un muchacho del interior que era suboficial del ejercito y estaba en Cordoba destinado por el ejercito. Era prolijo como jugador, cumplidor y no faltaba nunca. Jugaba en reserva, de forward, si mal no recuerdo. Ese domingo, el de la anecdota, el partido de reserva estaba por empezar y el no llegaba, todos estabamos realmente extrañados preguntandonos que podria haberle pasado. Primero había incertidumbre, despues preocupación y finalmente afloraron las puteadas. El partido se jugo igual, no recuerdo el resultado, pero cuando termino seguia la incertidumbre ya matizada entre la bronca y la extrañeza. El martes por la noche cuando llegue a entrenamiento los comentarios me recibieron primero. Sabes porque no vino a jugar el Teniente Sosa? Como no supe que contestar me encogí de hombros y entre risas absurdas me dijeron...porque lo metieron preso!! nosotros esperandolo para jugar y el tipo le sacude un tiro a un conscripto!! te imaginas?. lo metieron preso...y claro, dificil que pudiera llegarse a la cancha. Me quede callado y le dije a al Negro. No, no me lo imagino...ahora el hijo de puta podria haber esperado!! entraron 14 a la cancha en ese partido!! El Negro me miró sonriendo y seguí de largo para encontrar el poste de luz que iluminaba la mitad de la cancha.
En un año que no podría precisar pero en tiempos en que este deporte era menos organizado supimos tener un jugador nuevo, un muchacho del interior que era suboficial del ejercito y estaba en Cordoba destinado por el ejercito. Era prolijo como jugador, cumplidor y no faltaba nunca. Jugaba en reserva, de forward, si mal no recuerdo. Ese domingo, el de la anecdota, el partido de reserva estaba por empezar y el no llegaba, todos estabamos realmente extrañados preguntandonos que podria haberle pasado. Primero había incertidumbre, despues preocupación y finalmente afloraron las puteadas. El partido se jugo igual, no recuerdo el resultado, pero cuando termino seguia la incertidumbre ya matizada entre la bronca y la extrañeza. El martes por la noche cuando llegue a entrenamiento los comentarios me recibieron primero. Sabes porque no vino a jugar el Teniente Sosa? Como no supe que contestar me encogí de hombros y entre risas absurdas me dijeron...porque lo metieron preso!! nosotros esperandolo para jugar y el tipo le sacude un tiro a un conscripto!! te imaginas?. lo metieron preso...y claro, dificil que pudiera llegarse a la cancha. Me quede callado y le dije a al Negro. No, no me lo imagino...ahora el hijo de puta podria haber esperado!! entraron 14 a la cancha en ese partido!! El Negro me miró sonriendo y seguí de largo para encontrar el poste de luz que iluminaba la mitad de la cancha.
martes, 23 de junio de 2009
Un Tiempo Mas
Despues del partido y cuando el tercer tiempo se extinguía atravesado de punta a punta por el frio de la tarde que nos caía encima solo quedabamos cuatro o cinco en el quincho. Estabamos hablando siempre de lo mismo, la anecdota que surgia de algun tackle, la pelota que se habia caido de las manos de alguien en el momento justo y cosas por el estilo. Los pocos que seguiamos sosteniendo la llama de esa charla estabamos sentados sobre la mesa como si hubieramos avanzado hasta un punto donde la reunion era inevitable. Las risas iban y venian pero uno de nosotros estaba enfrascado en una busqueda ,hasta el momento infructuosa, en su bolso. Jorge revolvía y revolvía sacando ropa sucia, vendas usadas, botines, tapones sueltos y cosas por el estilo; hasta que levantando la mano como si hubiera llegado primero en una maraton olímpica sacudió un papel en el aire. Lo miramos como quien mira una pagina escrita en un idioma extraño y esperamos que explicara.
Te prometí que iba a encontrarlo. Dijo mirandome. Busqué por todos lados en mi casa, sabía que lo tenía y ahora cuando no lo encontraba adentro del bolso me quería matar...aca está. La nota esa que te conté, la que escribió el viejo, la que habla de los tres tiempos del rugby.
Por ser el objeto de la explicación yo estaba mirando y escuchandolo pero los demas sumaron sus atenciones cuando empezó con la historia de los tres tiempos del rugby. Algo que parecía obvio quizas no lo era tanto o al menos todos queriamos saber que había detras de semejante definición. Se lo preguntó el Pildora. Te leo y vemos que opinas. desafió Jorge. Así es que desdoblo el papel y se puso a leer con la misma pausa que ponía en la cancha.
"Primer tiempo: es el periodo que los jugadores le dedican al juego durante la semana.
Normalmente abarca dos prácticas luego de los horarios de trabajo y/o estudio.
El sentido de estas prácticas se halla resumido en dos puntos fundamentales:
1- la oportunidad de encontrarse con los amigos
2- Ponerse de acuerdo entre todos los jugadores y bajo la guía del encargado del equipo, sobre el juego que se pretende desarrollar en el próximo partido. Como se ve el desarrollo físico no forma parte de los objetivos principales de las practicas, aunque si tienen un lugar complementario que puede incluso realizarse en forma individual, de acuerdo a las necesidades y posibilidades de cada jugador. Este primer tiempo es el del encuentro semanal, el de las correcciones y de las expectativas. Este primer tiempo tiene lugar tanto en la cancha de entrenamiento como en el vestuario durante una charla de equipo y como en el bar donde entre trago y trago se habla libremente del juego. Un buen “primer tiempo” es la base para construir un verdadero equipo"
lo interrumpió Juan preguntando de que tiempo hablaba si ultimamente lo único que hacian todos los benditos martes, miercoles y jueves era correr...correr y correr. Jorge lo miró como si fuera a contestarle pero prefirió seguir leyendo mientras un pedazo de pan volaba desde la otra punta de la mesa para pegarle en un ojo a Juan.
"Segundo tiempo: El partido en si mismo.
Es el momento mas esperado por todos durante la semana. Es el tiempo de máxima diversión, pero también es el tiempo del desarrollo del carácter del autocontrol y del sentido del equipo. Durante un partido de rugby tienen lugar condiciones de adversidad que aprendemos a sortear, por ejemplo el sentir temor no es algo malo en si mismo, lo interesante es lograr vencerlo y esto ocurre frente al tackle, a una pelota de aire o cuando se para un dribblling.
La condición más importante para encarar este segundo tiempo del rugby es la actitud mental. Con una correcta actitud mental hacia el juego, con seguridad se alcanzara el éxito, el que no necesariamente esta medido en términos de un resultado, sino mas bien, en el placer que nos reporta el haber jugado, dándolo todo por el equipo y respetando a los compañeros, adversarios y referí. El “segundo tiempo” es el tiempo de la “batalla del rugby”, que solo tiene sentido que se realice si los que participan de ella son gente educada para llevarla a cabo dentro de sus principios y tradiciones."
ahora el que interrumpia era el Corcho. Viste Cuco que es normal que tengas miedo y te borrés siempre!! se despacho mientras todos rompimos el aire a carcajadas. Corcho se metió un poco mas en su personalidad esquiva y empezó a balbucear venganzas que no tenian sentido.
Jorge se aclaro la garganta con un vaso de fernet y pidió silencio para seguir.
"Tercer tiempo: para muchos y no sin razón es el más importante de todos.
Es el tiempo del reencuentro con los oponentes y el árbitro, luego de la “batalla”. Es el tiempo del agradecimiento mutuo por haberse ayudado a disfrutar del juego. Es el tiempo del reconocimiento por alguna falta cometida y el momento de limar asperezas. Es el tiempo de las celebraciones, los tragos y los cánticos.
Cuando jugamos en casa debemos atender a nuestros visitantes ofreciéndoles todo nuestro calor de hombre de rugby. Cuando visitamos a otro club debemos aceptar lo que nos ofrecen. En el tercer tiempo conocemos a la persona que encierra el jugador con el que acabamos de competir duramente. Así se forjan lazos de amistad que duran para siempre. No participar del tercer tiempo es no haber entendido el juego, por mas grandes que sean las condiciones exhibidas durante el partido, mas aun, no se habrá gozado del verdadero rugby.
Durante el primer y segundo tiempo nos preparamos para ser “jugadores de rugby” y en el tercer tiempo completamos nuestra formación para ser verdaderos “hombres de rugby”
Termino de leer y no hubo aplausos solamente algunas ideas flotando. Hasta que la mistica se quebró en mil pedazos cuando Trillo desde el fondo dijo. Ahora anda vos Jorge y explicale a mi novia que los fernet que nos estamos tomando son parte del trabajo de la semana!!!
Te prometí que iba a encontrarlo. Dijo mirandome. Busqué por todos lados en mi casa, sabía que lo tenía y ahora cuando no lo encontraba adentro del bolso me quería matar...aca está. La nota esa que te conté, la que escribió el viejo, la que habla de los tres tiempos del rugby.
Por ser el objeto de la explicación yo estaba mirando y escuchandolo pero los demas sumaron sus atenciones cuando empezó con la historia de los tres tiempos del rugby. Algo que parecía obvio quizas no lo era tanto o al menos todos queriamos saber que había detras de semejante definición. Se lo preguntó el Pildora. Te leo y vemos que opinas. desafió Jorge. Así es que desdoblo el papel y se puso a leer con la misma pausa que ponía en la cancha.
"Primer tiempo: es el periodo que los jugadores le dedican al juego durante la semana.
Normalmente abarca dos prácticas luego de los horarios de trabajo y/o estudio.
El sentido de estas prácticas se halla resumido en dos puntos fundamentales:
1- la oportunidad de encontrarse con los amigos
2- Ponerse de acuerdo entre todos los jugadores y bajo la guía del encargado del equipo, sobre el juego que se pretende desarrollar en el próximo partido. Como se ve el desarrollo físico no forma parte de los objetivos principales de las practicas, aunque si tienen un lugar complementario que puede incluso realizarse en forma individual, de acuerdo a las necesidades y posibilidades de cada jugador. Este primer tiempo es el del encuentro semanal, el de las correcciones y de las expectativas. Este primer tiempo tiene lugar tanto en la cancha de entrenamiento como en el vestuario durante una charla de equipo y como en el bar donde entre trago y trago se habla libremente del juego. Un buen “primer tiempo” es la base para construir un verdadero equipo"
lo interrumpió Juan preguntando de que tiempo hablaba si ultimamente lo único que hacian todos los benditos martes, miercoles y jueves era correr...correr y correr. Jorge lo miró como si fuera a contestarle pero prefirió seguir leyendo mientras un pedazo de pan volaba desde la otra punta de la mesa para pegarle en un ojo a Juan.
"Segundo tiempo: El partido en si mismo.
Es el momento mas esperado por todos durante la semana. Es el tiempo de máxima diversión, pero también es el tiempo del desarrollo del carácter del autocontrol y del sentido del equipo. Durante un partido de rugby tienen lugar condiciones de adversidad que aprendemos a sortear, por ejemplo el sentir temor no es algo malo en si mismo, lo interesante es lograr vencerlo y esto ocurre frente al tackle, a una pelota de aire o cuando se para un dribblling.
La condición más importante para encarar este segundo tiempo del rugby es la actitud mental. Con una correcta actitud mental hacia el juego, con seguridad se alcanzara el éxito, el que no necesariamente esta medido en términos de un resultado, sino mas bien, en el placer que nos reporta el haber jugado, dándolo todo por el equipo y respetando a los compañeros, adversarios y referí. El “segundo tiempo” es el tiempo de la “batalla del rugby”, que solo tiene sentido que se realice si los que participan de ella son gente educada para llevarla a cabo dentro de sus principios y tradiciones."
ahora el que interrumpia era el Corcho. Viste Cuco que es normal que tengas miedo y te borrés siempre!! se despacho mientras todos rompimos el aire a carcajadas. Corcho se metió un poco mas en su personalidad esquiva y empezó a balbucear venganzas que no tenian sentido.
Jorge se aclaro la garganta con un vaso de fernet y pidió silencio para seguir.
"Tercer tiempo: para muchos y no sin razón es el más importante de todos.
Es el tiempo del reencuentro con los oponentes y el árbitro, luego de la “batalla”. Es el tiempo del agradecimiento mutuo por haberse ayudado a disfrutar del juego. Es el tiempo del reconocimiento por alguna falta cometida y el momento de limar asperezas. Es el tiempo de las celebraciones, los tragos y los cánticos.
Cuando jugamos en casa debemos atender a nuestros visitantes ofreciéndoles todo nuestro calor de hombre de rugby. Cuando visitamos a otro club debemos aceptar lo que nos ofrecen. En el tercer tiempo conocemos a la persona que encierra el jugador con el que acabamos de competir duramente. Así se forjan lazos de amistad que duran para siempre. No participar del tercer tiempo es no haber entendido el juego, por mas grandes que sean las condiciones exhibidas durante el partido, mas aun, no se habrá gozado del verdadero rugby.
Durante el primer y segundo tiempo nos preparamos para ser “jugadores de rugby” y en el tercer tiempo completamos nuestra formación para ser verdaderos “hombres de rugby”
Termino de leer y no hubo aplausos solamente algunas ideas flotando. Hasta que la mistica se quebró en mil pedazos cuando Trillo desde el fondo dijo. Ahora anda vos Jorge y explicale a mi novia que los fernet que nos estamos tomando son parte del trabajo de la semana!!!
jueves, 18 de junio de 2009
Fragil
Si me hubieran dicho un tiempo atrás que estaríamos teniendo esta conversación no lo habría creído. Habíamos terminado de una manera extraña, los dos con cosas por decir que preferíamos mantener ocultas, los dos esperando que el otro dijera algo. Lo que ya sabíamos, de todas formas las culpas se repartían parejas y ambos teníamos tantas que ya no podíamos cargarlas.
Termine la discusión como siempre, sin empezarla siquiera. No hizo falta despedida aunque cruzamos saludos protocolares.
Entonces, después de todo este tiempo, me desconcertó que me llamara y me trajera de vuelta de un paseo mental por mis cosas por hacer en el que estaba enfrascado. La mire primero sin entender, todavía masticando alguna idea que trataba de no perder. Entonces no me quedo mas remedio que detenerme y preguntarle las formalidades de siempre. Las respuestas siempre venían acompañadas de una sonrisa y eso hizo que me mientras hablábamos no pudiera dejar de cuestionarme si era posible que la vida tuviera ese efecto en los rencores.
Me contó de su vida, los cambios, el trabajo, el futuro y a cambio le entregue la escasa información que me atrevía a revelarle; me di cuenta luego que probablemente mi mezquino comportamiento se debía a que simplemente no le creía.
Porque tanta sonrisa, porque tanta amabilidad, a que debíamos esa nueva y reluciente actitud? La respuesta supongo que estaba ahí dentro, en el mismo torbellino de cosas que me estaba contando, pero de tan rápido el giro no podía distinguirlo. Entonces cuando el intercambio de palabras, conceptos, refranes y deseos comenzó a morirse indefectiblemente cerré el dialogo entregando yo también una muestra de perdón y olvido. Hace unos días me acordaba de vos. Le dije. Podría haber esperado que me preguntara porque pero preferí obviar el tramite. No se como vino a mi cabeza algo relacionado a tu negocio. Agregué.
Entonces ella puso en su cara la sonrisa mas ancha que encontró y me dijo. No es mas mi negocio, me separé.
Del negocio? Pregunté.
De mi marido.
La conversación ya no tenía remedio, había naufragado en un mar de cuestiones que excedían lo que había sido un encuentro casual de dos personas que habían terminado lo suficientemente bien como para no odiarse pero lo suficientemente mal como para no hablarse mas. Entonces apure el elogio por la decisión y saludando apenas comencé a irme; como si estuviera cruzando un puente de cristal con zapatos de plomo…no quería quedarme del lado equivocado.
Termine la discusión como siempre, sin empezarla siquiera. No hizo falta despedida aunque cruzamos saludos protocolares.
Entonces, después de todo este tiempo, me desconcertó que me llamara y me trajera de vuelta de un paseo mental por mis cosas por hacer en el que estaba enfrascado. La mire primero sin entender, todavía masticando alguna idea que trataba de no perder. Entonces no me quedo mas remedio que detenerme y preguntarle las formalidades de siempre. Las respuestas siempre venían acompañadas de una sonrisa y eso hizo que me mientras hablábamos no pudiera dejar de cuestionarme si era posible que la vida tuviera ese efecto en los rencores.
Me contó de su vida, los cambios, el trabajo, el futuro y a cambio le entregue la escasa información que me atrevía a revelarle; me di cuenta luego que probablemente mi mezquino comportamiento se debía a que simplemente no le creía.
Porque tanta sonrisa, porque tanta amabilidad, a que debíamos esa nueva y reluciente actitud? La respuesta supongo que estaba ahí dentro, en el mismo torbellino de cosas que me estaba contando, pero de tan rápido el giro no podía distinguirlo. Entonces cuando el intercambio de palabras, conceptos, refranes y deseos comenzó a morirse indefectiblemente cerré el dialogo entregando yo también una muestra de perdón y olvido. Hace unos días me acordaba de vos. Le dije. Podría haber esperado que me preguntara porque pero preferí obviar el tramite. No se como vino a mi cabeza algo relacionado a tu negocio. Agregué.
Entonces ella puso en su cara la sonrisa mas ancha que encontró y me dijo. No es mas mi negocio, me separé.
Del negocio? Pregunté.
De mi marido.
La conversación ya no tenía remedio, había naufragado en un mar de cuestiones que excedían lo que había sido un encuentro casual de dos personas que habían terminado lo suficientemente bien como para no odiarse pero lo suficientemente mal como para no hablarse mas. Entonces apure el elogio por la decisión y saludando apenas comencé a irme; como si estuviera cruzando un puente de cristal con zapatos de plomo…no quería quedarme del lado equivocado.
viernes, 12 de junio de 2009
Tu Primo José
Sabes lo que me dijo el día que nos conocimos?
Ni idea… Te pregunto por tu trabajo? Habló de tus amigas, de tus ojos, de tu sonrisa, de tus ideas…?
No, peor, fue directo, casi obsceno…destruyo en 3 palabras una relación que podría haber llegado algo mas allá del primer sobrecito de edulcorante en nuestro primer café juntos…
Que te dijo Gabi? Contame…
Se presentó, nos sentamos en la mesa y antes de que pidiera mi capuchino me dijo su nombre y despues de decirme quien era, de donde me conocía y cosas por el estilo; le acercó un fosforo a mi mal humor cargado con nafta. "sabes que si hay algo que tengo...es onda”. lo dejé hablar, lo mire y le dije… pero conciencia de lo que decís, no!
Ni idea… Te pregunto por tu trabajo? Habló de tus amigas, de tus ojos, de tu sonrisa, de tus ideas…?
No, peor, fue directo, casi obsceno…destruyo en 3 palabras una relación que podría haber llegado algo mas allá del primer sobrecito de edulcorante en nuestro primer café juntos…
Que te dijo Gabi? Contame…
Se presentó, nos sentamos en la mesa y antes de que pidiera mi capuchino me dijo su nombre y despues de decirme quien era, de donde me conocía y cosas por el estilo; le acercó un fosforo a mi mal humor cargado con nafta. "sabes que si hay algo que tengo...es onda”. lo dejé hablar, lo mire y le dije… pero conciencia de lo que decís, no!
Tiro Bajo
Ese gordo es enorme, se mueve como si rodara pero llega a todos lados…
Dejamelo a mi que lo voy a buscar bien abajo, si le vas arriba estas liquidado. Se confió el sapo.
Abajo donde si no tiene cintura!! Me reí mientras me ponía el protector bucal de nuevo.
El arbitro llamo al segundo tiempo y cada uno volvió a su puesto en la cancha, que esa tarde estaba especialmente polvorienta, la sequía y el viento habían hecho que un polvo en suspensión flotara sobre el rectángulo sumiéndonos a todos en una extraña nube rojiza que no desaparecía nunca.
La salida fue larga al fondo y desde allá empezó a atacar el fullback, se coló entre las marcas hasta casi llegar a mitad de cancha, por ahí lo pararon en seco con un tackle de esos que están al borde de caerse del reglamento, sin embargo pudo dar la pelota. Nuestros forwards volvían del otro lado de la cancha después de haber quedado mal parados por la corrida del fullback de ellos. El que tomo la pelota avanzó apenas unos metros y cayó pesado, como si los pies se le hubieran olvidado en la linea de 22. Rebotó y en el mismo impulso pudo cubrir la pelota. Estaba ahí y como siempre no pudo evitar la tentación de anotarse con un penal de aquellos. El eléctrico saltó sobre ese rock que ya tenía forma de montaña y manoteo al medioscrum y a la pelota como si fuera un arquero de futbol cortando un centro. Varios gritos quejándose, insultos y dos trompadas lo recibieron del otro lado. En el mismo instante el arbitro pitó y marcó. Se levantaron todos y desde el piso el eléctrico empezó una discusión que ya estaba perdida. Fue penal? Preguntó gritando, desafiante como si la razón que estaba por invocar estuviera oculta en algún lado y todos estuviéramos por descubrirla. Penal, no…penalazo!!! Le grito en la cara. No hicimos ni dijimos nada porque era indefendible por donde se lo mirara, quizás si le hubiera puesto una amarilla le hubiéramos agradecido también.
Estábamos en las 5 nuestras y la posición era muy complicada, no quedaba mucho tiempo, ganábamos por 3 y seguramente la pelota se la iban a dar al gordo para que entrara con todo lo que se pusiera delante en el ingoal.
Se formaron para hacer alguna de esas jugadas de penal que se entrenan en la semana y nunca resultan en los partidos, frente al gordo pusimos al sapo que todavía seguía esperando la oportunidad para “atarle los cordones”.
Abrieron, dos pases y la pelota al gordo, que entró sesgado, ya habíamos salido todos a marcar y el sapo se lo encontró casi de frente. Trató de tomarle las dos piernas pero se hizo imposible por esas cosas que tiene la materia y la física. El gordo siguió avanzando como si nada hasta que el sapo ajustó el abrazo y lo tomó del pié. Eso le quitó velocidad y casi lo frena. Kike y el bañero lo agarraron arriba para terminar de doblarlo y devolverlo al lugar desde donde había venido. Se le cayó la pelota y desde algún lado ,que era difícil distinguir, se escucho el silbato del arbitro cobrando de nuevo.
Para nosotros ,pensé. Tackle alto, dijo. Lo queríamos matar. El sapo se levanto del suelo y se le paro al frente buscando una explicación. Alto que? Si le ate los cordones, gritó.
Tackle alto del señor, dijo apuntando acusador al bañero.
Nos fuimos otra vez hasta la linea del ingoal esperando la misma jugada otra vez. No nos equivocamos, el gordo de nuevo, enorme, macizo, rustico, lanzado con la pelota entre las manos a conquistar nuestro espacio. El sapo salió aún mas decidido y le comió los tobillos con sus brazos para que esta vez si, la mente dominara a la materia y esas piernas monolíticas se juntaran y trabaran en un mismo acto. Cayó pesado, inevitablemente y la pelota le explotó en el pecho saltando despavorida para un costado. Knock on. Pelota nuestra y partido casi terminado. El sapo se levantó del suelo y se sacudió la tierra sobradoramente, como diría Soriano, mientras le palmeaban la espalda y lo felicitaban camino hasta la punta para encontrarme y dandome un abrazo me dijo entusiasmado y excitado mientras hacia lo que podía para no escupir el protector…que te digo siempre Mono? Andale abajo!!!
Dejamelo a mi que lo voy a buscar bien abajo, si le vas arriba estas liquidado. Se confió el sapo.
Abajo donde si no tiene cintura!! Me reí mientras me ponía el protector bucal de nuevo.
El arbitro llamo al segundo tiempo y cada uno volvió a su puesto en la cancha, que esa tarde estaba especialmente polvorienta, la sequía y el viento habían hecho que un polvo en suspensión flotara sobre el rectángulo sumiéndonos a todos en una extraña nube rojiza que no desaparecía nunca.
La salida fue larga al fondo y desde allá empezó a atacar el fullback, se coló entre las marcas hasta casi llegar a mitad de cancha, por ahí lo pararon en seco con un tackle de esos que están al borde de caerse del reglamento, sin embargo pudo dar la pelota. Nuestros forwards volvían del otro lado de la cancha después de haber quedado mal parados por la corrida del fullback de ellos. El que tomo la pelota avanzó apenas unos metros y cayó pesado, como si los pies se le hubieran olvidado en la linea de 22. Rebotó y en el mismo impulso pudo cubrir la pelota. Estaba ahí y como siempre no pudo evitar la tentación de anotarse con un penal de aquellos. El eléctrico saltó sobre ese rock que ya tenía forma de montaña y manoteo al medioscrum y a la pelota como si fuera un arquero de futbol cortando un centro. Varios gritos quejándose, insultos y dos trompadas lo recibieron del otro lado. En el mismo instante el arbitro pitó y marcó. Se levantaron todos y desde el piso el eléctrico empezó una discusión que ya estaba perdida. Fue penal? Preguntó gritando, desafiante como si la razón que estaba por invocar estuviera oculta en algún lado y todos estuviéramos por descubrirla. Penal, no…penalazo!!! Le grito en la cara. No hicimos ni dijimos nada porque era indefendible por donde se lo mirara, quizás si le hubiera puesto una amarilla le hubiéramos agradecido también.
Estábamos en las 5 nuestras y la posición era muy complicada, no quedaba mucho tiempo, ganábamos por 3 y seguramente la pelota se la iban a dar al gordo para que entrara con todo lo que se pusiera delante en el ingoal.
Se formaron para hacer alguna de esas jugadas de penal que se entrenan en la semana y nunca resultan en los partidos, frente al gordo pusimos al sapo que todavía seguía esperando la oportunidad para “atarle los cordones”.
Abrieron, dos pases y la pelota al gordo, que entró sesgado, ya habíamos salido todos a marcar y el sapo se lo encontró casi de frente. Trató de tomarle las dos piernas pero se hizo imposible por esas cosas que tiene la materia y la física. El gordo siguió avanzando como si nada hasta que el sapo ajustó el abrazo y lo tomó del pié. Eso le quitó velocidad y casi lo frena. Kike y el bañero lo agarraron arriba para terminar de doblarlo y devolverlo al lugar desde donde había venido. Se le cayó la pelota y desde algún lado ,que era difícil distinguir, se escucho el silbato del arbitro cobrando de nuevo.
Para nosotros ,pensé. Tackle alto, dijo. Lo queríamos matar. El sapo se levanto del suelo y se le paro al frente buscando una explicación. Alto que? Si le ate los cordones, gritó.
Tackle alto del señor, dijo apuntando acusador al bañero.
Nos fuimos otra vez hasta la linea del ingoal esperando la misma jugada otra vez. No nos equivocamos, el gordo de nuevo, enorme, macizo, rustico, lanzado con la pelota entre las manos a conquistar nuestro espacio. El sapo salió aún mas decidido y le comió los tobillos con sus brazos para que esta vez si, la mente dominara a la materia y esas piernas monolíticas se juntaran y trabaran en un mismo acto. Cayó pesado, inevitablemente y la pelota le explotó en el pecho saltando despavorida para un costado. Knock on. Pelota nuestra y partido casi terminado. El sapo se levantó del suelo y se sacudió la tierra sobradoramente, como diría Soriano, mientras le palmeaban la espalda y lo felicitaban camino hasta la punta para encontrarme y dandome un abrazo me dijo entusiasmado y excitado mientras hacia lo que podía para no escupir el protector…que te digo siempre Mono? Andale abajo!!!
jueves, 4 de junio de 2009
No va a quedar asi
Me pegó de atrás. No lo ví, pero sentí el peso de la mano que me golpeo la nuca. Seco el golpe. Duro, buscando decirme algo, suponiendo que yo entendía. Si entendí. Eso era penal, pero que podía hacer si ya estaba ahí, o los dejaba que jugaran o hacia penal. Hice penal entonces y el arbitro tardo en cobrarlo, por eso la trompada…aunque seguramente hubiera ligado la trompada igual, esa u otra.
Supe que era el 5 porque me miró directo a los ojos cuando se hacia para atrás. Fijo me miraba como diciendo “si fui yo y que?” el arbitro cobro el penal pero no lo vio pegarme y como yo estaba debajo de muchos otros jugadores no pude reaccionar tan rápido como hubiera querido para devolverle la trompada por diez. Lo dejé ir porque el juego tiene esas cosas, tiene la oportunidad en cualquier lugar de la cancha, en cualquier instante. Lo podes encontrar y devolversela con intereses. La verdad es que lo busque todo el partido y nunca pude encontrarlo, se dio un partido abierto pero a la vez posicional y como nuestros puestos no coincidian no tuve la suerte de tenerlo a mano otra vez. Lo seguí por todos lados donde pude pero o la daba antes o yo tenía que volverme hacia otro lado o simplemente era tan franco nuestro encuentro que no daba para sacar una trompada que me pusiera fuera de la cancha con una roja directa.
Al menos me quedaba el consuelo de saber que es muy complicado jugar un partido sabiendo que en cuanto te descuides o quedes en el piso te van a pegar…bah…un consuelo absurdo pero era lo único que tenia. Como dije lo busque toda la tarde y no pude encontrarlo, todavía llevaba en la cabeza, literalmente, el puñetazo que me había dado y espere hasta el ultimo line para ver si pasaba cerca mio. Una tarde con suerte dispar, ganamos, pero no pude encontrarme con el 5 en ninguna parte.
Lo busque por toda la cancha, todo el partido y cuando sonó el silbato del final fui a buscarlo directamente, lo ubique entre todos sus compañeros y mientras se sacaba la cinta de los dedos se lo dije. Te busque por toda la cancha y no te pude encontrar. Se sonrió y sacándose el protector bucal me confió. Sabes lo feo que es jugar sabiendo que en cualquier momento te la van a dar?
Supe que era el 5 porque me miró directo a los ojos cuando se hacia para atrás. Fijo me miraba como diciendo “si fui yo y que?” el arbitro cobro el penal pero no lo vio pegarme y como yo estaba debajo de muchos otros jugadores no pude reaccionar tan rápido como hubiera querido para devolverle la trompada por diez. Lo dejé ir porque el juego tiene esas cosas, tiene la oportunidad en cualquier lugar de la cancha, en cualquier instante. Lo podes encontrar y devolversela con intereses. La verdad es que lo busque todo el partido y nunca pude encontrarlo, se dio un partido abierto pero a la vez posicional y como nuestros puestos no coincidian no tuve la suerte de tenerlo a mano otra vez. Lo seguí por todos lados donde pude pero o la daba antes o yo tenía que volverme hacia otro lado o simplemente era tan franco nuestro encuentro que no daba para sacar una trompada que me pusiera fuera de la cancha con una roja directa.
Al menos me quedaba el consuelo de saber que es muy complicado jugar un partido sabiendo que en cuanto te descuides o quedes en el piso te van a pegar…bah…un consuelo absurdo pero era lo único que tenia. Como dije lo busque toda la tarde y no pude encontrarlo, todavía llevaba en la cabeza, literalmente, el puñetazo que me había dado y espere hasta el ultimo line para ver si pasaba cerca mio. Una tarde con suerte dispar, ganamos, pero no pude encontrarme con el 5 en ninguna parte.
Lo busque por toda la cancha, todo el partido y cuando sonó el silbato del final fui a buscarlo directamente, lo ubique entre todos sus compañeros y mientras se sacaba la cinta de los dedos se lo dije. Te busque por toda la cancha y no te pude encontrar. Se sonrió y sacándose el protector bucal me confió. Sabes lo feo que es jugar sabiendo que en cualquier momento te la van a dar?
miércoles, 3 de junio de 2009
Mi Primera Vez
Había algo en él, algo que hacia que nosotros fuéramos distintos, no porque fuésemos menos sino porque inequívocamente ,él… era mas. Ahí estaba la clave como para que pudiéramos compartir sus proyectos e ideas sin sentirnos parte de una comparsa. Eso para mí era lo más importante porque si bien estaba inmerso en una organización tan vertical que a veces asfixiaba con él podía sentirme parte de algo en lo que yo también podía opinar.
Eran casi las 8 de la noche ese día cuando me encontré frente a frente con Gimenez, un soldado morochito que venía del chaco y no quería volverse porque había conocido las tres comidas diarias y el cepillo de dientes. Nos encontramos a mitad de camino entre el casino de oficiales y el puesto de guardia.
Lo vió? – me preguntó- recién estuvo y charlamos un rato, se acordaba de mi apellido y me preguntó si en el Chaco hacia este frío.
Gimenez estaba asombrado y me contaba la anécdota como si hubiera tenido la oportunidad de hablar con Dios. Era cierto, por otra parte, que no le pasaba todos los días que alguien de rango superior se acordara de su nombre y menos aún de su procedencia, más aún teniendo en cuenta que por sus facciones era un auténtico coya y no un hombre del litoral.
No, no lo ví. Para donde se fue? Le pregunté como si verdaderamente no estuviera interesado. Señalo le casino y cuando me fui pude ver que me seguía con la vista como si me encaminara a un encuentro cumbre donde un mortal como él no podía siquiera soñar estar.
En el casino estaban todos menos él. Nadie lo había visto entrar pero un par aseguraban que lo reconocieron a través de las ventanas cuando pasaba por el costado del edificio. Fui hasta el baño y me cercioré que así fuera. No estaba, parecía cierto entonces que después de saludarlo al tal Gimenez había pasado, sin detenerse, por el casino. Cuando ya estaba saliendo de nuevo al parque me tomo de un brazo el Teniente Randazzo. Me miró fijamente y solo me soltó cuando lo tomé con la otra mano y le puse la suya, con la que me estaba tomando, de vuelta junto a su cuerpo. Entonces me dijo. Disculpame, no me di cuenta. – y siguió hablando como si mi perdón estuviera garantizado- Vos lo estas buscando? Pasó por afuera y siguió para la enfermería, me parece. Y estudiando mi reacción se sintió en confianza como para preguntarme. En que andan? Yo puedo ayudar, sabes? Lo seguí mirando a los ojos unos segundos. Miré a los costados buscando posibles testigos y me acerque despacio a su oreja derecha. Estamos por voltear al gobierno, le dije y lentamente me retiré hacia atrás. Sonrió sin creerme, sonreí también yo. Lo palmee en el hombro y me escapé lo mas rápido que pude. Afuera la noche había llegado y un viento helado lo recorría todo haciéndolo áspero y un poco más duro que de costumbre.
El camino a la enfermería era una callecita asfaltada y con poca iluminación. El dibujo gris serpenteaba entre unos pinos enormes y al final se veía el edificio blanco que uno imaginaba un oasis en esa noche polar. Llegué a la puerta y golpeé un par de veces mientras me frotaba las manos tratando de recuperar algo de sensibilidad. Se escuchaban ruidos metálicos, pequeños sonidos de objetos que se chocaban y después el ruido de muebles que se arrastraban por el piso de mosaicos. La espera hacia mas difícil soportar el frío y volví a golpear con un poco menos de consideración. Mientras esperaba encontré el timbre en la pared pero le faltaba el botón. No tuve respuesta una vez más y dejando de lado cualquier rastro de consideración y educación me ensañe con la puerta obstinado en que me abrieran o la voltearía. Golpee y golpee, con las manos y también con los pies hasta que en medio del lío que había armado escuché que desde adentro me pedían paciencia.
Esperé y el frío se ensañó de nuevo con mis manos y mi cara. Tratando de encontrar alguna forma de que el marco de la puerta me protegiera del viento me puse de espaldas, bien pegado contra la puerta. En eso estaba cuando abrieron y me quede sin apoyo atrás.
Me saludo sorprendido un enfermero que tenia el pelo revuelto y los ojos desacomodados por la sorpresa. Lo miré preguntando que pasaba ahí dentro y no pudo explicarme nada coherente. Lo poco que entendí tenía que ver con el fútbol. Lo hice a un lado tratando de hacerlo sentir más incómodo aún. Mientras avanzaba por el pasillo empecé a ver camillas amontonadas, escritorios y sillas apilados en una oficina pequeña. Pasé la puerta y lo que debía ser la sala de espera estaba convertida en un salón vacío. Al fondo, contra un ventanal enrejado cinco muchachos más, entre enfermeros y médicos estaban parados mirándome fijamente esperando que hiciera mi movida.
No hay trabajo esta noche o en vez de entrar al hospital me fui al gimnasio? Pregunte.
Nadie habló, apenas unos movimientos absurdos, como si pudieran esconderse o explicar lo inexplicable. El enfermero que me había abierto y me seguía desde atrás se animó a hablar. Mas que nada por el frío, empezamos tratando de calentarnos y se fue haciendo mas y mas…- caliente. Agregué. Se miraron entre ellos y sin mirarlos me di vuelta y los amenacé con notificar todo a menos que hicieran lo que iba a pedirles.
En la enfermería no lo habían visto, en el fragor del partido de fútbol probablemente se había cansado de golpear y nadie lo había atendido. Perdíamos el tiempo con este grupo de irresponsables pero para algo iban a servir después. Los asusté un poco más y les dejé las instrucciones precisas. El enfermero que me había atendido fue tomando nota de todo lo que dije hasta que me dí cuenta, le arrebate el papel y me lo guardé en el bolsillo del sobretodo.
Si se enteran de esto en Buenos Aires voy a saber quienes son los buchones. Les dejé esa frase como para que la tuvieran en sus cabezas como una señal de peligro marcada a fuego.
Salí otra vez al viento miserable y me puse en camino a los dormitorios. Estaban detrás del hospital y quizás al no encontrar nadie que le abriera la puerta había seguido camino hasta allí. El camino estaba demarcado con ligustrines bajos y perfectamente simétricos demostrando el poco vuelo creativo y las limitaciones de quienes lo habían recortado.
En unos minutos estuve frente a la puerta y esperé a cerciorarme de que nadie me viera. Cuando estuve seguro, abrí la puerta y entré. No es que adentro estuviera cálido pero el solo hecho de no tener que soportar el viento me arrancó una sonrisa y se llevó también los botones del sobretodo. Las luces estaban prendidas a medias. Uno de los pabellones estaba iluminado mientras que el otro tenía todas las luces apagadas pero se robaba el reflejo que entraba por una de las puertas. Camine despacio, inconscientemente, como si estuviera preparándome para una sorpresa. A medida que iba acercándome al final del pasillo comencé a oir voces que venían de las duchas. Me acerqué mas despacio aún para confirmar que quienes estaban allí no eran parte del enemigo. Hablaban de la conveniencia de que se hiciera presente al otro día en Campo de Mayo, la mayoría no encontraba una razón para que la visita no se hiciera pero él parecía no estar convencido. Sabiendo que estaban reunidos los personajes que había salido a buscar, recompuse mi paso y decidido entre en escena. Al escuchar mis pasos se sorprendieron y se quedaron mudos repentinamente. Me miraron todos juntos como quien esta mirando la muerte a la cara. Las miradas me pararon en seco y no tuve mejor idea que sonreir. Dos o tres me trataron de pelotudo y se volvieron a seguir el debate. El coronel me vió llegar y me hizo un lugar en la banqueta donde estaban sentados. Los escuché atentamente un rato más sin atreverme a aportar nada, ya los había asustado lo suficiente.
Había pasado casi una hora y todos seguían discutiendo sin llegar a ponerse de acuerdo. Yo seguía escuchando y el Coronel se mantenía al margen fumando tranquilo. Cada tanto les decía que él haría lo que se decidiera allí ,que solo era, circunstancialmente, la cara visible de un movimiento que no conocía de hombres ni de fronteras. Los adulaba un poco y retomaban la discusión envalentonados. Esa era una de sus virtudes, agrandar boludos. Con la última pitada del cigarrillo pidió permiso para dar una idea y nos llenó del humo espeso de sus cigarrillos negros. Iría a Campo de Mayo porque era lo que hacía falta para precipitar las acciones que se venían. Si estábamos decididos a actuar ese era el momento. Teníamos que mostrar que la carrera había empezado y que nosotros estábamos dispuestos a ganarla. Terminó la frase y nos miro desafiante. Seguro de que estaba haciendo historia. Lo escuchamos atentos y todos estuvimos de acuerdo, por supuesto. Estuvimos conformes con la idea y Sauchelli quedo a cargo de los preparativos para el día siguiente. Nos saludamos y nos pusimos de acuerdo pra salir de a pares buscando no despertar sospechas.
La salída del Coronel a Campo de Mayo estaba prevista a las 6 de la mañana. Puse el despertador a las 5 aunque cuando sonó hacía rato que estaba despierto. Di tantas vueltas en la cama que casi estaba mareado. Las dudas me habían torturado toda la noche y me estaba cayendo a pedazos. Salí al pasillo de las habitaciones tratando como siempre de que nadie me viera, llegué hasta el telefono que estaba junto a la puerta de entrada. Dejé pasar a dos soldados de guardia que me saludaron somnolientos y marque el numero de la casa del Coronel. Mientras marcaba pensé en que podía despertarlo pero su voz me dejó claro que compartíamos el insomnio.
Me atendió firme y amable como siempre. No hizo falta que le dijera quien era pero si le extraño mi llamado. Fui directo al grano porque no tenía espacio para maniobras extrañas ni convenciones protocolares. Coronel. No vaya a Campo de Mayo. Lo están esperando para terminar con usted y con el proceso que lanzamos.
No tuve respuesta por un minuto larguísimo y al final de la agonía me dijo. Me imaginaba, sabe? No me pregunte porque. Pero me lo imaginaba. Se lo agradezco amigo.
Colgó y me dejó con el teléfono en la mano y el ánimo por el piso.
Esa fue la primera vez que no pude matar a Perón.
Eran casi las 8 de la noche ese día cuando me encontré frente a frente con Gimenez, un soldado morochito que venía del chaco y no quería volverse porque había conocido las tres comidas diarias y el cepillo de dientes. Nos encontramos a mitad de camino entre el casino de oficiales y el puesto de guardia.
Lo vió? – me preguntó- recién estuvo y charlamos un rato, se acordaba de mi apellido y me preguntó si en el Chaco hacia este frío.
Gimenez estaba asombrado y me contaba la anécdota como si hubiera tenido la oportunidad de hablar con Dios. Era cierto, por otra parte, que no le pasaba todos los días que alguien de rango superior se acordara de su nombre y menos aún de su procedencia, más aún teniendo en cuenta que por sus facciones era un auténtico coya y no un hombre del litoral.
No, no lo ví. Para donde se fue? Le pregunté como si verdaderamente no estuviera interesado. Señalo le casino y cuando me fui pude ver que me seguía con la vista como si me encaminara a un encuentro cumbre donde un mortal como él no podía siquiera soñar estar.
En el casino estaban todos menos él. Nadie lo había visto entrar pero un par aseguraban que lo reconocieron a través de las ventanas cuando pasaba por el costado del edificio. Fui hasta el baño y me cercioré que así fuera. No estaba, parecía cierto entonces que después de saludarlo al tal Gimenez había pasado, sin detenerse, por el casino. Cuando ya estaba saliendo de nuevo al parque me tomo de un brazo el Teniente Randazzo. Me miró fijamente y solo me soltó cuando lo tomé con la otra mano y le puse la suya, con la que me estaba tomando, de vuelta junto a su cuerpo. Entonces me dijo. Disculpame, no me di cuenta. – y siguió hablando como si mi perdón estuviera garantizado- Vos lo estas buscando? Pasó por afuera y siguió para la enfermería, me parece. Y estudiando mi reacción se sintió en confianza como para preguntarme. En que andan? Yo puedo ayudar, sabes? Lo seguí mirando a los ojos unos segundos. Miré a los costados buscando posibles testigos y me acerque despacio a su oreja derecha. Estamos por voltear al gobierno, le dije y lentamente me retiré hacia atrás. Sonrió sin creerme, sonreí también yo. Lo palmee en el hombro y me escapé lo mas rápido que pude. Afuera la noche había llegado y un viento helado lo recorría todo haciéndolo áspero y un poco más duro que de costumbre.
El camino a la enfermería era una callecita asfaltada y con poca iluminación. El dibujo gris serpenteaba entre unos pinos enormes y al final se veía el edificio blanco que uno imaginaba un oasis en esa noche polar. Llegué a la puerta y golpeé un par de veces mientras me frotaba las manos tratando de recuperar algo de sensibilidad. Se escuchaban ruidos metálicos, pequeños sonidos de objetos que se chocaban y después el ruido de muebles que se arrastraban por el piso de mosaicos. La espera hacia mas difícil soportar el frío y volví a golpear con un poco menos de consideración. Mientras esperaba encontré el timbre en la pared pero le faltaba el botón. No tuve respuesta una vez más y dejando de lado cualquier rastro de consideración y educación me ensañe con la puerta obstinado en que me abrieran o la voltearía. Golpee y golpee, con las manos y también con los pies hasta que en medio del lío que había armado escuché que desde adentro me pedían paciencia.
Esperé y el frío se ensañó de nuevo con mis manos y mi cara. Tratando de encontrar alguna forma de que el marco de la puerta me protegiera del viento me puse de espaldas, bien pegado contra la puerta. En eso estaba cuando abrieron y me quede sin apoyo atrás.
Me saludo sorprendido un enfermero que tenia el pelo revuelto y los ojos desacomodados por la sorpresa. Lo miré preguntando que pasaba ahí dentro y no pudo explicarme nada coherente. Lo poco que entendí tenía que ver con el fútbol. Lo hice a un lado tratando de hacerlo sentir más incómodo aún. Mientras avanzaba por el pasillo empecé a ver camillas amontonadas, escritorios y sillas apilados en una oficina pequeña. Pasé la puerta y lo que debía ser la sala de espera estaba convertida en un salón vacío. Al fondo, contra un ventanal enrejado cinco muchachos más, entre enfermeros y médicos estaban parados mirándome fijamente esperando que hiciera mi movida.
No hay trabajo esta noche o en vez de entrar al hospital me fui al gimnasio? Pregunte.
Nadie habló, apenas unos movimientos absurdos, como si pudieran esconderse o explicar lo inexplicable. El enfermero que me había abierto y me seguía desde atrás se animó a hablar. Mas que nada por el frío, empezamos tratando de calentarnos y se fue haciendo mas y mas…- caliente. Agregué. Se miraron entre ellos y sin mirarlos me di vuelta y los amenacé con notificar todo a menos que hicieran lo que iba a pedirles.
En la enfermería no lo habían visto, en el fragor del partido de fútbol probablemente se había cansado de golpear y nadie lo había atendido. Perdíamos el tiempo con este grupo de irresponsables pero para algo iban a servir después. Los asusté un poco más y les dejé las instrucciones precisas. El enfermero que me había atendido fue tomando nota de todo lo que dije hasta que me dí cuenta, le arrebate el papel y me lo guardé en el bolsillo del sobretodo.
Si se enteran de esto en Buenos Aires voy a saber quienes son los buchones. Les dejé esa frase como para que la tuvieran en sus cabezas como una señal de peligro marcada a fuego.
Salí otra vez al viento miserable y me puse en camino a los dormitorios. Estaban detrás del hospital y quizás al no encontrar nadie que le abriera la puerta había seguido camino hasta allí. El camino estaba demarcado con ligustrines bajos y perfectamente simétricos demostrando el poco vuelo creativo y las limitaciones de quienes lo habían recortado.
En unos minutos estuve frente a la puerta y esperé a cerciorarme de que nadie me viera. Cuando estuve seguro, abrí la puerta y entré. No es que adentro estuviera cálido pero el solo hecho de no tener que soportar el viento me arrancó una sonrisa y se llevó también los botones del sobretodo. Las luces estaban prendidas a medias. Uno de los pabellones estaba iluminado mientras que el otro tenía todas las luces apagadas pero se robaba el reflejo que entraba por una de las puertas. Camine despacio, inconscientemente, como si estuviera preparándome para una sorpresa. A medida que iba acercándome al final del pasillo comencé a oir voces que venían de las duchas. Me acerqué mas despacio aún para confirmar que quienes estaban allí no eran parte del enemigo. Hablaban de la conveniencia de que se hiciera presente al otro día en Campo de Mayo, la mayoría no encontraba una razón para que la visita no se hiciera pero él parecía no estar convencido. Sabiendo que estaban reunidos los personajes que había salido a buscar, recompuse mi paso y decidido entre en escena. Al escuchar mis pasos se sorprendieron y se quedaron mudos repentinamente. Me miraron todos juntos como quien esta mirando la muerte a la cara. Las miradas me pararon en seco y no tuve mejor idea que sonreir. Dos o tres me trataron de pelotudo y se volvieron a seguir el debate. El coronel me vió llegar y me hizo un lugar en la banqueta donde estaban sentados. Los escuché atentamente un rato más sin atreverme a aportar nada, ya los había asustado lo suficiente.
Había pasado casi una hora y todos seguían discutiendo sin llegar a ponerse de acuerdo. Yo seguía escuchando y el Coronel se mantenía al margen fumando tranquilo. Cada tanto les decía que él haría lo que se decidiera allí ,que solo era, circunstancialmente, la cara visible de un movimiento que no conocía de hombres ni de fronteras. Los adulaba un poco y retomaban la discusión envalentonados. Esa era una de sus virtudes, agrandar boludos. Con la última pitada del cigarrillo pidió permiso para dar una idea y nos llenó del humo espeso de sus cigarrillos negros. Iría a Campo de Mayo porque era lo que hacía falta para precipitar las acciones que se venían. Si estábamos decididos a actuar ese era el momento. Teníamos que mostrar que la carrera había empezado y que nosotros estábamos dispuestos a ganarla. Terminó la frase y nos miro desafiante. Seguro de que estaba haciendo historia. Lo escuchamos atentos y todos estuvimos de acuerdo, por supuesto. Estuvimos conformes con la idea y Sauchelli quedo a cargo de los preparativos para el día siguiente. Nos saludamos y nos pusimos de acuerdo pra salir de a pares buscando no despertar sospechas.
La salída del Coronel a Campo de Mayo estaba prevista a las 6 de la mañana. Puse el despertador a las 5 aunque cuando sonó hacía rato que estaba despierto. Di tantas vueltas en la cama que casi estaba mareado. Las dudas me habían torturado toda la noche y me estaba cayendo a pedazos. Salí al pasillo de las habitaciones tratando como siempre de que nadie me viera, llegué hasta el telefono que estaba junto a la puerta de entrada. Dejé pasar a dos soldados de guardia que me saludaron somnolientos y marque el numero de la casa del Coronel. Mientras marcaba pensé en que podía despertarlo pero su voz me dejó claro que compartíamos el insomnio.
Me atendió firme y amable como siempre. No hizo falta que le dijera quien era pero si le extraño mi llamado. Fui directo al grano porque no tenía espacio para maniobras extrañas ni convenciones protocolares. Coronel. No vaya a Campo de Mayo. Lo están esperando para terminar con usted y con el proceso que lanzamos.
No tuve respuesta por un minuto larguísimo y al final de la agonía me dijo. Me imaginaba, sabe? No me pregunte porque. Pero me lo imaginaba. Se lo agradezco amigo.
Colgó y me dejó con el teléfono en la mano y el ánimo por el piso.
Esa fue la primera vez que no pude matar a Perón.
martes, 26 de mayo de 2009
Altas Cumbres
El cielo parecia un telón acribillado a escopetazos y uno podía imaginarse atrás ,escondída, una luz blanca que porfiada se colaba por cada infimo agujero.
El silencio invadido por el viento rozando los yuyos,con sus cuerpos secos y ruidosos hablando en susurros completaba el escenario. Una pequeña muestra de la dignidad extrema con que la naturaleza puede representarse. Me bajé del auto porque no tenía otra alternativa, no había posibilidad de seguir viajando ni de creer que se podía ignorar la escena. Era casi una obligación, una muestra de respeto y de consideración. Me paré a un costado del camino y levanté la vista para observar con detenimiento las pinceladas blancas, difusas, esfumadas que paseaban entre tantas estrellas, que solo mirarlas impedía pensar en cualquier cosa distinta a infinito.
Seguí mirando porque no podía evitarlo, no podía irme, no sabía como hacerlo.
Estuve a punto de aplaudir pero sentí verguenza. Recorte un pedazo modesto y lo guarde conmigo, todavía lo tengo, por ahi... en mi memoria.
El silencio invadido por el viento rozando los yuyos,con sus cuerpos secos y ruidosos hablando en susurros completaba el escenario. Una pequeña muestra de la dignidad extrema con que la naturaleza puede representarse. Me bajé del auto porque no tenía otra alternativa, no había posibilidad de seguir viajando ni de creer que se podía ignorar la escena. Era casi una obligación, una muestra de respeto y de consideración. Me paré a un costado del camino y levanté la vista para observar con detenimiento las pinceladas blancas, difusas, esfumadas que paseaban entre tantas estrellas, que solo mirarlas impedía pensar en cualquier cosa distinta a infinito.
Seguí mirando porque no podía evitarlo, no podía irme, no sabía como hacerlo.
Estuve a punto de aplaudir pero sentí verguenza. Recorte un pedazo modesto y lo guarde conmigo, todavía lo tengo, por ahi... en mi memoria.
miércoles, 6 de mayo de 2009
Don Carnaval
Entre una y otra cosa habíamos conversado durante mas de una hora. Empezamos en la posibilidad de iniciar un proyecto juntos y terminamos en que la ensalada de rucula y zanahorias es el equilibrio perfecto de sabores. No muy amargo, no muy dulce. No hubo demasiadas posibilidades de que profundizáramos en las razones que nos habían puesto frente a frente en una pequeña mesa redonda con la excusa de dos cortados y sus vasos de soda (grande).
Esperaba que me contara el porque de la reunión, aunque ya sabía que seguramente era algo relacionado a un nuevo emprendimiento que tenía en mente. Se lo había comentado a mi hermana y por esas cosas del destino y de la poca confidencialidad que caracteriza a las mujeres de mi familia, me había enterado. No se lo dije para no hacerle perder la ilusión de que lo que iba a decirme era una sorpresa.
Después de una hora larga, como ya comente, trate de llevar la conversación al lugar que debería haber tenido desde el principio. Fundamentalmente porque desde que habíamos llegado espiaba la hora en su reloj, que era deportivo y con números enormes. De esa forma sabía la hora, cuanto tiempo me quedaba y no daba lugar a la grosería de estar mirando mi reloj constantemente. Así fue como en la parte en que me explicaba porque la zanahoria rinde mas rallada que cortada juliana lo detuve y le pedí. Walter, hermano, porque no conversamos de lo que se supone venimos a hablar porque en un rato tengo que irme…tengo el auto en el parquímetro y antes de irme a casa es imprescindible que pase por el negocio…a cerrar. Varias excusas siempre son mas difíciles de rebatir que una solitaria asi que en ese camino estuvieron dirigidas mis palabras.
Si…si tenes razón, disculpame, es que viste cuando la charla se pone buena, uno empieza en una cosa y termina…en cualquiera. Mirá te llame porque hace un tiempo que estoy pensando en que necesito confiarle a alguien algo que me va a permitir liberarme, sacarme un peso de encima, bah…y bueno pensé que por ahí vos que sos amigo desde hace tanto tiempo eras la persona en quien me podía apoyar…no?. Asentí con la cabeza y los ojos como para no dejar dudas y el siguió con su monologo. Concretamente quería decirte que ya lo tengo decidido, en septiembre viajo a chile, para la operación de cambio de sexo. Ya está te lo dije, me siento mejor. Gracias por escuchar!!
Fueron demasiadas cosas de una sola vez. Walter estaba delirando o eso parecía pero lo que mas bronca me daba era que lo que estaba escuchando no era lo que mi hermana me había dicho. No supe como manejarlo en ese momento asi que me quede callado mientras Walter me miraba esperando palabras que no me salían. Finalmente le dije que lo iba a pensar, vería que podía hacer y le comentaría. Saque un billete de 20 pesos, lo puse junto a mi taza y huí. A las dos cuadras me alcanzó la vergüenza y empecé a preguntarme que había hecho, si era correcto, si no había exagerado, como enfrentaría la próxima vez que nos viéramos cara a cara. Lo pensé demasiado creo, porque mientras sacaba el auto del lugar donde lo tenía estacionado le hice una raya del largo completo de las dos puertas con un cartel que ofrecía copias de llaves. No lo comente en casa, ni a lo del rayón en el auto ni a la conversación con Walter. Comí en silencio contestando a todos con interjecciones y cuando termine me zambullí cobardemente en la cama.
Me puse a ver televisión tratando de distraerme pero sonó el teléfono. Desesperado y gritando proclame mi desaparición de mi casa y un paradero desconocido con horario de probable regreso igualmente incierto. No esta, no se donde fue, no sabría decirte a que hora vendrá; fueron las explicaciones que escuche dar a Cintia. Si... le digo, agregó. Era Walter, que lo llames cuando vuelvas!. Las palabras tan temidas fueron pronunciadas y como si en ese momento ingresara en una pendiente sin fin que irremediablemente terminaba en el infierno entre en pánico. Fingiría una enfermedad altamente contagiosa o quizás fuera mejor pretender que había perdido el oído y que eso me llevaba por momentos a perder la cordura y el equilibrio. También pensé en fingir una muerte próxima, en explicar mi actuación con el simple pretexto de la depresión, pero nada me parecía lo suficientemente sólido como para sostener la parodia. No podía comentárselo a Cintia, después de todo el era su hermano y tarde o temprano le contaría. Preferí guardar silencio y bajar hasta la cocina a tomar un whisky que me noqueara y me ayudara a perder la conciencia. Después del segundo whisky no solo no había perdido la conciencia sino que estaba cada vez más angustiado y tuve una idea que en ese momento, alcohol mediante, me pareció fantástica. Perdería la memoria, le pediría a Javier, mi médico, un certificado que mostrar y fingiría no recordar nada de lo que había escuchado ni del papelón que había hecho. Finalmente me pude ir a dormir.
Como sucede siempre con las ideas y proyectos que se arman de noche, la luz del sol tiene la maldita costumbre de aflojarle los cimientos a esa obra perfecta de la elucubración nocturna. En la mañana me desperté con la misma angustia y un dolor de cabeza que no me dejaba pensar en nada, absolutamente. Cintia se preocupo por mi comportamiento tan extraño y errático, dijo. Usando una palabra que yo no sabía que ella conociera. No le contesté, no podía decir nada simplemente porque no era posible explicar mi actitud pero, con seguridad, era más difícil aún, comentarle a Cintia lo que había escuchado de Walter.
Estuve toda la semana con una molestia en el pecho que no me dejaba respirar, con dolor de estomago y convertido en un huraño, finalmente el sábado tuve una idea que me pareció coherente y en ese mismo instante la puse en práctica. Marqué el número de Walter y cuando me atendió no le di tiempo a decirme nada, solo lo cité para media hora después en la entrada del supermercado.
Esperé y mientras pasaba el tiempo pensaba una y otra vez en mi plan hasta que deje de hacerlo porque cada segundo que pasaba sumaba una faceta negativa a mi, antes, brillante idea. Cuando lo vi estacionar su auto me contracture por completo y creí que no podría moverme, hablar, o siquiera seguir respirando; pero lamentablemente seguí vivo para escucharme decir lo que dije. Me saludo como si no hubiera problema alguno y se quedó esperando lo que yo tenía para decirle. Pasaron segundos que como siempre en estos casos se sienten como si fueran horas y mientras tomaba las llaves del auto en la mano derecha y las sacaba del pantalón, listo para huir nuevamente, le dije: Walter… no te pongas demasiadas tetas
Esperaba que me contara el porque de la reunión, aunque ya sabía que seguramente era algo relacionado a un nuevo emprendimiento que tenía en mente. Se lo había comentado a mi hermana y por esas cosas del destino y de la poca confidencialidad que caracteriza a las mujeres de mi familia, me había enterado. No se lo dije para no hacerle perder la ilusión de que lo que iba a decirme era una sorpresa.
Después de una hora larga, como ya comente, trate de llevar la conversación al lugar que debería haber tenido desde el principio. Fundamentalmente porque desde que habíamos llegado espiaba la hora en su reloj, que era deportivo y con números enormes. De esa forma sabía la hora, cuanto tiempo me quedaba y no daba lugar a la grosería de estar mirando mi reloj constantemente. Así fue como en la parte en que me explicaba porque la zanahoria rinde mas rallada que cortada juliana lo detuve y le pedí. Walter, hermano, porque no conversamos de lo que se supone venimos a hablar porque en un rato tengo que irme…tengo el auto en el parquímetro y antes de irme a casa es imprescindible que pase por el negocio…a cerrar. Varias excusas siempre son mas difíciles de rebatir que una solitaria asi que en ese camino estuvieron dirigidas mis palabras.
Si…si tenes razón, disculpame, es que viste cuando la charla se pone buena, uno empieza en una cosa y termina…en cualquiera. Mirá te llame porque hace un tiempo que estoy pensando en que necesito confiarle a alguien algo que me va a permitir liberarme, sacarme un peso de encima, bah…y bueno pensé que por ahí vos que sos amigo desde hace tanto tiempo eras la persona en quien me podía apoyar…no?. Asentí con la cabeza y los ojos como para no dejar dudas y el siguió con su monologo. Concretamente quería decirte que ya lo tengo decidido, en septiembre viajo a chile, para la operación de cambio de sexo. Ya está te lo dije, me siento mejor. Gracias por escuchar!!
Fueron demasiadas cosas de una sola vez. Walter estaba delirando o eso parecía pero lo que mas bronca me daba era que lo que estaba escuchando no era lo que mi hermana me había dicho. No supe como manejarlo en ese momento asi que me quede callado mientras Walter me miraba esperando palabras que no me salían. Finalmente le dije que lo iba a pensar, vería que podía hacer y le comentaría. Saque un billete de 20 pesos, lo puse junto a mi taza y huí. A las dos cuadras me alcanzó la vergüenza y empecé a preguntarme que había hecho, si era correcto, si no había exagerado, como enfrentaría la próxima vez que nos viéramos cara a cara. Lo pensé demasiado creo, porque mientras sacaba el auto del lugar donde lo tenía estacionado le hice una raya del largo completo de las dos puertas con un cartel que ofrecía copias de llaves. No lo comente en casa, ni a lo del rayón en el auto ni a la conversación con Walter. Comí en silencio contestando a todos con interjecciones y cuando termine me zambullí cobardemente en la cama.
Me puse a ver televisión tratando de distraerme pero sonó el teléfono. Desesperado y gritando proclame mi desaparición de mi casa y un paradero desconocido con horario de probable regreso igualmente incierto. No esta, no se donde fue, no sabría decirte a que hora vendrá; fueron las explicaciones que escuche dar a Cintia. Si... le digo, agregó. Era Walter, que lo llames cuando vuelvas!. Las palabras tan temidas fueron pronunciadas y como si en ese momento ingresara en una pendiente sin fin que irremediablemente terminaba en el infierno entre en pánico. Fingiría una enfermedad altamente contagiosa o quizás fuera mejor pretender que había perdido el oído y que eso me llevaba por momentos a perder la cordura y el equilibrio. También pensé en fingir una muerte próxima, en explicar mi actuación con el simple pretexto de la depresión, pero nada me parecía lo suficientemente sólido como para sostener la parodia. No podía comentárselo a Cintia, después de todo el era su hermano y tarde o temprano le contaría. Preferí guardar silencio y bajar hasta la cocina a tomar un whisky que me noqueara y me ayudara a perder la conciencia. Después del segundo whisky no solo no había perdido la conciencia sino que estaba cada vez más angustiado y tuve una idea que en ese momento, alcohol mediante, me pareció fantástica. Perdería la memoria, le pediría a Javier, mi médico, un certificado que mostrar y fingiría no recordar nada de lo que había escuchado ni del papelón que había hecho. Finalmente me pude ir a dormir.
Como sucede siempre con las ideas y proyectos que se arman de noche, la luz del sol tiene la maldita costumbre de aflojarle los cimientos a esa obra perfecta de la elucubración nocturna. En la mañana me desperté con la misma angustia y un dolor de cabeza que no me dejaba pensar en nada, absolutamente. Cintia se preocupo por mi comportamiento tan extraño y errático, dijo. Usando una palabra que yo no sabía que ella conociera. No le contesté, no podía decir nada simplemente porque no era posible explicar mi actitud pero, con seguridad, era más difícil aún, comentarle a Cintia lo que había escuchado de Walter.
Estuve toda la semana con una molestia en el pecho que no me dejaba respirar, con dolor de estomago y convertido en un huraño, finalmente el sábado tuve una idea que me pareció coherente y en ese mismo instante la puse en práctica. Marqué el número de Walter y cuando me atendió no le di tiempo a decirme nada, solo lo cité para media hora después en la entrada del supermercado.
Esperé y mientras pasaba el tiempo pensaba una y otra vez en mi plan hasta que deje de hacerlo porque cada segundo que pasaba sumaba una faceta negativa a mi, antes, brillante idea. Cuando lo vi estacionar su auto me contracture por completo y creí que no podría moverme, hablar, o siquiera seguir respirando; pero lamentablemente seguí vivo para escucharme decir lo que dije. Me saludo como si no hubiera problema alguno y se quedó esperando lo que yo tenía para decirle. Pasaron segundos que como siempre en estos casos se sienten como si fueran horas y mientras tomaba las llaves del auto en la mano derecha y las sacaba del pantalón, listo para huir nuevamente, le dije: Walter… no te pongas demasiadas tetas
domingo, 3 de mayo de 2009
Jugado y sin fichas
En una reunión secreta entre el General Perón y quien escribe, se me encomendó trabajar sigilosamente en la posibilidad de encontrarle una salida al inicio de su regreso. El no quería volver pero los que vivían de el lo empujaban lentamente al precipicio y solo ellos tenían paracaídas. El lo sabía pero no podía mostrarlo, tenía el Perón personaje tan mezclado con el Perón de carne y hueso que a la luz del mediodía era imposible distinguirlos. Me llamo especialmente por mis condiciones de persona reservada y leal; pero mas que nada, me lo confesó después cuando ya habíamos fracasado, porque no creía que pudiera tener éxito.
Ahí estábamos los dos, en la puerta de Puerta de Hierro (valga la redundancia), en las afueras de Madrid. Era la primera vez que nos veíamos y cuando me dio la mano no pude mirarlo a los ojos. Ya pasaron más de 30 años pero todavía sigo cuestionándome el porqué. Me hizo pasar, ante la atenta mirada de Lopez Rega que ni siquiera se molestó en saludarme y siguió simulando que abría correspondencia.
Fuimos hasta su estudio y una vez que entré cerró la puerta detrás mío casi con urgencia y me dijo excusandose. Por Lopecito, vio...
Entendí la preocupación aunque me pareció extraño. Me senté en uno de los sillones de cuero marrón y mientras esperaba que empezara a contarme para que me había llamado hice un paseo, con los ojos, por más de 30 años de historia argentina. Las paredes estaban cubiertas de fotos, diarios, dedicatorias y testimonios que había rescatado de su exilio. Perón se sentó en su escritorio y mientras yo seguía mirando respondió la pregunta que tenía en mi cabeza como si me leyera la mente. Jorge Antonio recolectó todo en Buenos Aires y me lo mandó hasta acá, lo único que no pudo encontrar en el apuro fue una foto mía de las olimpiadas del 24 -hizo una pausa resignada como si esa imagen fuera mas importante que todo lo demás y siguió contando- demasiado hizo, siempre le voy a estar agradecido.
Nos quedamos en silencio un rato mirándonos, pero otra vez no pude sostenerle la mirada. Mientras prendía un cigarrillo empezó a contarme para que me había convocado. Un amigo de Jorge Antonio le había contado que me conocía, que sabía de alguno de los trabajos que había hecho para la gente de Rafael Caldera en Venezuela y para Diaz Ordaz en México. Mis antecedentes me mostraban como una persona de confianza extrema y él sabía con seguridad que al ser totalmente ajeno al círculo que lo rodeaba eso me mantendría a salvo de las presiones y totalmente enfocado en hacer fracasar a sus mas íntimos colaboradores. Con el tiempo aprendí a conocer esa cara fascinante del General. (Dígame General, me pedía cuando yo insistía en llamarlo Presidente)Tenía la facilidad de decirles que "si" a todos y terminar operando para que todo resultara en "no". Estuvimos conversando largo rato aunque sistemáticamente interrumpidos por Lopez Rega que no soportaba quedarse afuera de la conversación y buscaba excusas estúpidas para entrar y pescar alguna idea. El jardinero pregunta por las rosas de la entrada. Esta noche come acá? Va a necesitar el auto? No se olvide de tomar las pastillas... y montones de otras pavadas que ya no recuerdo. Yo era la persona que él necesitaba para que lo dejaran de molestar, si tenía éxito Perón seguiría su exilio en Madrid simulando querer volver, hasta que la muerte por fín lo liberara. Después de todo yo había trabajado para Caldera y Diaz Ordaz, me dijo; como si mis credenciales fueran mas que suficientes. Pero solamente les escribí sus discursos, expliqué tímidamente tratando de no crear falsas expectativas pero buscando ,al mismo tiempo, mantener el trabajo que me estaban encomendando. Perón simuló no escucharme y siguió adelante con su exposición, cerrándola abruptamente con una frase que todavía escucho cuando cierro los ojos: Ya no quiero que me jodan más!
El plan era que yo viajara a Argentina a obstaculizar uno a uno todos los intentos de su gente por traerlo de vuelta. Parecía fácil, pero a medida que me alejaba en el taxi empecé a entrar en pánico, comprendiendo que lo que me había pedido era casi imposible. Un hombre solo, un redactor de discursos y notas sueltas, intentando detener una inmensa ola de intereses y conveniencias. El fracaso esta asegurado. Perón lo sabe, pensé y eso me trajo por fín un alivio inmediato.
Buenos Aires estaba desierta. La mezcla de frío intenso y trasnoche la hacían esquiva. Llegué de Madrid y me tomé un taxi a un hotel modesto de Constitución. En la mañana vería como empezar a moverme, por lo pronto el tema dinero estaba solucionado; el General se había encargado de que algunos de los fondos que se movían para repatriarlo se desviaran ,paradójicamente, a mi causa; la de mantenerlo alejado.
El primer día en cumplimiento de la misión asignada por Perón me encontró sentado en el Tortoni garabateando ideas sin sentido, tratando de encontrar la punta de un ovillo esquivo. Cuando la tarde empezaba a caerse, imparable, sobre la Avenida de Mayo y el frío comenzaba a extenderse como una peste sin remedio, ya tenía un par de cosas en claro. Primero necesitaba asociarme con la gente que verdaderamente estaba resuelta a impedir que Perón volviera, después sería ideal que pudiera encontrar un espacio desde donde comunicar mis ideas, un espacio tan contrario a Perón que me aceptara sin condicionamientos.
Mediante los oficios ingeniosos de mi tío Jesús, anarquista a pesar de su cristiano bautismo ,me reuní con la mano derecha del General Lanusse con la idea de explicarle mi propósito; esperando que me ayudaran y al mismo tiempo yo pudiera colaborar con ellos. Si el plan de mi tío Jesús funcionaba, mi mensaje pasaría directo de Lanusse a Onganía, que en definitiva era el único que decidía.
Nos reunimos en la estación de subte debajo del obelisco. Cuando Jesús me dijo adonde me habían citado supuse que era una broma pero como mientras pasaban los segundos y su cara no dejaba el gesto amargo que tenía siempre, no tuve más remedio que creerle. Esperaba que me citaran en Casa de Gobierno, en el Círculo de Oficiales, en algún lugar importante…no en una popular estación de subte. Le expliqué a Jesús. A mi no me digas nada, son militares y para colmo de males… argentinos. Me respondió y cortó el teléfono. Me quede con el tubo en la mano y la decepción en la cabeza. Esta misión, mi misión, no iba a resultar fácil.
12.30 hs, el reloj marcando con precisión y yo parado en el cruce mismo de los tres niveles, inmóvil como una columna de la estación misma, esperando. Recuerdo como si fuera ayer que vi a quien sería mi primer contacto con el gobierno de Onganía subiendo las escaleras de la línea A tapado hasta los ojos con una bufanda a cuadros verde y azul. Aunque sin uniforme igualmente se podía intuir que su vida pasaba por los cuarteles. Avanzó hacia mi, resuelto, como si ya nos conociéramos de antes. Nos saludamos y le comenté con franqueza mi desconcierto por el lugar de nuestra reunión. Mejor así, es un tema de seguridad y de todas formas yo solo cumplo ordenes. Dió la explicación que podía darme y borró el tema de la lista de asuntos a conversar conmigo. Me puse a explicarle sintéticamente cual era mi objetivo y fundamentalmente a darle las razones por las cuales ellos, el Gobierno, debían apoyarme. Por más que exagerara las ideas y los gestos no lograba inmutarlo ni arrancarle al menos una pista de lo que estaba pensando mientras me escuchaba. Termine de contarle todo, incluso de inventar algunas cosas, como que Isabelita me había confiado personalmente que a Perón le quedaban apenas meses de vida y que lo mejor era hacerle pensar que estábamos actuando para que no volviera pero que ella igual quería traerlo a Buenos Aires y cosas por el estilo. Después de mis palabras sobrevino un silencio prolongado y sombrío hasta que el Capitán Zuviría, así se llamaba, me puso la mano en el hombro y me invitó a tomar un capuchino.
Salimos a la superficie y caminamos unos metros hasta un bar de diagonal norte. Nos sentamos al lado de la vidriera, fue idea suya, y pidió dos capuchinos. No se molesto siquiera en preguntarme si era lo que yo quería tomar, tampoco me animé a decirle que prefería un té. Me trataba por mi apellido, remarcando con energía la “p”. Me parece interesante lo que me cuenta pero le voy a confesar algo como para que no se desanime ni se sienta defraudado. Lo escuché y sin poder superar la ansiedad le rogué que me explicara. Diga Capitán, diga.
Zuviría tomó un sorbo del capuchino y se quemó los labios. Insultó bajo y mientras se limpiaba con la servilleta me dijo. No podemos ayudarlo. Si el gobierno actúa para que Perón no vuelva y la jugada nos sale bien estamos complicados, me entiende? Lo miré un instante y le aseguré que no comprendía. Tanta historia respecto a prohibirlo, tanta cosa con su imagen, su nombre y sus seguidores, tanto odio, ahora eso con sus palabras no tenía sentido.
El Capitán Zuviría me miro fijo y cerró el tema diciendo. Si se sabe que Perón no vuelve, mejor dicho, si nos pasamos de rosca con la campaña nos quedamos sin enemigo, entiende? Y que hacemos con nuestra causa si no tenemos enemigo a quien combatir, enemigo a quien culpar por los defectos propios y ajenos? Esos idiotas que lo quieren traer de vuelta nos hacen un favor con cada bomba que ponen, con cada panfleto que imprimen. Me sigue? Mientras nosotros controlemos a esos grupos y mientras ellos imaginen siempre a Perón con un pié en el avión de regreso, seguimos en carrera. Entiende? Mi cara no lo demostraba pero si había entendido. El tema era bastante mas complejo de lo que creía y la explicación que daba Zuviría me dejó sin ideas y sin fuerzas para seguir escuchando.
Zuviría se levantó y antes de irse me dijo con el mismo tono marcial que, supongo, usaría con sus reclutas. No tocó el capuchino. Tómelo, hágame caso. Lo miré irse, desde la mesa junto a la vidriera, y aunque no me gustaba el capuchino no me animé a desobedecerlo y me lo tome de un solo trago.
Deambule por distintos despachos durante los días siguientes sin encontrar nada que me sirviera al propósito con que me había comprometido. Me entreviste con más gente de la que recordaba haber visto en todos mis años de vida anterior al encargo de Perón. Sin embargo a medida que los escuchaba se me hacía cada vez más claro que ya a nadie le interesaba el Perón Presidente, ya no habría plazas pidiendo su venida, ya no habría gente esperando su llegada. A todos les interesaba el Perón Personaje, a unos para que los validara ante los otros, a esos otros para que neutralizara a los primeros, a algunos mas para que les devolviera los negocios que habían perdido…al gobierno para que nadie abriera los ojos. Me di cuenta ,mientras tomaba un te con leche en un bar de mala muerte frente a tribunales, que sin haber empezado a hacer nada ya había fracasado. Se me escapó la azucarera que explotó en el piso y ,como si fuera una visión liberadora, la última ficha cayó en mi cabeza y completo el rompecabezas que venía armando. La puta madre dije, el mozo vino rápido con la escoba y barrió el desastre que había dejado. La puta madre repetí absorto en mis conclusiones mientras el tipo me miraba como diciendo “ya fue suficiente”. Busque un lápiz del saco y sobre una servilleta arme la secuencia.
-Perón no quiere volver pero no puede decirlo.
-El Gobierno no quiere que Perón vuelva pero tampoco quiere que los peronistas se den por vencidos.
-Los peronistas antiguos esperan que vuelva para devolverlos a los espacios que les arrebataron los militares.
-Los peronistas mas jóvenes lo quieren de vuelta para que les de su bendición y la posta del poder.
-Los peronistas fundamentalistas no saben realmente si quieren a Perón de vuelta, al menos no al Perón de hoy, pero tampoco quieren a los otros peronistas ni al gobierno de turno y el único que puede desalojarlos es el propio Perón.
-Lopez Rega lo quiere de vuelta porque así podrá alcanzar sus objetivos mas oscuros.
-Isabel quiere que vuelva porque Lopecito le tiró las cartas y la convenció de que sería la próxima Eva.
-Perón sabía que si estiraba lo suficiente la locura, se saldría, una vez más, con la suya. No le quedaba mucho hilo en el carretel y ,según su punto de vista, los actores de esta comedia no estaban a la altura del director.
La conclusión era desoladora, el viejo Perón estaba completamente solo en medio de una muchedumbre que tiraba de los piolines de su voluntad tratando de llevarlo para su lado. A nadie le importaba su opinión realmente y todos, en mayor o en menor medida, creían que tenían cerca el objetivo por el que venían trabajando. Sin embargo el mismo General administraba con dosis justas los éxitos y los fracasos de cada grupo, conciente de que en todos los que lo rodeaban tenía los virus asesinos de una enfermedad que lo estaba comiendo, una enfermedad que se alimentaba de avaricia, de frustraciones, de odio y revancha.
Esa noche me fui directo al hotel y en cuanto apoyé la cabeza en la almohada me dormí profundamente. Me despertó el murmullo de la Estación Constitución a las 6 de la mañana. Todavía estaba oscuro y en apenas unos segundos todas las ideas y conclusiones que había sacado la noche anterior se me cayeron encima otra vez. Salí a la calle, el frío de julio me acribillaba el pijama debajo del saco, busque un teléfono público y sin importarme la hora lo llamé. Me pareció que, misteriosamente, me atendía él y ante mi pregunta, buscando asegurarme si mi oído estaba en lo correcto, pronunció mi apellido remarcando con fuerza la “p”. Le explique todo de un solo tirón, me dejó hablar y cuando me quedé sin palabras me dijo: Antes que nada, muchas gracias amigo. Cuando venga por acá, otra vez, no deje de visitarme. Ahora bien, sobre estos problemas que usted me comenta, sobre este enjambre de moscas que me persiguen… ya lo sabía y lo sé todo; pero aunque estoy cansado no me queda otra que seguir jugando. Invente un juego, puse las reglas, dibuje el tablero, repartí las fichas y ahora, ahora… todos creen que aprendieron a jugar! …soy el General Juan Domingo Perón carajo!. Hizo una pausa larga, tomando aliento de nuevo y comenzó a despedirse con una frase de esas que hacían tan jugosas sus charlas. Vaya amigo, invente su propio juego y póngase a jugar, que la vida es eso y no mucho mas…porque de todas formas, nadie, nunca..., gana siempre. Cortó y me quede con el tubo en la mano. La gente que buscaba el tren de las 6.35 me esquivaba como podía. Caminé de nuevo al hotel con el viento helado cortándome la cara. Pensé en un te con leche y 2 mediaslunas con grasa. Pensé en que pronto sería de día. Pensé en mi destino y me tragué la sensación amarga de saber el final de la película y no poder escaparme del cine.
Ahí estábamos los dos, en la puerta de Puerta de Hierro (valga la redundancia), en las afueras de Madrid. Era la primera vez que nos veíamos y cuando me dio la mano no pude mirarlo a los ojos. Ya pasaron más de 30 años pero todavía sigo cuestionándome el porqué. Me hizo pasar, ante la atenta mirada de Lopez Rega que ni siquiera se molestó en saludarme y siguió simulando que abría correspondencia.
Fuimos hasta su estudio y una vez que entré cerró la puerta detrás mío casi con urgencia y me dijo excusandose. Por Lopecito, vio...
Entendí la preocupación aunque me pareció extraño. Me senté en uno de los sillones de cuero marrón y mientras esperaba que empezara a contarme para que me había llamado hice un paseo, con los ojos, por más de 30 años de historia argentina. Las paredes estaban cubiertas de fotos, diarios, dedicatorias y testimonios que había rescatado de su exilio. Perón se sentó en su escritorio y mientras yo seguía mirando respondió la pregunta que tenía en mi cabeza como si me leyera la mente. Jorge Antonio recolectó todo en Buenos Aires y me lo mandó hasta acá, lo único que no pudo encontrar en el apuro fue una foto mía de las olimpiadas del 24 -hizo una pausa resignada como si esa imagen fuera mas importante que todo lo demás y siguió contando- demasiado hizo, siempre le voy a estar agradecido.
Nos quedamos en silencio un rato mirándonos, pero otra vez no pude sostenerle la mirada. Mientras prendía un cigarrillo empezó a contarme para que me había convocado. Un amigo de Jorge Antonio le había contado que me conocía, que sabía de alguno de los trabajos que había hecho para la gente de Rafael Caldera en Venezuela y para Diaz Ordaz en México. Mis antecedentes me mostraban como una persona de confianza extrema y él sabía con seguridad que al ser totalmente ajeno al círculo que lo rodeaba eso me mantendría a salvo de las presiones y totalmente enfocado en hacer fracasar a sus mas íntimos colaboradores. Con el tiempo aprendí a conocer esa cara fascinante del General. (Dígame General, me pedía cuando yo insistía en llamarlo Presidente)Tenía la facilidad de decirles que "si" a todos y terminar operando para que todo resultara en "no". Estuvimos conversando largo rato aunque sistemáticamente interrumpidos por Lopez Rega que no soportaba quedarse afuera de la conversación y buscaba excusas estúpidas para entrar y pescar alguna idea. El jardinero pregunta por las rosas de la entrada. Esta noche come acá? Va a necesitar el auto? No se olvide de tomar las pastillas... y montones de otras pavadas que ya no recuerdo. Yo era la persona que él necesitaba para que lo dejaran de molestar, si tenía éxito Perón seguiría su exilio en Madrid simulando querer volver, hasta que la muerte por fín lo liberara. Después de todo yo había trabajado para Caldera y Diaz Ordaz, me dijo; como si mis credenciales fueran mas que suficientes. Pero solamente les escribí sus discursos, expliqué tímidamente tratando de no crear falsas expectativas pero buscando ,al mismo tiempo, mantener el trabajo que me estaban encomendando. Perón simuló no escucharme y siguió adelante con su exposición, cerrándola abruptamente con una frase que todavía escucho cuando cierro los ojos: Ya no quiero que me jodan más!
El plan era que yo viajara a Argentina a obstaculizar uno a uno todos los intentos de su gente por traerlo de vuelta. Parecía fácil, pero a medida que me alejaba en el taxi empecé a entrar en pánico, comprendiendo que lo que me había pedido era casi imposible. Un hombre solo, un redactor de discursos y notas sueltas, intentando detener una inmensa ola de intereses y conveniencias. El fracaso esta asegurado. Perón lo sabe, pensé y eso me trajo por fín un alivio inmediato.
Buenos Aires estaba desierta. La mezcla de frío intenso y trasnoche la hacían esquiva. Llegué de Madrid y me tomé un taxi a un hotel modesto de Constitución. En la mañana vería como empezar a moverme, por lo pronto el tema dinero estaba solucionado; el General se había encargado de que algunos de los fondos que se movían para repatriarlo se desviaran ,paradójicamente, a mi causa; la de mantenerlo alejado.
El primer día en cumplimiento de la misión asignada por Perón me encontró sentado en el Tortoni garabateando ideas sin sentido, tratando de encontrar la punta de un ovillo esquivo. Cuando la tarde empezaba a caerse, imparable, sobre la Avenida de Mayo y el frío comenzaba a extenderse como una peste sin remedio, ya tenía un par de cosas en claro. Primero necesitaba asociarme con la gente que verdaderamente estaba resuelta a impedir que Perón volviera, después sería ideal que pudiera encontrar un espacio desde donde comunicar mis ideas, un espacio tan contrario a Perón que me aceptara sin condicionamientos.
Mediante los oficios ingeniosos de mi tío Jesús, anarquista a pesar de su cristiano bautismo ,me reuní con la mano derecha del General Lanusse con la idea de explicarle mi propósito; esperando que me ayudaran y al mismo tiempo yo pudiera colaborar con ellos. Si el plan de mi tío Jesús funcionaba, mi mensaje pasaría directo de Lanusse a Onganía, que en definitiva era el único que decidía.
Nos reunimos en la estación de subte debajo del obelisco. Cuando Jesús me dijo adonde me habían citado supuse que era una broma pero como mientras pasaban los segundos y su cara no dejaba el gesto amargo que tenía siempre, no tuve más remedio que creerle. Esperaba que me citaran en Casa de Gobierno, en el Círculo de Oficiales, en algún lugar importante…no en una popular estación de subte. Le expliqué a Jesús. A mi no me digas nada, son militares y para colmo de males… argentinos. Me respondió y cortó el teléfono. Me quede con el tubo en la mano y la decepción en la cabeza. Esta misión, mi misión, no iba a resultar fácil.
12.30 hs, el reloj marcando con precisión y yo parado en el cruce mismo de los tres niveles, inmóvil como una columna de la estación misma, esperando. Recuerdo como si fuera ayer que vi a quien sería mi primer contacto con el gobierno de Onganía subiendo las escaleras de la línea A tapado hasta los ojos con una bufanda a cuadros verde y azul. Aunque sin uniforme igualmente se podía intuir que su vida pasaba por los cuarteles. Avanzó hacia mi, resuelto, como si ya nos conociéramos de antes. Nos saludamos y le comenté con franqueza mi desconcierto por el lugar de nuestra reunión. Mejor así, es un tema de seguridad y de todas formas yo solo cumplo ordenes. Dió la explicación que podía darme y borró el tema de la lista de asuntos a conversar conmigo. Me puse a explicarle sintéticamente cual era mi objetivo y fundamentalmente a darle las razones por las cuales ellos, el Gobierno, debían apoyarme. Por más que exagerara las ideas y los gestos no lograba inmutarlo ni arrancarle al menos una pista de lo que estaba pensando mientras me escuchaba. Termine de contarle todo, incluso de inventar algunas cosas, como que Isabelita me había confiado personalmente que a Perón le quedaban apenas meses de vida y que lo mejor era hacerle pensar que estábamos actuando para que no volviera pero que ella igual quería traerlo a Buenos Aires y cosas por el estilo. Después de mis palabras sobrevino un silencio prolongado y sombrío hasta que el Capitán Zuviría, así se llamaba, me puso la mano en el hombro y me invitó a tomar un capuchino.
Salimos a la superficie y caminamos unos metros hasta un bar de diagonal norte. Nos sentamos al lado de la vidriera, fue idea suya, y pidió dos capuchinos. No se molesto siquiera en preguntarme si era lo que yo quería tomar, tampoco me animé a decirle que prefería un té. Me trataba por mi apellido, remarcando con energía la “p”. Me parece interesante lo que me cuenta pero le voy a confesar algo como para que no se desanime ni se sienta defraudado. Lo escuché y sin poder superar la ansiedad le rogué que me explicara. Diga Capitán, diga.
Zuviría tomó un sorbo del capuchino y se quemó los labios. Insultó bajo y mientras se limpiaba con la servilleta me dijo. No podemos ayudarlo. Si el gobierno actúa para que Perón no vuelva y la jugada nos sale bien estamos complicados, me entiende? Lo miré un instante y le aseguré que no comprendía. Tanta historia respecto a prohibirlo, tanta cosa con su imagen, su nombre y sus seguidores, tanto odio, ahora eso con sus palabras no tenía sentido.
El Capitán Zuviría me miro fijo y cerró el tema diciendo. Si se sabe que Perón no vuelve, mejor dicho, si nos pasamos de rosca con la campaña nos quedamos sin enemigo, entiende? Y que hacemos con nuestra causa si no tenemos enemigo a quien combatir, enemigo a quien culpar por los defectos propios y ajenos? Esos idiotas que lo quieren traer de vuelta nos hacen un favor con cada bomba que ponen, con cada panfleto que imprimen. Me sigue? Mientras nosotros controlemos a esos grupos y mientras ellos imaginen siempre a Perón con un pié en el avión de regreso, seguimos en carrera. Entiende? Mi cara no lo demostraba pero si había entendido. El tema era bastante mas complejo de lo que creía y la explicación que daba Zuviría me dejó sin ideas y sin fuerzas para seguir escuchando.
Zuviría se levantó y antes de irse me dijo con el mismo tono marcial que, supongo, usaría con sus reclutas. No tocó el capuchino. Tómelo, hágame caso. Lo miré irse, desde la mesa junto a la vidriera, y aunque no me gustaba el capuchino no me animé a desobedecerlo y me lo tome de un solo trago.
Deambule por distintos despachos durante los días siguientes sin encontrar nada que me sirviera al propósito con que me había comprometido. Me entreviste con más gente de la que recordaba haber visto en todos mis años de vida anterior al encargo de Perón. Sin embargo a medida que los escuchaba se me hacía cada vez más claro que ya a nadie le interesaba el Perón Presidente, ya no habría plazas pidiendo su venida, ya no habría gente esperando su llegada. A todos les interesaba el Perón Personaje, a unos para que los validara ante los otros, a esos otros para que neutralizara a los primeros, a algunos mas para que les devolviera los negocios que habían perdido…al gobierno para que nadie abriera los ojos. Me di cuenta ,mientras tomaba un te con leche en un bar de mala muerte frente a tribunales, que sin haber empezado a hacer nada ya había fracasado. Se me escapó la azucarera que explotó en el piso y ,como si fuera una visión liberadora, la última ficha cayó en mi cabeza y completo el rompecabezas que venía armando. La puta madre dije, el mozo vino rápido con la escoba y barrió el desastre que había dejado. La puta madre repetí absorto en mis conclusiones mientras el tipo me miraba como diciendo “ya fue suficiente”. Busque un lápiz del saco y sobre una servilleta arme la secuencia.
-Perón no quiere volver pero no puede decirlo.
-El Gobierno no quiere que Perón vuelva pero tampoco quiere que los peronistas se den por vencidos.
-Los peronistas antiguos esperan que vuelva para devolverlos a los espacios que les arrebataron los militares.
-Los peronistas mas jóvenes lo quieren de vuelta para que les de su bendición y la posta del poder.
-Los peronistas fundamentalistas no saben realmente si quieren a Perón de vuelta, al menos no al Perón de hoy, pero tampoco quieren a los otros peronistas ni al gobierno de turno y el único que puede desalojarlos es el propio Perón.
-Lopez Rega lo quiere de vuelta porque así podrá alcanzar sus objetivos mas oscuros.
-Isabel quiere que vuelva porque Lopecito le tiró las cartas y la convenció de que sería la próxima Eva.
-Perón sabía que si estiraba lo suficiente la locura, se saldría, una vez más, con la suya. No le quedaba mucho hilo en el carretel y ,según su punto de vista, los actores de esta comedia no estaban a la altura del director.
La conclusión era desoladora, el viejo Perón estaba completamente solo en medio de una muchedumbre que tiraba de los piolines de su voluntad tratando de llevarlo para su lado. A nadie le importaba su opinión realmente y todos, en mayor o en menor medida, creían que tenían cerca el objetivo por el que venían trabajando. Sin embargo el mismo General administraba con dosis justas los éxitos y los fracasos de cada grupo, conciente de que en todos los que lo rodeaban tenía los virus asesinos de una enfermedad que lo estaba comiendo, una enfermedad que se alimentaba de avaricia, de frustraciones, de odio y revancha.
Esa noche me fui directo al hotel y en cuanto apoyé la cabeza en la almohada me dormí profundamente. Me despertó el murmullo de la Estación Constitución a las 6 de la mañana. Todavía estaba oscuro y en apenas unos segundos todas las ideas y conclusiones que había sacado la noche anterior se me cayeron encima otra vez. Salí a la calle, el frío de julio me acribillaba el pijama debajo del saco, busque un teléfono público y sin importarme la hora lo llamé. Me pareció que, misteriosamente, me atendía él y ante mi pregunta, buscando asegurarme si mi oído estaba en lo correcto, pronunció mi apellido remarcando con fuerza la “p”. Le explique todo de un solo tirón, me dejó hablar y cuando me quedé sin palabras me dijo: Antes que nada, muchas gracias amigo. Cuando venga por acá, otra vez, no deje de visitarme. Ahora bien, sobre estos problemas que usted me comenta, sobre este enjambre de moscas que me persiguen… ya lo sabía y lo sé todo; pero aunque estoy cansado no me queda otra que seguir jugando. Invente un juego, puse las reglas, dibuje el tablero, repartí las fichas y ahora, ahora… todos creen que aprendieron a jugar! …soy el General Juan Domingo Perón carajo!. Hizo una pausa larga, tomando aliento de nuevo y comenzó a despedirse con una frase de esas que hacían tan jugosas sus charlas. Vaya amigo, invente su propio juego y póngase a jugar, que la vida es eso y no mucho mas…porque de todas formas, nadie, nunca..., gana siempre. Cortó y me quede con el tubo en la mano. La gente que buscaba el tren de las 6.35 me esquivaba como podía. Caminé de nuevo al hotel con el viento helado cortándome la cara. Pensé en un te con leche y 2 mediaslunas con grasa. Pensé en que pronto sería de día. Pensé en mi destino y me tragué la sensación amarga de saber el final de la película y no poder escaparme del cine.
martes, 21 de abril de 2009
El que avisa no traiciona
No podría hacerlo nunca, ni siquiera si me pagaran, no había ninguna posibilidad de que yo lo hiciera. No tenía miedo, no era porque no me atreviera ni siquiera se debía a una cuestión de principios. No podrían decir de mí que no lo íntentara, sería una absurda mentira si me señalaran como uno de los que abandonan. No señor!! eso nunca!! abandonar no figuraba en mi diccionario; sin embargo bien adentro lo sabía. Nunca podría. Por mas intentos que hiciera, por más intenso que fuera mi mundo, por mas hazañas que planeara, por más locuras que intentara; yo lo sabía. Nunca, y eso significaba jamás, podría hacerlo. Asi fué como seguí simulando que intentaba para los que esperaban algo de mi, continué con la farsa como si yo también estuviera convencido. Nadie, nunca, pareció notarlo. Sin embargo, para estar tranquilo con mi conciencia, deje un escueto testimonio en el reverso de la tapa dura de una edición de "Palmeras Salvajes" del gran Faulkner. Con mi letra de siempre me confesé, para que mi conciencia no me juzgara. "Nunca escribiré como Hemingway"
viernes, 17 de abril de 2009
Un Animal
Podriamos haber discutido durante años pero nunca nos habríamos puesto de acuerdo. El mejor jugador que habiamos tenido no tenía nombre. no sabiamos quien era, simplemente porque no lograbamos coincidir en las opiniones. Para unos era el "Pocho" Garay, para otros el elegido era "Mosquito" Genera. Para nosotros (y nosotros eramos Fonseca y yo solamente) era "Borges". la discusión no tenía sentido porque segun nosotros (los mismos nosotros de antes) Borges habia marcado un antes y un despues en una cancha de rugby. Me puse como loco cuando el Negro intento explicarme porque "mosquito" había sido mejor. Hice a un lado los fernet, acomode a un costado las servilletas de papel y el maní y empecé a explicarle; pausada pero firmemente las razones de nuestra elección. Cuando apareció un martes a la noche en entrenamiento, haciamos memoria y comentabamos en la mesa, se presento al entrenador invocando su condicion de medio scrum frente a la clasica pregunta que recibia a los "nuevos". Vos de que jugás?. Recordabamos intervenciones fantasticas y extravagantes de tipos que habian respondido "de scrum" o el Tucumano que exhibia credenciales de apertura y tenía el mismo pase que cualquier jugador normal con ambos brazos atados firmemente al cuerpo con alambre. Aunque Borges se presento como medio scrum su respuesta no fue tenida nunca en cuenta. Era un clasico para un entrenador como el que teniamos pedir explicaciones que no escuchaba, respuestas que no le interesaban y opiniones que nunca consideraba. Asi fue que Borges siguio entrenando de tres cuartos y jugando de lo que lo pusieran...eso siempre que lo pusieran; cosa que no pasaba seguido. Una tarde de domingo, porque en esos años todavía se jugaba ese día, Borges se paso un partido entero de reserva jugando de centro y viendo como los rivales se le colaban por los costados y los gritos del entrenador le aniquilaban la autoestima lentamente. Al terminar el partido entendió claramente lo que ya sabia de antemano, que ese no era su puesto y que quizás, quien lo sabía, ese había sido su ultimo partido por mucho tiempo. Asi estaban las cosas cuando en la primera mitad del partido de primera el "perro" se golpea una mano. Por mas que se la vendaron y encintaron no la podía mover. Le costaba horrores tomar la pelota y no hablemos de tacklear o aunque mas no fuera agarrar. Si nunca lo habia hecho con el cuerpo al cien por ciento no había posibilidades que lo hiciera ahora que estaba lesionado. El "perro" termino afuera de la cancha y el equipo con un hueco que no podía llenar. el tiempo fue pasando y cada vez se complicaba mas el resultado. El equipo estaba partido en dos, no había conexion entre forwards y tres cuartos, no habia ideas, no habia pausa, no habia vertigo.
Para el entretiempo las opciones que quedaban no eran potables y el entrenador masticando bronca y con los ojos inyectados de amenazas latentes lo llamo a Borges. Le explico lo que esperaba de él, que no era mucho mas que decoro. Lo amedrento y le quito la poca confianza que podía quedarle, fiel a su estilo.
Si todo lo que conte lo consideramos el "antes" ahora empezaba el "después". silbato, patada a cargar de los rivales, buena recepcion de un primera linea, un par de metros hacia adelante y un ruck sólido, Borges que se acerca, levanta la vista para ambos lados, mitad de cancha. Levanta la pelota y entiende que no hay mas verguenza en el rectangulo de juego; un amague, dos amagues, un pique muy corto, freno y otra salida explosiva, la marca frente al fullback encimada y pase a la derecha al wing que venía acompañando. Try! Try!, gritos, locura medida pero locura al fin. Una nueva salida con un movimiento casi calcado pero ahora, en vez de correr, Borges decide jugar al apertura con un pase recto y veloz de mas de 20 metros; hay juego, avance, un salteo y Borges emerge hecho un rayo entre el segundo centro y el fullback. Carrera impresionante de 30 metros y el try mas simple que vi en mi vida. Este Borges era cosa seria. Tanto asi que el entrenador ya no insultaba, no hablaba. No conocía palabras de aliento ni estaba en su capacidad poder reconocer algún merito. Asi fueron pasando las jugadas y Borges las hacia todas. No había tackle que lo detuviera no había pase complicado para dar, ni amague que no pudiera hacer. Ese partido lo terminamos ganando por mucho, en realidad lo termino ganando Borges. Habíamos descubierto una nueva estrella, un diamante en bruto que en solo 40 minutos se había pulido hasta ser la joya mas preciada del equipo.
Los días fueron pasando y la verdad fue que Borges siguió jugando bien pero alternando los partidos en que entraba de titular y los que lo veian empezar de suplente. El entrenador no podía superar la barrera de los códigos del deporte que dicen que cualquiera que venga de afuera no puede ganarse un espacio rapidamente en un equipo suyo. No importaba lo bueno, no interesaba que no hubiera reemplazo, Borges tenía que ver como, en algo similar a una tombola, se decidia quien se ponía la 9 en cada partido; una lotería donde nunca tenía número.
Los partidos pasaban y Borges la seguía rompiendo. Sus acciones con el equipo crecian y los celos del entrenador se multiplicaban. Una tarde que recuerdo especialmente, estabamos precalentando para empezar un partido complicado con uno de esos equipos pesados que logran, inexplicablemente, que 80 minutos de empujar gente les proporcionen satisfacción. Esperabamos un juego aspero y horrible, teniamos depositada la confianza en tener algunas pelotas y poder movernos con velocidad para marcar la diferencia. Borges entraba de titular extrañamente y eso nos motivaba un poco mas. El partido se presento como pensabamos, espantoso, trabado, mezquino, lento, aburrido. Solamente dos veces en el primer tiempo logramos pasar la mitad de la cancha con una patada al fondo y una carrera veloz de Borges que termino en try. No mucho más para destacar. Para el comienzo del segundo tiempo no presentamos cambios, las palabras del entrenador apelaron a la idea consagrada de poner "huevos" y "pelearlas todas". Hicimos lo que nos pidió mientras pudimos, sostuvimos el scrum hasta que en un derrumbe el hooker, Jimmy, se lesionó un hombro. El entrenador nos sorprendió a todos poniendo al "perro" en la cancha, todavía con la mano vendada y recién haciendo su regreso lento a los entrenamientos. El hooker por el medio scrum. Y Borges? nos preguntamos todos. Pasa de hooker Borges! se escucho. Nos miramos sin entender pero Borges sabiendo que con el entrenador no se discute se puso al medio de los primeras líneas nuestros, enfrentando a dos gordos característicos de un equipo como nuestro rival de esa tarde. Cuando el arbitro hizo seguir el juego el scrum conectó y se llevó las costillas de Borges, en un acto de "contricción" casi religiosa logrando una posición casi fetal. Conclusión: perdimos una estrella en ascenso y el entrenador sonrió por segunda vez en un año. De Borges nunca supimos nada más. Del entrenador sabemos todo por mas que el se obstine en este preciso momento, en esta misma mesa, en tratar de convencernos de que Borges pidió voluntariamente suicidar sus huesos en ese scrum.
Para el entretiempo las opciones que quedaban no eran potables y el entrenador masticando bronca y con los ojos inyectados de amenazas latentes lo llamo a Borges. Le explico lo que esperaba de él, que no era mucho mas que decoro. Lo amedrento y le quito la poca confianza que podía quedarle, fiel a su estilo.
Si todo lo que conte lo consideramos el "antes" ahora empezaba el "después". silbato, patada a cargar de los rivales, buena recepcion de un primera linea, un par de metros hacia adelante y un ruck sólido, Borges que se acerca, levanta la vista para ambos lados, mitad de cancha. Levanta la pelota y entiende que no hay mas verguenza en el rectangulo de juego; un amague, dos amagues, un pique muy corto, freno y otra salida explosiva, la marca frente al fullback encimada y pase a la derecha al wing que venía acompañando. Try! Try!, gritos, locura medida pero locura al fin. Una nueva salida con un movimiento casi calcado pero ahora, en vez de correr, Borges decide jugar al apertura con un pase recto y veloz de mas de 20 metros; hay juego, avance, un salteo y Borges emerge hecho un rayo entre el segundo centro y el fullback. Carrera impresionante de 30 metros y el try mas simple que vi en mi vida. Este Borges era cosa seria. Tanto asi que el entrenador ya no insultaba, no hablaba. No conocía palabras de aliento ni estaba en su capacidad poder reconocer algún merito. Asi fueron pasando las jugadas y Borges las hacia todas. No había tackle que lo detuviera no había pase complicado para dar, ni amague que no pudiera hacer. Ese partido lo terminamos ganando por mucho, en realidad lo termino ganando Borges. Habíamos descubierto una nueva estrella, un diamante en bruto que en solo 40 minutos se había pulido hasta ser la joya mas preciada del equipo.
Los días fueron pasando y la verdad fue que Borges siguió jugando bien pero alternando los partidos en que entraba de titular y los que lo veian empezar de suplente. El entrenador no podía superar la barrera de los códigos del deporte que dicen que cualquiera que venga de afuera no puede ganarse un espacio rapidamente en un equipo suyo. No importaba lo bueno, no interesaba que no hubiera reemplazo, Borges tenía que ver como, en algo similar a una tombola, se decidia quien se ponía la 9 en cada partido; una lotería donde nunca tenía número.
Los partidos pasaban y Borges la seguía rompiendo. Sus acciones con el equipo crecian y los celos del entrenador se multiplicaban. Una tarde que recuerdo especialmente, estabamos precalentando para empezar un partido complicado con uno de esos equipos pesados que logran, inexplicablemente, que 80 minutos de empujar gente les proporcionen satisfacción. Esperabamos un juego aspero y horrible, teniamos depositada la confianza en tener algunas pelotas y poder movernos con velocidad para marcar la diferencia. Borges entraba de titular extrañamente y eso nos motivaba un poco mas. El partido se presento como pensabamos, espantoso, trabado, mezquino, lento, aburrido. Solamente dos veces en el primer tiempo logramos pasar la mitad de la cancha con una patada al fondo y una carrera veloz de Borges que termino en try. No mucho más para destacar. Para el comienzo del segundo tiempo no presentamos cambios, las palabras del entrenador apelaron a la idea consagrada de poner "huevos" y "pelearlas todas". Hicimos lo que nos pidió mientras pudimos, sostuvimos el scrum hasta que en un derrumbe el hooker, Jimmy, se lesionó un hombro. El entrenador nos sorprendió a todos poniendo al "perro" en la cancha, todavía con la mano vendada y recién haciendo su regreso lento a los entrenamientos. El hooker por el medio scrum. Y Borges? nos preguntamos todos. Pasa de hooker Borges! se escucho. Nos miramos sin entender pero Borges sabiendo que con el entrenador no se discute se puso al medio de los primeras líneas nuestros, enfrentando a dos gordos característicos de un equipo como nuestro rival de esa tarde. Cuando el arbitro hizo seguir el juego el scrum conectó y se llevó las costillas de Borges, en un acto de "contricción" casi religiosa logrando una posición casi fetal. Conclusión: perdimos una estrella en ascenso y el entrenador sonrió por segunda vez en un año. De Borges nunca supimos nada más. Del entrenador sabemos todo por mas que el se obstine en este preciso momento, en esta misma mesa, en tratar de convencernos de que Borges pidió voluntariamente suicidar sus huesos en ese scrum.
miércoles, 15 de abril de 2009
Presione Send
El sonido ronco del teléfono al vibrar me distrae por un segundo. No es aconsejable leer mensajes cuando se maneja y por eso no lo hago. En el semáforo siguiente no puedo contener el empuje arrollador de los mil caballos que arrastran mi curiosidad. Incomprensible otra vez el texto. Lo mismo, como cada lunes, miércoles y viernes. Las mismas palabras, el mismo número, el mismo remitente. Andrea dice que debe ser alguien conocido, porque no hay nadie capaz de equivocarse tanto y tan seguido, ni existe alguien capaz de insistir tanto sobre algo que nunca tiene respuesta; agrego.
Estas seguro de que no sabes quien es? No, no, ni idea. Entonces llama a ese número y decile que termine ya con esta historia sin sentido; no sos quien cree que sos, explicaselo. Insiste Andrea, verdaderamente comprometida en que el misterio se termine. Es una presión extraña la que ejerce sobre mi. No parece importarle nada de lo que sucede conmigo o a mi alrededor, excepto esa espina de caracteres electrónicos que aterriza en mi celular lunes, miércoles y viernes. Si, tenes razón. Le contesto como para cerrar el tema y no seguir dando vueltas sobre algo que no tiene ningún sentido.
Sinceramente, cuando estoy solo creo que sería capaz de llamar y demandar, con la vehemencia que me pide Andrea, que no me escriba más; sin embargo siempre, indefectiblemente, me arrepiento de mis pensamientos como en un acto de confesión religiosa.
Así es que mejor escribo “como te llamas, quien sos, que necesitas?”. Escribo y dudo, como siempre. Borro todo, cierro el teléfono…como siempre.
Sería mejor que Andrea supiera que no llamé, sería mejor que supiera que no quiero llamar. Ella es demasiado insistente en estos temas y cuando se lo digo explota. Mis palabras tienen la temperatura del hierro incandescente; sus nervios son como los vapores de la nafta. Mala combinación.
Gonzalo me promete que no va a saberlo nadie. Hoy es lunes me recuerda. Ya lo sé. Sabés lo que es para mi un lunes, un miércoles o un viernes? Adrenalina pura.
No tanto por los mensajes como por Andrea. Hay algo perverso en ver como se transforma, como se pone en guardia y su cara se llena de nubes de tormenta cuando llegan los mensajes. Con Gonzalo estamos seguros de que a cualquiera le daría miedo ver la forma en que Andrea se transforma y vive esos momentos. Es como si su vida dependiera de eso, es casi como una lucha, a matar o morir.
Podría quitarme el teléfono y llamar ella, o escribir con furia una respuesta asesina; pero no. Eso significaría hacer evidente la locura, la preocupación que ella cree mantener oculta. Es tan mala actuando, se ríe Gonzalo.
Gonzalo, este Gonzalo, es mi amigo desde antes de conocer a Andrea. Con él nos conocimos por medio de otro amigo y como pasa a veces, él y yo dejamos de vernos con el que nos había hecho de nexo para convertirnos, ahora sí, en amigos nosotros dos. Gonzalo es raro según Andrea. Extraño, sarcástico, desaforado cuando habla, agregaría yo. Inimputable dice él de sí mismo. Cualquiera es raro para Andrea, cualquiera que no sea como ella y sus amigos, que por cierto son muy pocos. Extraños son los que no ven lo que ella ve. No piensan lo que ella piensa, no creen lo que ella cree.
Andrea es todo eso pero al mismo tiempo es suave, comprensiva, protectora. Incondicional diría ella de sí misma.
Hay un extraño placer en ver las dos caras de Andrea, la de siempre, la que muestra minuto a minuto y la que pierde la compostura detrás de una máscara que se derrite al calor de sus nervios reprimidos.
Hoy es lunes y llega un mensaje, como siempre, como esperábamos que sucediera. Suena el teléfono anunciándolo y no me muevo, con la vista alcanzo a ver a Andrea que deja a un costado su lapicera y las carpetas que esta corrigiendo. El celular esta en la mesa, a 2 o 3 pasos de distancia, en un punto equidistante de los dos. No me muevo esperando que ella reaccione. Andrea inmóvil, la lapicera en la mesa, las hojas quietas, la punta del pie derecho rítmicamente golpeteando el piso. La dejo esperar un poco más y cuando me inclino para levantarme de la silla ella se convierte en una pantera y salta sobre el aparato. Lo tiene entre las manos y sonríe maliciosa. Me lo muestra sin decir nada pero es como si hablara. Lo tengo, dice, te tengo, dice. No se lo pido porque no tendría sentido y hace tiempo deje de hacer y decir cosas que no tienen futuro.
Lo abre, lo lee, lo marca. Esperamos juntos la respuesta. Yo no creo que se anime a seguir, ella no cree que yo puedo escaparme. El celular llama. Suena y suena, pausado y persistente. De pronto atienden y en el mismo acto nuestras caras se mudan. La mía es una mezcla de miedo y extrañeza. La de ella es pura victoria. Me queda ver si se anima pero casi no me quedan dudas. Llegó hasta el precipicio, ahora va a saltar. Me dedica una última mirada y acercándose el teléfono a los labios, casi sensualmente, le dice:…Gonzalo… no juego más.
Andrea es así…igual a Gonzalo.
Estas seguro de que no sabes quien es? No, no, ni idea. Entonces llama a ese número y decile que termine ya con esta historia sin sentido; no sos quien cree que sos, explicaselo. Insiste Andrea, verdaderamente comprometida en que el misterio se termine. Es una presión extraña la que ejerce sobre mi. No parece importarle nada de lo que sucede conmigo o a mi alrededor, excepto esa espina de caracteres electrónicos que aterriza en mi celular lunes, miércoles y viernes. Si, tenes razón. Le contesto como para cerrar el tema y no seguir dando vueltas sobre algo que no tiene ningún sentido.
Sinceramente, cuando estoy solo creo que sería capaz de llamar y demandar, con la vehemencia que me pide Andrea, que no me escriba más; sin embargo siempre, indefectiblemente, me arrepiento de mis pensamientos como en un acto de confesión religiosa.
Así es que mejor escribo “como te llamas, quien sos, que necesitas?”. Escribo y dudo, como siempre. Borro todo, cierro el teléfono…como siempre.
Sería mejor que Andrea supiera que no llamé, sería mejor que supiera que no quiero llamar. Ella es demasiado insistente en estos temas y cuando se lo digo explota. Mis palabras tienen la temperatura del hierro incandescente; sus nervios son como los vapores de la nafta. Mala combinación.
Gonzalo me promete que no va a saberlo nadie. Hoy es lunes me recuerda. Ya lo sé. Sabés lo que es para mi un lunes, un miércoles o un viernes? Adrenalina pura.
No tanto por los mensajes como por Andrea. Hay algo perverso en ver como se transforma, como se pone en guardia y su cara se llena de nubes de tormenta cuando llegan los mensajes. Con Gonzalo estamos seguros de que a cualquiera le daría miedo ver la forma en que Andrea se transforma y vive esos momentos. Es como si su vida dependiera de eso, es casi como una lucha, a matar o morir.
Podría quitarme el teléfono y llamar ella, o escribir con furia una respuesta asesina; pero no. Eso significaría hacer evidente la locura, la preocupación que ella cree mantener oculta. Es tan mala actuando, se ríe Gonzalo.
Gonzalo, este Gonzalo, es mi amigo desde antes de conocer a Andrea. Con él nos conocimos por medio de otro amigo y como pasa a veces, él y yo dejamos de vernos con el que nos había hecho de nexo para convertirnos, ahora sí, en amigos nosotros dos. Gonzalo es raro según Andrea. Extraño, sarcástico, desaforado cuando habla, agregaría yo. Inimputable dice él de sí mismo. Cualquiera es raro para Andrea, cualquiera que no sea como ella y sus amigos, que por cierto son muy pocos. Extraños son los que no ven lo que ella ve. No piensan lo que ella piensa, no creen lo que ella cree.
Andrea es todo eso pero al mismo tiempo es suave, comprensiva, protectora. Incondicional diría ella de sí misma.
Hay un extraño placer en ver las dos caras de Andrea, la de siempre, la que muestra minuto a minuto y la que pierde la compostura detrás de una máscara que se derrite al calor de sus nervios reprimidos.
Hoy es lunes y llega un mensaje, como siempre, como esperábamos que sucediera. Suena el teléfono anunciándolo y no me muevo, con la vista alcanzo a ver a Andrea que deja a un costado su lapicera y las carpetas que esta corrigiendo. El celular esta en la mesa, a 2 o 3 pasos de distancia, en un punto equidistante de los dos. No me muevo esperando que ella reaccione. Andrea inmóvil, la lapicera en la mesa, las hojas quietas, la punta del pie derecho rítmicamente golpeteando el piso. La dejo esperar un poco más y cuando me inclino para levantarme de la silla ella se convierte en una pantera y salta sobre el aparato. Lo tiene entre las manos y sonríe maliciosa. Me lo muestra sin decir nada pero es como si hablara. Lo tengo, dice, te tengo, dice. No se lo pido porque no tendría sentido y hace tiempo deje de hacer y decir cosas que no tienen futuro.
Lo abre, lo lee, lo marca. Esperamos juntos la respuesta. Yo no creo que se anime a seguir, ella no cree que yo puedo escaparme. El celular llama. Suena y suena, pausado y persistente. De pronto atienden y en el mismo acto nuestras caras se mudan. La mía es una mezcla de miedo y extrañeza. La de ella es pura victoria. Me queda ver si se anima pero casi no me quedan dudas. Llegó hasta el precipicio, ahora va a saltar. Me dedica una última mirada y acercándose el teléfono a los labios, casi sensualmente, le dice:…Gonzalo… no juego más.
Andrea es así…igual a Gonzalo.
domingo, 5 de abril de 2009
Increible
No hay casualidad sino destino repetía una y otra vez. Debute escuchando esa frase un día de marzo, de esos que no se deciden a dejar de ser verano aunque el almanaque los acomode de prepo.
En el tren, al lado de la ventana, mirando como esa nada que es la vida de los otros pasa acompasada al ritmo de los durmientes. Permiso, me corro, pasá, no es nada, no hay problema…así construimos un dialogo que muto en las mas variadas formas y temas, durante un rato que pareció estirarse estación tras estación.
Estación Victoria, me dijo, hasta acá llego. Casualidad, conteste sonriendo, yo también. Viste, viste…no hay casualidad sino destino; me dijo imitando un tono solemne. Sonreímos, los ojos le brillaban repitiendo el sol mil veces. Parece que es así nomás…acepte.
Bajamos en Victoria, caminamos afuera de la estación. Voy a la derecha, un par de cuadras, vos? También, también, pero un poco mas lejos le explique. Hicimos una pausa. Ya se…ya se…comente, hay destino!! Y nos reímos otra vez.
Recorrimos la calle del costado de la estación y la deje en la puerta de la empresa. Cambiamos teléfonos, direcciones y promesas.
Seguí hasta la esquina, doble a la izquierda y apure el paso; 10.45 decía mi reloj. Con el teléfono en la mano y esquivando autos llamé. Ramirez… como le va? Estoy un poco demorado sabe?, puede creer que me baje del tren una estación antes?
En el tren, al lado de la ventana, mirando como esa nada que es la vida de los otros pasa acompasada al ritmo de los durmientes. Permiso, me corro, pasá, no es nada, no hay problema…así construimos un dialogo que muto en las mas variadas formas y temas, durante un rato que pareció estirarse estación tras estación.
Estación Victoria, me dijo, hasta acá llego. Casualidad, conteste sonriendo, yo también. Viste, viste…no hay casualidad sino destino; me dijo imitando un tono solemne. Sonreímos, los ojos le brillaban repitiendo el sol mil veces. Parece que es así nomás…acepte.
Bajamos en Victoria, caminamos afuera de la estación. Voy a la derecha, un par de cuadras, vos? También, también, pero un poco mas lejos le explique. Hicimos una pausa. Ya se…ya se…comente, hay destino!! Y nos reímos otra vez.
Recorrimos la calle del costado de la estación y la deje en la puerta de la empresa. Cambiamos teléfonos, direcciones y promesas.
Seguí hasta la esquina, doble a la izquierda y apure el paso; 10.45 decía mi reloj. Con el teléfono en la mano y esquivando autos llamé. Ramirez… como le va? Estoy un poco demorado sabe?, puede creer que me baje del tren una estación antes?
viernes, 13 de marzo de 2009
Esta vez no es lo mismo
La bicicleta rota, partida al medio con las dos ruedas deformadas por el golpe. Todos los pedazos sueltos que puede tener una bicicleta estaban flotando en el asfalto caliente y desde el piso podía ver, aún aturdido, el auto moribundo apoyado en la columna de la luz.
No había dolor, el dolor siempre tarda en llegar. No sentía nada, quizás no tenia nada. En las manos sangre, finos granos de arena incrustados en la piel, raspones y un hombro que no se movía correctamente.
Me pare como pude y empecé a ver la gente que salía de las casas y se acercaba a la calle.
Me miraban, nos miraban. Se acercaban lentamente como si no estuvieran seguros de querer llegar.
El auto perdía agua y con el vapor que soltaba era la imagen perfecta de una bestia con el corazón partido.
Esa mujer se bajo del auto. Abrió la puerta que avisó el movimiento con un chirrido fatal y desesperado…muerte a ese pedazo de chapa! Se bajó y rodeo el cuerpo caliente de esa maquina que casi me mataba. Se tomó la cabeza esperando comprender que había pasado. Yo la miraba moverse desde el cordón de la vereda.
La bicicleta rota era la imagen de un esqueleto partido, un montón de huesos flacos que no servían más, la cara de la muerte acostada en el piso, esperando nada.
Ella caminaba de un lado a otro. Ahora hablaba desde su celular. Gesticulaba explicando como la desgracia la había rozado y como tanto daño no tenía dueño.
Me acerque para hablarle, pensando en mi bicicleta y mis manos, en el hombro que me dolía y no podía mover. Cuando le toque el hombro se dio vuelta y dejó caer el celular. Estaba llorando. Las lágrimas se le caían débiles, minúsculas, apretadas de bronca y nervios.
Estas bien? Disculpame…no se que me pasó. Seguía llorando mientras me hablaba, como si sus ojos tuvieran pequeñas gotas de pena asomando. Tu bici, mira como quedó…que desastre!. Estas bien…? Seguro? Le dije que si, que estaba todo bien. Que podía decirle? La silueta deforme de mi bicicleta, los raspones en las manos y los huesos descolocados de un hombro nunca tuvieron la fuerza suficiente para competir con un par de lagrimas asomando a los ojos de una mujer.
No había dolor, el dolor siempre tarda en llegar. No sentía nada, quizás no tenia nada. En las manos sangre, finos granos de arena incrustados en la piel, raspones y un hombro que no se movía correctamente.
Me pare como pude y empecé a ver la gente que salía de las casas y se acercaba a la calle.
Me miraban, nos miraban. Se acercaban lentamente como si no estuvieran seguros de querer llegar.
El auto perdía agua y con el vapor que soltaba era la imagen perfecta de una bestia con el corazón partido.
Esa mujer se bajo del auto. Abrió la puerta que avisó el movimiento con un chirrido fatal y desesperado…muerte a ese pedazo de chapa! Se bajó y rodeo el cuerpo caliente de esa maquina que casi me mataba. Se tomó la cabeza esperando comprender que había pasado. Yo la miraba moverse desde el cordón de la vereda.
La bicicleta rota era la imagen de un esqueleto partido, un montón de huesos flacos que no servían más, la cara de la muerte acostada en el piso, esperando nada.
Ella caminaba de un lado a otro. Ahora hablaba desde su celular. Gesticulaba explicando como la desgracia la había rozado y como tanto daño no tenía dueño.
Me acerque para hablarle, pensando en mi bicicleta y mis manos, en el hombro que me dolía y no podía mover. Cuando le toque el hombro se dio vuelta y dejó caer el celular. Estaba llorando. Las lágrimas se le caían débiles, minúsculas, apretadas de bronca y nervios.
Estas bien? Disculpame…no se que me pasó. Seguía llorando mientras me hablaba, como si sus ojos tuvieran pequeñas gotas de pena asomando. Tu bici, mira como quedó…que desastre!. Estas bien…? Seguro? Le dije que si, que estaba todo bien. Que podía decirle? La silueta deforme de mi bicicleta, los raspones en las manos y los huesos descolocados de un hombro nunca tuvieron la fuerza suficiente para competir con un par de lagrimas asomando a los ojos de una mujer.
viernes, 27 de febrero de 2009
Ya no me preguntes
Sabes que? Le dije tratando de no herirlo con mi respuesta. Ya no me preguntes más. Sabes que pasa? Como le explicas a alguien que hay algo bueno en que te golpees, en que te pisen, que te peguen y que las rodillas se claven en el piso y los pies te duelan. Que haya tipos que quieran voltearte para que no te levantes más y a vos no te importe. Quien puede entenderte cuando el agua te hace arder las raspaduras cuando la cal te seca la boca y te irrita los ojos, cuando los dedos se sostienen solo con cinta, cuando las piernas te pesan pero igual tu cabeza te pide correr. De que forma puede entender alguien que después de caerte te levantes para volver a caerte un poco mas allá y así continuar sin final. De que forma se comprende que te dé lo mismo que haya sol o que este lloviendo, que sea de noche o de tarde, que haga tanto frío que no puedas calentarte o que no encuentres la forma de sacarte el calor de encima. Que la transpiración te tape los ojos y moje hasta los pies. Como podrán compartir el hecho de que no te importa golpearte una vez más y que cuando ya no puedas caminar, con lo único que sueñes sea volver ahí.
Entonces entendés porque no quiero que me preguntes más? No sabría como explicarte, no encontraría la forma de hacerte entender …ni vos podrías comprender… porque juego al rugby.
Entonces entendés porque no quiero que me preguntes más? No sabría como explicarte, no encontraría la forma de hacerte entender …ni vos podrías comprender… porque juego al rugby.
Mujeres
Siempre tuvo la fantasía de que cuando saltaba del barco la podíamos abandonar. Era absurdo porque no teníamos una razón para hacerlo y no creo que hubiéramos podido convencer al marinero.
Ahora cuando paso por ese lugar, camino a la isla, recuerdo la anécdota con una sonrisa.
El viaje siempre es el mismo, salimos temprano desde la playa para dar vuelta la península, pasar por el frente de la ciudad y sus casas, brotando de las laderas verdes de las montañas. Desde ahí nos internamos mar adentro, serpenteando entre algunos islotes en el mar turquesa, para llegar a la isla un rato mas tarde.
El sol siempre invita a saltar.
Sabias que la ultima vez que se lanzó al agua nos fuimos? Ella sonríe sin creerme.
Le sostengo la mirada y entonces su cara se pone más rígida, sus rasgos cambian, sus músculos se tensan porque ahora ya no sabe. Estoy mintiendo?
Vas a saltar? Mi pregunta llega en un mal momento y la pongo en un aprieto. No tenías calor? Eso dijiste recién. Insisto. Me mira buscando que desista en mi propuesta pero no hay posibilidades de que cambie de opinión. Sonrío y me doy vuelta dejándola con sus pensamientos.
Ella también tuvo siempre la fantasía de que cuando saltaba del barco la podíamos abandonar. Era absurdo porque no teníamos una razón para hacerlo y no creo que hubiéramos podido convencer al marinero. O… sí?
Ahora cuando paso por ese lugar, camino a la isla, recuerdo la anécdota con una sonrisa.
El viaje siempre es el mismo, salimos temprano desde la playa para dar vuelta la península, pasar por el frente de la ciudad y sus casas, brotando de las laderas verdes de las montañas. Desde ahí nos internamos mar adentro, serpenteando entre algunos islotes en el mar turquesa, para llegar a la isla un rato mas tarde.
El sol siempre invita a saltar.
Sabias que la ultima vez que se lanzó al agua nos fuimos? Ella sonríe sin creerme.
Le sostengo la mirada y entonces su cara se pone más rígida, sus rasgos cambian, sus músculos se tensan porque ahora ya no sabe. Estoy mintiendo?
Vas a saltar? Mi pregunta llega en un mal momento y la pongo en un aprieto. No tenías calor? Eso dijiste recién. Insisto. Me mira buscando que desista en mi propuesta pero no hay posibilidades de que cambie de opinión. Sonrío y me doy vuelta dejándola con sus pensamientos.
Ella también tuvo siempre la fantasía de que cuando saltaba del barco la podíamos abandonar. Era absurdo porque no teníamos una razón para hacerlo y no creo que hubiéramos podido convencer al marinero. O… sí?
miércoles, 25 de febrero de 2009
Vuelta Carnero
El arquitecto estaba parado en la puerta de la casa. Golpeaba la madera una y otra vez. Ya había dejado de lado el timbre pensando que no funcionaba. Los nudillos en la madera se escuchaban, de eso estaba seguro y era suficiente para él.
Desde adentro no llegaban sonidos, solamente el eco huérfano de los golpes.
En la S-10 gris, el cocinero esperaba. La música prendida, fuerte, muy fuerte. El ventilador de la camioneta andando le ponía en la cara solo aire caliente. El aire acondicionado era solo un deseo, otro deseo más incumplido.
La llave arquitecto! Gritó desde la camioneta mientras veía al arquitecto dar vueltas a la casa, una y otra vez.
No tengo llave, sino ya hubiera abierto. Explicó desde la puerta
La llave de la camioneta, digo. Tiremela… así prendo el aire. Explicó honesto el cocinero.
Cuantas veces le dije que no se fuera sin avisar, pensó.
Cambió nudillos por puntapiés y siguió insistiendo. El tiempo pasaba y ya no estaba llamando a la puerta, estaba descargando furia y frustraciones contra una placa vieja de 2 metros por 70.
Esta borracho, para mi esta, pero…borracho. Grito el cocinero desde la camioneta, bajando el vidrio el tiempo exacto para tirar la idea y esconderse del calor nuevamente.
El arquitecto transpiraba la camisa y sentía como las gotas de sudor le recorrían el cuerpo en un viaje que lo iba poniendo cada vez mas incomodo, cada vez mas molesto.
Si esta borracho cuando me abra le saco el pedo a patadas! Contestó mientras hacia el gesto de quien exprime un limón hasta la ultima de las semillas. Caminó para rodear la casa y encontrar alguna ventana abierta, alguna rendija por donde mirar y llegar más directamente al interior. Nada. Una sola ventana, celosías de chapa, trabadas desde adentro. Hacia mucho que no se abrían, con el dedo saco la telaraña que cubría el marco y subía hasta la hoja.
Déjelo arquitecto, ya va a aparecer…total tiene que pasar por la obra para buscar la plata.
Molina, déjeme de romper los huevos! Lo despierto o lo mato! La respuesta tenía bronca acumulada, tenía calor, tenía ganas de sacarse las botas, de tirar el pantalón, de dejar esa obra en el medio de la nada, de volver a la ciudad, de cambiar de trabajo, de cambiar de vida, de dinamitar su vida presente y empezar de nuevo. Fue hasta la camioneta y buscó en la caja, Molina ni siquiera giraba a mirarlo, sacó la escopeta de dos caños y se volvió hasta la casa. El cocinero lo vió pasar con el arma pero no logró entender que pasaba. Lo miraba desconcertado casi como no queriendo entender.
El arquitecto se paró de frente a la puerta, la pierna izquierda adelante, la derecha atrás, cruzada para sostener el cuerpo cuando la escopeta diera el retroceso.
Un tiro, otro tiro. Molina se quedo pálido mirando por el vidrio y entendió que la cosa venía mal.
En la comisaría ya habían avisado. Moreno, un gringo que vive como a 10 kilómetros de ahí llamó y aviso. Sentí unos ruidos como tiros, para el lado del cerro de los pajaritos, no era lejos, me parece.
Martínez era el comisario hacia como diez años ya, el destacamento policial eran: él y Jesús Menendez. Un policía complicado Menendez, pocas palabras, siempre escondido detrás de unos ojos chiquitos en su cara inflada. El alcohol, la noche y las armas con licencia no son buenas consejeras. Para lo único que le habían servido a Menendez, fue para conseguirle un pasaje sin escalas desde la Ciudad a ese pueblo muerto en el medio de la sierras. Menendez era complicado, de pegarles a los sospechosos, a sus mujeres, a los que le ganaran a las cartas o a cualquiera que se cruzara. Pero con Martinez la cosa era distinta, con el había códigos, se podría decir que, extrañamente, lo respetaba.
Moreno se volvió a su campo. Ni Martínez ni Menendez le dieron importancia al comentario. Cazadores, seguro. Dijeron. Después vas vos Menendez y cuando los encuentres les haces un poco de quilombo y los amenazas a ver si te largan unos pesos. La forma de trabajo de Martínez era siempre la misma. Las ideas suyas, las piñas de Menendez.
El arquitecto se subió a la S-10 enfurecido. Cerró la puerta y ni siquiera miró a Molina, salieron disparados por el camino de tierra dejando una nube de polvo como único testimonio. Siguieron durante más de 150 minutos, los dos mirando al frente, sin decir nada, solamente sacudidos por el intenso golpeteo de las ruedas en el anoréxico camino. En una de esas ya esta por allá. Arriesgo Molina buscando encontrar un punto de fuga para tanta presión contenida. No tuvo respuesta. El arquitecto viajaba con el pero su cabeza estaba en otro lado. Un muñeco mudo se sentaba a su lado. El arquitecto se había ido.
Menendez estaba esperando debajo de un algarrobo viejo y deshilachado que Moreno tenia en la puerta de la casa. La siesta estaba marcada por el sol espeso. Los borcegos calientes eran la única cosa negativa que había en la fuerza. Eso había pensado siempre. Era un pensamiento raro, hasta se sonreía cuando la idea le volvía a la cabeza. Lo único malo del servicio eran los borcegos…y tanta gente que dice que es un laburo de mierda. Flojos, no entienden.
Dibujaba círculos en la tierra suelta como talco con la punta del borceguí. No encontró cazadores en los alrededores, no al menos que se vieran o escucharan desde el auto. No había nada por la zona y ya que estaba podría preguntarle a Moreno porque andaba hablando giladas y haciéndolo perder el tiempo, como para que no se olvidara quien mandaba por ahí.
Cuando llego el dueño de casa se sorprendió al verlo a Menendez, una visita que como las nubes negras nunca traía nada bueno. Lo saludo a la distancia y cuando estuvo al lado le pregunto que necesitaba. Algo fresco. La respuesta. Moreno bajo la cabeza y le pidió que lo acompañara adentro. La casa estaba a medio terminar, le faltaban mosaicos sobre el contrapiso y las paredes nunca habían sido pintadas, pero estaba limpia y ordenada. El calor del exterior todavía no se había colado adentro. Le sirvió un vaso de vino blanco a Menendez, sin ofrecerle una silla ni nada, tratando inconcientemente de que se fuera lo antes posible.
El policía entendió el mensaje y corrió una silla desde la mesa, se sentó regodeándose en los nervios de Moreno.
Venga siéntese. -Invitó-. Sabía que hace como 25 años yo estaba en Córdoba? Si…en la 4ta – continuó Menendez- había mucho trabajo ahí, las cosas de siempre, mucho raterito, mucho quilombo de familia, borrachos y esas cosas…no como ahora, no!.... Este tema de la droga es complicado, como que se vuelven loquitos los pendejos y no queda mas remedio…a loquito, loquito y medio, ja! El policía pareció sorprenderse de su propia frase y sonrió satisfecho como el que sabe que anotó un punto en un partido importante.
Pero mire… Moreno, lo que mas nos jodía en la 4ta era cuando venia algún gil a denunciar pavadas y tomarnos por boludos.. Esos tipos vea…- apretó fuerte el vaso y la mano oscura se lleno de pequeñas venas- esos siempre me cayeron mal porque siempre, siempre están en cosas jodidas.
Moreno seguía parado y dudaba entre contestar o permanecer callado. Silencio. Fue la orden que llego desde su cabeza. No hables. No contestes. Mientras tanto el tiempo no se consumía. Los segundos se aferraban a las agujas del reloj colgado en la pared y no pasaban.
Por fin, el agente se levanto, acomodó la silla y camino hacia la puerta. La silueta enorme de Menendez se recortaba negra en la puerta, a contraluz, como si fuera la figurita difícil de un álbum que nadie quiere completar.
Chau Moreno. Saludo sin darse vuelta. Rico el vino, otro día paso y seguimos conversando.
El camino se moría frente al portón de piedra de un campo. San Onofre decían como podían unas letras pintadas sobre lo que alguna vez había sido la puerta de una heladera Siam. Si la viera Di Tella!! Dije buscando la complicidad en la broma, pero ninguno de los que me acompañaba la entendió. Me llamé a silencio otra vez y acerque la trompa de la camioneta a la entrada. Paramos un instante hasta que Marquez logro sacar del bolsillo trasero de su pantalón el papel donde tenía anotado nuestro destino en ese viaje. Le costaba mucho moverse, una panza desproporcionada, la papada abultada, una flaccidez apenas contenida por sus ropas y un cinto parecía contenerle el cuerpo en un esfuerzo titánico, daba la impresipon de que si se quitaba el cinto todo su cuerpo terminaría desparramado por el piso. L os movimientos se le hacían difíciles y a mi me costaba mirarlo mucho tiempo, me faltaba el aire, me sentía por momentos habitando su cuerpo y me agobiaba el peso asfixiante de tanta gordura.
Leyó. Es acá, metele nomás, entrá. Me dijo.
Puse primera y entramos al campo. El camino seguía siendo de tierra pero ahora estaba un poco peor que antes. A los costados los olivos hacían lo que podían para pelearle a la sequía. Además de Marquez, me acompañaban, mudos, Marco y Massetti. Cuando me los presentaron, en ese orden verbal, me sonó a “Sacco y Vanzetti” lo comenté buscando aunque mas no fuera otra sonrisa pero solo obtuve una repetición mas pausada y deletreada de ambos apellidos, como si estuviera sordo, como si fuera duro para entender.
“Sacco y Vanzetti” zarandeaban sus cabezas al compás de los pozos. Marquez se tomaba con las manos rechonchas del frente del tablero. Me habían contratado en Córdoba a través de un amigo que tenía la deferencia de buscarme pequeños encargos para suplir mi falta de ingresos estables. No conocía a ninguno de los tres pero venían recomendados así que no dude en tomar el trabajo, ida y vuelta manejando, los esperaba, los ayudaba con lo que necesitaran…y me quedaban 500 pesos.
Nos íbamos acercando a las únicas estructuras que habíamos visto en los alrededores y Marquez volvió a mirar el papel, esta vez lo había dejado sobre sus piernas para evitarse el esfuerzo de recuperarlo debajo de toda su humanidad. Anda enfilando para el galpón ese. Me dijo, apuntando con su dedo a una estructura de ladrillos oscuros que estaba sobre la izquierda pasando una casa pequeña y un tanque australiano. Hice lo que me pidió, para eso me pagaban, tuve que bajar la velocidad para no atropellar unas gallinas que pretendían cruzarse en nuestro camino. Pasamos junto a la casa y pude ver que adentro dos hombres hablaban mientras un tercero se acercaba desde atrás a uno de ellos. Para! Para! Fue un gritó grueso pero mas que nada fue una orden. La violencia explosiva de Marquez tenía una razón de ser. En un reflejo perfecto pise el freno y evitamos de milagro voltear la puerta del galpón. Los de atrás me dedicaron un insulto por lo bajo y Marquez me sacudió la nuca de una cachetada. Sorprendido por el golpe pero mas que nada humillado, por no reaccionar a tiempo, lo miré como pidiéndole una disculpa por el reto, explicándole con los ojos que no éramos amigos y que esa no era una broma. Se bajó de la camioneta y paso caminando por el frente. Mientras iba hacia el otro lado volvió a mirarme con ojos que hablaban, con una mirada que decía lo que había que decir.
Me quede solo en la camioneta, esperando y pensando. Nunca pude soportar ese tipo de cachetada, esa que se da con desprecio, esa cuya violencia no esta en la fuerza del golpe sino en la fuerza de lo que expresa. Estaba indignado, debo admitirlo. Hacia tiempo que no me sentía tan pelotudo, creo que la ultima vez fue cuando tocaba el portero de Gabriela y esperando que me atendiera la veo llegar de la mano de un tipo. Me miró como si fuera un letrero escrito en chino y me pregunto “que necesitas Martín?”. El tipo no le soltaba la mano y yo no sabía donde meterme. Mi novia, mi ex novia, me miraba como si fuera una plaga a erradicar y el tipo parado al lado. No, pensándolo bien, esa vez me sentí mas pelotudo que ahora, en realidad esa noche creo que sentí una combinación extrema de estupidez y desamparo.
Arquitecto. No estamos yendo muy fuerte? El cocinero preguntaba tímidamente tratando de no molestarlo aun más mientras se tomaba fuerte de la manija que tenia sobre la ventana. No quería molestarlo por las dudas fuera a exagerar aún más la velocidad y terminara de una vez con la vida de los dos. O peor aún, que el accidente lo dejara paralítico, inmóvil. La mamá de Molina siempre le repetía lo mismo “Si me quedará paralítica, me mataría”. Eran frases típicas de ella, con una innata capacidad para la tragedia producto de generaciones italianas dominadas por el fatalismo más extremo. Que otra explicación habría sino para pasarse la mayor parte de la vida previendo y esperando las mas horribles tragedias sin que estas llegaran nunca.
El arquitecto desacelero, pareció volver a tener dominio de su cuerpo, se acomodó en el asiento y sin decir palabra, dobló a la derecha. El camino terminaba unos kilómetros mas adelante, ya lo habían recorrido cientos de veces. El cocinero en bicicleta, el arquitecto en la camioneta.
Vos la pasas bien acá? Pregunto el arquitecto. Sorprendido por la pregunta y por la repentina locuacidad del conductor, el cocinero tardo unos segundos en volver de la modorra que lo había atrapado mirando por la ventana. Si, que se yo…si… diría que sí. Dijo como si estuviera reconfirmando sus propios pensamientos. Yo no!. Declaro el Arquitecto y siguió como si hubiera roto el dique que contenía toda esa frustración. La paso como la mierda – siguió- no me gusta lo que hago, no me gusta el lugar, no aguanto el calor, los obreros, los jefes, nada, nada…me iría a la mierda ya!! Golpeo el volante con las dos manos como para que no quedaran dudas.
Preguntarle porque no se iba podía ser una obviedad pero era lo que correspondía, al menos por educación.
Porque me pagan y necesito la plata. Así de simple, así de triste! Termino la frase y perdió sus pensamientos en la nada otra vez. La camioneta empezó a correr cada vez más rápido.
Moreno seguía temblando por dentro, ya había visto como terminaban los que se le cruzaban a Martínez o a Menendez, que para el caso era lo mismo. El resultado siempre era coincidente: mal.
El había escuchado los tiros, de eso estaba seguro. Pero quien lo había mandado a decirle a la policía? para que? No sabía, no había razones. En realidad si, tenía una que cuando se le vino a la cabeza le pareció absurda. Era lo correcto! La puta madre, insistió, por hacer lo correcto terminaba embarrando todo. Salió otra vez afuera, al sol de la tarde que a esa hora parecía un soplete apuntado desde el cielo. Parado en la puerta de su casa miraba las montañas y notó que el cielo tenía un color celeste tan claro y tan especial que por un momento sintió una inyección de optimismo que le llenaba cada hueco de su acongojado cuerpo.
Subió a su caballo, lo palmeo en el cuello y salieron despacio por el camino.
Prendía la radio de la camioneta sabiendo de antemano que no tenía el más mínimo sentido. En esa parte de las sierras no había ninguna posibilidad de otra cosa que no fueran los sonidos propios de la naturaleza. La única forma de escuchar radio o ver televisión era con unas antenas desproporcionadas, que parecían agujas enormes desgarrando el viento y las nubes. Ahora había televisión por satélite, era cierto, pero solo algunos por la zona podían darse ese lujo.
Prendí la radio y pase de una punta a la otra del dial sin encontrar nada más que descargas y frases entrecortadas. Apagué y repentinamente se empezaron a escuchar unos extraños ruidos secos, pequeñas estampidas que iban creciendo, una tras otra. Tiros! Eran tiros! Me di cuenta lentamente, como si a medida que sonaban los disparos mi cerebro hiciera una selección de sonidos similares y después de repasar la lista encontrara la coincidencia. Mire desesperado para todos lados y no vi nada. Nadie salía del galpón, nadie salía de la casa pero los disparos seguían. Giré la llave de la camioneta para escapar de esa locura. No encendió. Intenté otra vez y tuve la misma respuesta. En un acto inconciente abrí la puerta y salí corriendo hacia los olivos que estaban al costado del galpón, mientras corría desesperado alcance a ver que Marquez salía trastabillando y desde atrás lo seguía un tipo de bigotes, seguían a los tiros. Yo corrí con toda la velocidad que mis piernas podían darme. De pronto sentí un golpe seco en la pantorilla, calor primero y un dolor que se iba haciendo cada vez más intenso después. Me tire al suelo entre los olivos y vi que me habían dado un tiro en la pantorilla. La sangre salía espesa y tibia. Creo que después de verme la herida empezó a dolerme más aún. Me levante como pude sabiendo que si me quedaba a lamentarme me encontrarían y terminarían conmigo como habían hecho con Marquez.
“tiros en san onofre.vengansen” leyó Martínez en su celular. El mensaje venía de Mitnik, un judío de Buenos Aires que se hacia el chacarero. Había llegado a la zona 3 o 4 años atrás, se veía que tenía plata porque había arreglado el campo donde vivía, le había puesto riego, arreglado lños caminos y tenía televisión por satélite!. No se metía con nadie pero de vez en cuando se acordaba de Martínez, y de Menendez, claro.
Menendez, mira lo que dice el judío! Gritó Martínez. Siempre era con mensajes la comunicación. No había buena señal como para hablar por celular pero extrañamente los mensajes siempre llegaban bien. Y Bueno, vamos a ver…no queda otra, no? se resigno Menendez. Buscaron la radio, las armas y subieron a la camioneta azul, prendieron la sirena , solamente para molestar a los que dormían la siesta, y salieron por la única calle asfaltada del pueblo.
Doblaron a la derecha en la iglesia recortando la siesta seca y ardiente. Eran, podría decirse, los únicos seres vivientes que se manifestaban como tales, en esa tarde de 40 grados.
El camino a San Onofre era un desastre, pozos y más pozos lo salpicaban, haciendo que la camioneta saltara caprichosa de un lado a otro. Menendez manejaba rápido, costumbre de la ciudad le gustaba decir.
Corría como podía con la pierna sangrando y seguramente con algún hueso quebrado . El dolor era tolerable pero me preocupaba no saber a donde estaba yendo. Después de unos minutos me detuve jadeando. No se escuchaba nada raro, un viento suave, algunos pájaros que empecinados seguían cantando. Pero nada más. Quizás me habían dado por muerto, quizás no les importaba lo que me hubiera pasado. Estaba seguro que la segunda alternativa era la más probable, no por una cuestión de baja autoestima sino por un caso extremo de honestidad brutal. Me sabía prescindible, no era importante para nadie, ni siquiera para unos delincuentes como esos, ni siquiera para Gabriela. Otra vez el mismo pensamiento absurdo se me cruzó por la cabeza. Por un momento me indigné conmigo mismo y pensé, resuelto a sobreponerme, en lo que me decía mi analista. Tenía que terminar con esa historia, tenía que poder empezar otra vez..
Me puse a caminar de nuevo, siguiendo los olivos en dirección a la montaña.
En el caballo, Moreno seguía pensando en Menendez, no podía sacárselo de la cabeza. Su gesto cruel, su cinismo, la forma en que lo miraba, nada de él le gustaba todo era tan difícil de soportar.
Eligió ir por un sendero que se le peleaba el camino a un escuálido arroyo. El agua bajaba lenta jugando entre las piedras, el musgo en algunas de ellas era la muestra de que el cauce hacia mucho tiempo que no veía mas agua que esa.
No sabía muy bien donde iba pero Moreno estaba seguro que la única forma de olvidarse de ese mal momento era seguir andando. Alejarse y dejar las malas ideas atrás.
Más adelante el sendero se abría en dos, una rama caminaba paralela al arroyo y la otra se perdía entre los espinillos volviendo hacia el pueblo. Moreno siguió el arroyo. Mas adelante se veía un camino de tierra y el arroyo sucumbía a la garganta profunda de un grueso tubo de hormigón.
Por momentos arrastraba la pierna derecha, ya no podía moverla con facilidad. No era una cuestión de dolor, no era un problema de huesos, simplemente la tenía tan hinchada que no la dominaba. Me detuve un segundo debajo de un algarrobo para mirarla. Fui descubriendo de a poco la zona, casi tratando de no verla realmente. El espectáculo era nauseoso, un color violáceo invadía la pierna de la rodilla hacia abajo. Sangre ennegrecida pegada a la piel y un hueco negro a la altura de la pantorrilla que cuando lo tocaba dejaba salir pequeños hilo de sangre como si estuviera apretando una esponja.
Me cubrí otra vez y seguí avanzando. Después de unos minutos note que mas adelante había un alambrado. Seguramente estaba llegando al final del campo. Apure el paso todo lo que pude (que no fue mucho pero a mi me pareció importante) y llegue hasta el alambre mismo. Estaba sobre un camino. Reconocí la unión entre ese camino y otro que venía desde el pueblo, por allí habíamos pasado. Si no me equivocaba 200 o 300 metros a la derecha encontraría la puerta de la heladera Siam con el nombre de San Onofre como testimonio. Entonces hacia la izquierda debía estar el pueblo. Mientras me agachaba para tratar de pasar entre medio de los alambres escuche un auto o una camioneta que venía desde el lado en que debía estar el pueblo. Me apuré, con la mano derecha me tome el pantalón de ese mismo lado tratando de que no se me enganchara la herida con el alambre de púas. Tenía que parar ese vehículo, era mi única salida. Compenetrado en el esfuerzo de mover mi pierna inútil no escuché el ruido intenso de la sirena de la policía, recién cuando estuve parado del otro lado del alambrado pude oírlo. Parecía encaminarse a la entrada del campo, me apuré para llegar y encontrarlos.
El camino terminaba en San Onofre. Menendez traía la camioneta casi al límite de sus posibilidades físicas, no volaba pero parecía que pronto se desintegraría, era lo que faltaba para silenciar para siempre un concierto intenso de tuercas gastadas, soldaduras vencidas y chapas podridas. Martínez no estaba acostumbrado a ese estilo de manejo, pero nunca confesaría que conocía el miedo.
La entrada del campo se veía cerca. Las características letras escritas con pintura negra sobre una puerta de heladera. Colgando. Desvencijada.
Frená que le dás, frena!!! Martínez alcanzó a gritar desesperado cuando vió una camioneta que cortaba el aire desde la derecha. Se tomó de la puerta instintivamente y puso los brazos rectos y tensos sobre el tablero, esperando el impacto inevitable. Menendez giró el volante hacia la izquierda en un acto reflejo. El grito de Martínez lo hizo reaccionar. Piso el freno, volanteó de nuevo y vio como del lado de Martínez se incrustaba una camioneta roja. En una fracción de segundo pudo ver la cara del que manejaba, el terror y la desgracia unidas en un solo y fatídico gesto. Vio al acompañante golpearse contra el vidrio. Casi tuvo tiempo de sorprenderse en el milagro del tiempo estirándose. Sintió un ruido fuerte y sordo, una nube de tierra entró por las ventanas y empezaron a girar en un caos frenético. De pronto el silencio lo conquistó todo.
EL arquitecto no pudo evitarlo, Molina no tuvo tiempo de preguntarse si lo había visto y no le importó o si sabiendo que venía otro vehículo decidió inmolarse y llevarlo con él. Sintió la explosión de las chapas perdiendo su forma, vio saltar los vidrios por todas partes y en un hilarante despliegue de morbo le pareció entender que estaban chocando contra la policía. Cuando la camioneta detuvo el paso escuchó levemente como la sirena se extinguía. En un mismo momento se disipó la nube de tierra que los envolvía y el dolor lo atacó enfurecido. Empezó a gritar mientras buscaba entre los hierros al arquitecto. Lo encontró inmóvil aferrado al volante. Como antes, no estaba ahí, pero Molina entendió que ya no volvería. Había encontrado una forma extraña de cumplir su deseo, de escaparse e irse en un arrebato de muerte.
Caminaba como podía que era casi una mueca deforme entre arrastrarse y estar parado, pero mientras avanzaba lentamente escuché el estruendo impactante de un choque, metales que se golpeaban entre sí y después el silencio que hace de epílogo a la muerte. No me apuré porque era inútil imaginarlo así es que seguí adelante hasta que pude ver en el cruce de los caminos la camioneta de la policía totalmente destruida, a unos 30 metros del camino. Por la ventana del acompañante se asomaba el brazo de alguien. Del otro lado y con las marcas de haberlo dejado todo en el choque, estaba parada aún otra camioneta. Esta era blanca y a diferencia de la otra el sol la trataba especialmente, haciéndola brillar en sus redondeces con destellos alucinados..
Moreno también escuchó el choque. Estaba cerca. Instintivamente espoleo al caballo y salió al galope hasta el borde del camino. Cuando llego tiro de las riendas con fuerza y se detuvo a contemplar el escenario. Los actores estaban destruidos y humeantes. La camioneta blanca desde atrás parecía intacta. Vio que en el habitáculo blanco alguien se movía, despacio, lentamente, pero se movía como si no quisiera darle la mano a la muerte para que se lo llevara. Pero lo que le llamo la atención fue la camioneta de la policía. En cuanto la distinguió entre la tierra que flotaba en el aire llevo el caballo hasta ella. No había movimientos. La rodeo. Del lado del acompañante Martínez estaba tirado sobre la puerta en un estado deplorable. Le pareció que respiraba. Se acercó, le habló y percibió un sonido profundo que interpreto como una respuesta. Siguió girando a la camioneta y del lado del conductor estaba Menendez. Lo miró con asco. Sangraba por todos lados en la cara. Se acercó y notó que respiraba también. Lo observó un instante y le habló al oído. Menendez soy Moreno. Estas bien? No tuvo respuesta solo un murmullo distante pero vio que el policía movía los labios. Fue hasta el caballo y busco un pañuelo grande que llevaba en la silla y con la palma de la mano envuelta en el trapo le tapó la boca y la nariz a Menendez. El policía empezó a sentir la falta de aire. Los ojos se le saltaban preguntando que pasaba, no tenía fuerza ninguna para defenderse. Moreno apretaba con fuerza y venganza. La lucha era desigual y no duró demasiado. Menendez se terminó allí.
Mientras llegaba vi un hombre a caballo que se acerco al lugar. Había estado auxiliando a la gente en el choque, pude verlo mientras arrastraba mi pierna endurecida por el camino de tierra. Se sorprendió bastante cuando me vio llegar, tanto que no se dio cuenta de mi renguera y la sangre que me manchaba toda la pierna. Antes de que pudiera decirle nada me hizo un escueto y crudo reporte. Hay uno muerto y uno vivo en cada camioneta, pero los que están vivos, están jodidos, eh…venga, suba, vamos a buscar ayuda. Me invitó. Le señale la pierna con un gesto que explicaba que no podía. El tipo siguió sin verla toda maltrecha como estaba… o no le importó. Se quedó parado a mi lado, arriba de su caballo esperando que hiciera lo que me había ordenado. Espere en vano otra idea, pero como no llegó, me resigné y subí como pude, en el primer intento creí que me desmayaba por el dolor pero como tampoco tuve su ayuda terminé arriba del caballo resoplando agitado y con nauseas, por tanto esfuerzo.
Salimos despacio, en dirección al pueblo, me dijo. Era un viaje raro este que me estaba tocando en suerte; como si fuera el cierre merecido a un día coincidentemente extraño también. Iba a caballo con una pierna maltrecha y perdiendo sangre, a buscar ayuda para dos moribundos de un accidente, sin mencionar que la velocidad a la que nos desplazábamos era desesperante. Para colmo de males el hombre que me llevaba tenia una forma de comunicación unidireccionalmente extrema, no respondió jamás a ninguna de mis preguntas, no agrego nada a mis comentarios, ni siquiera los objetó o los descartó. El solo expresaba sus ideas, como si fueran flashes que se disparaban en su cerebro. Luego esperaba una reacción en consecuencia, sin importarle mi opinión al respecto o mi parecer y mucho menos aún mi voluntad. No parecía importarle mi insistencia respecto a que uno de los vehículos chocados era de la policía y que, precisamente, uno de los muertos también.
Me debo haber desmayado en el trayecto al pueblo porque cuando abrí los ojos de nuevo estábamos en la plaza y la poca gente que estaba en la calle nos miraba con desconfianza. El hombre que me había llevado hasta ahí se bajó del caballo y me pidió que hiciera lo mismo, intente hacerlo pero el dolor ahora era tremendo, se debe haber visto en mi cara el sufrimiento porque me hizo señas de que me tirara sobre él para bajarme. No le hice caso y preferí mantenerme en mi lugar, acomodado en la silla, esperando nada, porque el dolor no se iba y tampoco queria esperar a que se me pasara. Desde el costado del caballo el tipo me miraba con ganas de tirarme de una trompada, mis ojos seguian mirando la nada que se dibujaba entre la silueta de la iglesia y un par de casas bajas. La gente comenzó a acercarse al ver que eramos dos actores inmóviles que tiraban de una cuerda imaginaria, tensando el espacio entre nosotros. De pronto el caballo se asustó y salió disparado como si en eso se le fuera la vida, alcancé a tomarme como pude de las riendas y evite un par de veces lo que parecía una caída segura. El pueblo se hizo pequeño y desapareció en el monte. Finalmente el caballo entendió que la desgracia no lo había alcanzado y que el susto no valía la pena, despacio se fue parando y paso de galopar tratando de sacudirse mi presencia a elegir las hojas que iba a comer. Me alivió el ver que había sobrevivido pero en pocos segundos el dolor que llevaba adentro se hizo mas fuerte. Esta vez no tuve dudas y entable un dialogo vergonzoso con el caballo. Trate de explicarle que necesitaba que me llevara de vuelta al pueblo o a algun lugar donde pudieran ayudarme.¨Parecía no escucharme o que el tema que había elegido no fuera de su interés, siguió eligiendo hierbas mientras yo intentaba con todos los tonos posibles. Como si lo hubiera hartado de tanta perorata pero al mismo tiempo no quisiera darme la razón, giró su cuerpo marrón y empezó a caminar por el sendero de donde habíamos venido.
llegué al pueblo de noche, no había vestigios de presencia humana alguna, era casi como llegar a un set de filmación abandonado. El caballo encontró la calle principal, bordeo la plaza, paso frente a la iglesia y cuando pensé que iba a detenerse siguió caminando. Hice lo que ya una vez me había resultado, comencé a hablarle, como a un amigo, moderadamente, modulando con claridad, pidiendole que se detuviera, que el dolor que sentía era horrible y casi podría decir que de tan intenso tenía cuerpo. No hubo nada que hacer, el caballo siguió su camino, primero por la calle que llegaba al almacen, paso la carnicería, dobló en la segunda esquina y empezó a trepar el sendero que subía la montaña. No podía tirarme, no podía moverme, estaba prisionero en la silla de un caballo prestado. Seguramente me desmayé de nuevo porque el tiempo se hizo un suspiro y me desperté transpirado por la fiebre y todavía sentado en el caballo que ahora estaba parado, inmóvil en el frente de una casa que extrañamente no tenía puerta. No parecía haber nadie allí, todo era oscuridad y silencio. Lo palmee en el cuello y avanzó unos pasos más, los suficientes para dejarme ver en el interior de la casa como la luz de la luna dibujaba la silueta de alguien tirado en el suelo. Me asusté, como nunca antes, no grité por miedo a espantar el caballo y volver a una carrera enloquecida. No tenía nadie con quien comentarlo tampoco. Lo palmee otra vez y llegó hasta la puerta misma. Desde ahí era mas claro, un hombre caído, sin camisa, con la mitad del cuerpo lleno de agujeros. Había habido balas en este asunto, de seguro. Otra vez las ganas de escaparme y otra vez la obstinación de este caballo.
Espere a que desistiera de quedarse ahi, pero sabiendo que los caballos son tanto o mas fieles que los perros y eso para mí, en esta situación era demasiado. Trate infructuosamente de tirar de las riendas, de hablarle, de palmearlo de nuevo, pero todo fue infructuoso. Mi amigo, el caballo, no estaba interesado en hacerme caso.
Amanecí otra vez, milagrosamente, sobre el lomo del caballo. Me desperté como pude, con un sinfín de dolores en todo el cuerpo y sintiendo que la cabeza estaba por explotarme, en cuanto tuve conciencia me puse a pensar como haría para salir de esa situación. Mientras estaba ensimismado tratando de encontrar una solución a semejante dilema escuché ruidos desde el monte, algunas ramas que se movían y rapidamente mi alegría se volvió preocupación. Era bueno o era malo que alguien me encontrará en ese lugar, con un muerto que no sabiamos quien había matado? Y si era el asesino que volvía? Estaba totalmente expuesto al viento helado del destino, allí arriba, sentado, inmóvil, golpeado, enfermo, exhausto; me deci´día a esperar lo que fuera. De entre los matorrales emergió el mismo hombre que me había sacado del accidente, estaba vestido como el dia anterior y por los ojos y el gesto podía adivinarse que nos había estado buscando toda la noche. No pronuncié palabra ni gesticule siquiera, mi cabeza seguía evaluando cuando de positivo había en esto, no lo conocía y preferí esperar a que diera el primer paso. Se acercó al caballo, lo tomo de las riendas, lo palmeo en el hocico y solo después mi miró. Bajó la vista y se acercó a la puerta de la casa, miró adentro y se volvió hacia mí. No había sorpresa en esos ojos. Nos miramos, traté de sostenerle la mirada y casi lo logro pero se acercó hasta mi y golpeandome en la pierna herida me dijo: Todo bien, no? grité como hacía mucho tiempo que no gritaba. Las lagrimas se me escaparon incontenibles y me doble de dolor en la silla. Tomó las riendas del caballo, dimos media vuelta y bajamos hasta el pueblo.
En la sala de primeros auxilios me atendieron como pudieron y esperamos a que llegara la ambulancia desde la Ciudad. El médico tomaba mate y por primera vez llamó por su apellido a quien me había rescatado dos veces. Quiere Moreno? Antes de aceptar, se sorprendió de que lo llamaran por su nombre y como si se viera de pronto descubierto me miró desafiante. Baje la vista, explicando que no quería mas problemas, que todo estaba bien ahora, así como estaba.
Cuando llegó la ambulancia, me subieron a la camilla y Moreno se me acercó desde un costado, me puso la mano en el hombro y apretando fuerte me dijo: Todo bien, no?
Desde adentro no llegaban sonidos, solamente el eco huérfano de los golpes.
En la S-10 gris, el cocinero esperaba. La música prendida, fuerte, muy fuerte. El ventilador de la camioneta andando le ponía en la cara solo aire caliente. El aire acondicionado era solo un deseo, otro deseo más incumplido.
La llave arquitecto! Gritó desde la camioneta mientras veía al arquitecto dar vueltas a la casa, una y otra vez.
No tengo llave, sino ya hubiera abierto. Explicó desde la puerta
La llave de la camioneta, digo. Tiremela… así prendo el aire. Explicó honesto el cocinero.
Cuantas veces le dije que no se fuera sin avisar, pensó.
Cambió nudillos por puntapiés y siguió insistiendo. El tiempo pasaba y ya no estaba llamando a la puerta, estaba descargando furia y frustraciones contra una placa vieja de 2 metros por 70.
Esta borracho, para mi esta, pero…borracho. Grito el cocinero desde la camioneta, bajando el vidrio el tiempo exacto para tirar la idea y esconderse del calor nuevamente.
El arquitecto transpiraba la camisa y sentía como las gotas de sudor le recorrían el cuerpo en un viaje que lo iba poniendo cada vez mas incomodo, cada vez mas molesto.
Si esta borracho cuando me abra le saco el pedo a patadas! Contestó mientras hacia el gesto de quien exprime un limón hasta la ultima de las semillas. Caminó para rodear la casa y encontrar alguna ventana abierta, alguna rendija por donde mirar y llegar más directamente al interior. Nada. Una sola ventana, celosías de chapa, trabadas desde adentro. Hacia mucho que no se abrían, con el dedo saco la telaraña que cubría el marco y subía hasta la hoja.
Déjelo arquitecto, ya va a aparecer…total tiene que pasar por la obra para buscar la plata.
Molina, déjeme de romper los huevos! Lo despierto o lo mato! La respuesta tenía bronca acumulada, tenía calor, tenía ganas de sacarse las botas, de tirar el pantalón, de dejar esa obra en el medio de la nada, de volver a la ciudad, de cambiar de trabajo, de cambiar de vida, de dinamitar su vida presente y empezar de nuevo. Fue hasta la camioneta y buscó en la caja, Molina ni siquiera giraba a mirarlo, sacó la escopeta de dos caños y se volvió hasta la casa. El cocinero lo vió pasar con el arma pero no logró entender que pasaba. Lo miraba desconcertado casi como no queriendo entender.
El arquitecto se paró de frente a la puerta, la pierna izquierda adelante, la derecha atrás, cruzada para sostener el cuerpo cuando la escopeta diera el retroceso.
Un tiro, otro tiro. Molina se quedo pálido mirando por el vidrio y entendió que la cosa venía mal.
En la comisaría ya habían avisado. Moreno, un gringo que vive como a 10 kilómetros de ahí llamó y aviso. Sentí unos ruidos como tiros, para el lado del cerro de los pajaritos, no era lejos, me parece.
Martínez era el comisario hacia como diez años ya, el destacamento policial eran: él y Jesús Menendez. Un policía complicado Menendez, pocas palabras, siempre escondido detrás de unos ojos chiquitos en su cara inflada. El alcohol, la noche y las armas con licencia no son buenas consejeras. Para lo único que le habían servido a Menendez, fue para conseguirle un pasaje sin escalas desde la Ciudad a ese pueblo muerto en el medio de la sierras. Menendez era complicado, de pegarles a los sospechosos, a sus mujeres, a los que le ganaran a las cartas o a cualquiera que se cruzara. Pero con Martinez la cosa era distinta, con el había códigos, se podría decir que, extrañamente, lo respetaba.
Moreno se volvió a su campo. Ni Martínez ni Menendez le dieron importancia al comentario. Cazadores, seguro. Dijeron. Después vas vos Menendez y cuando los encuentres les haces un poco de quilombo y los amenazas a ver si te largan unos pesos. La forma de trabajo de Martínez era siempre la misma. Las ideas suyas, las piñas de Menendez.
El arquitecto se subió a la S-10 enfurecido. Cerró la puerta y ni siquiera miró a Molina, salieron disparados por el camino de tierra dejando una nube de polvo como único testimonio. Siguieron durante más de 150 minutos, los dos mirando al frente, sin decir nada, solamente sacudidos por el intenso golpeteo de las ruedas en el anoréxico camino. En una de esas ya esta por allá. Arriesgo Molina buscando encontrar un punto de fuga para tanta presión contenida. No tuvo respuesta. El arquitecto viajaba con el pero su cabeza estaba en otro lado. Un muñeco mudo se sentaba a su lado. El arquitecto se había ido.
Menendez estaba esperando debajo de un algarrobo viejo y deshilachado que Moreno tenia en la puerta de la casa. La siesta estaba marcada por el sol espeso. Los borcegos calientes eran la única cosa negativa que había en la fuerza. Eso había pensado siempre. Era un pensamiento raro, hasta se sonreía cuando la idea le volvía a la cabeza. Lo único malo del servicio eran los borcegos…y tanta gente que dice que es un laburo de mierda. Flojos, no entienden.
Dibujaba círculos en la tierra suelta como talco con la punta del borceguí. No encontró cazadores en los alrededores, no al menos que se vieran o escucharan desde el auto. No había nada por la zona y ya que estaba podría preguntarle a Moreno porque andaba hablando giladas y haciéndolo perder el tiempo, como para que no se olvidara quien mandaba por ahí.
Cuando llego el dueño de casa se sorprendió al verlo a Menendez, una visita que como las nubes negras nunca traía nada bueno. Lo saludo a la distancia y cuando estuvo al lado le pregunto que necesitaba. Algo fresco. La respuesta. Moreno bajo la cabeza y le pidió que lo acompañara adentro. La casa estaba a medio terminar, le faltaban mosaicos sobre el contrapiso y las paredes nunca habían sido pintadas, pero estaba limpia y ordenada. El calor del exterior todavía no se había colado adentro. Le sirvió un vaso de vino blanco a Menendez, sin ofrecerle una silla ni nada, tratando inconcientemente de que se fuera lo antes posible.
El policía entendió el mensaje y corrió una silla desde la mesa, se sentó regodeándose en los nervios de Moreno.
Venga siéntese. -Invitó-. Sabía que hace como 25 años yo estaba en Córdoba? Si…en la 4ta – continuó Menendez- había mucho trabajo ahí, las cosas de siempre, mucho raterito, mucho quilombo de familia, borrachos y esas cosas…no como ahora, no!.... Este tema de la droga es complicado, como que se vuelven loquitos los pendejos y no queda mas remedio…a loquito, loquito y medio, ja! El policía pareció sorprenderse de su propia frase y sonrió satisfecho como el que sabe que anotó un punto en un partido importante.
Pero mire… Moreno, lo que mas nos jodía en la 4ta era cuando venia algún gil a denunciar pavadas y tomarnos por boludos.. Esos tipos vea…- apretó fuerte el vaso y la mano oscura se lleno de pequeñas venas- esos siempre me cayeron mal porque siempre, siempre están en cosas jodidas.
Moreno seguía parado y dudaba entre contestar o permanecer callado. Silencio. Fue la orden que llego desde su cabeza. No hables. No contestes. Mientras tanto el tiempo no se consumía. Los segundos se aferraban a las agujas del reloj colgado en la pared y no pasaban.
Por fin, el agente se levanto, acomodó la silla y camino hacia la puerta. La silueta enorme de Menendez se recortaba negra en la puerta, a contraluz, como si fuera la figurita difícil de un álbum que nadie quiere completar.
Chau Moreno. Saludo sin darse vuelta. Rico el vino, otro día paso y seguimos conversando.
El camino se moría frente al portón de piedra de un campo. San Onofre decían como podían unas letras pintadas sobre lo que alguna vez había sido la puerta de una heladera Siam. Si la viera Di Tella!! Dije buscando la complicidad en la broma, pero ninguno de los que me acompañaba la entendió. Me llamé a silencio otra vez y acerque la trompa de la camioneta a la entrada. Paramos un instante hasta que Marquez logro sacar del bolsillo trasero de su pantalón el papel donde tenía anotado nuestro destino en ese viaje. Le costaba mucho moverse, una panza desproporcionada, la papada abultada, una flaccidez apenas contenida por sus ropas y un cinto parecía contenerle el cuerpo en un esfuerzo titánico, daba la impresipon de que si se quitaba el cinto todo su cuerpo terminaría desparramado por el piso. L os movimientos se le hacían difíciles y a mi me costaba mirarlo mucho tiempo, me faltaba el aire, me sentía por momentos habitando su cuerpo y me agobiaba el peso asfixiante de tanta gordura.
Leyó. Es acá, metele nomás, entrá. Me dijo.
Puse primera y entramos al campo. El camino seguía siendo de tierra pero ahora estaba un poco peor que antes. A los costados los olivos hacían lo que podían para pelearle a la sequía. Además de Marquez, me acompañaban, mudos, Marco y Massetti. Cuando me los presentaron, en ese orden verbal, me sonó a “Sacco y Vanzetti” lo comenté buscando aunque mas no fuera otra sonrisa pero solo obtuve una repetición mas pausada y deletreada de ambos apellidos, como si estuviera sordo, como si fuera duro para entender.
“Sacco y Vanzetti” zarandeaban sus cabezas al compás de los pozos. Marquez se tomaba con las manos rechonchas del frente del tablero. Me habían contratado en Córdoba a través de un amigo que tenía la deferencia de buscarme pequeños encargos para suplir mi falta de ingresos estables. No conocía a ninguno de los tres pero venían recomendados así que no dude en tomar el trabajo, ida y vuelta manejando, los esperaba, los ayudaba con lo que necesitaran…y me quedaban 500 pesos.
Nos íbamos acercando a las únicas estructuras que habíamos visto en los alrededores y Marquez volvió a mirar el papel, esta vez lo había dejado sobre sus piernas para evitarse el esfuerzo de recuperarlo debajo de toda su humanidad. Anda enfilando para el galpón ese. Me dijo, apuntando con su dedo a una estructura de ladrillos oscuros que estaba sobre la izquierda pasando una casa pequeña y un tanque australiano. Hice lo que me pidió, para eso me pagaban, tuve que bajar la velocidad para no atropellar unas gallinas que pretendían cruzarse en nuestro camino. Pasamos junto a la casa y pude ver que adentro dos hombres hablaban mientras un tercero se acercaba desde atrás a uno de ellos. Para! Para! Fue un gritó grueso pero mas que nada fue una orden. La violencia explosiva de Marquez tenía una razón de ser. En un reflejo perfecto pise el freno y evitamos de milagro voltear la puerta del galpón. Los de atrás me dedicaron un insulto por lo bajo y Marquez me sacudió la nuca de una cachetada. Sorprendido por el golpe pero mas que nada humillado, por no reaccionar a tiempo, lo miré como pidiéndole una disculpa por el reto, explicándole con los ojos que no éramos amigos y que esa no era una broma. Se bajó de la camioneta y paso caminando por el frente. Mientras iba hacia el otro lado volvió a mirarme con ojos que hablaban, con una mirada que decía lo que había que decir.
Me quede solo en la camioneta, esperando y pensando. Nunca pude soportar ese tipo de cachetada, esa que se da con desprecio, esa cuya violencia no esta en la fuerza del golpe sino en la fuerza de lo que expresa. Estaba indignado, debo admitirlo. Hacia tiempo que no me sentía tan pelotudo, creo que la ultima vez fue cuando tocaba el portero de Gabriela y esperando que me atendiera la veo llegar de la mano de un tipo. Me miró como si fuera un letrero escrito en chino y me pregunto “que necesitas Martín?”. El tipo no le soltaba la mano y yo no sabía donde meterme. Mi novia, mi ex novia, me miraba como si fuera una plaga a erradicar y el tipo parado al lado. No, pensándolo bien, esa vez me sentí mas pelotudo que ahora, en realidad esa noche creo que sentí una combinación extrema de estupidez y desamparo.
Arquitecto. No estamos yendo muy fuerte? El cocinero preguntaba tímidamente tratando de no molestarlo aun más mientras se tomaba fuerte de la manija que tenia sobre la ventana. No quería molestarlo por las dudas fuera a exagerar aún más la velocidad y terminara de una vez con la vida de los dos. O peor aún, que el accidente lo dejara paralítico, inmóvil. La mamá de Molina siempre le repetía lo mismo “Si me quedará paralítica, me mataría”. Eran frases típicas de ella, con una innata capacidad para la tragedia producto de generaciones italianas dominadas por el fatalismo más extremo. Que otra explicación habría sino para pasarse la mayor parte de la vida previendo y esperando las mas horribles tragedias sin que estas llegaran nunca.
El arquitecto desacelero, pareció volver a tener dominio de su cuerpo, se acomodó en el asiento y sin decir palabra, dobló a la derecha. El camino terminaba unos kilómetros mas adelante, ya lo habían recorrido cientos de veces. El cocinero en bicicleta, el arquitecto en la camioneta.
Vos la pasas bien acá? Pregunto el arquitecto. Sorprendido por la pregunta y por la repentina locuacidad del conductor, el cocinero tardo unos segundos en volver de la modorra que lo había atrapado mirando por la ventana. Si, que se yo…si… diría que sí. Dijo como si estuviera reconfirmando sus propios pensamientos. Yo no!. Declaro el Arquitecto y siguió como si hubiera roto el dique que contenía toda esa frustración. La paso como la mierda – siguió- no me gusta lo que hago, no me gusta el lugar, no aguanto el calor, los obreros, los jefes, nada, nada…me iría a la mierda ya!! Golpeo el volante con las dos manos como para que no quedaran dudas.
Preguntarle porque no se iba podía ser una obviedad pero era lo que correspondía, al menos por educación.
Porque me pagan y necesito la plata. Así de simple, así de triste! Termino la frase y perdió sus pensamientos en la nada otra vez. La camioneta empezó a correr cada vez más rápido.
Moreno seguía temblando por dentro, ya había visto como terminaban los que se le cruzaban a Martínez o a Menendez, que para el caso era lo mismo. El resultado siempre era coincidente: mal.
El había escuchado los tiros, de eso estaba seguro. Pero quien lo había mandado a decirle a la policía? para que? No sabía, no había razones. En realidad si, tenía una que cuando se le vino a la cabeza le pareció absurda. Era lo correcto! La puta madre, insistió, por hacer lo correcto terminaba embarrando todo. Salió otra vez afuera, al sol de la tarde que a esa hora parecía un soplete apuntado desde el cielo. Parado en la puerta de su casa miraba las montañas y notó que el cielo tenía un color celeste tan claro y tan especial que por un momento sintió una inyección de optimismo que le llenaba cada hueco de su acongojado cuerpo.
Subió a su caballo, lo palmeo en el cuello y salieron despacio por el camino.
Prendía la radio de la camioneta sabiendo de antemano que no tenía el más mínimo sentido. En esa parte de las sierras no había ninguna posibilidad de otra cosa que no fueran los sonidos propios de la naturaleza. La única forma de escuchar radio o ver televisión era con unas antenas desproporcionadas, que parecían agujas enormes desgarrando el viento y las nubes. Ahora había televisión por satélite, era cierto, pero solo algunos por la zona podían darse ese lujo.
Prendí la radio y pase de una punta a la otra del dial sin encontrar nada más que descargas y frases entrecortadas. Apagué y repentinamente se empezaron a escuchar unos extraños ruidos secos, pequeñas estampidas que iban creciendo, una tras otra. Tiros! Eran tiros! Me di cuenta lentamente, como si a medida que sonaban los disparos mi cerebro hiciera una selección de sonidos similares y después de repasar la lista encontrara la coincidencia. Mire desesperado para todos lados y no vi nada. Nadie salía del galpón, nadie salía de la casa pero los disparos seguían. Giré la llave de la camioneta para escapar de esa locura. No encendió. Intenté otra vez y tuve la misma respuesta. En un acto inconciente abrí la puerta y salí corriendo hacia los olivos que estaban al costado del galpón, mientras corría desesperado alcance a ver que Marquez salía trastabillando y desde atrás lo seguía un tipo de bigotes, seguían a los tiros. Yo corrí con toda la velocidad que mis piernas podían darme. De pronto sentí un golpe seco en la pantorilla, calor primero y un dolor que se iba haciendo cada vez más intenso después. Me tire al suelo entre los olivos y vi que me habían dado un tiro en la pantorilla. La sangre salía espesa y tibia. Creo que después de verme la herida empezó a dolerme más aún. Me levante como pude sabiendo que si me quedaba a lamentarme me encontrarían y terminarían conmigo como habían hecho con Marquez.
“tiros en san onofre.vengansen” leyó Martínez en su celular. El mensaje venía de Mitnik, un judío de Buenos Aires que se hacia el chacarero. Había llegado a la zona 3 o 4 años atrás, se veía que tenía plata porque había arreglado el campo donde vivía, le había puesto riego, arreglado lños caminos y tenía televisión por satélite!. No se metía con nadie pero de vez en cuando se acordaba de Martínez, y de Menendez, claro.
Menendez, mira lo que dice el judío! Gritó Martínez. Siempre era con mensajes la comunicación. No había buena señal como para hablar por celular pero extrañamente los mensajes siempre llegaban bien. Y Bueno, vamos a ver…no queda otra, no? se resigno Menendez. Buscaron la radio, las armas y subieron a la camioneta azul, prendieron la sirena , solamente para molestar a los que dormían la siesta, y salieron por la única calle asfaltada del pueblo.
Doblaron a la derecha en la iglesia recortando la siesta seca y ardiente. Eran, podría decirse, los únicos seres vivientes que se manifestaban como tales, en esa tarde de 40 grados.
El camino a San Onofre era un desastre, pozos y más pozos lo salpicaban, haciendo que la camioneta saltara caprichosa de un lado a otro. Menendez manejaba rápido, costumbre de la ciudad le gustaba decir.
Corría como podía con la pierna sangrando y seguramente con algún hueso quebrado . El dolor era tolerable pero me preocupaba no saber a donde estaba yendo. Después de unos minutos me detuve jadeando. No se escuchaba nada raro, un viento suave, algunos pájaros que empecinados seguían cantando. Pero nada más. Quizás me habían dado por muerto, quizás no les importaba lo que me hubiera pasado. Estaba seguro que la segunda alternativa era la más probable, no por una cuestión de baja autoestima sino por un caso extremo de honestidad brutal. Me sabía prescindible, no era importante para nadie, ni siquiera para unos delincuentes como esos, ni siquiera para Gabriela. Otra vez el mismo pensamiento absurdo se me cruzó por la cabeza. Por un momento me indigné conmigo mismo y pensé, resuelto a sobreponerme, en lo que me decía mi analista. Tenía que terminar con esa historia, tenía que poder empezar otra vez..
Me puse a caminar de nuevo, siguiendo los olivos en dirección a la montaña.
En el caballo, Moreno seguía pensando en Menendez, no podía sacárselo de la cabeza. Su gesto cruel, su cinismo, la forma en que lo miraba, nada de él le gustaba todo era tan difícil de soportar.
Eligió ir por un sendero que se le peleaba el camino a un escuálido arroyo. El agua bajaba lenta jugando entre las piedras, el musgo en algunas de ellas era la muestra de que el cauce hacia mucho tiempo que no veía mas agua que esa.
No sabía muy bien donde iba pero Moreno estaba seguro que la única forma de olvidarse de ese mal momento era seguir andando. Alejarse y dejar las malas ideas atrás.
Más adelante el sendero se abría en dos, una rama caminaba paralela al arroyo y la otra se perdía entre los espinillos volviendo hacia el pueblo. Moreno siguió el arroyo. Mas adelante se veía un camino de tierra y el arroyo sucumbía a la garganta profunda de un grueso tubo de hormigón.
Por momentos arrastraba la pierna derecha, ya no podía moverla con facilidad. No era una cuestión de dolor, no era un problema de huesos, simplemente la tenía tan hinchada que no la dominaba. Me detuve un segundo debajo de un algarrobo para mirarla. Fui descubriendo de a poco la zona, casi tratando de no verla realmente. El espectáculo era nauseoso, un color violáceo invadía la pierna de la rodilla hacia abajo. Sangre ennegrecida pegada a la piel y un hueco negro a la altura de la pantorrilla que cuando lo tocaba dejaba salir pequeños hilo de sangre como si estuviera apretando una esponja.
Me cubrí otra vez y seguí avanzando. Después de unos minutos note que mas adelante había un alambrado. Seguramente estaba llegando al final del campo. Apure el paso todo lo que pude (que no fue mucho pero a mi me pareció importante) y llegue hasta el alambre mismo. Estaba sobre un camino. Reconocí la unión entre ese camino y otro que venía desde el pueblo, por allí habíamos pasado. Si no me equivocaba 200 o 300 metros a la derecha encontraría la puerta de la heladera Siam con el nombre de San Onofre como testimonio. Entonces hacia la izquierda debía estar el pueblo. Mientras me agachaba para tratar de pasar entre medio de los alambres escuche un auto o una camioneta que venía desde el lado en que debía estar el pueblo. Me apuré, con la mano derecha me tome el pantalón de ese mismo lado tratando de que no se me enganchara la herida con el alambre de púas. Tenía que parar ese vehículo, era mi única salida. Compenetrado en el esfuerzo de mover mi pierna inútil no escuché el ruido intenso de la sirena de la policía, recién cuando estuve parado del otro lado del alambrado pude oírlo. Parecía encaminarse a la entrada del campo, me apuré para llegar y encontrarlos.
El camino terminaba en San Onofre. Menendez traía la camioneta casi al límite de sus posibilidades físicas, no volaba pero parecía que pronto se desintegraría, era lo que faltaba para silenciar para siempre un concierto intenso de tuercas gastadas, soldaduras vencidas y chapas podridas. Martínez no estaba acostumbrado a ese estilo de manejo, pero nunca confesaría que conocía el miedo.
La entrada del campo se veía cerca. Las características letras escritas con pintura negra sobre una puerta de heladera. Colgando. Desvencijada.
Frená que le dás, frena!!! Martínez alcanzó a gritar desesperado cuando vió una camioneta que cortaba el aire desde la derecha. Se tomó de la puerta instintivamente y puso los brazos rectos y tensos sobre el tablero, esperando el impacto inevitable. Menendez giró el volante hacia la izquierda en un acto reflejo. El grito de Martínez lo hizo reaccionar. Piso el freno, volanteó de nuevo y vio como del lado de Martínez se incrustaba una camioneta roja. En una fracción de segundo pudo ver la cara del que manejaba, el terror y la desgracia unidas en un solo y fatídico gesto. Vio al acompañante golpearse contra el vidrio. Casi tuvo tiempo de sorprenderse en el milagro del tiempo estirándose. Sintió un ruido fuerte y sordo, una nube de tierra entró por las ventanas y empezaron a girar en un caos frenético. De pronto el silencio lo conquistó todo.
EL arquitecto no pudo evitarlo, Molina no tuvo tiempo de preguntarse si lo había visto y no le importó o si sabiendo que venía otro vehículo decidió inmolarse y llevarlo con él. Sintió la explosión de las chapas perdiendo su forma, vio saltar los vidrios por todas partes y en un hilarante despliegue de morbo le pareció entender que estaban chocando contra la policía. Cuando la camioneta detuvo el paso escuchó levemente como la sirena se extinguía. En un mismo momento se disipó la nube de tierra que los envolvía y el dolor lo atacó enfurecido. Empezó a gritar mientras buscaba entre los hierros al arquitecto. Lo encontró inmóvil aferrado al volante. Como antes, no estaba ahí, pero Molina entendió que ya no volvería. Había encontrado una forma extraña de cumplir su deseo, de escaparse e irse en un arrebato de muerte.
Caminaba como podía que era casi una mueca deforme entre arrastrarse y estar parado, pero mientras avanzaba lentamente escuché el estruendo impactante de un choque, metales que se golpeaban entre sí y después el silencio que hace de epílogo a la muerte. No me apuré porque era inútil imaginarlo así es que seguí adelante hasta que pude ver en el cruce de los caminos la camioneta de la policía totalmente destruida, a unos 30 metros del camino. Por la ventana del acompañante se asomaba el brazo de alguien. Del otro lado y con las marcas de haberlo dejado todo en el choque, estaba parada aún otra camioneta. Esta era blanca y a diferencia de la otra el sol la trataba especialmente, haciéndola brillar en sus redondeces con destellos alucinados..
Moreno también escuchó el choque. Estaba cerca. Instintivamente espoleo al caballo y salió al galope hasta el borde del camino. Cuando llego tiro de las riendas con fuerza y se detuvo a contemplar el escenario. Los actores estaban destruidos y humeantes. La camioneta blanca desde atrás parecía intacta. Vio que en el habitáculo blanco alguien se movía, despacio, lentamente, pero se movía como si no quisiera darle la mano a la muerte para que se lo llevara. Pero lo que le llamo la atención fue la camioneta de la policía. En cuanto la distinguió entre la tierra que flotaba en el aire llevo el caballo hasta ella. No había movimientos. La rodeo. Del lado del acompañante Martínez estaba tirado sobre la puerta en un estado deplorable. Le pareció que respiraba. Se acercó, le habló y percibió un sonido profundo que interpreto como una respuesta. Siguió girando a la camioneta y del lado del conductor estaba Menendez. Lo miró con asco. Sangraba por todos lados en la cara. Se acercó y notó que respiraba también. Lo observó un instante y le habló al oído. Menendez soy Moreno. Estas bien? No tuvo respuesta solo un murmullo distante pero vio que el policía movía los labios. Fue hasta el caballo y busco un pañuelo grande que llevaba en la silla y con la palma de la mano envuelta en el trapo le tapó la boca y la nariz a Menendez. El policía empezó a sentir la falta de aire. Los ojos se le saltaban preguntando que pasaba, no tenía fuerza ninguna para defenderse. Moreno apretaba con fuerza y venganza. La lucha era desigual y no duró demasiado. Menendez se terminó allí.
Mientras llegaba vi un hombre a caballo que se acerco al lugar. Había estado auxiliando a la gente en el choque, pude verlo mientras arrastraba mi pierna endurecida por el camino de tierra. Se sorprendió bastante cuando me vio llegar, tanto que no se dio cuenta de mi renguera y la sangre que me manchaba toda la pierna. Antes de que pudiera decirle nada me hizo un escueto y crudo reporte. Hay uno muerto y uno vivo en cada camioneta, pero los que están vivos, están jodidos, eh…venga, suba, vamos a buscar ayuda. Me invitó. Le señale la pierna con un gesto que explicaba que no podía. El tipo siguió sin verla toda maltrecha como estaba… o no le importó. Se quedó parado a mi lado, arriba de su caballo esperando que hiciera lo que me había ordenado. Espere en vano otra idea, pero como no llegó, me resigné y subí como pude, en el primer intento creí que me desmayaba por el dolor pero como tampoco tuve su ayuda terminé arriba del caballo resoplando agitado y con nauseas, por tanto esfuerzo.
Salimos despacio, en dirección al pueblo, me dijo. Era un viaje raro este que me estaba tocando en suerte; como si fuera el cierre merecido a un día coincidentemente extraño también. Iba a caballo con una pierna maltrecha y perdiendo sangre, a buscar ayuda para dos moribundos de un accidente, sin mencionar que la velocidad a la que nos desplazábamos era desesperante. Para colmo de males el hombre que me llevaba tenia una forma de comunicación unidireccionalmente extrema, no respondió jamás a ninguna de mis preguntas, no agrego nada a mis comentarios, ni siquiera los objetó o los descartó. El solo expresaba sus ideas, como si fueran flashes que se disparaban en su cerebro. Luego esperaba una reacción en consecuencia, sin importarle mi opinión al respecto o mi parecer y mucho menos aún mi voluntad. No parecía importarle mi insistencia respecto a que uno de los vehículos chocados era de la policía y que, precisamente, uno de los muertos también.
Me debo haber desmayado en el trayecto al pueblo porque cuando abrí los ojos de nuevo estábamos en la plaza y la poca gente que estaba en la calle nos miraba con desconfianza. El hombre que me había llevado hasta ahí se bajó del caballo y me pidió que hiciera lo mismo, intente hacerlo pero el dolor ahora era tremendo, se debe haber visto en mi cara el sufrimiento porque me hizo señas de que me tirara sobre él para bajarme. No le hice caso y preferí mantenerme en mi lugar, acomodado en la silla, esperando nada, porque el dolor no se iba y tampoco queria esperar a que se me pasara. Desde el costado del caballo el tipo me miraba con ganas de tirarme de una trompada, mis ojos seguian mirando la nada que se dibujaba entre la silueta de la iglesia y un par de casas bajas. La gente comenzó a acercarse al ver que eramos dos actores inmóviles que tiraban de una cuerda imaginaria, tensando el espacio entre nosotros. De pronto el caballo se asustó y salió disparado como si en eso se le fuera la vida, alcancé a tomarme como pude de las riendas y evite un par de veces lo que parecía una caída segura. El pueblo se hizo pequeño y desapareció en el monte. Finalmente el caballo entendió que la desgracia no lo había alcanzado y que el susto no valía la pena, despacio se fue parando y paso de galopar tratando de sacudirse mi presencia a elegir las hojas que iba a comer. Me alivió el ver que había sobrevivido pero en pocos segundos el dolor que llevaba adentro se hizo mas fuerte. Esta vez no tuve dudas y entable un dialogo vergonzoso con el caballo. Trate de explicarle que necesitaba que me llevara de vuelta al pueblo o a algun lugar donde pudieran ayudarme.¨Parecía no escucharme o que el tema que había elegido no fuera de su interés, siguió eligiendo hierbas mientras yo intentaba con todos los tonos posibles. Como si lo hubiera hartado de tanta perorata pero al mismo tiempo no quisiera darme la razón, giró su cuerpo marrón y empezó a caminar por el sendero de donde habíamos venido.
llegué al pueblo de noche, no había vestigios de presencia humana alguna, era casi como llegar a un set de filmación abandonado. El caballo encontró la calle principal, bordeo la plaza, paso frente a la iglesia y cuando pensé que iba a detenerse siguió caminando. Hice lo que ya una vez me había resultado, comencé a hablarle, como a un amigo, moderadamente, modulando con claridad, pidiendole que se detuviera, que el dolor que sentía era horrible y casi podría decir que de tan intenso tenía cuerpo. No hubo nada que hacer, el caballo siguió su camino, primero por la calle que llegaba al almacen, paso la carnicería, dobló en la segunda esquina y empezó a trepar el sendero que subía la montaña. No podía tirarme, no podía moverme, estaba prisionero en la silla de un caballo prestado. Seguramente me desmayé de nuevo porque el tiempo se hizo un suspiro y me desperté transpirado por la fiebre y todavía sentado en el caballo que ahora estaba parado, inmóvil en el frente de una casa que extrañamente no tenía puerta. No parecía haber nadie allí, todo era oscuridad y silencio. Lo palmee en el cuello y avanzó unos pasos más, los suficientes para dejarme ver en el interior de la casa como la luz de la luna dibujaba la silueta de alguien tirado en el suelo. Me asusté, como nunca antes, no grité por miedo a espantar el caballo y volver a una carrera enloquecida. No tenía nadie con quien comentarlo tampoco. Lo palmee otra vez y llegó hasta la puerta misma. Desde ahí era mas claro, un hombre caído, sin camisa, con la mitad del cuerpo lleno de agujeros. Había habido balas en este asunto, de seguro. Otra vez las ganas de escaparme y otra vez la obstinación de este caballo.
Espere a que desistiera de quedarse ahi, pero sabiendo que los caballos son tanto o mas fieles que los perros y eso para mí, en esta situación era demasiado. Trate infructuosamente de tirar de las riendas, de hablarle, de palmearlo de nuevo, pero todo fue infructuoso. Mi amigo, el caballo, no estaba interesado en hacerme caso.
Amanecí otra vez, milagrosamente, sobre el lomo del caballo. Me desperté como pude, con un sinfín de dolores en todo el cuerpo y sintiendo que la cabeza estaba por explotarme, en cuanto tuve conciencia me puse a pensar como haría para salir de esa situación. Mientras estaba ensimismado tratando de encontrar una solución a semejante dilema escuché ruidos desde el monte, algunas ramas que se movían y rapidamente mi alegría se volvió preocupación. Era bueno o era malo que alguien me encontrará en ese lugar, con un muerto que no sabiamos quien había matado? Y si era el asesino que volvía? Estaba totalmente expuesto al viento helado del destino, allí arriba, sentado, inmóvil, golpeado, enfermo, exhausto; me deci´día a esperar lo que fuera. De entre los matorrales emergió el mismo hombre que me había sacado del accidente, estaba vestido como el dia anterior y por los ojos y el gesto podía adivinarse que nos había estado buscando toda la noche. No pronuncié palabra ni gesticule siquiera, mi cabeza seguía evaluando cuando de positivo había en esto, no lo conocía y preferí esperar a que diera el primer paso. Se acercó al caballo, lo tomo de las riendas, lo palmeo en el hocico y solo después mi miró. Bajó la vista y se acercó a la puerta de la casa, miró adentro y se volvió hacia mí. No había sorpresa en esos ojos. Nos miramos, traté de sostenerle la mirada y casi lo logro pero se acercó hasta mi y golpeandome en la pierna herida me dijo: Todo bien, no? grité como hacía mucho tiempo que no gritaba. Las lagrimas se me escaparon incontenibles y me doble de dolor en la silla. Tomó las riendas del caballo, dimos media vuelta y bajamos hasta el pueblo.
En la sala de primeros auxilios me atendieron como pudieron y esperamos a que llegara la ambulancia desde la Ciudad. El médico tomaba mate y por primera vez llamó por su apellido a quien me había rescatado dos veces. Quiere Moreno? Antes de aceptar, se sorprendió de que lo llamaran por su nombre y como si se viera de pronto descubierto me miró desafiante. Baje la vista, explicando que no quería mas problemas, que todo estaba bien ahora, así como estaba.
Cuando llegó la ambulancia, me subieron a la camilla y Moreno se me acercó desde un costado, me puso la mano en el hombro y apretando fuerte me dijo: Todo bien, no?
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